La retirada también es una estrategia
Tiempo sin vernos, gente. Como les dije voy a seguir actualizando unos capítulos más por acá, estimo que lentamente nos estamos acercando al final de la historia. Así que ya veremos... ¿ok? Disfruten.
Capítulo XXII: La retirada también es una estrategia
Un pequeño jadeo me sacó de mi aturdimiento e hizo que todos volviéramos nuestra atención hacia el final del pasillo. Erin se encontraba completamente quieta, mirándonos con un asombro que se reflejaba con claridad en sus ojos azules. Me observó, pero no supe qué decirle, parecía una escena sacada de una mismísima telenovela. No les miento.
—Hola, Erin —sentí que una sexy voz decía a mi a lado.
Mi prima esbozó una suave sonrisa, reaccionando como cualquier fémina ante una mirada directa de Evan.
—Evan... —le saludó con cierta vacilación, al tiempo que agitaba los dedos.
—¿Este es el de Erin? —susurró papá en un tono que difícilmente podía confundirse con un susurro. Mamá le chistó en regaño.
—No, el de Erin se llama Dimitri —lo corrigió, como si Evan, Gastón y yo no fuéramos capaces de oír su tontera.
—¿Y éste entonces de quién es?
Me volví lo suficiente como para mandarle una acalladora mirada y luego señalé a Evan con un ademan, antes de que mis padres continuaran haciendo el ridículo en mi nombre. Si se preguntan de dónde lo he heredado, pues ahí lo tienen.
—Evan ellos son mis padres, mamá y papá él es Evan. —Creía que eso era más que suficiente para cubrir las presentaciones, pero por el modo en que los ojos de mamá lo escanearon ya tomándole la medida para el esmoquin, añadí—: Un compañero de trabajo.
—¡Evan! —exclamó mamá, avanzando hacia él con la familiaridad de quien conoce a su interlocutor de hace años—. No sabía que Daphne tenía un nuevo amigo. —Bufé avergonzada ante su elección de palabras, pero Evan al parecer optó por pasarlo por alto. Joder, que no era un perro que acababa de adoptar—. Pasa, querido, estamos por tener un rico almuerzo. ¿Te gustaría acompañarnos?
Evan abrió la boca para responder, pero yo me le adelanté. Al parecer finalmente permitiéndome caer en cuenta de lo que eso significaría.
—Él está ocupado, mamá —dije entre dientes, dándole a entender que nos quedaríamos sin comida si seguía invitando a más gente al azar—. Tiene que trabajar.
—Tonterías —me silenció ella—. ¿Trabajas en domingo? —le preguntó de forma directa, a lo cual él negó de inmediato.
—No, señora.
Rechiné los dientes, mirándolo de soslayo. Se veía tan guapo el condenado, con su cabello castaño húmedo de una reciente ducha, el perfume de su aftershave flotando a su alrededor y esos ojos grises que parecían no perder detalle de su entorno. Podía entender completamente porque mamá se estaba portando tan entusiasta con un desconocido, hacerle mala cara a Evan debía de ser un sacrilegio, como botar basura en un lago lleno de patitos o... llevar blanco a la boda de una amiga. Claro que podía entenderlo, pero ese no era el momento. Yo simplemente no estaba físicamente lista para tenerlo en mi casa con mis padres y mi ex juntos. Yo iba a morir, eso era un hecho.
—¿Estás ocupado?
Capturé sus ojos por un instante, pidiéndole sin palabras que se negara, que diera alguna excusa y que me otorgara ese respiro. Pero la atención de Evan no se quedó conmigo, sino que se trasladó a un punto más atrás, junto a mi padre. Más precisamente hacia Gastón. Mierda.
—En lo absoluto —musitó para responderle a mi madre y yo me hundí en mi propia desgracia. Ella sonrió de forma amplia mientras lo invitaba abiertamente a entrar, ignorando por completo el modo en que yo intentaba controlar mis respiraciones y obligaba a mis pies a avanzar hacia adelante.
Era todo, de algún modo mi madre se las había ingeniado para empujarme a la cara mi pasado y mi presente de los cuales había estado escapando con tanto éxito últimamente.
—Daph... —Sentí que me rozaban el codo y al elevar la mirada, aturdida, me encontré con Gastón a escasos dos pasos de mí—. ¿Podemos...?
—Ahora no —lo corté, dejando que mis pies me guiaran a la cocina. Al parecer el único lugar seguro de mi casa en ese instante.
Erin me atrapó ni bien crucé el umbral, sus manos volaban a toda velocidad mientras me lanzaba preguntas que apenas podía decodificar.
—¡Espera! —La tomé por las muñecas para retenerla, ella abrió los ojos con sorpresa y yo me sonrojé un tanto por mis modos—. Lo siento. —Mi prima negó dándome una pequeña sonrisa para que no me preocupara, pero de todas formas me preocupaba. No me gustaba ser brusca con ella cuando no tenía nada que ver con lo que estaba pasando—. Estoy jodida —murmuré, logrando que ella hiciera una mueca en simpatía.
«¿Qué hace Gastón aquí?» inquirió con más lentitud.
Le expliqué brevemente la situación con el departamento y aunque Erin no estuvo muy de acuerdo en compartir su estofado con él, decidió dejarlo por la paz. Había cosas que ninguna de las dos podía controlar, una de esas cosas era mamá y su voluntad de hierro al querer hacer de casamentera.
«¿Y qué pinta Evan en todo esto?» Fue su siguiente pregunta, me encogí de hombros tan o más perdida que ella.
«No sé qué está haciendo aquí» suspiré «No estoy lista para hablar con él, Er. No sé qué decirle»
«Tranquila» Ella frotó mi hombro con delicadeza «Sabes que no puedes evitarle eternamente, tarde o temprano vas a tener que decirle cómo te sientes»
«Me gustaría tener una puta idea de cómo me siento, porque estoy en ascuas»
Erin asintió, presionando los ojos en un gesto de análisis.
«¿Te sientes bien cuando está contigo?»
«¡Claro!» Me di un segundo para pensarlo «Cuando estamos juntos todo parece bien, pero luego... luego él se cierra en banda y no sé qué está pensando. Luego solo empiezo a creer que lo molesto y que es demasiado amable como para decírmelo»
«No creo que estaría aquí y aceptara quedarse a comer con mamá y papá si ese fuese el caso»
Tuve que darle el punto en ese aspecto, pero el asunto seguía siendo el mismo. No es que Evan no manifestara su interés por mí, podía decir que yo le interesaba y le gustaba, pero había como un gran muro invisible alrededor de su persona. Era como admirar un delicioso pastelillo en un escaparate, podía tentarme con su contemplación, incluso comprarlo y devorarlo con abandono, pero una parte de mi mente siempre lo sabría. Sabría que no era algo bueno para mí.
Erin elevó las cejas para luego esbozar una tirante sonrisa, me giré reconociendo el gesto al instante. No estábamos solas.
—Daphne, en serio me gustaría hablar contigo un momento.
Quería tener esa conversación tanto como deseaba hacerme una endodoncia, pero no iba a engañarme pensando que no había asuntos sin resolver entre nosotros. Por ejemplo, todavía tenía mi secador de pelo y mi pijama favorito en su casa. Nunca tuve el valor de ir a recogerlos, dicho sea de paso. Extrañamente la falta de ese pijama me había llevado a usar mi viejo pijama de canarito, aquel con el que Evan me había visto por primera vez.
En fin... Sacudí la cabeza para aclararme.
—¿Qué pasa? —le espeté en tono aburrido. Gastón miró a Erin un instante y ésta alzó las manos, dándose la vuelta para volver a atender su estofado. Listo, esa era toda la privacidad que ella nos daría. Y se lo agradecía enormemente.
—¿Has bloqueado mi número? —Asentí casi en gesto desafiante—. Intenté llamarte varias veces, lamento haberme presentado aquí sin más... pero cuando tu madre me llamó...
—¿A dónde intentas llegar, Gastón? —lo interrumpí cansinamente—. ¿Para qué demonios quieres llamarme de todos modos? ¿Ibas a relatarme el paso a paso de la luna de miel? ¿O cuándo la dejases embarazada? ¿Cuál es el punto?
El gusano frunció el ceño, dando un muy ligero paso hacia atrás.
—Daphne... —Pero su respuesta quedó en suspenso cuando la puerta de la cocina se abrió de repente, llevando la atención de ambos hacia allí.
—Daphne tu padre quiere vino —me informó Evan con tranquilidad, cruzando una mirada relámpago con Gastón.
—¿Vino? —Escudriñé la cocina como si con eso pudiera hacer aparecer una botella y luego lo recordé, ¡maldita sea no había cogido el vino para papá!—. Diablos.
—¿Qué pasa? —preguntaron ellos dos al unísono, haciendo que un extraño y desagradable estremecimiento bajara por mi espina.
Era un hecho, debía deshacerme de estos hombres al menos hasta que la tormenta se aquietara en mi interior.
—Olvidé el vino para papá.
—Yo voy por él —se ofrecieron ambos al mismo tiempo. Gastón miró a Evan por primera vez, mostrándose abiertamente receloso y el otro por supuesto que no se dejó avasallar—. Voy yo —repitió Evan, sonando tan seguro que casi estuve a punto de darle el dinero para la compra. Pero entonces algo de sentido común me golpeó y me obligué a borrar de mi mente aquellas imágenes que llegaron de ninguna parte, en donde veía muy bien dónde más a Evan le gustaba ponerse autoritario. Grr...
¡Contrólate, Daphne! Me di una bofetada mental.
—No va a ir ninguno de ustedes —les dije apuntándolos con mi índice—. Voy a ir yo, es mi padre y sé lo que le gusta. —Le toqué el hombro a Erin para que me mirara y rápidamente le trasmití el mensaje, ella me dio unos pulgares arriba y con el permiso de mi prima pasé entremedio de los hombres que habían invadido mi cocina y me dirigí hacia la puerta.
Si la suerte decidía estar de mi lado finalmente, encontraría un avión a punto de partir con destino a Timbuktu o cualquier lugar lejos de esa casa como me fuese posible. ¿Oíste, suerte? Cualquier lugar está bien para mí, cualquiera que me ayudase a escapar de mis problemas solo un poco más.
***
No hubo avión, por si les interesa saberlo. Al salir solo me atacó el frío típico de esas fechas y el deseo irracional de correr lejos, lejos. ¿Por qué me pasaban estas cosas a mí? No era precisamente una mala persona, ¿por qué el destino gustaba tanto de jugármelas feo?
—¡Daph! —Cerré los ojos, pero no pude bloquear el sonido de los pasos que se acercaban a mí. Evidentemente el destino y yo tendríamos algunas palabras—. Te dejaste la bufanda.
Me giré al tiempo que él me daba alcance y me ofrecía a la susodicha como una simbólica bandera blanca de color rosa chicle.
—Creo que habría sobrevivido sin ella —señalé, tomando mi bufanda de sus manos con un jalón—. Vuelve, Gastón.
—Pensé que...
—En serio no quiero oírlo —lo corté dándome la vuelta para dirigirme a la tienda de una buena vez. Al parecer no cogió la indirecta, pues unos segundos después lo escuché avanzando a mis espaldas.
—Daphne, lo siento. —Me detuve. Unos pasos atrás él también lo hizo—. Sé que no te importa, sé que la disculpa llega tarde, sé que no debería estar empujando tus límites de este modo, pero lo siento. —Volví el rostro levemente para mirarlo—. Nunca llegué a pedirte disculpas por lo que pasó.
Negué queriendo dejarle en claro que ya no importaba, que de algún modo me las había arreglado para seguir adelante sin su disculpa, que la herida había dejado de escocer hace un tiempo. Pero no pude, porque él había roto mi corazón entonces, porque él había tirado por la borda una relación de años, porque él se había revolcado con otra sobre mis sentimientos. ¿Cómo podía ser indiferente a eso?
—¿Al menos eres feliz? —pregunté con un intento de sonrisa, él dio un vacilante paso hacia mí.
—Eso... —Hizo una pausa mirando más allá de mí por un instante—. Eso no funcionó —dijo finalmente, sorprendiéndome en el proceso.
—¿A qué te refieres?
Sonrió. Una sonrisa tirante y vacía.
—Ella no significaba nada, Daphne...
—Pero ibas a casarte con ella —lo interrumpí—. Me llamaste para pedirme el anillo y...
—No era cierto —masculló en un exabrupto. Parpadeé en blanco—. Aquella vez... —movió la mano en un ademan nervioso—. Te llamé porque quería hablar contigo, te llamé para decirte... para explicarte. Pero tú...
—¿Yo qué?
Suspiró.
—Tú estabas tan decidida a odiarme, simplemente quería... —Volvió a hacer una pausa, como si no consiguiera escoger sus palabras—. Aquella vez fui un estúpido, Daph. —No se lo negué—. Aquella vez y muchas veces más, solo quería decirte cómo me sentía y por algún motivo nada más lograba joderlo todo. —Estiró una mano como para tocarme, pero me alejé sin darle oportunidad—. He estado yendo a un psicólogo... —Mi corazón se detuvo por un largo segundo—. ¿Recuerdas que siempre me decías que fuera a ver uno? Admito que al principio me parecía un charlatán, pero tiene razón en ciertas cosas. Le hablé de ti... de nosotros, de lo que pasó.
—¿Qué...? —Mi mente no daba para articular más que eso.
—Él me ayudó a poner las cosas un poco más claras. —Al ver que yo no decía nada, Gastón sintió el impulso de llenar el vacío—. Pude ver nuestra relación desde otro punto de vista, te hice daño desde mucho antes que aquel día. —El día en que se acostó con otra y yo lo descubrí, por cierto—. Te hice creer que había algo mal en ti... fui muy injusto, cualquier hombre habría estado más que agradecido de tenerte en su vida.
—No intentes halagarme ahora —le ordené con voz trémula.
—No lo hago —me espetó con seriedad—. Solo estoy diciendo la verdad, Daphne. —En esa ocasión cuando estiró una mano para rozarme la mejilla, no fui capaz de reaccionar—. Tú siempre lo diste todo para hacerme feliz y yo lo único que hacía era quejarme, decirte que fueras más callada, más sofisticada, menos impulsiva... contando cada vez que hacías algo espontáneo y juguetón. —Sonrió con cierto toque de nostalgia—. Estaba queriendo apagarte cuando tú solo deseabas brillar. —Tragué con fuerza, elevando el rostro para mirarlo a los ojos—. Fui tan estúpido como para pensar que no eras perfecta de ese modo.
—Nadie es perfecto —musité por muy cliché que eso sonara. Él trazó un pequeño círculo con su pulgar en mi mejilla y suspiró.
—Voy a discrepar en ese punto —señaló con una media sonrisa que involuntariamente le devolví. Gastón se inclinó hacia a mí con una evidente intención, pero me dio el tiempo suficiente como para decidir si quería o no aquel beso. Le ofrecí mi mejilla—. Es un paso —susurró, apartándose un tanto.
—No pienses que te estoy perdonando, solo que soy lo bastante civilizada como para guardarte rencor eternamente.
En esa ocasión su sonrisa fue más sincera.
—Agradezco esos años de evolución que me llevas, entonces.
Solté una risa, dándole un golpe en el brazo.
—Vaya idiota, vamos por ese vino ¿te parece?
—Por supuesto, pues ya sabes lo que dicen: a borracho fino, primero agua y luego vino.
Volví a reír al tiempo que acompasábamos nuestro paso en dirección a la tienda. Por supuesto que nada estaba arreglado y que harían falta siglos para que existiera algo de la antigua naturalidad entre nosotros, si es que en verdad nos pusiéramos en plan de sostener una amistad. Pero no había mentido antes, no le guardaba rencor, no le odiaba y pensar en lo nuestro ya no apretujaba mi corazón hasta volverlo una pasa. En algún momento dentro de todo el sufrimiento al que me había empujado nuestra ruptura, me había dado cuenta que Gastón no era el indicado para mí y en ese instante no había hecho más que confirmarlo.
Me había esforzado tanto para ser menos "Daphne" para él, más tranquila, menos alocada y más normal, que no me había dado cuenta de mi error por el simple hecho de que quería ser amada.
—¿Crees que...? —Gastón me miró con interés, invitándome a continuar. Mordí mi labio—. ¿Crees que soy difícil de amar?
Él sonrió, negando con suavidad.
—Creo que eres muy fácil de amar —respondió, para luego llevar su vista hacia adelante—. Pero tú tienes un modo de amar y pienso que a veces te olvidas de que no todos somos como tú.
—¿Cómo?
—Daph, tú pones el corazón en todo y lo ofreces todo sin reservas.
—¿Qué hay de malo con eso? —insté, confusa.
—Nada —suspiró—. Siempre y cuando sepas hacer la diferencia, y reconozcas que el hecho de que alguien no grite su amor por ti a los cuatro vientos, no significa que no te ame con locura. No significa que sus sentimientos valgan menos.
***
Pensaba que al regresar a la casa las cosas remontarían un poco, luego de la conversación con Gastón no pude evitar pensar que sus palabras tenían un algo de verdad. Es decir, no porque vinieran de un hombre que me había lastimado mucho, perdían valor ¿cierto?
Al final de cuentas la pequeña tregua que habíamos logrado en ese lapso de adquisición alcohólica, se vio ligeramente eclipsada cuando noté que alguien nos aguardaba en el pórtico. Gastón me dio una breve mirada de soslayo pero mis ojos no se despegaron del psicólogo que nos observaba de brazos cruzados, avanzar en su dirección.
—¿Quieres que le lleve esto a tu padre? —inquirió mi ex deteniéndose a mi lado. Asentí en piloto automático y Gastón dio un paso quedando exactamente enfrentado a un Evan que parecía reacio a cederle el paso—. Permiso.
—Claro —susurró el aludido, moviéndose lo suficiente como para dejarle un resquicio de espacio para pasar.
—¿También tengo que pasar por ahí? —le pregunté, apuntando con mi dedo el lugarcillo por donde Gastón había hecho caber su cuerpo. Lo siento pero mi trasero XL no iba a tener tanto éxito en dicha maniobra.
—Me gustaría tener unas palabras contigo a solas —me espetó con una engañosa calma.
—¿Aquí fuera?
—Sí.
Le di un asentimiento, aceptando el hecho de que al parecer íbamos a tener esa conversación junto a la puerta de calle.
—¿De qué quieres hablar?
Evan colocó la cabeza de lado, estudiando mi rostro con seriedad.
—No esperaba encontrar a tantas personas al venir aquí, pero temía que si daba aviso de mi visita fueras a recordar algún compromiso previo o que decidieras iniciar tu entrenamiento o que súbitamente te sintieras mal —enumeró, básicamente resumiendo cada una de las excusas que le había estado dando durante la semana. Ni por un momento había pensado que lo estaba engañando, pero el hecho de que me lo dijera en ese instante solo sirvió para hacerme sentir como una completa estúpida—. No entiendo —murmuró al ver que yo no hacía intento de defenderme—. Dijimos... —se detuvo para tomar una bocanada de aire—. Dijiste que querías... que querías que fuéramos pareja. —Se pasó una mano por el cabello, disparando los mechones castaños en todas direcciones—. Que querías que fuese tu novio, pero entonces simplemente desapareces. ¿Por qué?
—Evan...
—Solo sé honesta —me apremió cuando yo no continué, me veía incapaz de admitir que me daba miedo no ser suficiente. ¿Y si me enamoraba de él? Seamos sinceros, era una posibilidad muy grande. ¿Y si me perdía locamente por él y jamás conseguía tocar su corazón?—. ¿Lo estás reconsiderando? ¿Tiene que ver con el tipo de adentro?
—No, claro que no —dije apresuradamente, ganándome un bufido de incredulidad por su parte. ¿Era en serio? ¿Acaso él pensaba que estaba cambiándolo por el gusano? Dioses, era estúpida pero no a ese extremo—. No tiene nada que ver con Gastón.
—Él no te mira como si fueras su amiga o una simple conocida, Daphne. ¿Quién es él?
—Él no importa.
—¡Con una mierda que importa! —Di un respingo sin poder creer que él acabara de gritarme, gritarme en verdad—. No puedes decirme que vas a ser mi novia, para el fin de semana siguiente tener una comida con otro tipo y tus padres. ¿Qué se supone que tengo que pensar?
—¡Dios, Evan! —lo acallé, tomándolo de la mano con fuerza—. El que esté aquí fue asunto de mi madre, yo no lo invité. Y está bien, te doy el punto... solía salir con Gastón —murmuré entre dientes, al tiempo que él jalaba para liberarse de mi amarre—. Pero eso pasó hace mucho, ¿de acuerdo? Las cosas terminaron mal y...
—¿Fue el que te llamó?
—¿Cómo? —insté al no comprender en qué pensaba. Evan presionó sus ojos grises, mirándome de un modo críptico.
—El que te llamó para pedirte el anillo —me recordó—. El motivo por el que rompiste tu dieta y mentiste a tus amigas, ¿no?
Oh por Dios, yo le había contado eso en un momento de humillante honestidad y él no lo había olvidado. Lo peor era que lo hacía sonar como si yo aún guardase algún tipo de afecto por el gusano. ¡Claro! Como si fuera capaz de pensar en otro hombre cuando él alcanzaba y sobraba para quitarme el sueño.
—Sí, fue él pero esto no tiene nada que ver con nosotros.
—¿A qué nosotros te refieres? —lanzó de regreso, claramente sin creer en mis palabras.
Fruncí el ceño, puede que se viera algo lindo en plan celoso y posesivo (no negaré lo obvio), pero mi mente no tenía tiempo para recoger esos detalles.
—¡Vale, Evan! Necesitaba un respiro, ¿de acuerdo? —señalé, dándome un segundo para tomar aire—. No tiene que ver con Gastón, tiene que ver con el simple de que no puedo... necesito pensar y...
—¿No puedes? —interrumpió en tono áspero y yo vacilé al darme cuenta lo que había dicho sin pensar. Y sobre todo por el modo en que él lo había interpretado—. ¿Exactamente qué es lo que no puedes?
—Necesito tiempo para pensar.
—¿Por qué? ¿Qué está mal? —demandó saber—. ¿Te he hecho infeliz? Lo cambiaré.
Ante eso no pude más que cubrirme los ojos con la mano y obligar a las lágrimas que presionaban tras mis parpados a echar reversa.
—No hiciste nada mal —admití, sacudiendo la cabeza repetidas veces como para que no le cupieran dudas. Entonces tuve que hacer un enorme esfuerzo para pasar el nudo que cerraba mi garganta y lentamente elevé el rostro para enfrentar aquellos bonitos ojos grises confusos e impacientes que aguardaban por mí—. Solo necesito pensar en qué tan inteligente es para nosotros seguir con esto adelante. —Evan no respondió, parecía desconcertado—. En qué tan inteligente es para mí darle mi corazón a otro hombre que no puede o no quiere darme el suyo.
—Daphne... —Alcé una mano para pedirle un segundo.
—Sé que es demasiado pronto, pero tenías razón Evan... no puedo dar mi cuerpo sin involucrar más de mí. —Intenté sonreír pero ni siquiera pude lograr que mis labios se curvaran un tanto—. Realmente quiero, pero no sé si pueda... tarde o temprano voy a desear un poquito más.
—¿Y necesitas tiempo para pensarlo? —murmuró con el rostro carente de emoción alguna. Asentí, Evan copió mi gesto para luego inclinar un tanto su cabeza a modo de saludo—. Bien, tendrás tu tiempo entonces.
Al segundo en que soltó esas palabras, me di cuenta de que estaba enfadado y que estaba haciendo un esfuerzo por no evidenciarlo.
—Evan solo...
—Está bien, Daphne —me acalló con la voz un tanto más afilada—. Quieres tiempo y lo tendrás. Es más, a partir de mañana ni siquiera vas a tener que poner a prueba tu destreza en el arte de evitarme.
—¿Qué...?
—He conseguido pasar mis citas a la consulta, ya no tengo que ir más a la empresa —explicó, dando un paso hacia atrás como si recelara de mi cercanía incluso. Intenté responder, pero él volvió a interrumpirme—: Avísame cuando decidas cómo quieres que te quiera.
Y sin darme tiempo a siquiera reaccionar, bajó lapequeña escalera de mi entrada y se alejó calle abajo con las manos hundidas enlos bolsillos, y mis ojos fijos en su espalda en plena retirada.
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Como hace siglos que no actualizo, la verdad es que no recuerdo cómo iba la lista de dedicatorias en esta historia. Además que el cap. secó mi cerebro jaja
Espero que les haya gustado, como dije más arriba empezamos a transitar el camino hacia el inminente final. Siento mucho tardar tanto, sepan que no me gusta nada tenerlos a la espera, pero siempre espero el impulso de las musas para escribir y darles algo con lo que al menos yo, quede conforme.
¡Sin más, gracias a todos por pasar! Sé que prefieren leer las locuras de los chicos en esta parte antes que a mí, pero bue... yo también quiero cariño (?)
Déjenme saber qué les pareció el capítulo, recuerden que para estar enterados de mi vida y mis historias me pueden seguir en mis redes sociales...
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