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Él

Caí sobre un mundo totalmente pintado de negro, como si un huracán de carbón le hubiera pasado por encima. Entonces todas las casas, las calles, los árboles, los bosques, praderas, todos estaban cubiertos de ese gris ceniciento. El agua tenía el color del petróleo y el cielo era gris, muy gris, como en las tardes lluviosas. Caí sobre un mundo sin color, en medio de una calle cortada. A mi alrededor habían casas de estilo anglosajón, con ventanas francesas y tal. Cada una con un patio muy florido, pero descolorido. Había personas caminando por las aceras incoloras, todas cabizbajas. Y cuando yo me miré las manos, el cuerpo y mis ropas, todo estaba igual de gris.

¿Cómo había llegado hasta ahí? Que recuerde, yo estaba en mi habitación haciendo mis tareas, como siempre, y afuera, en la ciudad, llovía. Entonces, lo más probable era que me hallaba en un sueño.

De vuelta a mi relato, no supe hacia que dirección tomar, la calle avanzaba y se bifurcaba por lo menos tres veces, se trataba, sin lugar a dudas, de un barrio. Por encima de la calle cruzaban otras calles, como puentes, y a lo lejos se veían edificios altos. Todo era gris, como dije. Me decidí por avanzar en línea recta desde el final de aquella calle cortada.

Después de unos cien pasos más o menos, algo a mi alrededor se detuvo. Esto era un sueño, claro está, pero qué real era todo. Lo que se detuvo en mi alrededor fue el paso de la continuidad del tiempo, que como un programa de televisión que empieza a sufrir interferencias, se fue fragmentado. Sí, y de repente ya no había barrio gris, ni puentes, ni edificios al fondo. No, ahora sólo habitaba a mi alrededor un espacio totalmente negro.

¿Han visto esas caricaturas en las que el personaje aparece de pronto en un lienzo en blanco? Así me encontraba yo. Felizmente había recuperado el color de mi cuerpo.

-Qué es esto? -pregunté y la voz voló hacia la eternidad y ya jamás regresó.

Era una dimensión en la que sólo vivía yo. Pero, para asombro mío, alguien me respondió.

Así como mi voz que se fue, así llegó la voz de alguien, como una bala. La voz no se detenía, al parecer, porque no habían obstáculos, de modo que la voz pasó a mi lado diciendo:

-Soy tú... -y de inmediato siguió su camino.

-Yo? -pregunté de nuevo, confundido. Y la voz volvió a responderme:

-Soy tú -después agregó-, soy la voz de tu conciencia.

Ante esa respuesta me sentí mejor, menos desamparado, más cómodo, maravillado.

-Hablar conmigo mismo -dije-, siempre quise hablar conmigo mismo.

Y la voz me respondió:

-Yo también, amigo, yo también. Empieza por preguntarme lo que quieras.

Sin dudarlo, le hice la pregunta:

-Qué me pasa? -esa duda me acompañaba desde el comienzo, quería resolverla ya, estaba desesperado-, ¿Porqué me suceden las cosas que me suceden? ¿Tú... O sea yo, lo sabes? ¿Lo sé? La gente siempre dice, encuentra las respuestas en tu corazón, puedes echarme una mano con eso? Ahora mismo te has convertido en mi Dios, siempre he pensado que el único Dios que de verdad existe está dentro de nosotros, es aquello a lo que nos aferramos cuando no vemos claro el mañana, cuando ansiamos una salida para los problemas. Yo, que estoy perdido, o así me siento, recurro a ti, a mí, porque estoy cansado de todo...

-Por supuesto que cuentas conmigo, a diferencia de ti, yo no he perdido la esencia de quien soy. Las personas a medida que crecen pierden su esencia, me temo que tú la has perdido -era mi propia voz la que hablaba. Era hermoso escucharme, porque se escuchaba más calmado, más relajante; en cambio yo, el real, el que estaba en el cuerpo y no en el interior, ese, pues ese se oía muy intranquilo, como si estuviera a punto de morir.

-Haré lo que esté a mi alcance para salir de este pozo. Por favor muéstrame el camino.

-Te lo mostraré, sólo debes seguirme, vale? Te mostraré muchas cosas que podrían servirte para salir de ese pozo.

-Gracias -dije.

La voz se materializó en una enorme nube resplandeciente. Parecía una nebulosa en un universo sin estrellas. La vista era magnífica.

-Adéntrate en mí -me invitó, y yo, obediente, me sumergí en aquella nube mágica.

Volví a aparecer en la misma ciudad gris, sin colores nuevamente. Oh no... No me gusta que todo se vea gris. En seguida me di cuenta de algo en lo que no había reparado antes. Aquella ciudad no era desconocida, aquel barrio tampoco, era nada más y nada menos que la vista de mi propia ciudad. ¿Cómo pude olvidarlo? Está claro que pocas veces salgo, pero en serio estaba tan grave como para no recordar que así se veía mi propia ciudad?

Miré a todos lados, la misma gente caminando cabizbaja, autos de vez en cuando que cruzaban de un lado a otro, como fantasmas. De repente, de un callejón apareció un pequeño perrito corriendo en dirección hacia mí, ví como se acercaba, y en lugar de moverme, me agaché para recibirlo. Saltó a mis brazos, era un chihuahua. Miré sus ojitos, se parecían a los míos. De pronto, el perrito se dispuso a ladrar, pero en su lugar salieron las siguientes palabras:

-Soy yo, sígueme.

Lo solté y el perrito colocó su hocico en el suelo y comenzó a caminar. Era, desde luego, la voz que antes se había presentado como mi conciencia. Seguí al perrito a pocos metros, era claro que quería mostrarme algo. Seguimos la calle en línea recta, luego giramos un par de veces. Estabamos tomando el camino que conducía a mi casa. ¿Qué quería que viera? ¿Por qué es que no reconocía a ninguna persona que se cruzaba conmigo en la acera? Realmente, veía sus caras grises y no encontraba ninguna familiar, eran todas personas desconocidas. Lo más extraño era que sus atuendos no correspondían a lo que normalmente se usaba. Algunos llevaban abrigos gruesos, siendo que mi barrio era muy caluroso (en aquella especie de sueño no había calor), otras personas lucían con ropas antiguas, de años pasados, y otras que ni siquiera sabía de dónde salieron, por lo raro que estaban vestidas. El perrito siguió moviendo el rabo y pronto llegamos a mi casa.

Estábamos frente al portal, y el perro no tuvo ni que tocar la puerta, porque esta se abrió sola. Me guio hasta mi propia habitación, y lo que vi me sorprendió muchísimo.

-Ese soy yo... -dije.

Y sí, sobre la cama estaba yo mismo, mi cuerpo, exactamente igual a como soy, tirado con los miembros extendidos. Claramente dormía. Era fantástico.

-Es la primera vez que me veo a mí mismo dentro de un sueño -le dije a mi perrito, que en mi mente decidí bautizar como Perrito Conciencia-, pero es muy extraño, porque tengo color.

Sí, el Yo que estaba acostado durmiendo apaciblemente ahí tenía colores, a diferencia de todo lo demás. Se podían ver mis pantalones azules, mi suéter blanco, mi piel crema. Qué extraño, me dije. Me acerqué a él, a mí mismo, y aproximé mi mano a su nuca.

Creí que sentiría el tacto en mi propia nuca a la vez, pero no.

Es un sueño, evidentemente.

-¿Cuál es el propósito de haberme traído hasta aquí? -le pregunté a Perrito Conciencia.

-Es para leer tu diario -contestó él, caminando hacia un anaquel en donde yo guardaba todas mis libretas.

Lo seguí, removí los objetos y saqué un cuaderno negro forrado de plástico. Mi diario.

Me senté al lado de mí mismo, en la cama, y mi perrito Conciencia se echó a mis pies.

Tenía que leer, pensé. Y eso fue precisamente lo que hice.

-No -me interrumpió el Perrito Conciencia-, no hace falta leerlo todo.

-Leamos lo que escribí hace una semana entonces.

El perrito asintió.

Cada palabra que leía era un película que pasaba frente a mis ojos. Era como si en aquel sueño mis ojos pudieran leer y representar a la vez visualmente, de manera nítida, lo que estaba leyendo. Entonces cada página que leía me transportaba justo al lugar de los hechos en los que la escribí.

Octubre. Leí. Yo estaba cabreado. Mis notas reflejaban la rabia contenida que trataba de desbordar por medio de un bolígrafo y un papel. Innumerables frases se repetían: la vida no tiene sentido, no hay lugar para mí aquí, nada me puede salir bien.

El contexto de todo esto era sencillo: aquel día peleé con mi novia. Tengo problemas de ira, no me sé controlar, a veces me las aguanto, pero es como un envase lleno de líquido que hay que cerrar muy bien, porque si no se termina escapando una que otra gotita. Aquel día se escapó una gota de rabia que cayó sobre la existencia de mi amada novia, en forma de insulto.

-Eres tan tonta como tus amigas... -fue lo que le dije.

Ella estaba enfadada, no me quiso seguir la pelea y se marchó. Me molestaba que pasara más tiempo con sus amigos que conmigo, yo era un celoso tremendamente ridículo. Desconfiaba de sus amigos, de sus amigas, incluso de ella. Aquel día, lejos de mi presencia, ella se enfadó con una amiga, porque esta amiga creía que ella estaba enamorada de un chico que le gustaba. Mi novia decía que no, que sólo lo veía como un amigo. Se molestó con la chica... El chico aquel también estaba incluido en la pelea, los tres peleaban por mensajes de texto. Entonces mi novia decidió bloquear a esa chica, a su amiga, pero al chico no, porque le tenía confianza. Y cuando me lo contó, me enfadé. No hacen falta más explicaciones, ese fue el motivo de mi insulto. Después de unas horas sin que mi novia me hablara me sentí arrepentido, pero no podía regresar a pedir perdón como siempre y es por eso que existe esa nota de hace una semana.

Decidí pasar página.

Al día siguiente estuve más tranquilo. Ocurrió algo diferente. Yo estaba solo, me la pasé solo todo el día, ignorando cualquier plática, cualquier persona que quisiera ahondar en mí, incluso a mi novia. Según dice, mientras menos interés les muestras, más interesadas se ponen... Ella me escribió varias veces. Yo no quise leer sus mensajes. Hasta que me llamó.

Reconciliación. Sin ser reconciliación. Creo que la que se sintió culpable al final fue ella, por que se supone que debía estar conmigo, pero no, siempre me quedaba yo solo. No me quejaba de eso, había aprendido que en la vida siempre estás solo. Pero a veces los sentimientos...

Fue un día tranquilo.

Esa misma tarde la invité al parque y estuvimos sentados en una banca, mirando el cielo, hasta que el sol pintó de arreboles las nubes y un espléndido atardecer nos anunciaba que ya debíamos regresar a casa. Nos regresamos en autobús y la acompañé hasta su casa. En el umbral, antes de desaparecer tras la puerta, me regaló un prolongado beso que me hizo olvidar cualquier problema que tuviera. Ya lo demás no importaba. Apenas cerró y yo me quedé mirando la madera de la puerta, sentí que la extrañaba.

Tus besos me ponen alas, me matan y me resucitan. Labios mágicos que envenenan y curan.

Pasé página.

Era domingo por la mañana. Había quedado con que la vería a ella en una cafetería. Cuando llegué estaba sentada junto a su mejor amiga. ¿Qué hacía ella aquí? Yo la quería sólo para mí, ¿porqué rayos su amiga estaba aquí? Reían. Cuando estaban juntas, siempre estaban riendo. Qué buenas amigas eran. ¿De qué hablarán? Me senté al lado de ellas y pasé toda la mañana fingiendo estar tranquilo. Por dentro se me revolvían las tripas, y cuando me disculpé con la excusa de que iba al baño, me encerré en uno de los inodoros y solté todo lo que contenía mi estómago. Horrible sensación de ansiedad. Sintiéndome totalmente desnutrido, salí de aquel baño, con un poco más de alivio.

Pero no sirvió de nada desaguar, mi novia y su amiga ya no estaban en la cafetería. Habían desaparecido misteriosamente. Las busqué por todo el local, salí y las seguí buscando en el estacionamiento, y aun en algunas calles a la redonda, sintiéndome estúpido, engañado, humillado. "Mi novia prefirió irse con su amiga que esperarme, maldita sea". Decidí regresar a casa con un sabor amargo de boca, de vuelta al baño...

Quise hacer lo mismo que había hecho los días anteriores, y no respondí, ni siquiera miré mi celular, aunque las notificaciones de mi amada llegaron de vez en cuando, cada dos horas. Más tarde me fijé que decían: "Lo siento, mi amiga me invitó a un partido de fútbol de su colegio y estaba a punto de empezar. Te tardaste mucho", y emoticonos de risa.

No era gracioso, pensé.

Después de un par de horas los emoticonos de risa desaparecieron y ella me mensajeó con mas sequedad. "Ya volví a casa".

Claro, eso lo leí ya en la tarde. Antes de eso había decidido esconder mi teléfono bajo un montón de toallas de baño, sobre la cama, y tirarme en la esquina que se formaba entre el sofá y la pared de mi apartamento, primero, con los brazos entrelazando mis piernas, al igual que un niño castigado; luego, con un libro entre mis manos. Leer puede hacer olvidar las penas, pero no todo el tiempo.

Estuve leyendo durante media hora un tomo de relatos fantásticos; cuentos de Poe, Hesse, Lorca y Wilde pasaron ante mis ojos, sirviendo de alivio momentáneo. Cuando sentí que ya no me podía concentrar en la lectura, lancé el libro hacia una esquina y volví a adquirir mi pose de niño castigado. Mi corazón palpitaba acelerado. "Otra vez no", pensé, "otra vez no..."

Otra vez sí. Sentí los nervios atacando mis extremidades, enfriando mis manos, mis pies, depositando gotitas de sudor entre mis dedos. Mi mente me jugaba una mala pasada otra vez. Comencé a pensar en múltiples escenarios deprimentes, todos variados, pero al mismo tiempo parecidos: un mundo gris en el que estaba yo, solo por siempre.

Solo.

Algo dentro de mi corazón volvió a quebrarse, y de mis ojos brotaron cascadas de lágrimas. Estuve llorando durante varios minutos. Después, sintiendo que me sofocaba, me levanté, me sequé los ojos, salí de mi apartamento y me dirigí trotando hacia los potreros que quedaban a un lado de mi localidad. Me metí por un sendero solitario y estuve corriendo por casi una hora.

Pasar página.

Nada en mí mejoraba. Al día siguiente estaba llorando frente a mi novia, en el parque de siempre, suplicándole que me entendiera, que comprendiera que no tenía a más nadie en el mundo que ella, que por favor no me dejara solo, que luego de que mis padres fallecieran, ella era la única que podía darme abrigo. Ella me miraba inexpresiva. Yo lo sabía, estaba cansada de mí. Mis emociones se mezclaban, al mismo tiempo le rogaba y después la insultaba:

-No te afecta verme así, no te importo!

Y ella suspiraba, fruncía el ceño. Ya no sabía qué hacer, y yo tampoco.

El atardecer llegaba, se acababa el día, y con él se acababa una mala racha. Después de discutir, por fin se apiadó de mí, al parecer logré entrar en su corazón. Me dijo que me entendía, que lo sentía, que la perdonara. Que yo estaba tan solo, que la necesitaba y ella era tan tonta para no comprenderlo. Lloró conmigo y de un momento a otro fui yo quien tuvo que abrazarla y consolarla diciéndole apodos cariñosos, dándole besos en las mejillas, secando sus lágrimas con mis dedos.

-Yo estoy bien, mi amor, no me pasa nada, simplemente exagero. Ya no llores.

El mundo es más llevadero cuando debes consolar a alguien que llora, que cuando lloras tú con ansias de que te consuelen.

Mientras más leía, más cerca estaba de llegar a la última página que había escrito aquella noche antes de tirarme a la cama y ponerme a dormir, y soñar este sueño gris y melancólico que ahora les estoy relatando, en el que me acompaña perrito Conciencia, acurrucado sobre mis rodillas, mientras yo leo en voz alta.

Después de volver a pasar la página, me tomé un descanso, y entonces me di cuenta de una cosa. Aquel Yo que estaba acostado en la cama estaba poniéndose algo pálido.

-¿Todo en este sueño debe ser de color gris?

-Dentro de poco te darás cuenta del significado -me contestó perrito Conciencia.

No lo entendí entonces, así que seguí leyendo.

Estaba por leer la última nota de mi diario. Era más larga y detallaba con mucha precisión cómo me sentía en ese momento.

"Mi novia está siendo amable conmigo, cada día me demuestra comprensión. Está cerca de mí y siempre que la llamo me contesta. Salimos muy a menudo y no, ya no hay amigos que se interpongan entre nosotros. Me ha dicho que va a regular muy bien sus salidas con amigos, y que en lugar de abandonarme, me va a invitar, no quiere que yo esté tan aislado como lo estoy siempre. Me ha confesado que le preocupa que pase tanto tiempo solo, encerrado en este apartamento sin más compañía que las paredes y los libros. Dice que sería bueno que pase más tiempo con ella, me ha dicho: «Porqué no pasas los días en mi casa?». Yo le he hecho caso y creo que ha sido la mejor decisión de mi vida. Ahora conozco más sobre ella y sobre su familia y al contrario de lo que pensaba, parece que no le molesta en lo absoluto que esté siempre cerca de ella. Sus padres son gente amable, aunque a veces son muy lacónicos y actúan como si les diera igual que yo entre en su casa y acompañe a su hija durante todo el día. Ella es menor de edad, yo soy mayor, cualquier familia sobreprotectora me tendría los ojos puestos encima, pero ellos no, a ellos les vale. Sin embargo, tiene ventajas: no me siento para nada incómodo estando con mi novia en casa de sus padres, es como si no existieran. Pensaba que ella era muy sociable, ahora estoy pensando que está tan sola como yo, pero que era demasiado tímida para pedirme, suplicarme, exigirme, que me quedara con ella todos los días. Parece que no sabía que lo necesitaba, y ahora como que no se puede desprender de mí. Nos la pasamos en su cuarto viendo películas, abrazados en la cama, de pronto dándonos besos, luego sentados mirando por la ventana. ¿Es esto un sueño? Realmente creía que ella era todo lo contrario a mí. ¿Porqué no habíamos hecho esto desde antes? Se ha comportado tan educadamente conmigo, que hasta me asusta. Incluso me ha dejado leerle algún libro, escribirle algún poema y ha querido "aprender" "cómo se hace". ¿No es tan extraño todo...?"

Y sí que lo era.

Y sin embargo mis días cada vez eran más coloridos, más entretenidos, el mundo se hacía ligero como el viento, yo como un avión de papel surcaba esos aires, sintiéndome cómodo a su lado.

Un día la invité a salir al parque, como siempre, al principio se negó y me dijo que tenía pereza. Me sorprendió porque siempre había sido la primera en poner un pie sobre la calle apenas la invitaran. Al final aceptó y caminamos tomados de la mano por todo el barrio. La sentía fría. Algo no me cuadraba.

-Es muy raro que tus amigos no se nos hayan cruzado por el camino -murmuré.

-Ah, deben estar en alguna cancha jugando, o por el río.

-¿Y no te invitan?

-Mmm no, ¿porqué lo harían? No es que yo tenga que estar todo el rato con mis amigas y amigos, ellos saben que tengo novio y puedo pasar tiempo contigo. Debo pasar tiempo contigo.

-Entiendo...

Un sentimiento de culpa me tocaba el corazón. ¿Acaso estaba sacrificando la diversión que vivía por complacer a este pobre miserable? De repente empecé a dudar de que todos sus tratos fueran sinceros. Sentí que me estaba engañando, levemente al principio, luego más y más... Hasta que ya no pude sentirme tranquilo y volvieron a revolverse mis tripas, advirtiéndome de algo. Algo de lo que yo no me había enterado.

Nos sentamos en la misma banca del parque, como siempre, a mirar el cielo y permanecimos allí en silencio, con las manos ya separadas. Un silencio incómodo, que no quise romper, no sabía qué decir. Ella estaba ensimismada. De pronto se me ocurrió preguntarle:

-¿Qué pasó con tu amiga, la que decía que tu amigo te gustaba?

-Ella no es mi amiga.

-Y él?

-Él... tampoco es mi amigo ya.

-¿En serio? ¿Qué pasó?

-Mmm nada, pues se enojaron y ya, yo preferí salirme de ese asunto, no era de mi incumbencia. Ella lo quiere a él, pero él no la quiere a ella. Es problema de ellos, no mío.

-Tienes razón, no es problema tuyo.

Vi que jugueteaba con su cabello y miraba los arreboles en el cielo. Algo ocultaba. Algo había pasado y no me había dicho.

-¿Quieres contarme algo? -pregunté.

Silencio.

Jugó con sus cabellos. Se detuvo.

Cerró los ojos. Los apretó, mejor dicho.

Cuando los volvió a abrir los tenía cristalizados.

-¿Qué pasa? -inquirí alarmado.

Ella se desplomó en llanto, tapando su rostro con sus manos.

-Lo siento, lo siento -sollozó-, te he fallado. Lo siento mucho!

Gotas enormes resbalaban por sus mejillas y se desprendían por su quijada. Lloraba sin consuelo. Mi corazón iba acelerado a mil. No entendía nada.

Entonces ella me confesó todo, con todos los detalles que su voz resquebrajada le permitían. Me confesó que me había engañado con su mejor amigo, ese del cual siempre desconfié, ese que yo preferí ignorar como muestra de la confianza que quería darle a ella. Ese mismo amigo con el que me topé varias veces y me resistí las ganas de gritarle tratando de grabarme en la cabeza que era un buen tipo.

-Todo pasó tan rápido, no sé cómo fue, no sé ni porqué! Fue cuando estabas estudiando, yo me quedaba a solas con él en casa, pero te juro que no hicimos nada más allá de lo debido...

"Lo debido".

Cada palabra suya me atravesaba el pecho como un puñal. Mi garganta se había secado totalmente y no podía ni abrir la boca para farfullar. Ella me dijo que su aventura duró unas dos semanas. Mis sospechas siempre fueron ciertas, en realidad su amiga sí sabía que ella gustaba de su amigo, sus sospechas también eran ciertas. Todo era cierto, excepto la lealtad que ella me había jurado.

-No podía callarlo -dijo ella-, no te lo merecías... No era justo! Tenía que decírtelo desde un principio. Pero yo sé que jamás me perdonarás, es por eso que antes de decírtelo quise pasar contigo los últimos días de nuestro romance de forma amena, agradable y disfrutar hasta el último segundo contigo. Que sepas que de verdad lo disfruté, que me sentí feliz contigo, que has sido el mejor novio del mundo, que vales muchísimo más que cualquier otro hombre...

¿Porqué me decía todo eso? Me había traicionado de la forma más cruel y su única recompensa había sido un par de días de amor fingido y de farsa.

-Lo siento mucho de verdad... -no pudo hablar más. Su voz se quebró y ella se levantó y se marchó corriendo, sollozando.

Yo me quedé en la banca, sin saber qué hacer. Cuánto necesitaba llorar entonces!

Pasar página.

Regresé a mi ciudad gris, con perrito Conciencia sobre mis piernas, y mi otro Yo todavía durmiendo apaciblemente en la cama. Sus colores entonces se habían palidecido más y más, y sólo le quedaba un atisbo de lo que antes contenía. Lo miré y pensé que así estaba mejor, durmiendo tranquilo. Cuando uno duerme se olvida de los problemas. Lo miré -me miré- con un profundo cariño paternal. "Descansa, amigo".

Y recordé las últimas memorias de mi diario:

Estaba encerrado en aquella misma habitación, revolviendo mis cuadernos, eran un montón, los tenía tirados por el piso. Para calmar mi sufrimiento leía y leía lo que había escrito. Luego me acostaba en la cama y ponía música cuyas letras hablaban de distintos temas. Una en especial me hizo reproducirla en bucle. La letra decía algo muy interesante sobre los hombres famosos y sus mejores obras (mi sueño era ser famoso). Decía que un hombre para ser famoso debe tener obras que signifiquen mucho.

Yo tenía mis diarios, que significaban mucho. Y también había escrito poemas, cuentos y muchas reflexiones que a alguien curioso le gustarían seguramente.

Un artista debe valorar sus emociones. Yo valoraba mi sufrimiento, porque a la vez me hacía fuerte, a la vez me daba un motivo para seguir vivo. Y escribía y pintaba sobre ella.

Observé mi habitación repleta de cuadros, de cuadernos e ideas que albergaba para mí. Pensé que ya era hora de sacarlas a la luz, no podían seguir viviendo en la oscuridad.

Un artista, decía la canción, si quiere que su obra trascienda, debe vivir para ella, y no vivir más de la cuenta.

Entendía a qué se refería. Un artista muere por su obra, y al morir cuando está en la cúspide de su obra, hará que la misma sea eterna.

Pasé la última página. Ya no habían más letras. Estaba de vuelta en la ciudad gris, con perrito Conciencia sobre mis piernas, y observé a mi Yo, el que estaba tirado sobre la cama, cómo había perdido todo su color ya, y no era más que blanco y negro, como todo lo que le rodeaba. Y de repente yo me empecé a desvanecer.

"Es hora de despertar", pensé, mientras desaparecía.

Abrí los ojos, estaba tirado sobre la cama. En mi mano aún aferraba el frasco de pastillas.

Contemplé mi habitación con parsimonia.

Sí. Todo sigue gris.

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