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Capítulo 4. Los devoradores de mundos

Pasaron dos meses desde que Ethan, Astrid y los soñadores buscaban la manera de unir el mundo de los sueños con el mundo real. Les era extraño que no hubiesen tenido problemas con ningún realador, pese a la corta tregua que acordaron con Dreslian. No sabían si les seguían observando lo que hacían. Aunque no vieran que les estaban espiando, sabían que les estaban persiguiendo constantemente, por eso decidieron separarse y formar grupos para ir más rápido con su objetivo. También era una forma de despistar a los realadores que los vigilaban a escondidas.

El grupo de Ethan, lo formaron Astrid y Ciro, Astrid y Ethan querían ir juntos, no hubo más remedio de que con ellos solo fuese un soñador y lo echaron a suerte, la fortuna fue para Ciro. Los siguientes dos grupos debían estar formados por los soñadores, pero eran cinco, por eso habría un grupo de dos personas. Al no decidirse por quién iría con quién, pactaron hacerse la competencia en dividir los grupos en hombres y mujeres, así creyeron que se motivarían más en cumplir su propósito. Said, Takeshi y Jayden irían por un lado y Yolanda y Christel por otro. Había inferioridad numérica, pero pensaron que un grupo de dos era más difícil de ser seguido por los realadores.

Varios días estuvieron, buscando e inspeccionando los lugares más recónditos del mundo de los sueños. Ethan iba escribiendo el libro de los soñadores, con la ayuda de Astrid y de los soñadores y las brujas cuando estaba en el mundo real. Eso le impedía estar con Delaney el tiempo que le gustaría. Seguían yendo al cine o a la feria, pero la duración de las citas se acortaba y la chica empezó a pensar que la atracción que sentía el chico por ella se iba apagando lentamente. Ethan no sabía cómo tener tiempo para todo lo que quería hacer y por eso en ocasiones se estresaba.

Una de las aventuras que tuvo con Astrid y Ciro en el mundo de los sueños, fue descubrir una cueva. Lo malo era que estaba custodiada por dos grandes dragones. Ethan pensó que si había dos dragones vigilando la entrada de la cueva era porque allí había algo importante o algún tipo de poder que les podría ayudar a cumplir su propósito. Ciro advirtió a Ethan del peligro, pero era su única opción para conseguir el objetivo que se habían propuesto.

Cuando llegaron al lugar, vieron como efectivamente la cueva estaba custodiada por dos grandes dragones, parecían tranquilos, pero sabían que al querer entrar en aquella cueva se volverían feroces y les atacarían. Ciro, pese al riesgo que suponía su idea, propuso despistar a los dos dragones para alejarlos de la cueva y Ethan y Astrid entraran. Ethan aprobó la idea y así lo hicieron. Ciro se acercó a la cueva y llamó la atención de los dragones mediante gritos para que le siguieran. Los dragones que estaban medio dormidos, alzaron el vuelo y fueron hacia Ciro rápidamente. Ethan y Astrid, al ver que se alejaban fueron corriendo para entrar a la cueva y una vez dentro la recorrieron. No sabían que podían encontrarse, la cueva era oscura y habían pequeños charcos de agua por el camino. Llegaron al final de la cueva y encontraron una tablilla que tenía grabada unas letras, la palabra oculta se llamaba Delicuesciencia calígine. La tablilla desprendía cierta magia en las letras, Ethan abrió el libro de los soñadores y puso una página en blanco encima de la tablilla, para su sorpresa las palabras quedaron grabadas en el libro y desaparecieron de la tablilla de piedra. Ethan pensó que la palabra debía tener algún tipo de poder mágico y quería descubrirla mostrándosela a las brujas y descubrir qué poder poseía.

Ethan y Astrid decidieron salir rápido de la cueva por si estaban los dragones fuera, pero no hubo rastro de ellos ni de Ciro. Se alejaron de la cueva para esconderse y esperaron un rato para ver a Ciro. Ethan y Astrid vieron como los dos dragones se pusieron de nuevo cerca de la cueva para custodiarla de nuevo. Pensaron que habían perdido a Ciro, pero al darse la vuelta estaba con la cara negra y sucia.

—¿Qué te ha pasado? —preguntó Ethan.

—No es fácil despistar a unos dragones —respondió—. ¿Qué habéis encontrado dentro?

—Una palabra mágica —respondió Ethan—. Ha quedado grabada en el libro.

—Bien —dijo Ciro.

De pronto, varias personas siniestras aparecieron a su alrededor acercándose a ellos, pudieron percibir que eran realadores cuando estuvieron cerca. Dos realadores particularmente se aproximaron para hablar.

—¿Qué queréis? —preguntó Ciro desafiante.

—¿Qué hacíais en esa cueva? —pregunto uno de ellos.

—Lo preguntas porque no habéis tenido valor de entrar con nosotros, ¿verdad? —dijo Ethan

—Claro, habéis estado todo el viaje espiando lo que hacíamos ¿Creíais que no nos dábamos cuenta? —preguntó Astrid.

—Nos da igual que os dierais cuenta. Solo queremos saber cuál es vuestro propósito —dijo uno de los realadores.

—¿Quiénes sois? —preguntó Ciro.

—Yo soy Rainier y ella es Vesta. Trabajamos para Dreslian, nuestro objetivo es saber qué tramáis.

—¿Y crees que te lo vamos a decir? —dijo Ethan.

—Acabo de huir de dos dragones hambrientos, ¿creéis que vosotros me dais miedo? Parecéis una panda de gusanos sin cerebro —se burló Ciro.

—Puede que cambiéis de opinión cuando os llevemos a Luludenia ante Dreslian —dijo Vesta.

Los numerosos realadores apresaron a Ethan, Astrid y Ciro para llevarlos a Luludenia. Ninguno de ellos querían declarar ante Dreslian lo que habían descubierto en la cueva. Iban a tardar varios días en llegar a Luludenia y en uno de esos días, Ethan despertó en el mundo real. No podía creer lo que estaba ocurriendo, ahora era preso y los realadores le estaban retrasando en cumplir su objetivo. Recordó que ese mismo día había quedado con Delaney en el paseo marítimo. Sabía que estos días atrás había estado poco tiempo con ella y la echaba de menos. Los dos pasaron una buena mañana, respirando el aire salado del mar, admirándose y charlando juntos. Dieron una vuelta por la Playa de la Barceloneta, estuvieron dos horas juntos, pero les supo a poco.

—Qué corta se me ha pasado la mañana —dijo Delaney, cogiendo a Ethan del brazo para hacerle saber que no quería marcharse.

—Para mí también —contestó Ethan sonriéndole.

—Podríamos quedar esta tarde, ir al cine o al teatro —propuso ella.

—No voy a poder quedar contigo —se lamentó—. ¿Vamos mañana a la feria por la tarde?

—Últimamente tienes poco tiempo para mí, para nosotros...

—Yo también te echo de menos, perdóname.

—No tengo nada que perdonarte, es tu decisión. Nos vemos mañana.

El motivo por el que Ethan no podía estar con Delaney por la tarde, era porque debía hablar con las brujas sobre lo que había sucedido en el mundo de los sueños recientemente y mostrarle la palabra oculta que había encontrado. Se sentía mal por la chica y recordaba constantemente las últimas palabras que le dijo al despedirse: No tengo nada que perdonarte, es tu decisión. Era su decisión, aunque no le gustara porque no deseaba que Delaney lo notara distante.

Cuando llegó la tarde, Ethan se dirigió a la feria para hablar con las brujas. Le daba la sensación que había conseguido algo muy valioso, las palabras que grabó en el libro de los soñadores eran importantes y quería saber qué significaba. Cuando Ethan llegó, vio a las brujas haciendo trucos de magia para la gente, todas las personas se quedaban siempre muy impresionadas con sus trucos, porque su magia era de verdad. Cuando las brujas vieron a Ethan, anunciaron a las personas que les estaban viendo que se tomaban un descanso.

—¿Qué has averiguado esta vez, chico? —preguntó Nicolle, acercándose las tres mujeres a Ethan.

—He descubierto algo que será trascendente para poder unir los dos mundos —respondió Ethan.

—¿De qué se trata? —preguntó Arleth.

—Creo que es una palabra mágica —respondió.

—¿Qué quieres decir? —preguntó intrigada Celine.

Ethan al ver las brujas tan interesadas, abrió el libro por la página que había grabado la palabra.

—Delicuesciencia calígine —pronunció Ethan.

Las brujas se miraron entre sí asombradas.

—Cállate, chico. No deberías pronunciar esa palabra tan a la ligera —le recriminó Nicolle.

—¿Por qué? —preguntó Ethan sin entender.

—Es una palabra poderosa, quién la pronuncie se traslada a otro lugar aleatorio —explicó Celine.

—Pero no me he trasladado. Es perfecta, ¿verdad? Con la magia y poder de esta palabra, podremos unir los dos mundos y juntarlos a través del portal que crearéis —dijo Ethan.

—No estoy segura, pero podría funcionar —dijo Arleth.

—La palabra no ha funcionado porque está desactivada, deberíamos de probar activarla hermanas —comentó Nicolle.

Las brujas cogieron el libro de los sueños por la página donde estaba la palabra y pasaron sus manos sobre ella. Las letras de la palabra comenzaron a brillar y cerraron el libro.

—Parece que ya está activada, recuerda no pronunciarla con el libro abierto —dijo Nicolle.

—No hay duda de que la palabra tiene poder. La pregunta es, ¿dónde abrimos el portal? —dijo Nicolle.

—Hay un sótano escondido y abandonado en la feria, podríamos probar ahí —propuso Arleth.

—Bien, podríamos ir al sótano e inspeccionarlo —dijo Celine.

Ethan y las brujas se dirigieron al sótano abandonado, era un lugar apartado de la feria y cuando entraron lo vieron sucio y oscuro sin nada más que dos sillas de madera tiradas por el suelo y diversas cajas con grandes telarañas.

—Me parece un lugar ideal para tratar de abrir un portal y hacer uso de nuestra magia —admiraba la habitación Nicolle—. Aunque tendremos que limpiarlo un poco.

—Al estar en un lugar alejado de la multitud, nadie sospechará que hay alguien aquí. Parece ser un sitio en el que hace mucho tiempo que no entra nadie —dijo Celine.

—Os lo dije hermanas. Es el lugar perfecto —comentó Arleth satisfecha.

Las mujeres se pusieron a inspeccionar el lugar era una habitación espaciosa, pese a estar abandonada era amplia. Ethan observaba a las brujas sabiendo que podrían lograr su objetivo.

—Debo irme, les dejo solas —dijo Ethan—. Traeré más información mañana.

Las mujeres asintieron y Ethan se fue a casa. Quería dormir cuanto antes, sabía que tenía que estar preparado porque estaba preso por los realadores y pensaba que se dirigían hacia su líder. Intentó relajarse tumbándose en la cama con el libro de los soñadores para dormir, respiró profundamente y llegó a los sueños. Seguía atado, a su lado tenía a Astrid y a Ciro maniatados como él.

—Daos prisa, casi hemos llegado —anunció Rainier.

Al instante, Ethan, Astrid y Ciro pudieron ver la ciudad de Luludenia. Tres grandes puentes eran el acceso a ella, era un lugar en el que siempre estaba nublado y nunca había salido el sol. Al entrar a la ciudad, pudieron observar edificios cuadrados y bloques de pisos siniestros con un ambiente infeliz y desamparado. La mayoría de las calles estaban vacías, sin gente y los pocos que vieron parecían personas tristes y sin aspiración a nada. Se acercaron a un gran edificio, donde estaba el líder y las personas importantes de Luludenia.

—Más vale que habléis y le caigáis bien a Dreslian, no sabéis lo cruel que puede ser cuando se enfada —advirtió Vesta.

Abrieron las puertas, y entraron a una gran sala. Varios realadores estaban esperando su llegada y tras andar unos pasos para acercarse a Dreslian, se detuvieron para hablar con él.

—¡Saludos! —exclamó—. Os estaba esperando. ¿Qué tal han ido las investigaciones?

Los tres lo miraron sin pronunciar una palabra. Dreslian no apartaba la mirada de ellos, su voz era tranquila pero amenazante.

—¿Os han cortado la lengua en vuestras aventuras? —ironizó—. Tú eres Ethan, ¿verdad?

—Sí —respondió.

—Pareces inteligente, me gusta. ¿Qué has descubierto?

—¿Por qué queréis saberlo? ¿Tanto os interesa?

—Me interesa el peligro que podéis llegar a generar, muchacho —contestó Dreslian

—¿Peligro? No hay ningún peligro —dijo Ethan.

—La tregua acabará como no me digáis lo que estabais haciendo en la cueva de los dragones —advirtió Dreslian.

—Está bien, os lo diré —contestó Ethan.

Astrid y Ciro le miraron inmediatamente sin creerle. Ethan pensaba que si la palabra que encontraron en la cueva de los dragones funcionara de verdad y las brujas al activar la palabra tuvieran razón, al pronunciarla, deberían de desaparecer yendo a un lugar de los sueños que nadie sabría.

—Buen, chico. Cuéntanos vuestros planes —dijo Dreslian

—Veréis señores, como vosotros habéis dicho, el plan era fácil. Fuimos a la cueva de los dragones y pese al peligro que eso suponía entramos. Una vez dentro la cueva estaba oscura, pero en una tablilla conseguí grabar una palabra con este libro —explicó Ethan.

—¿¡Qué palabra!? —preguntó Dreslian muy interesado.

Ethan abrió el libro por la página adecuada. Astrid y Ciro se acercaron más al chico.

—Delicuescencia calígine —pronunció Ethan.

En ese momento, Ethan, Astrid y Ciro desaparecieron.

—¿¡Qué ha pasado!? —exclamó Dreslian confundido—. ¡Encontradlos! ¡Traedme a ese chico y a su libro!

Dreslian estaba enfurecido, el chico se había burlado de él delante de sus narices y no pudo hacer nada. Se preguntaba cómo pudieron desaparecer, le intrigaba la palabra que poseían y quería hacerla suya como fuese. Ordenó a varios realadores salir para buscarle y traerlo a Luludenia con el libro. A las dos horas, unas grandes nubes negras invadieron Luludenia y un halo de oscuridad se coló en el gran edificio de la ciudad. Dreslian y los demás realadores que estaban allí, se sorprendieron al ver qué ocurría. Cuando la oscuridad que se introdujo se empezó a disipar, pudieron observar un gran demonio de fuego de tres metros, fuerte y de gran envergadura. Nadie podía creer lo que veían, los demonios existían en el mundo de los sueños como otros seres mitológicos, pero un ser demoníaco nunca había visitado una ciudad y era difícil ver alguno por cualquier lugar.

El demonio clavó la mirada en Dreslian con sus ojos de fuego, pero inmediatamente indico sus intenciones de no crear problemas. Dreslian se quedó impresionado al ver como se presentaba por primera vez un demonio. El miedo le invadió el cuerpo por ver en el ser, los grandes cuernos rojos que le salían de cada lado de la cabeza y los grandes dientes afilados que poseía su boca, pero no le impidió dirigir la palabra al ser demoníaco que acababa de visitar Luludenia.

—¿Qué sois? ¿Cómo habéis llegado aquí?

—Vengo a presentarme. Soy Halistrocs un demonio de un lugar lejano.

—¿!Un demonio¡? Son pocos los que se presentan en el mundo de los sueños.

—Nuestro poder nos hace crear dimensiones a este mundo.

—Yo soy Dreslian, líder de los realadores. Conocemos vuestros seres demoníacos. ¿Qué queréis?

—Quiero que nos ayudéis. Nuestro objetivo es destruir la Tierra, pero aún nos quedan varios siglos para lograrlo, es irremediable tarde o temprano lo conseguiremos y destruiremos el planeta.

—¿Eso es lo que queréis? —Dreslian estaba confundido, no sabía cuál era el propósito del demonio con destruir el planeta Tierra.

—La destrucción es inevitable, pero si nos ayudáis a encontrar al chico que se llevó la palabra, con vuestra ayuda seréis los únicos que se salvarán de la maldición demoníaca.

—¿Maldición? ¿Cómo sabéis que ha estado aquí?

—Tengo espías por todas partes para averiguar cómo conseguir nuestro objetivo. Necesito esa palabra, tenía dragones muy feroces custodiándola, investigábamos la magia de la palabra para unir este mundo con la Tierra sin poder lograrlo, pero parece que alguien ha averiguado algo importante.

—Así que... para eso sirve... —reflexionó Dreslian.

—Podría ser. Hay muchos poderes mágicos en el mundo de los sueños. Lo sé desde que llegamos a él y el chico ha descubierto una magia poderosa que nos sería de utilidad. Vosotros conocéis este mundo más que yo. Traedme al chico y os salvaré.

Dreslian tuvo miedo del demonio y del poder que podían tener los suyos, era un destructor de mundos y si estaba tan seguro de poder destruir la Tierra y a todos los que se oponían a él, pensó que debía aceptar para que su gente no fuese destruida.

—Lo hemos entendido. Te ayudaremos y te traeremos el chico con el libro a cambio de que mi gente, los realadores no sufran daño alguno.

—Lo prometo —dijo Halistrocs, mirándolo con sus ojos de fuego.

De repente las puertas del gran edificio de Luludenia se abrieron bruscamente, saliendo cinco guardias a paso ligero. Dos de ellos sostenían a Astrid con aspecto demoníaco, de su espalda salían alas de murciélago, sobresalían dos cuernos de su cabeza y tenía los ojos de serpiente.

—¡Dreslian! Hemos encontrado un demonio tirado en las calles de la ciudad. —Los guardias al ver un gran demonio frente a su líder quedaron sorprendidos y atemorizados.

—Yo también —respondió Dreslian, tratando de que mantuviesen la calma.

Halistrocs observó a quien llevaban los guardias y se sorprendió al verla. La demonio miró fijamente la cara de Halistrocs reconociéndole.

—¿Bayleen? ¿Qué haces aquí? —preguntó Halistrocs.

—Es la chica que iba con Ethan y otro más. Aunque creo que antes era más atractiva... —comentó Dreslian.

—¿¡Ethan!? —exclamó Halistrocs.

—Soltadme —ordenó la chica demoníaca a los guardias que aún la sostenían—. Sí iba con él. Cuanto tiempo Halistrocs, no te veía desde la destrucción del último planeta que invadimos.

—Y ahora que falta poco para invadir otro nos volvemos a encontrar.

—Es el destino —contestó Bayleen.

—Como destino es el que estuvieras con el chico que se apoderó de una palabra muy valiosa en el cual estábamos investigando para la invocación a la invasión de la Tierra. Tú lo sabías y le ayudaste —le reprochó Halistrocs enfurecido.

—Sí, lo sabía —respondió Bayleen—. Pero no sabía que el chico pudiera activarla.

Halistrocs enfadado fue directo a la demonio y le agarró del cuello alzándola y mirándola fijamente con sus ojos de fuego. La chica se resistía a la fuerza del demonio y ella para defenderse hizo recuperar su aspecto humano de belleza suprema.

—Siempre he tenido debilidad por los súcubos —dijo Halistrocs al ver el aspecto encantador de Bayleen, dejándola al suelo. La chica se dolía del cuello.

—¿Súcubos? —preguntó Dreslian sin entender.

—Mujeres demoníacas que sirven a la maldición de los devoradores de mundos que componen a todos los demonios —respondió Halistrocs—. Te voy a encomendar una misión diablilla. Vas a encontrar a ese chico tuyo y lo vas a traer a mí en el Gran Cañón de Artai, ¿entendido?

—Sí, mi amo —respondió Bayleen con miedo.

—¿Cómo lo va a encontrar si ha desaparecido? —preguntó Dreslian sin comprender.

—Los súcubos se adentran fácilmente en los sueños de las personas que duermen. No tardaré en encontrarlo —dijo Bayleen, mirando por última vez a los ojos de Halistrocs, marchándose por la puerta de la que había venido.

—¿Y nosotros seguimos con la búsqueda? —preguntó Dreslian.

—Sí, traédmelo —dijo Halistrocs desvaneciéndose.

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