La innecesaria enseñanza (parte II)
Muy bien, evidentemente soy una chica fácil y no me puedo hacer de desear. Por cierto que bueno que muchos estén listos para dar el siguiente paso en nuestra relación xDD Nos veo futuro, en serio ;)
Bueno, más allá de nada. Primero espero que disfruten de este último capítulo, me despido abajo <3 Lean con calma que es largo.
Evan con barba en la foto, en realidad quería mostrar el traje jaja
Capítulo XXX: La innecesaria enseñanza (parte II)
De camino a la empresa mi móvil volvió a vibrar al menos dos veces dentro de mi bolso, así que decidí apagarlo y pensar en lidiar con eso cuando me viniera en ganas. Quizás nunca, quién sabe.
En cuanto entré al SUM, aquel lugar en donde mi jefe anunció meses atrás que Evan trabajaría con nosotros, descubrí todo muy distinto y no supe por qué eso hizo que un nudo se apretara en mi garganta. La verdad era que se habían currado una decoración navideña de puta madre, había mesas con comida en los laterales y algo similar a una barra de bebidas, un gran árbol lleno de luces y un Santa surcando las alturas en su trineo cargado de obsequios. La concurrencia era mucho mayor que la del año anterior, por lo que me tomó un buen rato poder localizar a mis chicas, las cuales dicho sea de paso se encontraban curiosamente cerca de la barra.
El rostro de Ani estalló en una enorme sonrisa al verme a pocos metros de ellas, abrió los brazos en una invitación que no pude rechazar y básicamente corrí la distancia que nos separaban para fundirme en su abrazo. Quizá le tomó dos segundos darse cuenta que estaba allí sola, que la estaba abrazando como si no existiese un mañana y que me sentía básicamente como el culo. Sentí que Mel me rodeaba también y un segundo después los brazos de Nadia se sumaron al enorme abrazo grupal. Esto era lo que yo necesitaba, mi lugar y a mis chicas.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Nadia ni bien me dieron sitio para respirar.
Sacudí la cabeza sin ganas de entrar en esa conversación y en cambio le robé la copa que ella tenía en la mano, empinándomela hasta vaciarla por completo. Las chicas fruncieron el ceño con igual grado de incertidumbre, pero ninguna me presionó a hablar. Supongo que mi cara servía de indicador suficiente como para que no fuéramos por ese camino, no de momento al menos. Necesitaba varias copas más para en realidad proponerme diseccionar aquello.
—Lo dejamos para después, ¿vale? —les pedí con voz trémula y una sonrisa que no estaba sintiendo en lo absoluto. Ani parpadeó mirando a las otras y entonces, simultáneamente, comenzaron a asentir con efusividad.
Eso me robó una verdadera sonrisa de agradecimiento.
—No sé ustedes —dijo Nadia, cortando el pesado ambiente con su típico tono de burla—. Pero yo necesito un jodido trago ahora mismo.
—Secundo —murmuró Ani, sacudiendo su copa también vacía—. Champán, me apetece mucho.
—A mí también —añadí, aunque mi cabeza ya comenzaba a dar muestras de aturdimiento por el vino. No me importaba, no me vendría mal termina esa noche tan atrás como cola de perro.
—¡Yo voy! —exclamó una alegre Melanie, tomando nuestras copas para comenzar a deslizar su cuerpecito hacia la barra—. ¿Champán todas?
—Oh, a mí tráeme un mojito, cariño —la detuvo Nadia, dándole una palmada en el trasero. Mel rió.
—¿Hay tragos? —inquirí súbitamente interesada.
—No es una gran variedad, pero sí. ¿Daiquiri?
—¡Daiquiri! —grité chocando los cinco con Nadia. Ella me conocía bien.
—Entonces un daiquiri para mi hermosa Daphne aquí —le apuntó a Mel que todavía aguardaba a que nos pusiéramos de acuerdo.
—Genial —dijo ésta, devolviéndonos la sonrisa tonta. Entonces se pegó la vuelta para cumplir con el encargo, casi al mismo tiempo en que lo hacía el hombre que estaba a sus espaldas y lo lógico ocurrió. Aquel tipo se estrelló contra mi querida Mel o bien ella se estrelló contra el brazo del hombre que acababa de obtener su trago de la barra, haciendo que todo el líquido se deslizara por la parte frontal de su vestido negro. Mel soltó un chillido ante el contacto frío de los hielos contra su piel, Ani cerró los ojos como yo en mutua solidaridad y Nadia soltó una risotada, solo como Nadia podía hacerlo.
—¡Bien hecho! —exclamó mi amiga, aplaudiéndole a los dos damnificados. Mel se volvió para fulminarla con la mirada, al tiempo que el hombre alzaba la vista, atónito. Un par de ojos verdes claros arrasaron por encima de cada una de nosotras, para luego enfocarse en la chica que le había volcado la bebida.
—¿Estás ciega? —masculló en reclamo, sacudiendo la mano para escurrirse los vestigios de bebida. Mel retrocedió casi de forma instintiva y Nadia, a mi diestra, cuadró los hombros en su modo instintivo.
—Oye, calma los humos, camarada. Tú tampoco te fijabas por dónde ibas —le espetó a la persona que yo acababa de reconocer en ese traje caro y con el cabello peinado. ¡Qué me jodan si un tipo podía cambiar tanto solo vistiéndose correctamente!
—Tú no te metas —señaló Gavin, disparándole una mirada de advertencia a Nadia. Claro, como si eso funcionara con ella.
—Tú no seas descortés —le dijo en contra partida, apuntándolo con su índice—. Solo has perdido una bebida gratis, hombre, ella acaba de ganarse un vestido arruinado. Así que cálmate.
—Nadia... —intentó protestar Mel, apenas escuchándose por sobre la música.
Gavin parpadeó, apartando la vista de la belicosa Nadia para bajarla hacia Mel. Él le llevaba sus buenos quince centímetros, así que no podía más que mirar hacia abajo y obligarla a ella a elevar el rostro.
—¿Se arruinó? —le preguntó entonces, siendo mucho más considerado de lo que me habría esperado de un ser de su planeta. Ella sacudió la cabeza con cierta timidez—. Lo siento.
—No pasa nada —replicó Mel a su vez, pasándose una mano por el frente del vestido de arriba abajo—. Es esa tela que casi no se moja, ¿ves?
Los ojos de Gavin se estrecharon de forma llamativa cuando ella hizo ese pequeño movimiento sobre sus pechos, pero Mel evidentemente no lo notó.
—Yo digo que debería comprarle uno nuevo —acotó Nadia, pero yo la apreté sutilmente del brazo para que no interrumpiera.
—Oigan —llamó Ani en ese instante, haciendo que los cuatro la miráramos—. No es por molestar, pero... —Sacudió su índice hacia arriba, apuntando encima de las cabezas de Mel y Gavin con una sonrisa zalamera.
Él enarcó una ceja siguiendo la dirección de su dedo y Mel lo imitó, descubriendo al mismo tiempo aquel objeto del que todos rehuimos en este tipo de reuniones por temor a que nos atrapara bajo su magia con alguien indeseado. Un jodido muérdago.
—Oh... —Las mejillas de Mel se tornaron de un rojo tan profundo que bien se podrían confundir con la nariz del maldito Rodolfo. Gavin rodó los ojos y frunció el ceño hacia nosotras, como si fuera de alguna forma nuestra culpa que él decidiera chocarse con ella justo debajo de un muérdago. Ni que fuésemos los fantasmas de las navidades pasadas, no obrábamos ese tipo de milagros cursis—. Esto no... —comenzó a decir ella, ganándose automáticamente la atención de él.
—Es solo un estúpido beso —la acalló, al tiempo que la tomaba de la barbilla y la jalaba sin resuellos contra sus labios.
Abrí los ojos como platos, Nadia y Ani jadearon pero ninguna fue capaz de decir nada mientras Gavin le robaba un beso en toda ley a mi amiga.
Y aquello que al principio solo había empezado como un simple roce de labios, cambió rotundamente cuando Mel se vio involucrada en el asunto. Sus manos se enlazaron en torno al cuello masculino y Gavin deslizó la suya hasta su nuca, moviéndola de modo que se ajustara mejor a su altura y realmente la asaltara con su beso francés. Un beso francés que habría hecho sonrojar a Francia entera. Fue un minuto eterno de ese despliegue de sexualidad del cual ninguna podía apartar la mirada, hasta que él pareció recobrar el sentido y retrocedió lo suficiente como para enfocar su mirada en ella. Mel lentamente deslizó los brazos lejos de su cuello y pude ver como un musculo de la mandíbula de Gavin se tensaba notoriamente cuando ella se apartó de su cuerpo. Sin decir nada, él inclinó la cabeza en una especie de despedida y se pegó la vuelta para perderse entre los asistentes con esa indiferencia suya que a veces fastidiaba.
Mi amiga lentamente fue recuperando el aire luego de ese rápido asalto y aún con las mejillas encendidas se volvió para mirarnos con una pequeña sonrisa de victoria.
—¡Qué jodidos, Melanie! —gritó Nadia, creo que hablando por todas al salir del estupor antes—. ¡Acabas de comerte al Grinch de informática!
Mel frunció ligeramente el ceño al escucharla.
—No lo llames así —susurró, recordándome súbitamente a Erin defendiendo a su psicópata. Oh, dioses, lo de Mel era serio.
—Pero...
Alcé una mano para silenciar a Nadia y ésta, contrario a lo esperado, obedeció.
—No somos nadie para juzgar sus gustos —le apunté, mirando a Ani en busca de apoyo.
—Claro —respondió ella al instante—. Si a Mel le gusta, entonces a mí me agrada.
—Vaaaaale —prorrumpió Nadia captando el mensaje—. Le daré el beneficio de la duda, solo porque se ve jodidamente bien en traje. —Y ella en realidad no exageraba en ese punto, se veía como un tipo decente y muy caliente—. Pero el asunto es, ¿qué carajos sigues haciendo aquí?
Melanie parpadeó, confusa.
—¿Cómo dices?
—¡Cómo digo! —Puso los ojos en blanco, resoplando—. Melanie Virginidad Sabrosa Arévalo, ¿cómo dejas que el tipo se te vaya? ¡Vamos! Está pidiéndote que lo sigas para que terminen lo que empezaron aquí, ¿soy acaso la única que lo ve? —Se giró para increparnos con una asombrada mirada—. ¡Dioses! Estoy rodeada de puras novatas.
—¿Tú crees que eso quiere, Nad? —inquirió Mel, ampliando los ojos con duda y cierto deseo—. Yo no sé si él...
—¡Claro que quiere! —la cortó ella con tono cansino—. Un hombre no besa a una mujer de ese modo porque sienta indiferencia, Mel. Por favor.
—Voy a darle el punto en ese sentido —musitó Ani, ganándose un guiño por parte de Nadia—. No habría pensado que él estuviese enterado que existía algo más allá de sus computadores, pero tras ver eso... bueno, tengo que admitir que parece que le gustas.
—¿Tú crees?
—¡Sí, lo cree! —la apremió Nadia, tomándola de un brazo—. Ahora ve por él.
Melanie me buscó con la mirada, claramente esperando oír mi veredicto al respecto del tema. Y si bien no me sentía con ganas de alentar a nadie con nada relacionado a hombres, sabía cuál era mi papel de amiga y sabía lo que había visto.
—Creo que está muy interesado, Mel. Deberías ir por él.
Sus ojos se iluminaron tras recibir mis palabras y entonces nos sonrió a todas, antes de dar un asentimiento cargado de determinación.
—Iré —anunció, robándole el gesto de cuadrar los hombros a Nadia para encaminarse tras aquel enigmático, pero al parecer buen besador, hombre de las máquinas.
—Nuestra Mel está creciendo —murmuró Nadia con algo de emoción, atrayéndonos a Ani y a mí en un torpe medio abrazo. En ese instante, al verla avanzar entre la multitud, no pude más que desearle la mejor de las suertes.
—Le irá bien —sentenció Ani, volviéndose hacia nosotras—. En fin, ¿qué pasó con esas bebidas?
—Voy yo —me ofrecí, necesitando poner algo de movimiento en mí. Me desenredé del brazo de Nadia para encaminarme hacia la barra cuando mis ojos se toparon de lleno con él de pie del otro lado del salón.
Él, enfundado en un traje azul noche casi como si supiera cómo estaría yo vestida, él y sus ojos grises parcialmente ocultos tras las gafas mientras recorría a la multitud, él. Alguien a quien no esperaba ver en ningún momento pronto.
Sacudí la cabeza, dándome la vuelta para regresar con mis amigas y, sin decir nada, les dejé las copas vacías en las manos.
—¿Daph? —me llamó Ani, al tiempo que yo agitaba la cabeza y comenzaba a alejarme en la dirección que me llevara más lejos de allí.
No podía lidiar con él, no podía porque parte de mí sabía que era lo bastante débil como aceptar lo que fuera que pensara darme. Aceptarlo aún cuando para mí no era suficiente. Y no iba a hacerme eso, ya me había hecho eso en el pasado y todos sabemos cómo había resultado, ¿no?
Avancé hacia la salida apenas siendo consciente de mis pasos y por un segundo me permití albergar la esperanza de que esto sería todo, que me escaparía con un resabio de dignidad al fondo de mi boca, pero justo cuando doblaba por uno de los pasillos hacia los elevadores, lo vi de nuevo. Y no hubo espacio para la huida, porque él también me vio y se comió la distancia entre nosotros en un par de rápidas zancadas. Aun ante su visión hice acopio de un valor hasta ahora jamás expuesto y pasé por su lado, siguiendo mi camino sin apenas inmutarme.
—Daphne —me llamó, pero por primera vez mis pies no respondieron a su demanda como de costumbre—. ¡Daphne! —volvió a llamar con mayor fuerza, mientras las puertas de los elevadores se abrían para mí.
—Llegas tarde, Evan —le dije, al tiempo que apretaba el botón de la planta baja y aguardaba impacientemente porque me sacara de allí. Él parpadeó, confuso ante mis palabras, reaccionando para entrar en la cabina un segundo antes de que las puertas se cerraran. Lo miré—. ¿Qué quieres?
—Entiendo que estés molesta, pero...
—No estoy molesta —lo interrumpí, cruzándome de brazos casi sin darme cuenta—. Ni siquiera puedo decir que estoy decepcionada, porque básicamente me lo estaba esperando, ¿sabes? —Él abrió la boca, pero yo continué haciendo caso omiso de ello—. Por un segundo... —me reí sin ganas—. Esta semana casi me lo creí, Evan. Casi llegué a pensar que estabas en esto conmigo, pero...
—Daphne para, solo déjame explicarte. —Su mano se cerró alrededor de mi muñeca, pero no me permití disfrutar de su toque y lentamente me aparté lo más lejos que podía en ese estrecho sitio.
—No sé si me importan las explicaciones ya —le espeté, agradeciéndole al dios que decidió en ese segundo que llegáramos a la planta baja.
Salí del elevador como si se me fuera la vida en ello, pero no llegué muy lejos cuando él me cortó el camino y volvió a tirar de mi brazo.
—Para, ¿quieres?
—Evan...
—Para —volvió a pedir y a regañadientes me di cuenta que solo estaba haciendo una escena.
Gran cosa, el chico que me gusta no me quiere, debería superarlo de una vez. No era la primera ni la última mujer que estaría en esta situación.
—Vale, te escucho —le dije, aceptando que era lo bastante madura como para no hacer una tormenta de un vaso de agua.
Evan tiró de mí hacia un lateral, sacándonos del camino principal donde algunas personas seguían arribando a cuenta gotas. Entonces me apoyé contra la pared, enviándole una mirada de impaciencia. Él no pareció para nada impresionado con mi actitud, pero que se joda. Yo era la que tenía motivos y derecho de estar enfadada.
—Como intentaba decirte por teléfono, tuve un inconveniente. —Asentí, esta vez no iba a ser la colaborativa Daphne. Esta vez yo solo escucharía y no abriría la boca más que para lo necesario—. Daphne, sabes que no habría cancelado los planes de no ser por algo muy importante, ¿no? —Me encogí de hombros, porque en realidad no sabía—. Joder... —masculló, pasándose una mano por el cabello y quitándose los lentes con el mismo ímpetu—. Tenía que atender un asunto importante.
—Vale —acepté, obligando a que mis labios se estiraran en una sonrisa comprensiva.
—No me estás entendiendo...
—No me estás diciendo nada que no suponía antes, Evan —lo corté, encogiéndome de hombros. Ya sabía que no era el tipo de hombre que dejaba a una mujer plantada porque sí, ya imaginaba que debía de haber tenido algo importante que hacer, pero dónde me dejaba eso a mí—. Espero que hayas podido solucionar el problema y...
—Tú me importas mucho —me interrumpió, logrando que lo mirara incrédula—. Quería pasar esta noche contigo, Daphne, cree eso por favor.
—Bien.
—No... —susurró, estirando una mano para posarla en mi mejilla—. No me digas que está bien cuando no estás creyendo una puta palabra que te estoy diciendo.
—¿Qué quieres que te diga, Evan? —inquirí, tomándolo de la manga para apartar su mano.
—Lo que piensas.
—De acuerdo —asentí, enfrentando sus ojos. Porque coraje para ser directa nunca me había faltado y esta vez no sería distinto—. Creo que te gusto, pero simplemente no te gusto lo suficiente... creo que no importa cuánto tiempo, o cuánto esmero le ponga a esto, creo que nunca te voy a gustar más. Nunca voy a lograr romper la barrera que levantas para sentirte seguro... no creo tener lo suficiente como para que me dejes hacer eso. Y está bien... —lo calmé cuando él intentó protestar—. Eso puede significar que esto es lo más lejos que estamos destinados a llegar, pero me gustó lo poco que tuvimos... estuvo bien. Me ayudaste a verme desde una perspectiva muy distinta, a valorarme más y por eso me gustó esto. Sea lo que sea. Me gustó.
—Daphne...
Alcé una mano para detenerlo.
—En serio, no puedo seguir esperando hasta que estés listo para mí. —Le sonreí, sabiendo que de lo contario me pondría a llorar—. La vida no es sobre esperar a que las cosas pasen, ¿no? Siempre he ido detrás de lo que quiero, siempre. —Una lágrima traicionera se desprendió de uno de mis ojos, cayendo a toda velocidad por mi mejilla. La limpié—. Y te quiero y me gustas, pero no voy a empujarte más.
Tras decir aquello, no fui capaz de sostenerle la mirada por un segundo más, lo hice a un lado para que me permitiera pasar y él apenas se movió, cediendo, aceptando que yo tenía la razón sin necesidad de decir nada.
Adiós, Evan. Pensé un segundo antes de alcanzar la puerta que guiaba al frío exterior de diciembre y tomaba una profunda y necesaria bocanada de aire andando hacia la calzada. Entonces me detuve un instante pensando en mis siguientes pasos, cuando sentí el calor de una prenda caer sobre mis hombros. Di un respingo girando el rostro, para encontrarme con él y la parte superior de su traje sobre mí.
—Vas a helarte.
—Dejé mi abrigo... —comencé a explicar, pero Evan me silenció apretando su índice contra mis labios. Parpadeé, olvidando cualquier cosa relacionada con el frío o abrigos para el caso. Porque él tenía ese efecto en mí, me gustara o no admitirlo, él me conquistaba aun cuando no buscaba hacerlo.
—Tienes razón la vida no es sobre esperar a que las cosas pasen —dijo, como si todo lo anterior no hubiera ocurrido—. Estaba listo para ir a tu casa esta noche, me acababa de vestir cuando recibí una llamada. —Se miró como para confirmar que en realidad había alcanzado a vestirse y suspiró—. Suelo dejarles mi número a mis pacientes en caso de que necesiten algo cuando me tomo un receso... solo serían un par de días, pero nunca se sabe. —Sonrió con algo de nerviosismo—. Las navidades no son fáciles —explicó, serio—. Una de mis pacientes está embarazada, ha perdido a su marido dos días después de saber del embarazo. Y ella no se sintió bien está noche, me llamó porque necesitaba hablar con alguien... ¿entiendes? —Asentí—. Tuve que llevarla a urgencias... hizo algo... —Sacudió la cabeza como si no pudiera ni pensar en ello—. En fin, ahora está bien... bueno, la tienen en observación y parece que ella y el bebé se pondrán bien.
—¿Está sola? —me escuché preguntar con voz estrangulada. Evan negó.
—Llamé a Jimena para que la acompañara un rato... —La sutil sonrisa volvió a sus labios—. La sala de emergencia era un jodido caos, apenas podía escuchar mis pensamientos y tú no respondías el teléfono.
—Evan...
—No, entiendo porque no lo hacías —murmuró hablando por sobre mis palabras—. Así que le dije a Jimena que me cubriera un momento, porque tenía algo muy importante que atender y que mi felicidad futura dependía de ello. Y ya me han regañado en el pasado por ponerme al último lugar y no pensar en mi felicidad, ¿sabes? —Rodé los ojos, pero no fui capaz de no devolverle la sonrisa que me envió—. Entonces fui a tu casa, pero no estabas allí y la verdad es que me sentí como un bastardo porque de alguna forma... yo... estaba esperando que me estuvieras aguardando. Y eso ha estado mal. Ha estado mal y yo he estado mal, Daphne, porque lo único que he hecho es hacerte esperarme. —Posó sus manos en mis hombros, no dejándome más alternativas que enfrentarlo—. Lo lamento.
—Está bien, Evan.
—Daph... —Su pulgar frotó un pequeño espacio de piel junto a mi cuello y me estremecí casi involuntariamente—. ¿Realmente crees que no llegas a mí? ¿Qué aún mantengo alguna barrera frente a ti? Tú arrasaste con todo, por completo. Y me alegro que lo hayas hecho... —Chasqueó la lengua, tomando una profunda bocanada de aire—. No podía ignorar el llamado de Diana, Daph... no sería capaz de cargar con más muertes inocentes en mi conciencia.
—¿A qué... te refieres? —susurré con voz pequeña.
Evan bajó la mirada al suelo por un minuto que se me hizo interminable y llegué a pensar que no iba a explicármelo, que al final de cuenta esto sería una repetición de lo que siempre ocurría cuando parecía que nos acercábamos.
—Cuando te conté sobre mi familia... no fui del todo honesto. —Lentamente elevó sus ojos hacia los míos con un gesto de cauteloso resguardo y no supe qué pensar—. Yo amaba a mi familia como no tienes una idea...
—Te creo —musité, porque de algún modo él parecía estar poniendo aquello en duda.
—Lo hice porque no... —se silenció, presionando los ojos con fuerza y lo volvió a intentar—. Ellos le dispararon a mi hermano de un año, un certero disparo que lo silenció para siempre. —Me cubrí la boca con sorpresa al escucharlo, pero Evan continuó ajeno a mi persona, más que nada sumido en el recuerdo—: Y entonces nos arrastraron a Vesna y a mí al exterior, incluso cuando ella estaba vestida con ropas mías y llevaba el cabello corto, se dieron cuenta... supieron que era una niña. —Soltó un tembloroso suspiro que me rompió el corazón. Oh, Dios no, no eso—. Todos sabíamos que los soldados se llevaban a las niñas para... para meterlas en casas y prostituirlas o las violaban y mataban allí mismo. Por eso la mayoría iba vestida de niño... pero ellos se dieron cuenta y... ella solo tenía cinco años, acababa de cumplirlos hacía un mes. —Su voz se quebró ante el recuerdo, mientras sacudía la cabeza y se obligaba a calmar su respiración. Yo estaba catatónica—. Ellos festejaban el hallazgo, reían y se pasaban a mi hermana como si fuera un paquete... entonces uno le rompió la ropa y...
—Evan... —intenté detenerlo con la voz en un hilo, pero él solo apretó los labios como acusando un golpe en lo más profundo de su ser.
—Su capitán me sostenía a mí, me decía si disfrutaba del espectáculo mientras mi hermana me llamaba aterrada, sin entender qué estaba pasando... —Hizo una pausa, volviendo a cerrar los ojos y una lágrima se desprendió de sus húmedas pestañas—. Entonces él me dijo: termínalo. —Me miró con sus ojos grises llenos de dolor y pesar, llenos de arrepentimiento y vergüenza—. Puso su arma en mi mano y me hizo alzarla: un disparo, tienes un disparo sucio traidor. Sálvala, termínalo. —Se estremeció y mi respiración quedó atorada en mis pulmones—. Yo sabía disparar, mi padre me había enseñado... así que lo terminé. Mientras uno de ellos luchaba por someter a mi hermana en el suelo, apunté... y lo hice... disparé. —Se cubrió el rostro con las manos, antes de añadir en tono apenas audible—: La maté.
No hice ningún intento por ocultar mi llanto llegado a ese punto, mientras era atacada por un fuerte sollozo y sin pensarlo, me lanzaba hacia sus brazos en un intento vano de consolarlo. Evan me apretó tan fuerte que pensé que terminaría fundiéndome a su cuerpo, pero no lo solté. No podía soltarlo.
—Cada día de mi vida... —dijo, apartándose lo suficiente como para mirarme—, cada día he intentado ser bueno, he intentado merecerme estar aquí... he intentado ayudar a cuanta persona me lo ha pedido. Y no se borra, Daph... la culpa se mantiene ahí, clavada en mi pecho. —Se limpió torpemente los ojos con el dorso de la mano—. Quiero creer que merezco ser feliz...
—¡Y lo mereces, Evan! —lo corté con ahínco, enlazando sus manos con las mías en un estrecho apretón—. No puedes seguir castigándote...
—¿No crees que soy una horrible persona? —me espetó con una seriedad que me hizo enfadar.
Jadeé. Y de no ser porque ya estaba dolido, le habría asestado un golpe en la cabeza.
—No, joder, no creo que seas una horrible persona —aseveré, mirándolo con dureza—. Creo que hiciste lo que pensabas correcto, creo que liberaste a tu hermana de una situación horrible y le permitiste irse de este mundo sin tener que pasar por un tormento que la habría roto por completo. —Lo tomé del rostro cuando lo vi sacudir la cabeza sin aceptar mis palabras—. Evan, mírame. —Él lo hizo al cabo de un segundo de vacilación—. No importa lo que yo piense o lo que piense cualquier otra persona, lo que importa es lo que tú creas y creíste entonces. Lo hiciste porque le querías dar paz, ¿no es así? —Asintió sin apartar sus ojos grises de los míos—. Y eso es lo que ella obtuvo, obtuvo paz.
No era mi deber juzgarlo, no cuando no tenía idea de cómo habría actuado yo en una situación similar. Eran ese tipo de cosas que nadie esperaba vivir en su puta vida, pero pasaban y le habían pasado a él, y a sus seis años él había hecho lo que pensó mejor, lo que pudo dentro de sus posibilidades. No, no era mi trabajo ni mi lugar acusarlo o juzgarlo, solo podía sentir pena porque alguien tuviera que cargar con ese peso en sus hombros completamente solo. Y por tanto tiempo.
Pasó un latido de corazón hasta que él volvió a mover la cabeza en un sutil asentimiento, y lenta, muy lentamente dejó caer su frente contra la mía. Sentí la aspereza de su mano acariciando mi mejilla, llevándose los vestigios de mis lágrimas y no pude más que sonreírle. Era tan lindo.
—¿Y sigues pensando todavía que no llegas a mí? —me preguntó, enredando un mechón de mi cabello en su índice—. Pelirroja alborotadora, llegas tan profundo en mí que me aterras... —Sonrió de medio lado al verme abrir los ojos con sorpresa—. Y me encantas.
—¿Y te aterro? —insté, empujándome solo una milésima más cerca de su cuerpo. De su calor.
—Y me encantas —añadió, como si mi mente no lo hubiese registrado la primera vez.
—Pero te aterro —aseveré haciendo un mohín. Evan bajó la mirada en un parpadeo hacia mis labios.
—Pero me encantas. —Se inclinó con la intención de besarme, al mismo tiempo en que yo retrocedía y frustraba sus planes. Me observó, confuso.
—No es suficiente —le espeté, obligándolo a que me soltara. Sus ojos se abrieron con sorpresa y una sombra de dolor oscureció su semblante—. No es suficiente.
—Daphne... —comenzó a decir, pero lo detuve elevando mi mano.
—Te he dicho que te quiero y que me gustas, hombre —le apunté con determinación—. Y tú me vienes con que te aterro y te encanto, ¿en serio?
Evan frunció el ceño, estirando sorpresivamente una mano para cogerme por la cintura y pegarme a él de forma posesiva. Lo escuché maldecir entre dientes, al tiempo que hundía su mano en mi cabello y me forzaba a levantar el rostro a su gusto. Una vez que estuve presa de su abrazo de hierro, me observó directo a los ojos.
—Me aterras, me encantas, me gustas, me sacas de quicio, me calientas, me desarmas, me enloqueces, me armas... —hizo una pausa para soltar un resoplido—, me tientas, me exiges... me enamoras. —Elevó las cejas ante sus propias palabras, esperando que yo dijera algo. Pero... ¿qué?—. Me enamoras y no quiero que te detengas, no quiero dejar de sentirme atraído por ti... o molesto por ti, o inquieto por ti, o... vivo por ti. —Inclinó la cabeza hasta que sus labios casi rozaron los míos—. Dime, Daphne, ¿he sido lo bastante claro ahora? ¿O continúo?
Me reí porque básicamente no sabía de qué otro modo responder y él lentamente aflojó su amarre, para permitirme alejarme. Como si eso fuera una jodida posibilidad en el mundo luego de lo que acababa de decirme, ¡vamos!
—No me molestaría que continúes un poco más —admití, mientras deslizaba mis manos por su espalda y lo apretaba a conciencia contra mí—. Puedo escuchar un largo rato más sobre todo eso que te causo.
—Vale, te voy a complacer entonces —susurró junto a mi oído, dejando un pequeño beso en ese punto, y luego otro en el filo de mi mandíbula y otro en la comisura de mis labios—. Me... —Pero no lo dejé ir más allá, acallé sus palabras con un sorpresivo beso y él no se opuso en lo más mínimo.
Sentí sus manos cerrarse en torno a mis caderas como amo y señor de sus dominios, mientras tiraba de mí lo más cerca que nos era posible y su lengua se robaba un gemido de admiración y aprobación por mi parte. Lo besé con abandono, sintiendo los vestigios del mal trago, los malos entendidos y la posibilidad de que lo nuestro no hubiera pasado, escurriéndose tras cada movimiento de sus labios sobre los míos. Repentinamente estaba segura, más que segura de él... estaba segura de mí y de estar tomando la decisión correcta.
Había fantaseado con este hombre, acosado a este hombre, mentido a este hombre, mentido con este hombre y me había perdido y encontrado por este hombre. Creo que finalmente me toca recoger mi recompensa, ¿verdad? Creo que jodidamente me lo he ganado en esta ocasión y no iba a permitir que ni la mala suerte, ni él, ni yo, ni ustedes lo arruináramos esta vez.
—¿Evan? —musité, soltándolo un instante.
—Dime, dulzura —pidió enfrentándome con sus ojos grises casi negros de necesidad. Una necesidad que yo sabía leer a las mil maravillas.
Sonreí.
—No quiero que seas mi Apolo. —Él parpadeó sin comprender y yo me aproveché de su hermoso rostro de desconcierto para robarle un rápido beso.
—¿Por qué?
Le pasé una mano por el cabello sin poder contener las ganas de tocarlo, para luego tomarlo del cuello de la camisa y admirar esos ojos grises que me habían fascinado desde el mismo momento en que me los había cruzado.
—Porque Daphne huye de Apolo y yo no voy a huir de ti... siempre y cuando tú no huyas de mí.
Una sonrisa iluminó los ya de por sí hermosos rasgos de su rostro y volvió a besarme. O yo lo besé a él, ¡qué importa vaya!
—Ya te dije que la opción sin ti para mí no existe, Daphne. —Posó una de sus manos en mi mejilla—. Lamento tanto habértelo hecho tan difícil, siempre estuviste segura que esto debía ser así y tendría que haberte hecho caso desde un principio.
—Pues sí, soy sabia.
Él rió.
—Lo eres, eres mi sabia ninfa Daphne. No la de Apolo... —aseguró, sacudiendo la cabeza con seguridad—. Tú eres mi propia criatura mitológica, estoy convencido de eso... algún dios escuchó mi lamento y te mandó a mí, apiadándose de este mortal ¿no?
Abrí la boca fingiéndome sorprendida.
—¡Oh, demonios, me descubriste! Ahora me convertirán en aire por no hacer mi trabajo correctamente.
Sus brazos se cerraron como bandas de acero alrededor de mi cuerpo y yo jadeé, encantada, para qué negarlo.
—Quiero ver que lo intenten —murmuró, sonriendo con un gesto desafiante. Rodé los ojos.
—Estúpido.
—Hermosa.
—Baboso adulador.
—Lunática pelirroja.
—Psicólogo barato.
—Stalker mentirosa...
—Pero me amas así —le espeté, sonriéndole en burla.
—Por supuesto que sí.
Fin.
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Antes de decir nada o siquiera pregunten, no, no hay epílogo. No le hago epílogos a historias que están en serie con otras, porque básicamente se puede leer cierta continuación en la que sigue.
La que sigue será de la de Didi, ya veremos cuándo porque de momento mi mente está en mis finales.
Y bueno, dejando esas formalidades de lado, espero de corazón que hayan disfrutado de este nuevo viaje. Costó, vamos a admitirlo. Fue un año accidentado para la escritura, pero eso no quita que yo lo haya disfrutado mucho. Me encantó contar con su apoyo, me encantó encarnar al personaje de Daphne que es bastante única en su especie y me encantó llevarlos a conocer un poco del sexy pero herido Evan. Si bien esta historia es un romance, creo que vale la pena pensar y reflexionar sobre lo que los conflictos armados causan en esos miles de niños que se quedan sin familias o presencian y viven atrocidades.
Espero que les haya gustado, como siempre digo en mis finales fue un placer haber tocado en este barco con ustedes.
Tammy ^_^
Y si no les gustó, perdón. La vida es así (?) Pero si llegaron hasta acá, aceptaré la crítica 😉
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