Optimismo Cánovas
La verdad no sé si todavía tengo lectores y en realidad entendería si ya no me esperan. Pero en fin, ustedes saben que con todo y mi ritmo de mierda para escribir, en contra de todo pronóstico yo vuelvo y les sigo dejando un poquito más de mis historias. Lo bueno es que tarde o temprano la termino y la van a poder leer de tirón. Perdón, los quiero, perdón :(
Por cierto, hacia el final hay unas partes en inglés puse la traducción entre paréntesis solo para que no tengan que andar bajando a leer los pies de página. Pero en realidad irían como pies de páginas. Nada más a leer, si queda alguien :D
Gracias LiinyMichellr por escuchar esa canción e iluminar mi mente dispersa <3
Capítulo XVIII: Optimismo Cánovas
No me importó en lo más mínimo que estuviéramos a mitad de semana y que la mañana siguiente fuera día laboral, supe desde el mismo segundo en que formuló la invitación que iría a su casa aun si estuviera dando mi último respiro.
Daphne, ¿y qué pasó con todo ese devaneo sobre sentirse algo dejada de lado por él? ¡Olvídenlo! Es más, les doy permiso de ignorar la mayor parte del capítulo anterior. No crean que súbitamente estaba feliz con la idea de no atraparlo en algo más formal y duradero, pero podía disfrutar del interludio hasta que se me ocurriera un modo de tentarlo a quererme en su vida de forma permanente ¿no? A partir de ese día dejaría a Moderación fuera y me convertiría en Daphne Optimismo Cánovas.
Me sienta bien, ¿cierto? No entiendo cómo mamá lo dejó pasar por alto el día que me bautizó, estuvo flojilla allí.
« ¿Dónde vas?» me preguntó Erin desde el sofá.
«A la casa de Evan, no me esperes»
Ella sonrió, elevando una de sus cejas en un gesto de angelito travieso.
« ¿No que no eran así?»
Fruncí el ceño, deteniéndome en el proceso de ponerme la chaqueta para responderle.
«Tirar con alguien de vez en cuando, no te hace automáticamente su prometida, Erin» Decidí no añadir que sólo a ella le ocurrían esas míticas situaciones.
«Pero bien que te gustaría» respondió, dándome una de sus sonrisitas burlonas.
Le hice un gesto con el dedo que ustedes no deberían repetir nunca en sus casas, y luego me marché con paso firme, ligeramente enfurruñada con el final de esa conversación.
¿Y qué si me gustaría que lo fuera? Lo que yo quería no era lo que Evan quería, pero no me iba a desanimar al respecto. La suerte podía volcarse en cualquier momento y en realidad creía que iba siendo mi hora de obtener algo de esa maldita desgraciada. Tanta paciencia y años de mala fortuna, terminarían por tener su recompensa. Casi podía sentirlo en mis entrañas, tenía que ser mi momento, o caso contrario en realidad me haría revisar en busca de una lombriz solitaria.
***
Llegué a su casa a un horario razonable para que tomáramos la cena, aunque siendo honesta con ustedes, lo que menos me importaba era comer. Así que pueden darse una idea de cómo estaba mi situación de calentura a esas horas, es decir... ¡estaba dispuesta a ignorar a mi primera amor por él! (me refiero a la comida, claro está). Estaba dispuesta a tomar cualquier cosa que me quisiera dar y no se confundan, esto no es desesperación es el simple optimismo de la nueva Daphne. La nueva Daphne que se había quedado bastante frustrada con todo el numerito de la oficina, por cierto.
Les resumiré a grandes rasgos cómo estaba la vista cuando entré, la mesa estaba puesta para dos, las luces en la sala de estar y el comedor estaban tenues, y una suave melodía que no supe identificar sonaba desde el estéreo. Bastante currado para alguien que no desea una relación, ¿cierto? Sólo podía imaginarme que Evan echaría un camino de rosas y encendería un corazón de velas cuando iba a por una relación seria.
Aun y con toda esa puesta en escena, el hombre en cuestión no estaba en ningún lugar a la vista. Por primera vez decidí no actuar a lo Daphne —es decir, entrar como dueña y señora de su casa— y me detuve en el recibidor, esperando a que él viniera por mí. Una chica se tiene que hacer desear, ¿saben?
— ¿Evan? —llamé, al tiempo que me deshacía de mi chaqueta y cerraba la puerta que él había dejado abierta para mí.
— ¡En la cocina! —Tomé aquella respuesta como una invitación tácita, y tras dejar mi bolso sobre la mesita auxiliar, pasé directo a mi destino.
Creo que ninguna de las versiones de este hombre podrían llegar a desagradarme —hasta tengo una lista de mis momento preferidos—, pero les puedo decir con gran veracidad que verlo inclinado sacando una bandeja del horno trepó peligrosamente a los primeros puestos. ¿Es qué había un ángulo desde el que no se viera delicioso?
Sacudí la cabeza para aclararme, al mismo instante en que él se volteaba y me obsequiaba una sonrisa propia de su cosecha. Le sonreí de regreso, viéndolo dejar la bandeja en la encimera y comenzar a hacer su camino hacia mí en cámara lenta —bueno, no tan lenta a decir verdad, pero permítanme fantasear—, al bajar la mirada no pude contener una pequeña risilla. Evan enarcó una ceja con curiosidad.
— ¿Es que te viste el mismo chalado que le da sus camisetas a Dimitri? —señalé, leyendo la peculiar inscripción que llevaba.
Evan bajó la vista hacia su pecho, sonriendo de medio lado.
—Ese chalado sería Vladimir.
Me tomó un segundo entero reaccionar a ese nombre y hacer las conexiones.
— ¿Te refieres a Didi?
—Sí —respondió, al tiempo que enredaba casualmente una mano entorno a mi cintura y me arrastraba hacia sí—. Él hace estampar sus propias camisetas y siempre nos obsequia alguna que cree que nos puede representar. —Sus labios rozaron los míos en un ligero beso de bienvenida y yo me incliné anhelante, deseando un segundo más de aquello. No lo hubo.
Parpadeé al notar que me miraba, expectante. ¿De qué hablábamos? ¡Ah, sí! Su tonta camiseta.
— ¿Y él cree que el yoga, el vino y los gatos te representan?
—Hmm... —murmuró, mientras se inclinaba lentamente hacia mis labios una vez más. Reí, posando mi palma en las letras blancas que anunciaban: "si involucra, yoga, vinos y gatos, cuenten conmigo" y entonces me dispuse a recibir un verdadero beso de bienvenida.
Luego de nuestro corto choque de cuerpos en su oficinilla, mi mente no había dejado de recrear una y otra vez las sensaciones de sentirme cortejada por él. No me jodan, sé que la palabra suena algo anticuada pero me gustaba lo que significaba y venía perfecta para la ocasión. Porque la boca de Evan literalmente le estaba haciendo un cortejo a la mía y no podía estar más satisfecha con ello. Suspiré.
—Me alegro que hayas venido. —Seguramente no tanto como yo, amigo.
— ¿Qué estás cocinando? —le espeté, dándole un segundo a mis conexiones neuronales para restablecerse luego de ese beso. Esperaba que algún día todo el enredo hormonal que provocaba en mí cada vez que se me acercaba, disminuyera un poco. Es decir, una persona no puede andar por la vida con las bragas mojadas, no es normal. Ni muy práctico que digamos.
—Bistec con patatas horneadas —respondió, volviéndose para recuperar la bandeja olvidada. Entonces se detuvo y me dio una mirada, vacilante—. Espero que no seas vegetariana.
Reí entre dientes.
—Evan, nunca me vas a ver haciéndole el feo a la comida. —Caminé hasta donde estaba y dejé que mi mano colgara tranquilamente de su cadera—. Yo como todo... —admití, dándome la libertad de colocar mi cabeza en su hombro—. Ese básicamente es el problema.
— ¿Problema?
Observé sus manos atentamente mientras sazonaba las patatas cortadas en rodajas, moviéndose con una desenvoltura que no habría esperado en alguien que tenía sus despensas vacías.
—Sí, ya sabes... —Alcé la vista al sentir la presión de su mirada en mí—. Soy incapaz de controlar mi peso porque básicamente nunca he encontrado algo que me desagradece.
— ¿Nunca? —inquirió con cierto toque de sarcasmo. Le pellizqué el costado, robándole un corto gruñido.
—Me gusta toda la comida, no hay nada que pueda decir que sea... feo.
— ¿Ni siquiera el brócoli? —Me observó fijamente por sobre el hombro, parecía estupefacto.
—Tiene muchos valores nutricionales —murmuré, sintiéndome en el deber de defender al pequeño arbolito—. Y si bien no es de mis preferidos, no puedo decir que me desagrade.
—Eso está bien... —Hundió un dedo en el montoncito de sal que tenía en un cuenco y luego me lo ofreció. Sonreí tontamente, abriendo la boca para lamer la sal de la punta de su índice y pude ver como sus ojos se oscurecían tenuemente, antes de que apartara su mano—. Significa que no me costará mucho impresionarte con mis habilidades culinarias.
—Pensé que no tenías habilidades culinarias —le recordé, incapaz de olvidarme aquella vez en que quiso pasar eso como un defecto suyo. Sí, por favor.
Evan hizo su camino de regreso al horno y metió la bandeja con las patatas bien sazonada dentro.
—No las tengo —masculló, cerrando el honro con una patada—. En realidad esto es lo único que sé cocinar.
—Bromeas —le acusé, él sacudió la cabeza en una contundente negación. Bufé—. No puedo entender cómo sobreviviste toda tu vida adulta, Evan.
—Usando el delivery —ofreció, sonrisita tímida de por medio. Mi corazón suspiró, mientras otra parte de mí se abanicaba a toda prisa para evitar el inminente desmayo.
—Y cocinando bistec —añadí, él inclinó la cabeza aceptando mi intervención.
—De todos modos sólo cocino en ocasiones especiales. —No es lo que crees, Daphne, no es lo que crees. Quería convencerme tanto de que él simplemente no se daba cuenta cuando decía esas cosas, pero era tan complicado no leer entre líneas y esperar que fuera tal y lo que me estaba imaginando—. Denis una vez me dijo que un hombre debe saber cocinar carne... —Me obsequió una mirada, al tiempo que se detenía en lo que fuera que hacía—. Creo que fue su intento de pasarme su sabiduría masculina.
— ¿Sólo te enseñó a cocinar carne?
Asintió, mostrándose como un profesional con su pimienta en la mano.
—A cocinar carne y a afeitarme. —Se dispuso a trabajar con la carne en cuestión, colocándole distintas cosas encima: mostaza, sal, pimienta y alguna otra cosa a la que no presté atención, la verdad sea dicha. Tenía asuntos más importantes que ver, mucho más importantes—. Denis no era muy conversador que digamos.
—Me gustaría decir lo mismo de mi padre... —O de mi madre, añadí para mis adentros.
—Seguramente es un gran hombre.
—No es malo... —musité, yendo hasta uno de los taburetes que enfrentaba su isla para tomar asiento—. En realidad es bastante genial, sólo un poco inoportuno con sus comentarios.
Evan me observó un instante, como esperando a que diera más detalles al respecto de eso, pero decidí no entrar allí de momento. Explicarles a las personas que mi padre era un adicto a los refranes, no era algo que una chica hacía comúnmente en sus primeras citas, ¿saben? A papá le parecían tan fascinantes y graciosos que incluso comenzó a inventarse los suyos, esperando que algún día transcendieran al mundo. Demás está decir que aún espera su gran momento refranero.
Pero incluso con su sana locura hecha refrán, mi padre era un tipo estupendo. Algún día se los presentaré, se los prometo.
—Entonces tu... —hice una pausa, mirando la espalda de Evan demasiado cubierta para mi completa desgracia—. Denis te enseñó a hacer bistec para que sacaras a relucir a tu macho interno frente a las féminas.
Una risilla ronca voló hasta mí y no pude, ni quise esconder mi sonrisa al escucharlo. Él debía reír más a menudo, joder, se lo oía tan bello cuando reía.
—Oh, sí, he cazado a la res está tarde sólo para ti preciosa.
— ¡Qué hombre más macho! —exclamé, abanicándome exageradamente. Evan soltó una nueva carcajada, rodando los ojos ante mi actuación—. Siento que debo aprender a tejer o algo así.
—No... —Se dio la vuelta y en dos largas zancadas, estuvo justo delante de mí—. Se supone que tú recorriste kilómetros para conseguir el agua... —Posó sus manos en mis caderas, inclinándose lo suficiente como para que nuestros ojos se encontraran—. Luego te tocaría encargarte de limpiar la cueva y vigilar que los pequeños no se maten entre ellos.
—Creo que no me gusta tu universo machista —espeté, aunque mi boca ansiaba que él se bajara sólo unos milímetros más cerca—. ¿Por qué mejor yo no cazo y tú te quedas a limpiar y cuidar de los pequeños?
Evan presionó sus adorables ojos grises, analizando mi propuesta.
—Está bien —aceptó, demasiado rápido—. Soy un completo partidario de la igualdad, tú cazarás la cena para nuestros catorce niños.
— ¡¿Catorce?!
—No tenemos televisión, mujer, ¿qué esperabas?
Enredé mis manos alrededor de su cuello y tiré de mi hombre cavernícola tan cerca como me fue posible, la sonrisa de Evan se esfumó al instante mismo en que sus ojos se clavaron en mis labios.
—Espero que me atiendas bien, después de todo soy madre de catorce. —Entonces su boca tomó la mía con reverencia, mientras sus manos se cerraban sobre mis mejillas y subían mi rostro para acoplarlo al suyo, y a sus demandas.
El beso comenzó suave, pero en el momento en que su lengua encontró la mía, perdí toda intención de mantenerlo simple y ligero. Tomé a Evan con más fuerza, bajando mis manos hasta sus caderas, y sin la menor vacilación colé mi mano por debajo de su camiseta para sentir su piel caliente. Acaricié descaradamente su sixpack, agradeciendo en mi fuero interno al milagro que había obrado el yoga en su cuerpo. Pero sabía que incluso aunque no luciera así de bien, él me traería loca de todos modos. Había algo en Evan que iba más allá que su mera apariencia.
No que su apariencia no contribuyera a la causa, dicho sea de paso.
—Quítatela —le ordené, jalando de la molesta prenda que entorpecía mis cometidos. Él dio un paso hacia atrás, tirando de la camiseta por sobre su cabeza para luego dejarla caer al piso. Tomé una profunda bocanada de aire, estirando mi pierna para engancharlo por la parte posterior de su muslo.
Evan sonrió, avanzando hasta quedar encajado entre mis piernas abiertas y con una mano marcó un camino por mi cuello, pasando por mi clavícula hasta terminar su paseo justo en el valle de mis senos. Dejó un beso justo debajo de mi oreja, luego uno más largo en el filo de mi mandíbula y con su lengua trabajó su camino hasta mis labios. Lo besé y me besó de regreso, duro al principio y más suave después, mordiendo y rasgando, jalando y lamiendo. Era un modo único y personal de besar. Nuestro modo.
Cuando dio un paso atrás, echándole una rápida mirada a la estufa, supe que debía calmarme. Él en realidad estaba haciéndonos la cena y teníamos la noche por delante para atendernos mutuamente como era debido. Como si de algún modo irónico el universo decidiera estar de acuerdo conmigo, la melodía que llegaba desde la sala se adentró en mis oídos y comencé a prestarle atención. Escuché vagamente la voz de una mujer, mientras miraba como Evan sacaba una muy caliente sartén del fuego y mascullaba algo por lo bajo. La canción hablaba de no sacarse la ropa, de bailar toda la noche, de aproximarse lenta y románticamente. Y no pude evitar reír, captando su atención sin querer.
— ¿Qué pasa? —preguntó él, curioso, poniendo mucho cuidado al proceso de colocar la carne en el aceite caliente.
—Estaba pensando en si debo tomarme esa canción como un mensaje subliminal.
Evan se detuvo en su tarea, girando el rostro hacia la sala como si con ese gesto pudiese oír mejor. Tras unos segundos de silencio, sonrió.
—Está en modo aleatorio, lo juro.
Hice una mueca. Eso no respondía mi pregunta del todo, pero finalmente opté por dejarlo pasar. Me puse de pie, deteniéndome junto a él pero dejándole el especio suficiente para que trabajara.
—Nunca había escuchado esa canción, ¿quién es?
—Ella Eyre.
—Me gusta. —Por el tiempo que le tomó cocinar la carne, nada más lo miré hacer las cosas, interrumpiéndolo muy poco con una conversación bastante insustancial. Al menos él no se colocó la camiseta de nuevo, lo cual ya de por sí era un gran punto en mi favor. Sabía que hacerlo hablar con soltura tomaría más tiempo y un trabajo fino, pero estaba dispuesta a poner en práctica ese optimismo que proclamaba el título del capítulo. Evan era cerrado por excelencia y por primera vez comprendí aquello que me había dicho Dimitri tiempo atrás, él definitivamente buscaba depositar el interés en todos menos en sí mismo—. ¿Te molesta si pongo algo yo? —pregunté, después de escuchar varios temas que no conocía de su lista.
—Claro, adelante.
Fui hasta la sala, no sin antes echarle una rápida mirada de adiós a su espalda ancha y musculosa, y me dispuse a buscar en su móvil que estaba conectado al reproductor. Cuando finalmente di con la canción que quería, le di al play y regresé a la cocina rápidamente. Tal vez él no mandaba mensajes subliminales con la música, pero yo sí y esperaba que estuviera bien atento a lo que tenía que decirle. Los primeros acordes de I'm yours de Jason Mraz salieron de los parlantes, al tiempo que Evan sacaba la carne del sartén y se detenía a escuchar. La canción era fácilmente reconocible, estaba casi segura de que al menos debía tenerla de oído, pero en caso de que no lo hiciera en cuanto Jason Mraz empezó a cantar yo me dispuse a acompañarlo. Más bien me limité a articular las palabras, bastante consciente de los ojos de Evan fijos en mí.
—Well you done done me and you bet I felt it/ I tried to be chill but you're so hot I melted (Bueno, me has conquistado y puedes apostar a que lo sentí/ Traté de mantener la mente fría, pero eres tan ardiente que me derretí) —canté, deslizándome en un tonto bamboleo hacia él. Evan me atrapó entre sus brazos, empujándome hasta que mi espalda baja chocó contra la encimera—. And nothing's going to stop me but divine intervention (Y nada va a detenerme salvo intervención divina) —continué, pasando mis manos por su cabello juguetonamente—. I reckon it's again my turn/ To win some or learn some (creo que otra vez es mi turno, para ganar o aprender algo).
Evan hundió el rostro en mi cuello, apretándome fuertemente contra su cuerpo y yo voluntariamente eché la cabeza hacia atrás, permitiéndole completo acceso. Lo escuché respirar pesadamente contra mi piel, mientras tomaba el lóbulo de mi oreja entre sus dientes robándome un gemido que prácticamente anuló la música para mí.
Entonces me tomó por las caderas y con un movimiento certero, me impulsó sobre la encimera para dejarme en igualdad de alturas. Recorrió un tibio sendero con su boca, deteniéndose justo en la línea de mi escote y finalmente elevó la vista hacia mis ojos, para retenerme en algo muy similar a un hechizo que me impedía mirar a cualquier otro lugar.
—I'm yours (Soy tuyo) —musitó en tono apenas audible, antes de soltar el bajo de mi camiseta de mis pantalones y tirar de ella fuera de mí.
Y en ese momento la optimista que vivía en mí, le creyó.
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Neil: Siento que acabamos de despertar de una hibernación.
Lucas: Y eso que es verano.
Neil: Tú ve con cuidado, no se te vaya a romper algo... a tu edad los huesos ya no son tan fuertes.
Lucas: ¿Mi edad? ¿Y es que a tu edad te dejan quedarte hasta tan tarde? Mejor lárgate a dormir, crío.
Jace: No empiecen, tenemos que estar felices por estar de regreso y porque ahora tenemos un nuevo recluta en nuestras filas.
Neil: No lo sé, ese conde todavía no se ganó mi respeto. Y no usa espada, Iker ya me dijo que es de los que van a duelo con pistolas.
Dimo: Pero guarda un cadáver en su ático, a mí con eso ya me ganó.
Neil: Todavía no sabemos si es un cadáver. En fin, creo que tengo que ponerme mi traje de crema batida para visitar a una de nuestras lectoras más cachondas.
Lucas: Sabemos que tu cumpleaños pasó hace un tiempo ya, pero no queríamos dejar de felicitarte, querida.
Dimo: Por eso te enviamos a Neil cubierto con crema hasta tu casa, no sabemos si va a llegar en buenas condiciones. Ni siquiera sabemos si va a llegar completo, pero ya está yendo para allá.
Neil: No sé... como que esto de viajar en avión solo con crema me pone un poco nervioso. ¿Y si alguien quiere propasarse conmigo?
Lucas: Descuida, la cumpleañeras te cubrirá la retaguardia, ¿verdad, AnyMarchesoli ?
Neil: Bueno... todo sea por ella. Allá voy, cariño, espérame para que hagamos cosas bonitas y no tan bonitas juntos.
Lucas: Al resto espero que hayan disfrutado del capítulo o que al menos aún se acuerde de qué va esta historia.
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Iker: ¿Alguien dijo espada?
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