Ella
Él ya no estaba y no estaría más. Sus tíos lo encontraron, cuando regresaron a casa después de un viaje de vacaciones. Lo sé porque tiempo después me lo contaron. Entraron a su habitación y se encontraron con un terrible espectáculo. No voy a entrar en detalles. Me enteré del suceso casi una semana después. La noticia se esparció como pólvora y todo el barrio quedó consternado los primeros días. Poco tiempo después lo olvidaron completamente. No me parecía justo. Nadie sintió lástima, nadie lloró, nadie se puso en los zapatos del chico muerto. Al contrario, las habladurías fueron el plato principal en ese menú de tragedia. Mis vecinos lo llamaron drogadicto y las señoras más religiosas lo catalogaron como un satánico.
—Nadie que esté en paz con Dios se quita la vida de esa forma —decían—, en la Biblia dice...
La Biblia dice muchas cosas con las que no estoy de acuerdo. Desde que era niña me habían inculcado la religión, y en algún momento me advirtieron que suicidarse es un pecado, y el que lo hace no irá al cielo. Yo siempre quise morir de forma natural, estando viejita y confesada para poder ir al cielo. Cuando crecí empecé a pensar que era muy hipócrita de mi parte confesarme solo por el miedo de ir al infierno y no porque realmente me sintiera arrepentida. Me había alejado de Dios lo suficiente como para olvidar si lo que hacía era pecado o no. Pero cuando él se quitó la vida, todas las creencias regresaron a mí en tropel. Me vi envuelta en constantes dilemas existenciales. Por una parte no podía creer que él ya no estuviera vivo. Muchas veces me levanté por la mañana, me aseaba y acicalaba de lo más tranquila para salir de mi casa y dirigirme a la suya a saludarlo y a pedirle que saliéramos juntos. Cuando estaba frente a la casa la razón me paralizaba.
¿Qué estoy haciendo?
Entonces me regresaba a mi casa temblando, me encerraba en mi habitación sin saludar a mis padres y me ponía la almohada en la cabeza, apretándomela con fuerza. No quería que el llanto escapara de mi cama y se escabullera hasta la sala en donde mis padres veían la televisión todos los domingos. Ellos debieron suponer que yo me sentiría mal, pero no le tomaban tanta importancia. Jamás les conté lo importante que había sido él para mí, jamás les hablé con entusiasmo de nuestra relación. Casi nunca les conté nada, y ellos nunca sintieron interés por nosotros.
Lloraba hasta quedarme dormida, y cuando me despertaba creía que todo había sido una pesadilla. Una pesadilla que llevaba teniendo semanas seguidas, sin que se ausentara en mis sueños ningún día. Tomaba mi celular y me metía a su perfil de Whatsapp. El último mensaje que me había mandado me apuñalaba el tórax:
"Lamento no haber sido el hombre de tus sueños. Hasta siempre."
¿Hasta siempre? Mentiras. No estaría otra vez conmigo. Jamás. Jamás...
Y todo por mi culpa. Mi maldita culpa. ¿Porqué tuve que mentirle de aquella forma? No existía en el mundo perdón alguno para mí.
Cuando retomamos las clases en el instituto mis notas bajaron exponencialmente. Me presentaba cada día, puntual como siempre, pero solo en cuerpo, mi mente y mi alma no estaban ahí. No le prestaba atención a las profesoras, ni a mis amigas, ni amigos. Todos comenzaron a verme con lástima. Pasé de ser una chica relajada que hablaba con casi todos mis compañeros, a ser la más callada del salón, la más ida, la que vivía en la nebulosa. Hasta Rubén, el más tímido de todos en el salón, hablaba más que yo, por primera vez me dirigía la palabra, después de que sintiera tanta vergüenza de hacerlo antes. Me pidió una tarea, le dije que no la había hecho, me dijo que solo fue una excusa para prestarme la suya, le dije que gracias, y me confesó que en realidad no había hecho su tarea tampoco, pero que quería hacerla conmigo, si me apetecía. Ni le respondí, me quedé mirando la ventana hasta que llegó la profesora de Religión. Rubén no volvió a hablarme más nunca. Todos me miraban con lástima.
La profesora de Religión se acordó de él.
—Como saben, uno de nuestros alumnos, compañero de ustedes, nos ha abandonado recientemente. Es una noticia muy trágica para todos los que lo conocíamos...
La miré con desdén mientras pensaba que en realidad nadie lo había conocido mejor que yo. Cuando la profesora y mis compañeros empezaron a discutir sobre si él estaba loco o en realidad era un "satánico" me levanté de mi asiento y salí del salón, dispuesta a irme a mi casa. Nadie me detuvo, ni siquiera la profesora me dijo algo.
—¿Ellos eran muy cercanos, verdad? —dijo la profesora, cuando yo ya iba por el pasillo—. Pobrecita.
Nunca supe la fecha de su entierro, pero quería estar ahí, de modo que visité el cementerio todos los días a horas de la mañana y a horas de la tarde, sin falta, esperando ver un grupo tumultuoso de gente vestida de negro para darle el último adiós a mi chico. Tenía miedo de que sus tíos decidieran enterrarlo en otro cementerio lejos de la ciudad, o peor, que cremaran sus restos para lanzarlo al viento en alguna ribera, cosa que él me había confesado que le gustaría que hicieran cuando muriera. ¿Sus tíos también sabrían cuáles eran sus deseos? No necesitaban preguntarle, ahora que estaba muerto, tenían a su disposición todos sus diarios, sus cartas, todas las notas que había escrito en vida, algunas de las cuales guardaba con tanto recelo para proteger su privacidad. Era inquietante pensar en sus tíos leyendo su diario, descubriendo alguna cosa que no quisieran descubrir. Sé que en su diario habría escrito sobre mí. Lo sé, ellos se darían cuenta de lo importante que fui para él, quizás malinterpretaran algunas memorias y me terminaran odiando injustamente. No podía permitir que eso pasara.
Afortunadamente, llegué en el momento indicado para presenciar su entierro. No había un tumulto de gente como me hubiese esperado, solo 7 personas en el cementerio. El corazón se me encogió. ¿Nadie había asistido? ¿Es que a nadie le importaba? Caminé bajo los viejos álamos, franqueando criptas ennegrecidas, hasta hallarme a pocos metros de la escena. Dos trabajadores estaban echando tierra sobre el ataúd. Me acerqué para asomarme por última vez al cajón en donde yacía su expirado cuerpo. Las lágrimas brotaron de mis ojos y bañaron mis mejillas.
—No... —murmuré, entre sollozos—. Por favor no.
Sentía que el aire me faltaba, sentía que mi corazón se detendría en cualquier momento, en un estallido, mis piernas se negaban a sostenerme.
—Sal de ahí —dije, sumida en la mayor tristeza que haya sentido jamás.
No me di cuenta de lo absurdo que sonaba eso, pero yo no estaba consciente de lo que decía ya.
—No te vayas...
Comprendí que ya no había vuelta atrás. Cuando alguien muere no hay forma de que regrese contigo, no existe ningún método que nos regrese a los muertos. Todo es fantasía. Lo único que nos queda es la esperanza de volverlos a ver en un cielo. Pero eso no funcionaba conmigo. Algo en mi interior me decía que ya nunca lo volvería a ver en ningún lugar, que tendría que borrarlo de mi mente si deseaba dejar de sufrir, porque la muerte es un viaje sin retorno.
Sus tíos yacían a un costado, profundamente melancólicos. Su tía Leticia se acercó a donde yo estaba y me rodeó con su brazo. Me desplomé en su hombro y lloré, lloré todo lo que pude, mientras los trabajadores terminaban de rellenar el hoyo con tierra. Cuando ya no había nada más que esperar, el cura y dos pastores nos dieron la bendición, el pésame y se marcharon a sus respectivas viviendas. Nosotros también debíamos irnos ya, porque estaba empezando a lloviznar. Uno de los trabajadores dijo que eso serviría para aplastar la tierra, que podíamos regresar mañana a traer flores. Me sentí preocupada porque su ataúd se sintiera muy apretado. Ingenuamente le comenté a la tía Leticia:
—¿Cree que estará cómodo ahí abajo?
A la salida del cementerio, la tía Leticia me detuvo antes de subirse a su coche con su hermano. Puso su mano en mi hombro y me miró muy fijamente. Creo que quería decirme algo, pero no lo hizo, y solo asintió con la cabeza. Tenía los ojos rojos y el aspecto de no haber dormido muy bien. Se marcharon dejándome sola bajo la sombra de los álamos, como una sombra sin dueño.
°'°'°
Lo quise durante tres años difíciles. Al comienzo todo es fácil. No conoces casi nada de la otra persona. Te aferras a todas las cosas positivas que le ves y con ello piensas que estás viviendo una utopía, un paraíso. Pero para querer a alguien realmente hace falta conocerle muy bien. Todos tenemos defectos. Y él tenía demasiados. Todo comenzó por sus celos, que al principio pensé que eran inocentes. Comprendía que se pusiera celoso cuando hablaba con algún chico, "es normal" pensé. Hasta se me hacía tierno porque él casi no mostraba sus sentimientos con las otras personas. Yo le explicaba cariñosamente que no tenía sentido que se enfadara porque yo lo quería a él nada más. Y era cierto todo cuanto le dije. Él entendía. Pero como dije, eso fue al principio... Si solo nos comparamos él y yo es fácil saber quién era el menos sociable de los dos. En cambio yo hablaba con todo el mundo, con nuestro salón y otros salones. Muchos se sorprendieron cuando supieron que el chico callado estaba de novio conmigo. Era mi primera relación y no sabía muy bien cómo actuar, pero ante la incomodidad de él de que yo hablara con tantas personas, reducí mi círculo de amistades a mis compañeros del salón. A él no le gustaba que hablara con tantas personas porque siempre que quería hablar conmigo no podía aprovechar bien nuestro tiempo juntos, pero nunca me prohibió que hablara con nadie en ese momento. Yo lo entendía. Quizás se hizo muy notable mi repentino cambio de personalidad, porque muchos amigos con los cuales hablaba antes me dejaron de hablar, incluso algunos se olvidaron totalmente de mí y allí fue cuando me di cuenta de que en realidad a poca gente le importaba. En ese aspecto fue positivo alejarme de personas que no me aportaban nada. Él se veía normal en aquellos tiempos, incluso empezó a hablar más con las personas y a sentirse cómodo rodeado de amistades, todo gracias a mí. Yo lo impulsé a cambiar. Fue un mutuo apoyo. A ambos nos afectó estar juntos, y cambiamos, mucho. Sin embargo, hay detalles que nunca se van, simplemente se ocultan en un rincón, pero en cualquier momento pugnarán por salir y reclamar el puesto anteriormente ocupado. Así era con lo de su depresión. Sus cambios de humor repentinos. Cuando todo parecía marchar bien, llegaba algún día aleatorio en el que me lo encontraba sin ánimos de nada, amargado con todas las personas, retomando su papel de "callado del salón". La primera vez que me invitó a su casa fue porque yo estaba preocupadísima por él. No parecía querer ni existir y eso a mí me llenaba de un aura melancólica insoportable. Quiero que esté bien, pensaba, quiero que esté bien o estaré intranquila siempre. Me llevó a su casa y me presentó a sus tíos. Pensé que eran sus padres, pero se veían bastante jóvenes para serlo, y algo no me cuadraba. Él dijo que iríamos a hacer una tarea a su habitación y ellos amablemente nos dijeron que cualquier cosa nos podían ofrecer su ayuda. Cuando llegamos a su cuarto lo primero que hizo fue abrir un cajón y mostrarme unos frascos con pastillas. Me quedé de pie y él se sentó en su cama con la vista clavada en el suelo.
—Mis padres murieron hace un año —confesó, suspirando—, desde entonces no la he pasado tan bien psicológicamente. Por eso es difícil tratar conmigo a veces... Pienso demasiado, recuerdo muchas cosas. He ido al psicólogo varias veces y me han recetado unos medicamentos para aliviar la ansiedad, el estrés... Perdón por no decírtelo antes.
Suspiró profundamente y se levantó para sostenerme en sus brazos.
—Puede que esto sea muy difícil para ti —me dijo—, así que si quieres terminar lo entenderé, quizás sea lo más sano para los dos.
Si le hubiese dicho que sí, a lo mejor esta historia habría sido diferente y él seguiría vivo. Pero le dije que no podía estar sin él, y que ahora me necesitaba más que nunca. Me acurruqué en sus brazos y le prometí que nunca lo dejaría solo. Estuvimos besándonos por un largo rato y de esa forma olvidamos todas las cosas malas.
Los besos te hacen olvidar.
Incluso en esas circunstancias la relación habría marchado bien si nos lo proponíamos. Pero no nos lo propusimos, dejamos que todo se saliera de control, en especial yo. Porque él fue como una nube densa y oscura que me fue engullendo lentamente sin darme cuenta. Desde pasar más ratos con él hasta dejar de hablar con otras personas con las que convivía bastante. Mis amigas siguieron reduciéndose en número y al final solo hablaba con unas dos porque todo mi tiempo lo consumía en estar con él, platicar, hacer tareas juntos, ir a su casa y salir de paseo. Yo le estaba haciendo bien, lo estaba ayudando verdaderamente, pero él no hacía lo mismo conmigo, y cómo podría saberlo? Estaba cegado por la felicidad del romance, por poder por fin olvidar las penas que lo atormentaban, haciendo que toda su atención recayera en mí. Desde luego habría pensado que yo también era feliz, y sí lo fui, pero al principio. Con el tiempo la magia acabó. Empecé a sentirme insatisfecha de aquella vida que había elegido. Una vida apagada, monótona, melancólica. Mientras él me hablaba y me sostenía en sus brazos profundamente enamorado, yo me debatía internamente si aún lo quería o no, o si había algo que fallaba en él o en mí. Quería aferrarme a la idea de que de verdad lo amaba, y que el problema no era él, sino yo. Fingir tranquilidad a su lado me estaba atormentando. Así que tuvimos que hablar y le comenté todo lo que sentía. Jamás le eché la culpa de nada ni quise dar esa impresión, me cuidé de elegir las palabras adecuadas, y el concluyó en que yo tenía razón, quizás me faltaba convivir más con otra gente, quizá él estaba absorbiendo injustamente mi tiempo. De modo, que acordamos que lo llevaríamos con más calma, me aseguró que no importaba si yo salía con mis amigas y hablaba con quien quisiese siempre y cuando no olvidara que él también era mi amigo y podía contar con él para lo que quisiese. Me sentí mucho mejor, más libre... No sabía que el infierno estaba a punto de comenzar. Al día siguiente de nuestra conversación, él no asistió a clases. No le tomé mucha importancia y decidí hacer lo que habíamos acordado. Volví a hablar con personas con las que había dejado de hablar tan a menudo, y a reunirme con mis amigas, para hacer lo de siempre, ir juntas a la cafetería a conversar sobre cualquier cosa, salir de clases y visitar sus casas o ir a de compras, o a algún local de comida rápida. Cuando finalizó el día, ya tenía muchos planes, entonces me acordé de él, y le escribí preguntándole porqué no había ido a clases. Me contestó cortante, diciendo que se había enfermado. Me disculpé por preguntar hasta tan tarde y si quería que fuera a verlo. Me dijo que no hacía falta, que estaba mejor y que disfrutara mi día. Los tres días siguientes tampoco iría a clases, porque al parecer tenía un terrible problema estomacal. Lo visité el segundo día y estaba en cama, sonriente, me dijo que no me preocupara y que me fuera. Me dio pena dejarlo en su habitación, tan solo con sus libros, pero mis amigas me esperaban en casa para ir al centro comercial.
Los siguientes días la pasé genial, no había sentido aquella felicidad hace tanto tiempo, que me olvidé completamente de él. Cuando volvía a casa y veía los mensajes que me mandaba, los dilemas regresaban a mi cabeza. Sentía que estaba en el lugar equivocado, ocupando un papel que no me correspondía, sentí, y ahora me da vergüenza admitirlo, que él era una carga en mi vida, que nunca podría estar plenamente feliz si seguía atada a su influjo romántico, tan oscura en ocasiones. Fue durante esos días cuando comencé a hablar con Félix.
Félix era un alumno del salón de al lado con el que me había cruzado un par de veces, pero nunca había hablado demasiado con él porque mi novio siempre estaba allí, acompañándome a la salida, tomándome de la mano, y yo no quería que se viera raro estar hablando con cualquier chico en su presencia, por eso nunca profundizaba las pláticas con los demás. Pero esa semana que mi novio no asistió a clases, Félix vio la oportunidad de acercarse a mí. Todo pasó tan rápido. Me saludó en la salida de las clases y horas más tarde ya estábamos juntos recorriendo un centro comercial, por el simple hecho de caminar observando productos que posiblemente nunca me compraría. A Félix le gustaba caminar y observar, y por ese lado teníamos un punto en común. Mi novio, al contrario, cuando caminaba, seguía habitando en su mundo interior y no le interesaban las vidas de los demás, ni fijarse en los detalles. Me pareció irónico que fuéramos tan opuestos. Con Félix entendí que para que una relación funcione se necesita química, y yo no tenía la química suficiente con mi novio. En cambio con Félix me sentía más libre.
No quiero que se malinterprete lo que trato de decir. A Félix lo veía como un amigo. Comprendí que eso era lo que me hacía falta, un amigo con el que sentirme cómoda. A mi novio se le ocurrió ausentarse durante toda la semana, pero los dos días que restaban de la semana de clases fueron suficientes para que entre Félix y yo creciera la confianza.
Aunque para Félix, esa confianza fue acogida de una forma tergiversada. ¿Han tenido amistades con las que han hablado apenas un día, pero hablan tanto que ese día parece un mes? Así me pasó. Y el fin de semana, Félix se confesó.
—Félix, sabes que tengo novio, ¿no? —le dije.
Estábamos en una cafetería, y Félix aseguró que el café le sabía amargo después de que yo le recordara que estaba en una relación. Me dijo que no le importaba, que había notado que yo no era feliz con él, que necesitaba a un hombre que de verdad le ofreciera el mundo entero, y no un pequeño espacio cerrado desde el que sólo puedes observar. Tuve que marcharme y dejarlo con el mal sabor de boca, pero su confesión, sus intenciones, me persiguieron por el resto del día. Me preocupé, porque empecé a darle más importancia de la necesaria a unas simples palabras. Félix no era más que un amigo y yo no sentía ningún interés en él... Estaba casi segura. Esa alegría que sentía cuando pasaba tiempo con él, andando de un lado a otro, hablando de todo, de la gente, de películas, de música, de lo que fuera... eso no podía ser atracción, ¿verdad? Me quise convencer de que eso, pero al mismo tiempo, Félix se aparecía en mi cabeza para recordarme que yo no era feliz con mi novio.
Decidí alejarme de Félix, pero Félix no estaba decidido a cumplir con ello. Cuando mi novio regresó a clases, Félix medía las distancias, pero apenas me veía sola, se acercaba, me hablaba amablemente, intentando convencerme de que lo dejara ser su amigo nuevamente.
—Quiero hacer las cosas bien, pero por favor, no me pidas que me olvide de todo eso que te dije, porque sigo pensando que es verdad.
—Félix, debes estar consciente de que esto nunca podrá ser.
—¿Por qué? La única que puede impedirlo eres tú. Tu novio no es el hombre que quieres, ese tipo podría dejarte en cualquier momento apenas note algo que no le guste. Así de inseguro es. Todos sabemos que no ha aprendido a convivir con las personas, y es mejor que se quede solo, así no molesta a nadie.
—No hables así de él —le exigía.
Y Félix reiteraba:
—No me interesa él, me interesas tú. ¿Crees que no he notado que tú también sientes algo por mí? Se te ve en los ojos. Sé que llevamos apenas unas semanas hablándonos, pero nunca había visto esa mirada en ninguna otra chica. Es una mirada de pasión. Dame la oportunidad, ¿qué hay de malo en que luche por una chica que me gusta?
—Que esa chica no es soltera.
—Tarde o temprano van a terminar, lo único que hago es aligerarte la espera.
No podía seguir escuchándolo. Decidí cortar cualquier tipo de comunicación con Félix desde entonces. Sin embargo, eso no fue suficiente para evitar que los rumores corrieran por todo el colegio, especialmente entre las chicas. A muchas de ellas les encantaba hablar mal de los demás, compañeras que antes habían alegado ser mis amigas me dieron la espalda, se creyeron cualquier mentira sin ponerse en mis zapatos, ni preguntarme nada. Los chismes decían que yo había tenido una aventura con Félix, pero eso no fue cierto. La única aventura que tuve con Félix, fue la de la amistad, y fue infructuosa, porque al final no me gané ni la amistad y terminé perdiendo el doble.
Que mi novio se enterara de estos rumores era cuestión de tiempo, aunque todo eso ocurrió cuando las clases estaban por terminarse, sabía que alguien le diría. Lo harían pensar cosas que no eran, o él mismo, por su cuenta, empezaría a sospechar e imaginar cosas que no tenían fundamento. Varias veces me había sorprendido hablando con Félix. Yo me ponía nerviosa, él me miraba extrañada. Félix no hacía más que echarle leña al fuego. Pero mi novio era un chico tímido, y si sospechó algo, nunca hizo dramas en público. Todo se lo reservaba para expresármelo a solas. Me preguntaba por Félix, me preguntaba en dónde había estado y qué había hecho mientras él yacía enfermo. Yo le mentí para librarme de sus reclamos, y porque recordaba el frasco de pastillas todo el tiempo. Algo me decía que si le confesaba la verdad, sería contraproducente para él, que tenía que mantenerlo viviendo en un cuento de hadas y de mentiras, todo por sacarlo de ese abismo de depresión que lo absorbía. No obstante, él era implacable como un huracán. Cuando su toxicidad llegó al límite, tuve que inventarle una nueva mentira, una última mentira antes de dejarlo. Conocía su calidad de noble, sabía que él era de la opinión de que si algo no es para ti, no lo será nunca. Me di cuenta de que ya no lo amaba, de que le estaba robando su tiempo. También sabía que él me amaba a mí, más de lo que yo me merecía, así que quise que me odiara, que me odiara para siempre. Sólo odiándome podría escapar de su torbellino. Ante su insistencia y sus celos paranoicos, cuando se enteró de Félix, no le negué nada sobre los rumores. Al contrario, fingí que eran ciertos. Le di toda la razón, le confesé todo lo que él habría querido escuchar, por más doloroso que fuese, me inventé una historia de amor prohibido con Félix. Mientras lo engañaba con ese puñado de mentiras, yo lloraba, más por que estaba consciente de lo que estaba haciendo, que no estaba bien, aunque aún no comprendía del todo que aquella era la forma más cruel de terminarlo.
No podía verlo, y por ello, después de contarle sobre Félix, me levanté de esa banca, y lo dejé solo, petrificado en el parque, mirando a la nada, con el corazón hecho añicos. Fue la última imagen que tuve de él con vida. Cuando me enteré de que se había quitado la vida, sentí una poderosa rabia conmigo misma por creer que me había liberado de sus garras, como si fuera yo la caperucita, y él el lobo. Libre de nuevo, había pensado más en mí, que en él. Quizás no medí con la misma vara las cargas que ambos llevábamos. La de él era más pesada que la mía. Pero ahora, con su muerte, todas sus cargas pasaron a mi espalda, y por fin pude entender lo que es estar en la miseria.
°'°'°
Volví a su casa al día siguiente. Sus tíos estaban empacando sus ropas. Se mudaban. Prácticamente toda la casa estaba vacía. Sus pinturas habían sido metidas al auto. La tía Leticia me contó que las conservarían, así como sus cuadernos con sus notas, quizás abrieran una página web para publicar sus frases, sus poemas, y todo el arte que había dejado. Yo me ofrecí a ayudarles a guardar los cuadernos que faltaban, y rogué que entre ellos estuviera el último diario que escribió. Me puse a buscar en su habitación, leyendo las últimas páginas de cada cuaderno que había garabateado. Después de echar un ojo por cuadernos de la escuela, apuntes, cuadernos de dibujos y diarios viejos, encontré su último diario, el que había escrito el año en que nos hicimos novios. Un cuaderno negro de tapas duras, tamaño mediano y hojas un poco amarillentas. Me lo metí en la cartera y salí de su casa disculpándome con sus tíos, con la excusa de que mi mamá me llamaba para algo urgente.
Literalmente me robé su diario, no sé si eso era un delito, no sé si contaba como evidencia para determinar las verdaderas razones de su suicidio. De todos modos planeaba devolverlo, una vez lo leyera. No estaba segura aún. Crucé las calles nerviosas y en una esquina me topé con Félix.
Estaba borracho y se tambaleaba de un lado para el otro. Admitió haberme seguido desde que salí de la casa de mi exnovio. Tenía la mirada encendida. Me señaló con su mano temblorosa y me dijo:
—¡Cretina! Todo es culpa de tu maldito egoísmo. Te negaste a venirte conmigo y ya ves cómo acabo todo. Tu noviecito se mató, y lo que pudo ser un futuro feliz entre tú y yo quedó arruinado. ¿Cómo pudiste ser tan estúpida?
—Félix, apártate de mi camino, no quiero discutir ahora.
—No me voy a apartar. Te dije que no tiene nada de malo que intente conquistar a la chica que me gusta. En ese entonces estaba de buenas, quise hacerlo a las buenas, y tú no aceptaste.
—¡Estás enfermo! ¡Estás delirando!
—No aceptaste a las buenas, así que lo haré a las malas.
Félix se acercó intimidante e intentó tomarme del brazo y obligarme a besarlo, pero me zafé y le solté una bofetada por reflejo. Entonces se enfureció, alzó su mano temblorosa y la bajó, impactando con toda su fuerza en mi mejilla, haciendo que mis rodillas se doblaran y me dejaran caer al piso. Félix se lanzó sobre mí sin que me diera tiempo de reaccionar y continuó abofeteándome con ira, alternando golpes de sus palmas abiertas, con sus puños. Me golpeó tan fuerte que perdí el conocimiento.
Cuando me desperté ya no estaba en la calle y Félix no se encontraba por ningún lado. De hecho, no había nadie. Aparecí sentada en una especie de habitación o salón enorme, totalmente negro, con algunas nubes muy transparentes moviéndose cerca de donde estaba, creando un efecto de neblina. Miré a todos lados, pero no veía más que oscuridad. Aunque, cosa curiosa, podía ver mi cuerpo iluminado, y mi ropa, todo con claridad, como si yo misma desprendiera la única iluminación que había en aquel lugar.
Alcé la voz en busca de una respuesta y lo único que me respondió fue mi eco. Observé mis manos, aún llevaba la cartera en donde yacía el diario. Noté que no me dolía nada ya, a pesar de que Félix me hubiese metido una paliza recientemente, no habían rastros de heridas. Qué extraño era. Me levanté y caminé hacia cualquier dirección. Deambulé por un rato sin ningún norte, pero mis pasos no llegaban a ningún lado. No supe si estaba dando vueltas en círculos o si avanzaba si quiera, porque sentí que no me movía.
Pensé que había muerto y ese era el "cielo". Un cielo así no me resultaba ni una pizca de atractivo. ¿Me quedaría en este lugar para siempre? Viendo que no podía hacer más nada, me volví a sentar en el piso frío y abrí el diario para comenzar a leer.
Devoré cada una de las páginas como si se tratara de una película, y cada escena pasó por delante de mis ojos. Sentí que me estaba metiendo en su mente. Me sentí intrusa. Tuve que cerrar el cuaderno varias veces por vergüenza. Me salté varias páginas y leí su última nota. Era una de las más largas y en ella contaba una historia verdaderamente extraña. Hablaba de una ciudad gris, de un perrito al que había apodado Perrito Conciencia, y de mí.
Cuando llegué a la parte en la que describía esa curiosa dimensión, casi se me vuelca el corazón. ¡Estaba describiendo un lugar muy similar a ese en el que yo me encontraba! Todo era negro también, sin colores.
¿Cómo él podía saberlo? ¿Acaso también había estado aquí? ¿Todo lo que escribió fue ficción? ¿Fue su último delirio, aquel que lo obligó a cometer ese acto?
—Hola —escuché, y me quedé petrificada.
Aparté la vista del diario y ahí estaba él, de pie ante mí, en aquella oscuridad. Sin embargo, podía verlo perfectamente, su ropa, su cuerpo, su mirada apacible.
El cuaderno osciló entre mis dedos y terminó cayendo al suelo. Me levanté, confundida, sintiendo que mis piernas no me soportaban.
—Hola —pronuncié. Los dientes me castañeteaban.
—¿Lo leíste todo? —preguntó, acercándose a mí a pasos lentos, sin apartar sus ojos de los míos.
—No —admití, acercándome a su vez—, no pude. Es tu privacidad, sólo algunas páginas que llamaron mi atención.
—Léelo completo —dijo él—, ya estoy muerto. Mi privacidad no importa.
Ahogué un sollozo llevándome la mano a la boca.
—¿Esto es el cielo? —pregunté, la voz me temblaba—, ¿estoy muerta?
Él esbozó una sonrisa y colocó su mano en mi hombro.
—No, cariño. No es el cielo y tampoco estás muerta.
—¿Entonces?
—Esto es... —dijo él, mirando al cielo oscuro— como un zaguán. Un lobby. Después de esto está el cielo.
—Es decir que moriré...
—No lo sé.
—Si voy a morir, no me sueltes nunca, quiero ir a donde sea que tenga que ir, pero contigo —le supliqué, tomé su torso y lo abracé con suavidad, plantando mi nariz en su hombro, aspirando con fuerza su olor para convencerme de que no era ninguna ilusión y realmente estaba ahí.
—No sé si eso sea posible —contestó él, y su mano pasó por mi espalda, dándome palmadas de consuelo.
Me sentí desfallecer y eché a llorar en sus brazos. Me desahogué como una cascada, lloré y lloré...
—Todo es mi culpa —resoplé, sorbiendo por la nariz—, si no te hubiera dicho esas cosas estarías vivo. Si no te hubiera querido mejor, si no me hubiera obligado a amarte como lo merecías. Pero no, con mi indecisión te condené a la muerte.
—No digas eso —contestó él, amablemente—, no tienes la culpa de nada.
—Claro que sí... Sabes, mi amor, lo de Félix, lo que te dije sobre él no fue cierto, si llegaste a pensar que había algo entre él y yo, era mentira, algunas personas inventan rumores sin sentido alguno. Yo solo lo hice porque quería que me odiaras, que me olvidaras, y así pudieras encontrar a una chica que te quisiera cono te lo merecías. Ahora me arrepiento de haberlo hecho, porque yo debí ser esa chica.
—Tranquila —se limitó a contestar, consolándome con ese largo abrazo. No lo noté preocupado, ni enfadado. Estaba sereno como la más tranquila de las noches.
—Si me voy a morir, nos iremos juntos y seremos felices para siempre, en otra vida, ¿sí? Félix es un miserable. Ahora me doy cuenta de que no puedes confiar en nadie, porque todos ocultan sus verdaderas intenciones bajo una máscara de bondad. Él me golpeó y por eso estoy aquí. Dijo que yo le gustaba, pero yo estaba contigo y nunca lo acepté, no podía hacerte eso. Y nunca me sentí atraída por él, jamás, solo fue un amigo. Me hacían falta amigos, y pensé que él sería un buen amigo... Pero mi intención nunca fue engañarte.
—Lo sé, no te preocupes.
Aflojé el abrazo y lo miré a los ojos. Él lucía imperturbable y yo estaba hecha un manantial de lágrimas.
—¿Cómo lo sabes? —pregunté, curiosa.
Él no contestó mi pregunta, y siguió hablando.
—Hay cosas que no pueden evitarse. Tienes que dejar de culparte por mi muerte. Era mi destino, y habría sucedido aunque no te conociera.
—No es así, no. Puedo convencerte de que estás equivocado, en la vida siempre hay segundas oportunidades.
—Yo ya no concebía el mundo de aquella manera. Mi muerte traerá cosas positivas.
—¿Qué hay de positivo en la muerte? No hay nada.
—Sin dolor no seríamos fuertes.
—Yo sé que eres fuerte, por eso no entiendo por qué decidiste acabar con todo en lugar de seguir luchando.
—Créeme, se necesita mucha más fortaleza para acabar con todo. Además, me voy a reunir con mis padres después de aquí y no sabes cuánto los extraño. Quiero volver a almorzar esas ricas ensaladas que hacía mamá y tocar el piano como lo hacía papá —su semblante brillaba de ilusión.
—Oh...
Lo abracé otra vez, no quería que desapareciera. Le insistí que me llevara con él.
—Yo cumplí mi propósito —dijo él—, pero el tuyo es diferente. No deberías quedarte aquí.
—No tengo ningún propósito si no estás conmigo —respondí, abatida.
—En la vida siempre hay segundas oportunidades —me dijo, al mismo tiempo que depositaba un beso en mi frente.
—Es lo que te acabo de decir —dije, soltando una risita envuelta en llanto—. Por favor, regresa —le supliqué—, si no me puedo quedar contigo aquí, ven conmigo y te prometo que te haré el hombre más feliz del mundo.
—Si intento ir contigo, toda la tierra caerá encima y me ahogará. No podría salir de esa tumba, cariño. Y por cierto, no hagas promesas que no cumplirás. Simplemente haz lo que tengas que hacer y deja que tus actos digan más que tus palabras. Quiero que te olvides de lo que pudo haber sido. El hubiera no existe. Prométeme que en lugar de aferrarte a un recuerdo triste, saldrás a ese mundo tan horrible y lucharás por ser la mujer más feliz.
—No puedo...
—Lo harás. Ahora que el destino te ha traído a mis brazos una última vez, es mi oportunidad para decirte que estoy bien, y estaré muy bien —de pronto se rio—. Tu plan te salió muy mal. No te odio. Al contrario, te quiero.
Colocó su mano en mi mejilla y me miró con dulzura.
—Perdón por hacerte sufrir.
—No —reclamé—, soy yo la que debe pedir perdón.
—Está bien, te perdono. Ahora perdóname tú a mí.
—No es necesario, no tienes la culpa de nada —dije. Volví a abrazarlo.
—Así como me tratas ahora, quiero que te trates a ti misma —dijo, después añadió en tono burlesco: — Prometo no visitarte en tus pesadillas.
—Te extrañaré mucho —susurré, resignándome.
—Siempre estaré cuidándote —me susurró.
Lo aferré con fuerza y cerré mis ojos.
—No hagas promesas que no puedas cumplir —le recordé.
—No es una promesa, es un hecho —me contestó.
El abrazo se prolongó por varios minutos y todas mis angustias se fueron diluyendo lentamente. De repente, sentí que mis párpados empezaban a colorearse con ese brillo típico que ves cuando cierras los ojos delante de un foco encendido.
Nos estábamos alejando.
—¿Cómo supiste que lo de Félix no era cierto? —pregunté, por última vez.
—Lo leí en tu diario —me contestó su voz, que empezaba a mezclarse con unos sonidos extraños, que se me hacían familiares.
Eran los sonidos del hospital. Abrí los ojos, lentamente, y sentí mi cuerpo adormecido y magullado. Estaba acostada en la camilla de un hospital, con venoclises, y a mi lado una pantalla que ilustraba mi ritmo cardíaco. A un lado de mi cama estaban mis padres, que al verme despertar, se pusieron de pie y sonrieron felices.
—¡Mi niña está despierta! —dijo mi padre, con un tono de ternura que hace tiempo no escuchaba.
—El infeliz que te golpeó ya está arrestado —dijo mi madre—, no temas, ya le pusimos una denuncia por agresión física. Al parecer no es la primera vez que lastima a una chica.
Ambos me abrazaron, aliviados de que me despertara. Y yo dejé caer un par de lágrimas, porque en ese momento los necesitaría más que nunca.
°'°'°
«Lo leí en tu diario», no paré de pensar en ello mientras me recuperaba. Se me hacía paradójico, porque yo no tenía ningún diario, así que era imposible que lo hubiera leído ahí. Además, ¿cuándo? Y sin embargo, hoy, que me he puesto a escribir este largo relato, el primero en mi diario, por fin logro entender a qué se refería, y no puedo evitar pensar que lo de «cuidarme siempre» era cierto. Mientras escribo las últimas líneas, le echo una mirada a mi habitación. Siento que su espíritu está en todas partes, preparado para levantarme cuando me caiga y necesite fuerzas para seguir avanzando.
Fin.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro