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Magnetismo

Perdón u_u 


Capítulo VII: Magnetismo

Había tenido otra pesadilla de la cual sólo podía recordar pequeños fragmentos sueltos. No que estuviera deseosa de recordarla por completo, fuese lo que fuese que había pasado mi subconsciente había decidido eliminarlo y se lo agradecía. Lo que no agradecía era el maldito insomnio.

Suspiré, cuando el silbido del agua sobre la estufa llamó mi atención. Vertí algo de líquido caliente en una taza con dibujos de ovejas que le pertenecía a Erin y luego esperé con los ojos desenfocados a que el té tomara un color bien oscuro. Como casi todo lo bueno en la vida, consideraba que el té debía ser fuerte y caliente como el infierno, al igual que el sexo. Estaba a punto de retirar el saquito, cuando el arrastre de unos pasos a mis espaldas me sobresaltó. Me volteé, descubriendo a un Dimitri aún medio dormido, rascándose el ojo derecho bajo el quicio de la puerta de la cocina.

No me saludó, ni siquiera hizo un gesto de reconocimiento hacia mí, simplemente avanzó hasta la nevera y rebuscó en su interior la botella de jugo de naranja, para luego empinarle uno de esos tragos que parecen nunca acabar.

Rodé los ojos y aguardé. Una vez que su exagerada sed fue saciada, tiró la botella vacía en el bote de reciclaje y me miró como si acabara de notarme allí de pie a su lado. Yo le devolví la cortesía con ojo clínico, estaba literalmente vistiendo sólo un par de bóxers y su cabello era la viva imagen del tipo que acababa de salir de una cama particularmente ardiente. Más que un Dimitri dormido, era un Dimitri pos sexo y no lo voy a negar, se veía delicioso. Yo totalmente podía admitir eso sin sonrojarme, el novio de mi prima era guapo y les aseguro que él era muy, muy consciente de ello.

—Buenas madrugadas, señor Stepanov.

Él esbozó una media sonrisa, para luego ofrecerme una ridícula reverencia.

—Señorita Cánovas, ¿puedo preguntar quién o qué la empujó de la cama a estas horas?

—Podría hacer la misma pregunta.

—Y mi respuesta sería Erin, ella me dio una patada en los riñones y no me quedó más opción que darle una nalgada y correr antes de que se diera cuenta.

Solté una carcajada, mientras tomaba la taza en mis manos esperando que me trasmitiera algo de su calor.

—Es usted un cobarde.

—En otros tiempos una aseveración como esa la llevaría a enfrentarme en el campo de honor, ¿lo sabe?

—Pero sólo soy una chica.

—En ese caso tendría que ser un hombre de su familia el que respondiera por usted, su padre o... —Hizo una pausa pensando—. Algún pretendiente dispuesto a defender su honra.

Bajé la mirada hacia mi té cuando un pensamiento fugaz pasó por mi mente, de repente vi a Dimitri enfrentándose a Evan en un lugar oscuro y alejado de la mano de Dios, ambos sosteniendo viejas pistolas de largo cañón, colocados espalda con espalda listos para iniciar el conteo. Uno siendo un completo idiota, el otro el héroe tratando de ganarse mi corazón y yo no muy lejos de allí, aguardando noticias con la mano apretada en un puño y los ojos a desbordar en lágrimas. Era ridículo, lo admito, pero yo también había leído ese tipo de historias. Y aún era más ridículo porque Evan ni siquiera me pretendía, pues luego de su último mensaje no habíamos hablado de nuevo. Y de eso ya habían pasado dos días, dos largos días.

No que esperaba que hablásemos cada jodido minuto de la semana, pero tenía mi número y había dicho que sería "mi Apolo", fuese lo que eso fuese. Esperaba algo, un pequeño indicio o muestra de interés por su parte, pero claramente eso no iba a pasar. En el imaginario campo de honor que había armado en mi cabeza, mi pobre padre tendría que salir a defenderme, si tenía suerte ganaría la batalla soltando una seguidilla de refranes malos y ahí terminaría la historia, nada de confesiones de amor o promesas de boda. Si no que toda la acción quedaría resumida en unas cuantas palabras, algo como: "Quien mucho se baja, el culo enseña." Cosa que sería típica y al mismo tiempo poco conveniente; como mi padre.

—Me alegro que no estemos en otros tiempos —susurré, en un intento vago por borrar todo aquel circo de mi cabeza. Dimitri posó su cadera contra la encimera, dándome una mirada analítica—. ¿Qué?

—Nada, sólo que pareces... —Aguardé, expectante, hasta que él continuó de modo algo vacilante—. ¿Distraída?

— ¿Erin te dijo que parezco distraída? —Él sonrió, encogiéndose de hombros. Era imposible que Dimitri detectara cualquier cambio en mi humor por sí mismo. Bueno, quizá no imposible, pero sí bastante difícil. Él era la clase de persona que pasaba por alto ese tipo de sutilezas, aunque debía admitir que se había vuelto bastante bueno a la hora de leer a Erin—. Estoy teniendo una serie de malos días, eso es todo.

—Me contó que una de tus amigas murió.

—Sí —musité sin más, le había hablado obviamente de la muerte de Deborah a mi prima. Pero no la había actualizado en otros sentidos, ella conocía a Evan, por Dios ellos incluso cenaban en la casa de Dimitri una vez al mes. No podía decirle la humillante situación en que había metido al respetable psicólogo, simplemente no podía verla decirme otro "tan típico de Daphne" con su ceño fruncido y su gesto de censura—. Ha sido difícil.

— ¿Cómo murió?

—Ella... —La palabra se sentía pesada en mi boca. Carraspeé—. Se quitó la vida.

—Vaya mierda.

Parpadeé varias veces, incapaz de no mirarlo con extrañeza. No importaba cuánto tiempo tratase con ese hombre, él nunca dejaba de tener replicas bastantes peculiares.

—No puedo dejar de pensar en lo mal que se habría estado sintiendo para llegar allí y que no fui capaz de verlo. Tal vez tendría que haber hecho algo, tal vez...

—No lo hagas —dijo, cortándome automáticamente—. Es estúpido culparte o sentirte responsable, ¿sabes lo que dice Evan? —Negué, parte de mi queriendo saber todo sobre él, la otra parte tratando de mantener algo de orgullo y no ser tan evidentemente lambiscona—. Siempre habrá un "y si hubiese..." rondando, siempre habrá un "tal vez tendría que...", pero no debes atormentarte con ello. Es imposible saber qué lleva a una persona a pensar tan pobremente de sí mismo que lo guía a ese lugar, es imposible que te pudieras haber anticipado. Ella ya había tomado una decisión, Daphne y créeme cuando te digo que no importa cuántos hipotéticos escenarios te armes, en todos ellos el final será el mismo. Ella no va a volver.

—Lo sé —musité, notando como un traicionera lágrimas caía lentamente por mi mejilla.

—Oye... —Alcé la mirada hacia él, se lo veía incómodo—. Si quieres el número de Evan, te lo puedo dar.

Sonreí casi sin darme cuenta, al tiempo que sacudía la cabeza en una negación e intentaba mantenerme integra.

—No será necesario, creo que tú haces un buen papel imitándolo. ¿No pensaste en ser psicólogo?

Dimitri soltó un bufido, logrando que mi sonrisa fuese más firme entonces.

—No tengo la paciencia, ni la sensibilidad como para fingir que me importan los problemas de los demás.

— ¿Crees que todos fingen?

Él apartó la mirada hacia la mesada, como si estuviese perdido en algún difícil pensamiento. Al cabo de un largo segundo, me observó.

—No, en realidad creo que hay personas que sienten un genuino interés.

— ¿Evan? —pregunté con la voz en un susurro, demasiado interesada en su opinión sobre él como para regañarme. Quería saber cosas de Evan, ¡demándenme!

—Digamos que Evan descubrió la profesión perfecta para depositar el interés en todos, menos en sí mismo.

Fruncí el ceño sin comprenderlo.

— ¿A qué te refieres?

Dimitri sacudió una mano como desestimando el tema.

—Nada, sólo una hipótesis en la que pienso a veces. —Le dio un golpecito a la mesada con su pulgar, para luego empujarse hacia la puerta—. Trata de dormir algo, Ninfa, las ojeras no te sientan nada bien.

—Vete al infierno —dije entre risas—. Oh, Dimitri. —Él se volteó, dándome su atención—. ¿Ya pensaste qué haremos para el cumpleaños de Erin? —Como única respuesta el ruso sólo parpadeo. Algo no muy bueno, si me permiten opinar al respecto—. Si sabes que la semana que viene es su cumpleaños, ¿no?

—Por supuesto. —No dudé de su respuesta, él estaba enterado—. Pero no veo por qué tenemos que hacer algo en particular ese día.

¡Este hombre era increíble! Y ese no era en absoluto un cumplido.

—Es su cumpleaños —repetí, puesto que la simple frase hablaba por sí misma—. Debemos hacer algo para festejarla, para honrar el día en que llegó al mundo, para...

— ¿Para felicitarla por estar viva? —inquirió con un toque de sarcasmo difícil de pasar por alto. Bufé—. La gente nace, crece y muere, no por eso estamos haciendo fiesta cada maldito día que logramos superar.

—Oh, Dimitri. —Me gustaría saber cómo diablos lo hacía Erin, porque en verdad me parecía imposible tratar con alguien tan obtuso por más de diez minutos seguidos—. Pongámoslo en estos términos, festejar el cumpleaños en nuestra familia es una tradición y tú quieres ser parte de nuestra familia, ¿cierto?

—Cierto.

—Entonces, como novio de Erin es tu deber hacer algo especial por ella en esa fecha. Tienes que hacerla sentir importante...

—Le digo cuánto significa para mí cada mañana, ella sabe que mi mundo es mejor gracias a que está aquí. ¿Por qué ese día debe ser distinto?

De acuerdo, pausa. Él había dicho algo en verdad dulce, lo admito. ¿Pero tenía que arruinarlo con esa pregunta tan racional y lógica? Exasperaba.

—Dimitri hay cosas que no se cuestionan, simplemente se acatan. Ese día debes hacer algo en verdad bello y sorprenderla, así que pon esas neuronas rusas a trabajar y piensa algo que le vuele la cabeza. —Él abrió la boca para replicar, pero lo silencié con mi índice—. No literalmente, amigo, no vamos a lastimarla. Sólo digo que tiene que ser algo que ella no se espere, algo que la haga sentirse genial.

—Comprendo.

— ¿En verdad? —pregunté, sin poder ocultar mi sorpresa.

—Sí, ese día no sólo debe saber que es el centro de mi mundo, también debe sentirse así.

Sonreí ampliamente. ¿Quién iba a decirlo? El muchacho no era tan cerrado como parecía. Siempre que se tratara de Erin, claro.

— ¡Genial! Entonces cuando sepas qué quieres hacer, me lo haces saber y yo prometo poner de mí para ayudarte.

— ¿Qué te parece una fiesta?

—Una fiesta —repetí, analizando la opción—. Podría ser, Erin no hace una fiesta desde hace mucho tiempo.

—Algo donde pudiese bailar...

—Me gusta eso —apunté con honestidad—. Podríamos invitar a sus compañeros del bar.

—No son muchos.

—Bueno, tú podrías traer a algunos amigos. —Evan por ejemplo, añadí para mis adentros—. Y yo a algunas amigas y sorprenderla.

— ¿Una fiesta sorpresa entonces?

—Sí, creo que sería mejor que ella no lo supiera. Podrías llevarla a cenar y de allí...

—Al bar de Didi, donde podemos hacer cómodamente la fiesta. Hay música, alcohol y un escenario.

—Oh... ¡podríamos tener una banda!

— ¿De qué serviría? Erin no podría escucharla. —Maldita sea, nunca podría cumplir ese sueño.

—Vale, pues, sin banda.

Dimitri asintió, pero algo me decía que yo ya no era de vital importancia en esa conversación. Tenía su mirada de neurótico, lo que significaba que estaba haciendo cálculos y arreglos mentales para que la fiesta fuese perfecta. Debía de ser genial poder pensar del modo sistemático en que él lo hacía, sin duda Dimitri jamás tendría problemas por soltar lo primero que cruzara en su mente. No, él nunca se metería en problemas accidentalmente, todo lo que decía estaba estudiado hasta en el último aspecto. Si era un incordio, lo era aposta. Mientras que yo era un incordio por defecto de fábrica.

—Muy bien, Ninfa, te mantendré informada. —Él volvió a girarse para regresar a la habitación.

— ¡Dimitri! —Pero una vez más lo detuve.

— ¿Qué?

Me quedé callada, repentinamente sintiéndome tonta por siquiera pensarlo. Pero tranquilos, no es como si arriesgarme al ridículo fuese a detenerme alguna vez.

— ¿Qué le promete Apolo a Dafne...luego de la transformación?

Mi cuñado presionó los ojos levemente, para luego sonreír de un modo ligeramente enigmático.

— ¿Por qué?

—Curiosidad.

Él suspiró, cruzándose de brazos.

—"Ya que no puedes ser mi mujer" dijo "serás mi árbol, por cierto. Te usaré como corona; contigo adornaré mi arpa y mi aljaba. Y así como yo poseo la eterna juventud, tú permanecerás siempre verde, y tu follaje jamás se marchitará".

Parpadeé, eso resultaba un poco desalentador.

—Es algo triste, ¿no crees?

—Es una declaración de amor eterno.

—Que jamás ocurrirá —repliqué, mirándolo a los ojos. Dimitri sacudió la cabeza.

—Y que tampoco jamás morirá. —Sin agregar más inclinó la cabeza a modo de saludo y se marchó de regreso a la habitación.

Yo permanecí en mi lugar, luchando por pensar del modo en que Dimitri lo hacía. Así que si Evan había aceptado ser mi Apolo, ¿significaba que nunca nada iba a ocurrir entre los dos? ¡Dios, maldita mitología! ¿Por qué no tomó de referencia una canción de reggaetón? Allí al menos no tendría dudas de sus intenciones para conmigo.

—"Estoy enamorada de un Evan

No sabe que yo lo quiero

Salta muy lejos de mí,

si apenas le tocó un dedo...


No está casado

Posiblemente es soltero

Me gusta su boca,

y lo voy a chingar

aunque me ponga peros"

***

El día luego de mi temprano despertar, apestó en su gran mayoría. Se había caído el servicio de internet de la empresa y todas las quejas llegaban vía telefónica, lo cual significaba que los teléfonos del demonio no dejaban de sonar. Tuve que lidiar con mucha gente maleducada y para colmo, durante el receso para el almuerzo vi como Evan se sentaba con lady Lucifer y su compañera asiática, justo en la mesa que estaba frente a la que yo ocupaba con las chicas. Sabía que ese intento de provocación no venía del santo de Evan, sino de la imitación barata de tío cosa que lo acompañaba. Pero de todos modos fue molesto e incomodo, lo que me hizo comer con rabia mi cochina ensalada.

Para cuando estuve de regreso en mi cubículo, ya sólo pensaba en estampar la cabeza contra el escritorio y pedir licencia médica. La falta de sueño estaba causando estragos en mí, durante el día pasaba mis horas completamente bien, pero las noches eran un tema aparte. No quería tomar pastillas para dormir, pero al parecer era el siguiente paso si esto continuaba así.

El asqueroso jugo de zanahoria y puerro que me había dado Mel estaba comenzando a empujar mis compuertas, por lo que me incorporé de un salto, desconecté mi entrada de línea y me dirigí a paso rápido hacia el pasillo. Justo cuando estaba por llegar a la puerta del cuarto de baño, me detuve en seco haciendo chirriar el linóleo bajo mis pies. Mi mano se quedó congelada a medio camino de tocar la madera, mi respiración se trabó en mis pulmones y mis piernas se quedaron tiesas. No podía.

Estaba allí, prácticamente orinándome en mis pantalones y no podía abrir la maldita puerta. No podía entrar al baño.

—Diablos... —mascullé, pegándome la vuelta con brusquedad. Iba a tener que correr dos tramos de escaleras para poder aliviar mi vejiga, era ridículo. No, peor aún, ¡era estúpido! Yo era estúpida, su maldito fantasma no habitaba el baño, no había nada porque temer y aun así, no era capaz de hacerlo—. ¡Por dios, Daphne!

— ¿Ocurre algo? —Di un respingo, mirando hacia la puerta de mitad de pasillo que siempre permanecía abierta. Evan estaba de pie allí, observándome entre preocupado y confuso—. ¿Daphne?

—Yo... —Miré nerviosamente por sobre mi hombro, a la puerta maldita que no podía cruzar y luego me volví hacia él.

— ¿Qué pasa? —inquirió, saliendo por completo de su oficina.

Su mirada transmitía tanta calma y confort que me fue imposible no aproximarme algunos pasos hacia él. Era como si ejerciese una fuerza invisible sobre mí, arrastrándome inexorablemente cerca de su persona. Evan era la Tierra y yo era la Luna tratando de alcanzarlo sin éxito.

Vaya, que metáfora más desafortunada.

—Quiero ir al baño —susurré, Evan elevó ambas cejas, desconcertado. Nos observamos por espacio de varios segundos sin decir nada, hasta que él pareció conectar las piezas.

—Oh... —Miró al susodicho—. ¿Y no puedes?

—No me siento capaz de cruzar la puerta, sé que es ridículo y... —Su mano apretó suavemente mis labios y yo abrí los ojos como plato, olvidando al instante lo que iba a decir, me olvidé jodidamente de todo. ¿Quería orinar? ¡Ja! Para ese momento hasta había dejado de sentir las piernas. Él me estaba tocando la boca, ¡la boca!

—No es ridículo —dijo con ese tono confiado y firme. Parpadeé y él apartó su mano lentamente—. No minimices tus sentimientos de ese modo, está bien si te sientes aprensiva...

— ¿Apre...qué?

Él sonrió, luciendo casi infantil con ese tipo de sonrisa amplia. Le sentaba genial, como casi todo, claro está. Pero esta era la primera vez que me sonreía así y fue un hallazgo digno de mencionar, ¿verdad?

—No importa, el punto es que... ¿te gustaría poder volver a entrar en el baño?

—Sí —respondí sin pensarlo.

—Tal vez yo pueda ayudarte.

—Bueno —dije una vez más sin detenerme a pensar. Él asintió, haciéndome un gesto para que lo acompañara, pero por mucho que todo mi cuerpo gritaba con necesidad de pegarse contra el suyo, la verdad es que no me moví.

— ¿Daphne?

—Es sólo que... —Sacudí la cabeza, Evan regresó a mi lado.

— ¿Qué me dices de esa puerta? —Señaló la puerta del cuarto de baño de hombres—. ¿Tienes algún problema con esa puerta?

La miré esperando que alguna de las extrañas sensaciones vinieran a mí ante la posibilidad de cruzarla. Nada.

—No, creo que con esa puerta estoy bien.

—Entonces ve a ese baño.

Sonreí como boba, negando repetidas veces.

—No, ese es el baño de hombres.

—Tonta e inútil distinción de géneros, Daphne. —Me tomó del brazo, tirando con suavidad de mí hasta que estuvimos de pie frente a la puerta en cuestión—. Es un baño, ¿vas a decirme que en tu casa tienes un cuarto de baño sólo para mujeres y otro sólo para hombres?

—Claro que no, eso saldría una fortuna.

Él rió, pero al instante aplacó su risa con su mano.

—Entonces, no hay diferencia. Entra ahí ahora y luego trabajaremos en la posibilidad de reinsertarte en el ámbito femenino.

— ¿Y si hay alguien? —inquirí, no muy deseosa de encontrar a alguno de mis compañero allí en paños menores. Sobre todo porque la mitad de ellos podrían arrojarme imágenes mucho peores de las que habitaban mis pesadillas actualmente.

Evan me concedió el punto y sin decir palabra abrió la puerta, perdiéndose en el interior del enigmático y prohibido cuarto de baño masculino. Al cabo de unos minutos emergió con una de sus sutiles y siempre bien esperadas sonrisas.

—Todo despejado, tú entra y yo me quedaré aquí vigilando.

Su gesto me pareció tan dulce que no pude (ni quise) evitar apretar su brazo con suavidad a modo de agradecimiento, sus músculos se tensaron sólo un instante antes de que él girara la cabeza hacia mí y chocara sus ojos con los míos. Había algo allí que no supe interpretar, pero que al mismo tiempo me obligó a apartar mi mano.

Entré en el baño, pero no me detuve a mirar alrededor como cualquier mujer haría al estar en el dominio natural de los hombres. Mi mente continuaba en Evan y en esa mirada, en parte restrictiva y en parte curiosa. Él era tan bueno disimulando sus pensamientos que empezaba a despertarme una leve migraña. Normalmente no me costaba tanto adivinar cuando le gustaba a alguien, los hombres solían ponérmelo simple. Miraban mis pechos, mi boca, mi trasero y listo, yo me daba por aludida.

Pero Evan no hacía nada de eso, no miraba nunca por debajo de mi garganta. A veces me miraba la boca, pero podía contar con una mano las ocasiones en que lo atrapé haciéndolo. Sin duda nunca había chequeado mi cuerpo, al menos que fuese asquerosamente discreto al hacerlo y no podía olvidarme de lo más obvio, él me había rechazado un beso. ¿Qué podía significar todo esto?

De repente tuve una revelación.

—Oh, maldición... —musité, mientras me balanceaba precariamente sobre el retrete en la típica postura de "retrete público".

¿Acaso no era evidente? Tenía una actitud profesional y distante con todas las mujeres que lo rodeaban como predadoras en la empresa. Podía ser que no se sintiera interesado, ¿pero qué hombre no mira? ¿Qué hombre hace caso omiso de un desfile de mujeres desesperadas?

—Ay, mierda, es gay. — ¿Cómo no lo había visto antes? El tipo se llevaba de las mil maravillas con su madre, era atento, cortés, educado y olía como debía oler el maldito paraíso luego de ser podado. Tenía que serlo, ¿no? Es decir, ¿cuál era la otra posibilidad? Que yo no le gustara, lógico. Pero por algún desconocido motivo prefería que fuese gay a que yo no le gustara.

Cuando salí, Evan se incorporó de su posición contra la pared y me miró, atento, yo le devolví el escrutinio de forma directa. Él enarcó una ceja, a lo cual yo respondí dando unos pasos más cerca de su persona, Evan inclinó la cabeza y yo elevé la mía para no perder el contacto. Y así continuamos mirándonos sin decir nada por un espacio de tiempo que se me antojó eterno. Él sonrió y yo alcé la barbilla, logrando que frunciera el ceño con suspicacia. Mi boca quedó a escasos centímetros de la suya pero él no se apartó, ni tampoco se acercó más. Decidí poner a prueba mi teoría, lamí mi labio inferior con premeditada lentitud y sus ojos parpadearon un instante allí, antes de que alzara su mano y arrastrara con delicadeza su pulgar sobre mi boca húmeda. Solté un suspiro sin poder evitarlo y entonces él dejó caer la mano de forma automática, dando un rápido paso hacia atrás.

—No te entiendo —le espeté cuando pasado unos segundos, no parecía inclinado a decir nada.

Evan apartó la mirada del suelo, posándola cuidadosamente en mí.

—Quizá sea para mejor, Daphne.     

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Neil: Ha pasado tanto tiempo desde la última actualización que ya ni recuerdo de qué va este chisme, ¿me hacen un resumen?

Lucas: Bueno... si no entendí mal, Cupido le disparó una flecha dorada a Apolo y a la ninfa una de plomo, ahora ella lo aborrece y él la ama. 

Neil: ¡Jodidas flechas! ¿Y qué pinta Evan en toda esta vaina?

Lucas: ¿Vaina?

Neil: Oh, es que me estuve juntando mucho con una venezolana, me lo ha pegado. 

Lucas: ¿Y qué significa? 

Neil: No estoy del todo seguro...yo pensaba que era una parte de la espada.

Iker: La vaina es la funda donde se guardan algunos tipos de armas, ignorante. 

Didi: Dudo que ella estuviese usándolo en ese sentido, milord. 

Dimo: En Venezuela, vaina: "Objeto o asunto cuyo nombre se desconoce o no se quiere mencionar." 

Didi: Úsalo en una oración. 

Dimo: Estamos demasiados ocupados como para perder tiempo en estas vainas. 

Neil: Jajaja hombre, eres especial. 

Dimo: Lo sé.

Lucas: Como sea, ¿saludamos a esta muchacha? 

Evan: Me parece bien, más allá de cómo vaya esta vaina, querida Yule es un honor poder felicitarte (tarde) por tu cumpleaños. 

Lucas: Esperamos que hayas pasado bien esa vaina. 

Didi: Te queremos así de mucho, sin importar qué vaina no nos olvidamos de ti. Un abrazo y ya sabes...

Neil: ¡¡Vaina!! 

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