¿Evan?
¡Hola! No me secuestraron ni morí, así que tranquilos. No es mi fantasma hablándoles xD
Gracias a todos los que decidieron darle una chance a esta historia y que incluso la agregan a sus bibliotecas, confiando en que voy a hacer algo decente xD En serio, ustedes me tienen más fe de la que yo me tengo. Sin más largas, y perdón por la demora, ahí va el primer cap ;)
Capítulo I: ¿Evan?
¿Y quién es Evan? Sí, supongo que esa pregunta es bastante justa. Pero antes de lanzarme en una explicación profunda de su persona, permítanme contarles algo más de mí. Alimentemos mi vanidad, que como habrán notado, la historia lleva mi nombre después de todo.
Luego de mi ruptura con el gusano apopléjico, tuve que hacer un estudio de mi situación y volver a calcular todo lo que hasta entonces, había creído como una certeza. Primero tuve que aceptar el hecho de que ya no sería la esposa de alguien, luego tuve que meterme en la cabeza que ya no podría dormir en la cama que él se había encargado de contaminar con mi vecina, y luego, por supuesto, tuve que hacerme a la idea de que ya no podría vivir en el mismo complejo de apartamentos. Así que ni bien fui capaz de limpiar mis lágrimas y observar, es decir, realmente observar mi entorno, junté mis pocas cosas y regresé con el rabo entre las piernas a mi antigua casa. La cual quedaba más o menos, a unas tristes —y completamente insuficientes— cinco cuadras de distancia, precisamente al cuarto libre que había abandonado no mucho tiempo atrás en el departamento que compartía con Erin. Mi presupuesto no dio para cubrir las estimaciones de mi orgullo herido, si de mí hubiera dependido, a estas horas estaría en Singapur. Pero tuve que aceptar que eso no sería posible, tal y como no lo sería mi matrimonio. Intenté verle el lado positivo —una vez más el lado positivo al rescate—, sabiendo que al menos había logrado demostrarle al maldito que mi vida no iba a detenerse por su causa. Aunque visto desde una perspectiva distinta (la de mis amigas, por ejemplo), eso fue exactamente lo que pasó.
Mi vida se había resumido a ser una mujer de trabajo, me levantaba temprano, preparaba todas mis cosas, me cepillaba el cabello, escogía un atuendo lindo pero simple e iba al trabajo. Y así logré que los días lentamente fueran jugando de paños fríos sobre mi herida abierta; me despertaba, preparaba mis cosas, me cepillaba el cabello, comía un bocadillo grasoso, escogía un atuendo lindo pero simple e iba al trabajo donde, por cierto, comía otro bocadillo grasoso. No es una sorpresa que cuatro meses después de mi ruptura, mis pantalones lindos pero simples comenzaran a ajustarme más de la cuenta. Y fue entonces cuando mis amigas propusieron la dieta, en parte para sacarme de mi poso de autocompasión y en parte porque sabían que mi vida necesitaba un nuevo propósito. Tal vez ya no iba a ser la esposa del gusano, tal vez todo por lo que había luchado durante nuestros largos años de noviazgo se había ido al retrete, pero yo necesitaba sacarme esa mierda de encima.
Así que me enfoqué en regresar a mi peso habitual, ya que parecía el camino más rápido para ir reencontrándome conmigo misma. Con Ani habíamos cogido el hábito de salir por caminatas muy temprano todos los fines de semana, mientras que Melanie se esforzaba por hallar nuevas combinaciones de jugos que me permitieran saborear algo dulce de tanto en tanto. Y Nadia, bueno, ella se había puesto como objetivo mejorar mi ropa simple, para poder ingresarme al mundo de las citas enseñando la mercadería envuelta en alta costura. Erín no estaba tan de acuerdo con la idea de mis amigas, pero ella no se opuso a que iniciara la dieta, ni tampoco intentó persuadirme. Lo cual era bueno, porque con ella no me sentía presionada a ser la chica que superaba el trauma, con Erín podía ser patética y seguir llorando por mi novio, incluso cuando eso sólo me volviese aún más patética. Lo cierto es que ellas eran mi apoyo, por ellas me levantaba cada mañana pensando que debía hacer algo para mí y no para un hombre. Me tomó algo de tiempo comprenderlo, pero lo hice, al final de cuentas supe que ser la esposa de alguien no me definía como en verdad era y que llorar porque las cosas no habían resultado, no era una debilidad. Si no un simple modo de sacarme todo eso de adentro.
Lo sé, lo sé, de todos modos esto no explica quién rayos es Evan o por qué les dije a mis amigas que había tenido un encuentro sexual con él. Descuiden, aquí va la explicación de mi pequeña mentirilla.
Evan era un psicólogo, no el mío, tranquilos. Aún no tengo la depresión suficiente como para necesitar uno. Para hacerles el cuento corto, era el terapeuta del novio de mi prima, ¿me van siguiendo? No lo conocía más que de nombre y de imagen, si es que eso es remotamente posible. Lo había visto la enorme cantidad de una vez, a unos cuantos metros de distancia, mientras vestía mi pijama de canarito atrevidamente escotado y le abría alegremente la puerta a Dimitri —el novio de mi prima—, sin tener la menor sospecha de que la fantasía de cada mujer que busca un terapeuta sexy, estaba de pie junto al automóvil de Dimitri mirando en mi dirección. Me sonrojé hasta la médula ósea y él sólo sonrió, asintió en mi dirección a modo de saludo y desvió la mirada educadamente lejos de mi revelador pijama.
Esa había sido nuestra única interacción, y dudo mucho que eso cuente para hacerlo responsable de mi orgasmo dominguero. Pero para ser sincera, desde que lo había visto en una imagen en el Instagram del sumamente narcisista novio de Erin, había tenido una especie de flechazo. Justo directo en mi entrepierna. Si saben a lo que me refiero.
Pero no era como si esperase que ocurriera algo, había sido flechada del mismo modo por el tipo que hace los comerciales del perfume Invictus, y no por eso aguadaba a que un día cualquiera se presentara a golpearme la puerta para apagar el incendio, ¿me explico?
Lo mismo me había ocurrido con el tal Evan, lo había visto luciendo demasiado caliente con sus lentes enmarcando unos deliciosos ojos grises, que me fue imposible detener el gruñido de hambre que me provocó. Y no precisamente en mi estómago.
Lo sé, al final de cuentas termina siendo algo triste. Les había dicho a mis amigas que había tenido sexo con un hombre que no había hecho más que sonreírme a una acera de distancia. Pero deben comprenderme, Evan era mi único referente masculino desde hacía un largo tiempo. Y no pensar en él cuando la situación me fue arrojada al rostro, fue casi imposible. La otra opción hubiera sido el modelo de Invictus. Y allí sí iba a tener problemas para sonar creíble.
Así que ese era Evan, mi así llamado rollo casual, el cual me había dado una noche de pasión tan desenfrenada que había logrado hacerme sonreír un lunes por la mañana. Al menos eso era lo que mis amigas creían y en el momento no vi como adecuado sacarlas de su error. No había daño, nadie más que yo tendría que vivir con el temor de que la mentira saliera a la luz del modo menos esperado. Y para como iba el desarrollo de ese día, tienen que saber que ese sería por lejos el menor de mis problemas.
—Sé que has tenido como una pareja en toda tu vida, así que a tus comparaciones les faltan algo de experiencia. Pero de todos modos, ¿cuánto le mide?
Abrí la boca esperando que mi consternación fuese fácilmente detectable y luego volví el rostro hacia mi computador, evitando siquiera pensar una replica mordaz para esa pregunta. Deben saber que Nadia poseía la delicadeza de una serpiente justo antes de morder. Ella era así y con el tiempo aprendí a convivir con su peculiar personalidad.
—Nad, debes encontrar un jodido pasatiempo —musité entre dientes, presionando el botón de entrada para coger mi primera llamada de la mañana—. CMR soporte técnico, le habla Daphne, ¿en qué puedo ayudarle?
Para mi poca buena fortuna —les aseguro que la muy perra me elude con gran astucia—, el trabajo nos mantuvo a todas lo bastante ocupadas como para volver sobre el tema de Evan y ahondar en detalles que no me permitirían mirarlo a los ojos de nuevo —si es que la situación se presentase—. Nunca me había mostrado tan dedicada en mis tareas, pero ese día me sentía ansiosa por lanzarme a cumplir con todas las demandas que me llegaban por teléfono o por el medio online. Si mi jefe salía de su cueva para observarnos, sin duda me habría ofrecido el lugar de empleada del mes por estar demostrando tal devoción.
Cerca del mediodía no había parado ni para beber agua, así que cuando vi que mis compañeras comenzaban a apiñarse entorno a mi cubículo sentí la súbita necesidad de ir al baño —o eso les hice creer— y no desaproveché la oportunidad para desaparecer de allí.
—¿No vienes a almorzar? —preguntó Ani, deteniéndome en mi huida a centímetros del pasillo.
Maldije para mis adentros.
—En realidad... —Me llevé el índice a la boca en mi gesto analizador por excelencia. Había recibido cientos de palmadas por parte de mamá para quitarme aquel habito grotesco (según ella), obviamente no le funcionó—. Anoche Debo me estuvo llamando y me dejó un mensaje algo extraño, voy a buscarla para ver qué le pasaba.
Esa no era una completa mentira, mientras estaba ahogándome en dulce y autocompasión la noche del domingo; una de mis compañeras había estado telefoneándome, pero como no me sentía lo bastante indulgente como para levantarle el ánimo, dejé que el buzón tomara el mensaje. Luego había tenido que escucharla sollozando al otro lado de la línea, sintiéndome algo impotente y malvada por no haberle respondido. Deborah no era una mala muchacha, sólo quizá demasiado callada e introvertida. El resto de las chicas no se llevaban muy bien con ella, por lo que no dejaba de parecerme extraño que se sintiese tan cómoda conmigo. Nadia solía decir que entre patéticas había una especie de imán atrayente y que por eso Deborah buscaba mi amistad.
Nadia es bastante perra, creo que ya se los dije con anterioridad. Su sinceridad a veces mordía mi ego, pero irradiaba tanta seguridad y confianza que era casi imposible no sentir algo de admiración por su persona.
—Oh, vamos, Daph. ¿No puedes hablar con ella luego? Estuve esperando meses por escuchar algo jugoso viniendo de ti.
Sacudí la cabeza, la idea de seguir agrandando esa mentira no me gustaba mucho ya. Pues como diría mi padre: "soltero y cuarentón, ¡qué suerte tienes, ladrón"
Los dichos de mi padre, rara vez vienen a tema. Así que muy seguramente lo diría, créanme.
—Anda, Ani, sabes que no me gusta dejarla tirada. Y si ustedes fueran más tolerables, la traería con nosotras a almorzar.
—¿A quién? —inquirió Nadia, acercándose por detrás de Ani.
—A la mudita —respondió la otra, logrando que le frunciera el ceño con disgusto.
—No la llames así —la reprendí al instante. Ese tipo de apelativos me fastidiaba mucho, sobre todo porque al haber crecido con alguien con una discapacidad, me sentía en la necesidad de defender el trato igualitario—. No seas cruel.
—Vale, vale. Lo siento. Calladita, ¿es mejor?
Sonreí, principalmente porque sabía que no lo hacía apropósito. La mitad de las personas no se daban cuenta, lo hirientes que podían ser al marcar detalles físicos como defectos.
—Mira, si vas a seguir con la historia del tal Evan, hasta te puedes traer a la mudita contigo. —Ani sacudió la cabeza y yo la imité, resignada, intentar enseñarle algo de tacto a Nadia era una tarea a la que ninguna quería hacerle cara. Podría plantearme acabar con la hambruna del mundo antes, y seguramente tendría mayor éxito.
—Ok, la voy a buscar —acepté de mala gana. Ellas debían estar realmente desesperadas por detalles, para dejarme invitar a Deborah a nuestro exclusivo almuerzo de guarras.
La única vez que lo había hecho, casi terminaron por traumar a la pobre chica. Y digo "terminaron", porque es obvio que mi intervención en las conversaciones guarras era casi nula. Me había inventado un rollo de fin de semana, por favor, evidentemente yo no era la que llevaba el material fresco a esas charlas.
Dejando a mis compañeras atrás, me encaminé por el pasillo hacia la pequeña oficina de Deborah. Ese era otro motivo por el cual no la toleraban mucho, ella tenía un cargo real en la empresa, no era una simple telefonista que debía recibir queja tras queja de usuarios maleducados. Deborah guiaba al equipo, era nuestra supervisora y eso difícilmente la ayudaba a volverla más simpática a los ojos de la plebe.
Cuando llegué a su oficina, para mi desagrado, noté que estaba vacía. Pero luego lo pensé mejor, si Deborah no estaba, no habría almuerzo guarro y por consiguiente no más mentiras sobre mi noche con Evan. Sí, esto podía dar de sí.
—Está en el baño. —Escuché que alguien decía a mis espaldas. Me volví automáticamente, encontrándome con el joven que reparaba computadoras, el cual rara vez le dirigía palabras a las personas. Mayormente porque su comunicación se limitaba a los correos electrónicos, donde te regañaba por haber tocado algo que obviamente no deberías haber tocado. Él era un bastardo por correo—. Se marchó hace como media hora al baño —me indicó, sin siquiera levantar la mirada de su laptop.
—Ah, ok. —No le iba a dar las gracias, él nunca se las ganaba.
Sin agregar más me dirigí al cuarto de baño, casi esperando no encontrarme a Deborah allí. Y... ¿recuerdan los que le mencioné antes sobre mi fortuna? Pues bien, deberían ir enterándose de que nunca estaba de mi lado y como era de esperarse, tras observar por debajo de las puertas de los cubículos, me topé con los poco agraciados zapatos rosas de Deborah del otro lado.
Mentalmente comencé a imaginar todas las mentiras que tendría que decir sobre Evan, para dejar a las demás contentas. Quizá si mencionaba cuánto le media...
—¿Deb? —llamé, acercándome lentamente a la puerta—. Las chicas y yo vamos a ir a almorzar, ¿quieres venir? Podemos hablar un poco, así me dices qué te pasó anoche... —Extendí una mano para darle un golpecito a la puerta, cuando está simplemente cedió bajo el peso de mi palma—. Sé que estabas un... —continué diciendo, cuando repentinamente su cara y todo su ser apareció ante mí. Tomé una brusca inspiración, dando un incierto paso hacia atrás, mientras sentía que mis ojos iban a saltar de sus cuencas de un momento a otro—. ¿Deborah? —susurré, echándome hacia ella casi en piloto automático.
En cuanto toqué su mejilla, noté su piel fría, pálida... muerta.
Tenía los brazos apretados contra el abdomen, los cuales cayeron tendidos a ambos lados de su cuerpo en cuanto la hube movido un poco. La sangre cayó sobre las baldosas blancas, no tanto de las largas heridas abiertas en su piel, sino del bolso donde había estado descansando sus brazos. Ella lo había colocado así de forma deliberada, de modo que nadie pudiese verla desangrarse hasta morir.
—Oh... por dios... —Me llevé ambas manos a la cabeza, notando como sus ahora inexpresivos ojos marrones, me observaban fijamente desde su posición. Helados, sin su luz particular... muertos.
Estaba muerta.
Su cuerpo apenas se sostenía erguido sobre el retrete, su cabeza colgaba hacia atrás, su boca permanecía atrapada en una mueca de angustia o liberación. No sabría decirlo.
Muerta.
Esa chica tímida que apenas se molestaba con las personas, sin importar qué tan mal la tratasen. La cual había aprendido a comprender en los últimos meses, esa que nunca me hubiese juzgado por seguir dilatando mi vida tras mi ruptura.
Se había ido.
—Joder, Deborah... joder.
Y como es compresible, tras el inevitable primer shock, grité. Grité su nombre con tanta fuerza, como si esperase que su alma me oyera y regresara a su cuerpo. Yo sólo grité.
***
Tras el incidente —como había decidido llamar a lo ocurrido para no darle un tinte demasiado trágico—, en la empresa me dieron una semana de descanso. Al parecer encontrar a una de tus compañeras desangrándose en el baño, ameritaba tomarse unas vacaciones de la angustiosa tarea que suponía responder teléfonos.
No sabía exactamente cómo tomarme todo aquello, por un lado me sentía triste, por supuesto que sí. Luego de ver a la madre de Deborah durante su funeral, una bola de demolición se instaló en mi pecho y garganta, dificultándome tremendamente el mantener las lágrimas a raya. Pero luego de eso, también había cierta calma y aburrimiento. ¿Para qué voy a negárselos? Luego de tres días de estar apretando el culo en el sofá y reviendo todas mis series favoritas de Netflix, decidí que tener tiempo libre para pensar era lo que menos necesitaba. Así que el jueves en la mañana me levanté temprano, preparé uno de mis atuendos simples pero bonitos y partí rumbo a mi empleo. ¿Cuál era mi otra opción? ¿Cerrar los ojos y revivir la expresión que tenía el cadáver de Deborah? No, gracias, mil veces prefería lidiar con mis clientes maleducados.
Así que cuando llegué a la empresa, no me pareció raro recibir tantas miradas extrañadas. Nadie me había estado esperando, pero luego de intercambiar unas palabras con el nuevo supervisor, al parecer estuvo bien con dejarme incorporarme a mis tareas cotidianas. Las chicas como de costumbre me recibieron como si nada hubiese ocurrido, ellas se mostraban chispeantes y charlatanas. Y supe en ese segundo que había hecho lo correcto al regresar, eso era lo que estaba necesitando. Normalidad.
¿Quieren apostar cuánto dura esto?
—Diablos, ahora tenemos que ir a la reunión en el SUM.
Observé a Melanie por sobre mi hombro, mientras terminaba de despachar una consulta por email.
—¿Qué reunión? —pregunté, incorporándome para meterme en su cubículo.
—Una charla que va a dar el jefe en nombre de... —Ella se detuvo, haciendo una pequeña mueca con los labios—. Ya sabes... por lo que ocurrió.
Asentí en silencio. Iban a ofrecer un servicio para Deborah.
—Todos tenemos que ir... —agregó Nadia, estirándose levemente al salir de su silla—. Que pasada, deben creer que todos vamos a terminar suicidándonos en el edificio.
—No seas así, Nad —la reprendió Melanie, apretando mi mano un instante—. Sólo será una charla para presentar sus respetos, dirán algunas palabras y tal. Terminará antes de que te des cuenta.
—Claro —acepté, mientras notaba como el resto del equipo técnico salía de sus cubículos para dirigirse en manada al SUM. Nadie parecía muy alegre por tener que enfrentar esa charla, pero ninguna iba a quejarse ante la posibilidad de una hora de ocio.
Me dejé acarrear por la multitud y mis amigas, clavando mi vista en un punto incierto del gran salón una vez que encontramos asientos. Ellas, al igual que el resto, charlaban en murmullos bajos hasta que un leve golpecito en el micrófono, hizo que enfocáramos la atención en el hombre de traje a rayas. Nuestro jefe era un hombre de mediana edad, muy bien educado pero un completo inútil a la hora de dar discursos. Parecía ese tipo de persona que simplemente no sabía hablar con personas, no me cabían dudas de que había hecho su carrera gracias a un talento innato para los negocios y no gracias a su "absorbente" personalidad.
—Buenas tardes, equipo —saludó, produciendo un chirrido con el micrófono que hizo a más de uno apretar los dientes. En cuestión de ridículos públicos, él y yo competíamos por el primer puesto—. Lo siento. No es mi intención entretenerlos mucho. —No podría aunque quisiera—. Pero en vista de lo ocurrido recientemente, quería expresar mis más sentidas condolencias. Estoy seguro de que... todos estamos teniendo un mal momento, puesto que perdimos a una gran colega y amiga. —¿Siquiera él sabía su nombre?—. Es por eso que estamos todos aquí reunidos, desde la dirección de CMR queremos que sepan que nos preocupamos por cada uno de ustedes.
—¡Danos un aumento entonces! —exclamó alguien desde la parte de atrás, logrando que a nuestro jefe se le colorearan las mejillas de rojo.
Carraspeó, robándole otro estridente chirrido al micrófono.
—Queremos entonces informarles, que a partir del día de hoy y por el siguiente mes, la empresa tendrá a disposición de todos sus empleados un terapeuta para ayudarles a transitar por este duro momento. —En ese instante él giró el rostro hacia su izquierda, donde se encontraban las escalinatas hacia el escenario, y sin darme tiempo siquiera a procesar la secuencia, apareció—. Permítanme presentarles a nuestro especialista en duelo, el licenciado Evan St. Clair.
Jo-der.
Hubo aplausos, un breve apretón de manos, unos ojos grises gentiles y una sutil sonrisa que se dirigió a todos los presentes.
Automáticamente tres entusiastas pares de ojos se clavaron en mi persona y me estómago se elevó hasta mi garganta, amenazando con superar la humillación pública de mi jefe allí mismo. Me cago en mi suerte, ¿por qué no me quedé viendo Netflix?
¡Deborah llévame contigo!
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Voy a preguntar antes de largar con esta historia, ¿también van a querer dedicatorias acá? Yo pregunto, porque cabe la posibilidad de que distraigan y ustedes sólo quieran leer la historia. Y eso está completamente bien, yo las hago por pedido obvio. Así que me avisan.
En otras cosas, ¿les gustó este inicio? Sepan que la historia con todo y su intento de humor, también tiene su drama de trasfondo. Estoy con ganas de seguir contándoselas.
Los quiero, gracias por pasar ^_^
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