Mi abuelo me decía que no debía preocuparme por lo que la gente solía señalar de mí, me advirtió que la preparatoria podría ser peor, ya que había adolescentes que no sabían valorar la perfección, pero a pesar de sus consejos y advertencias la corriente de críticas me atropelló, y empecé a desarrollar problemas de alimentación.
Ahora estaba sola, mi abuelo se había marchado, sabía que debía estar dándome ánimos desde lo más alto, pero no me ayudaban, día a día buscaba la tendencia a la perfección olvidando sus consejos los cuales me dio con mucho amor.
Me autoexigía tanto que en un hospital me llegue a alojar, pero “Era mejor que el ser rechazada” o al menos eso pensaba. El doctor que me atendió me hizo entrar en razón, me contó la historia de su hija y del como falleció a causa de sus problemas de alimentación; su mirada, dolor y llanto me embargaron el corazón. Desde entonces su ayuda me brindó, y mientras trataba de luchar con mis tormentos los consejos de mi abuelo llegaron a mi mente, entonces los grabe en mi corazón; porque entendí que quien debía amarme era yo, no una sucia sociedad que llena de inseguridad.
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