Cabeza en alto, Daphne
Hola... bueno paso rápido porque la verdad estoy sintiéndome como la m*** xDD Los benditos cambios de estación pueden conmigo. En fin, será solo cap hoy, pero es bastante largo para compensar que no hay dedicatoria. Igual, los chicos me pidieron que les diga a todos que ellos están más que dispuestos a aprender palabras de todos los países.
Eso, nada más. Espero les guste, a pesar que el final ya lo escribí estando con fiebre xD Como siempre mil gracias por pasar y por ser pacientes conmigo.
Capítulo VIII: Cabeza en alto, Daphne
Segundo strike.
Creo que casi pude ver reflejada en los vidrios de sus gafas mi cara de desconcierto, mientras una vez más decidía pasar de mí olímpicamente. No le dije nada, me di la vuelta y regresé a mi cubículo como si no hubiésemos cruzado palabra. De todos modos, ¿qué se decía en una situación por el estilo? ¿Discúlpame por ser tan buscona? ¿Ya no voy a hostigarte más? ¿Sé feliz con tu elección sexual? Si él simplemente hubiese admitido ser gay o se hubiese mostrado gay, entonces yo no habría cometido el error de insinuármele... dos veces.
Pero no habría una tercera, de eso estaba segura. Era el tipo de chica que cogía las señales cuando éstas les eran arrojadas al rostro y por mucho que lo pareciera, en realidad no me gustaba humillarme a mí misma.
Después de ese suceso el día se me hizo eterno y cuando finalmente salí de la empresa, me disculpé con mis compañeras por no ir a la happy hour del bar que estaba a media cuadra de allí y me dirigí cabizbaja a esperar el autobús. Normalmente caminaba hasta la estación de tren, la cual estaba alrededor de diez cuadras y me dejaba fantasear con la idea de que estaba ejercitándome un poco haciendo ese trayecto. Pero ese día no estaba de humor para engañarme con pseudos intentos de ejercicios, quería aplastar mi gordo trasero y que me llevaran. Probablemente me bajaría una cuadra antes de mi parada, para detenerme en la panadería y darle un deleite de verdad a mi cuerpo. Ya que estaba medio frustrada en el ámbito sexual, bien podría compensar por ese otro lado.
Saqué mi celular y me dispuse a pasar otra pantalla del eterno Candy Crush, cuando el cielo literalmente se pedorreó haciéndome saltar en mi asiento. Alcé la mirada, atónita, notando como las nubes grises comenzaban a amontonarse amenazadoramente en el horizonte. ¡Genial! Lo que me faltaba, lluvia.
Bufé para mis adentros, tratando de atraer con mi mente al condenado autobús, pero los poderes telequineticos seguían sin funcionar para mí. Esperaba que al menos el aguacero no se desatara hasta que yo estuviese arriba de mi trasporte, pero creo que tanto ustedes como yo estamos al corriente de cómo es mi suerte en este aspecto. El cielo seguía tronando sobre mi cabeza, prometiendo una inundación digna del Arca de Noé, cuando un sonido completamente distinto se hizo oír por sobre los truenos. Dirigí mi atención hacia la calzada, reconociendo demasiado rápido para mi gusto y orgullo, la motocicleta que se había detenido.
Evan se levantó el visor de su casco, tal vez pensando que todavía no estaba enterada que se trataba de él. ¿Qué quería? ¿Llevarme para luego arrojarme a los dos metros de iniciado el viaje? ¿Darme alas y cortarlas justo cuando estaba comenzando a tomar envión? Una chica tenía que tener algo de dignidad, así que con mi mano le hice un pequeño gesto para decirle que estaba bien esperando el autobús, mientras probablemente el diluvio universal se desatase sobre mí instantes antes de llegar a mi condenada casa.
Creo que él no lo entendió, dicho sea de paso, porque me llamó con su índice y no tuve más remedio que incorporarme e ir hasta él.
—Te llevo —espetó, ofreciéndome el casco que tenía en la parte de atrás. Sacudí la cabeza.
—No es necesario.
—Daphne, está a punto de llover —señaló, como si en realidad se estuviese avecinando una lluvia ácida.
—No pasa nada, Evan, tomaré el autobús.
—Estás siendo incoherente —replicó, empujando el casco hacia mis manos. Iba a decirle que "incoherencia" había sido la primera opción de mi madre para nombrarme, pero la broma no parecía del todo pertinente—. Sube, vamos.
Me encogí de hombros, dejándolo ganar. Dios sabía que había intentado ser diplomática con él —muy poco, la verdad sea dicha—, pero si me quería en su motocicleta, me tendría en su motocicleta. Y aún más, me tendría completamente enredada a su cuerpo en el proceso.
Con un falso suspiro de derrota, me coloqué el casco y me impulsé para subir a la Ducati. Era bastante alta, pero nada con lo que yo no hubiese lidiado antes. Evan se mantuvo firme mientras yo decidía dónde colocar mis manos. Podía ir por la manivelas de la parte trasera, en realidad, después de su rechazo tendría que haberme sostenido de allí. Pero era una mujer rencorosa, así que me apreté a conciencia contra su espalda al tiempo que le cruzaba los brazos por la cintura y lo aferraba en un sólido abrazo. ¿Me querías en tu motocicleta, amigo? Pues ahora me tienes.
Él carraspeó, tomando una pequeña bocanada de aire antes de volverse hacia mí.
—Un poco apretado, ¿no crees? —susurró. Y aunque el casco cubría la mayor parte de su rostro, pude jurar que estaba sonrojándose.
—Oh, lo siento. —Lo aflojé lo suficiente como para que pudiese respirar, pero no hice ningún amague de apartar mi rostro de su cómoda posición sobre su hombro.
Este hombre nunca iba a ser mío, pero por el tiempo que durase este viaje, me pertenecería. Algo que en la patética y real práctica, no fue mucho si les interesa saberlo. No acabábamos de hacer ni tres cuadras, cuando la primera gota fría impactó taimadamente en mi muslo. El resto de sus compañeras, se precipitaron sobre nosotros con una antinatural fuerza minutos después y Evan comenzó a bajar la velocidad, como si no estuviese seguro de continuar o no.
— ¡Apenas se ve nada! —exclamó por sobre su hombro. Asentí, sintiendo como las gotas comenzaban a escurrirse por el cuello de mi chaqueta de media estación tras ese movimiento.
— ¡Quizá debas parar un momento! —Por mucho que me gustaba la posición en la que me encontraba, en verdad no creía que valía la pena morir por ello. Evan era lindo, vamos, pero no tanto.
A pesar de mi consejo él no se detuvo, sino que giró en una calle que nos alejaba un tanto de la ruta que conducía a mi casa y mantuvo un ritmo lento pero constante. No estaba segura si estaba buscando un atajo menos lleno de automóviles o un lugar dónde detenerse un rato, pero decidí no objetar su decisión. Al cabo de unas cinco cuadras más, Evan volvió a girar y se internó en un garaje subterráneo que parecía haberlo estado esperando con la barrera en lo alto. Ni bien cruzamos la puerta de entrada, solté un suspiro y tirité en mi ropa totalmente mojada. Al menos, estábamos vivos y lejos de la tormenta.
Evan detuvo la motocicleta en un lugar libre y se quitó el casco, para luego sacarse las gafas que estaban bastante empañadas. Me miró, estaba sonriendo.
— ¡Vaya tormenta! —dijo, como si fuese la primera vez que se veía atrapado por una.
Opté por no hacer ningún tipo de comentario sobre eso y me bajé de la motocicleta, entregándole el casco para poder sacudirme o mejor dicho escurrirme un poco. Cada parte de mi cuerpo estaba mojada, incluso estaba comenzando a formar un charco bajo mis pies.
—Que desastre... —murmuré por lo bajo, echando una mirada fugaz al lugar donde nos encontrábamos—. ¿Dónde estamos?
—Es el edificio donde vivo —respondió, al tiempo que sacaba su morral del portaequipaje y se colgaba los dos cascos en el brazo—. Ven.
En vista de que la otra opción era salir a la calle, esperando que Noé me permitiese subir sin pareja en su arca, decidí seguirlo. Evan me guió hacia un elevador vacío y sin decir palabra, subimos hasta su piso. Ambos dejando nuestros respectivos charquitos en el suelo al bajar. Traté de no prestar atención a los detalles mientras caminábamos, como el número que había marcado o el pasillo que había tomado, o incluso la puerta donde se había detenido. Pero me fue imposible; Evan vivía en un séptimo piso, bajando del elevador hacia la derecha y luego al fondo, en el departamento número 32B.
Sólo por si les interesaba saberlo.
— ¿Daphne? —Sacudí la cabeza, entrando hacia su vestíbulo. Evan lanzó las llaves en un pequeño recipiente de cerámico, luego se quitó la chaqueta y la arrojó sin ceremonias sobre el perchero, apoyando los cascos en una mesa auxiliar—. Hay que buscar algo de ropa seca, ¿me esperas aquí?
—Claro. —Él se perdió al instante y yo me quedé allí, goteando sobre su alfombra. Demasiado extrañada ante la situación como para reaccionar.
La escena parecía sacada de un libro, no podía negarlo. Después de dos strikes y cero posibilidades de avance con ese hombre, ahí estaba yo. En la casa de mi más reciente fijación romántica, la casa de mi polvo imaginario. El hogar del psicólogo.
Me sacudí el entumecimiento, yo estaba en la casa de Evan. ¡Joder!
Cuando caí en cuenta de ello, comencé a girar el rostro en todas direcciones, tratando de absorber cada detalle a mi alcance. Quizás era mi primera y única vez allí, así que iba a sacarle provecho. Di unos pasos, adentrándome con cierta timidez, al mismo tiempo que trataba de disimular los pequeños sonidos que hacía el agua al escurrirse de mis bailarinas. Su recibidor tenía una mesa donde estaba el recipiente con sus llaves, junto a él había un teléfono antiguo que probablemente no cumplía ninguna función y justo detrás de él, había una fotografía algo vieja de una familia. La tomé para inspeccionarla de más cerca; una mujer, un hombre y tres niños posaban alegremente frente a una casita algo humilde. El más pequeño de los niños estaba en brazos de la mujer, los otros dos abrazados a las piernas de sus padres. Era una escena bellísima, a pesar de la precariedad que los rodeaba. Parecían felices y esto me hizo sonreír.
—Daphne... —Me volví automáticamente, encontrando a Evan a pocos pasos de distancia de mí, observando en dirección a mis manos. Bajé la foto con la intención de regresarla a su lugar, pero luego me lo pensé mejor. Él me había invitado a su casa y la fotografía estaba a la vista de todos, así que tácitamente me había dado permiso de curiosear, ¿verdad?
Sí, mejor no respondan a eso y síganme la corriente.
— ¿Sales tú aquí? —Él asintió, estirando su mano para que le diera la fotografía y en esa ocasión no fui tan atrevida como para no complacerlo—. ¿Cuál eres?
—Este —musitó, apuntando al niño más alto que estaba junto al hombre. Un niño casi rubio de sonrisa juguetona y ojos grises achispados.
—Pensé que eras el bebé.
—No.
No dijo más.
— ¿Es tu hermano?
—Sí... sí, lo era. —Me fue imposible pasar por el alto el hecho de que hubiese utilizado el pasado. Ya me había hablado de sus padres, pero en ningún momento había dejado entrever la presencia de hermanos. Hermanos de sangre.
— ¿Tenías dos hermanos?
—Un hermano y una hermana. —Señaló al otro que estaba apretado contra la pierna de su madre—. Es una niña.
Su cabello estaba tan corto como el de los demás y no llevaba ropas de niña, pero al mirarla mejor pude notar que su carita redonda y sus ojos diferían de la forma del rostro de los otros dos. Sí, era una niña. Una niña que se parecía mucho a Evan, una niña que difícilmente tendría tres años en esa imagen.
— ¿Cómo se llamaban?
Él apartó la mirada de la foto para posarla en mí, suspiró.
—Alen y Vesna.
—Vesna —repetí, al no estar familiarizada con ese nombre.
—Significa primavera. —Una sutil sonrisa tiró de sus labios, pero no era ninguna parecida a las que él siempre daba. Era una sonrisa que ocultaba mucha tristeza, mucho dolor.
—Lo siento.
Evan me miró de forma automática.
— ¿Por qué? —No sabía cómo decirle que lamentaba haber tomado la foto y lamentaba más aún interrogarlo al respecto, lamentaba haber puesta esa sonrisa en su rostro.
Así que no se lo dije.
— ¿Esa ropa es para mí? —Él parpadeó dos veces, antes de bajar la vista hacia el montón de tela que cargaba en su brazo izquierdo.
—Sí. —Me la entregó—. Puede que te quede un poco grande, pero al menos está seca. Te enseñaré donde cambiarte.
Dejó la fotografía en su lugar con sumo cuidado, para luego guiarme hacia su cuarto de baño y decirme que me tomara mi tiempo. Tragué con fuerza mientras cerraba la puerta y pensaba en la clase de hombre que estaba del otro lado aguardando. Era tan reservado, pero podía comenzar a hacerme una idea del motivo. Yo nunca había perdido a nadie cercano, es decir, a nadie más que a mi pequeño sobrino de meses. Eso había sido durísimo de sobrellevar, pero en aquel entonces no me pude permitir flaquear, Erin necesitaba sostenerse de alguien y yo decidí ser su roca. Sufrí, claro está, pero más que nada me dediqué a consolar y cuidar de mi prima. Esa había sido la única vez en que la muerte me había tocado de cerca, todavía tenía a mis padres, tíos e incluso a tres de mis abuelos, el cuarto había muerto antes de que yo naciera. No podía siquiera comenzar a imaginar cómo sería perder una familia completa, padres y hermanos, todo en lo que parecía ser un momento casi fugaz. ¿Qué les habría ocurrido? ¿Un accidente de carro quizás? Uno en que sólo Evan hubiese salido ileso.
¿Cómo un pequeño de seis años retoma su vida después de algo así? Completamente solo. Ni siquiera sabía los detalles del asunto y ya comenzaba a sentir como un nudo se apretaba en mi garganta al poner más pensamientos allí. Podía ver al niño sonriente de la fotografía solo, buscando motivos o razones para que toda su bella familia lo hubiese dejado.
—Dios... —Sacudí la cabeza y decidí comenzar a quitarme la ropa mojada de una buena vez, ya que ponerme a llorar en su baño sin duda sería algo extraño.
Al menos vestirme me daba la excusa para no pensar en ese niño que alguna vez había sido. Me coloqué el pantalón de gimnasia y la camiseta gris que me había entregado en piloto automático, no parecía ropa de mi Evan. Es decir, del Evan que yo estaba acostumbrada a ver, sino quizá al Evan de las fotografías de Ángela. Uno que probablemente yo nunca conocería.
Acababa de amarrarme el cabello en una coleta alta, cuando de soslayo noté como se agitaba la cortina de la ducha como si alguien o algo la hubiese golpeado desde el otro lado. La miré, pero esta dejó de moverse y algo mucho más tétrico ocurrió, hubo un quejido.
Oh Dios, había alguien allí. ¿Había alguien allí? Di un paso para verificarlo pero luego me detuve abruptamente, la cortina se agitó frente a mis narices y el quejido vibrante fue más intenso. ¡Santa virgen de la macarena!, no era creyente pero me volvería en ese mismo instante una, si esa cortina volvía a quejarse ante mí.
— ¿Qué demonios? —Avancé dos pasos, me detuve, lo pensé y volví a caminar—. ¿Hola? —No hubo respuesta y yo seguí avanzando con lentitud, como si me fuese físicamente imposible sólo pegarme la vuelta y salir de allí—. ¿Fantasmas? —Nada, ni siquiera movió la cortina para responder mi intento de cortesía. Vaya fantasma más snob.
Suspiré, estaba a menos de medio metro de distancia de la cortina. Podía ser una total cobarde y llamar a Evan para que pusiera un poco de disciplina sobre los entes que habitaban su hogar, o podía sólo descorrer la cortina y acabar como uno de esos personajes de películas de terror. Ya saben a lo que me refiero, esos estúpidos que oyen un sonido extraño y no tienen mejor idea que ir a ver de qué se trata. Siempre he pensado que esas personas se ganan el ser asesinados, es decir, ¿hola? Hay un jodido fantasma allí, huye en la dirección contraria.
Pues ahí estaba yo, demostrando que la curiosidad puede más que el buen juicio.
Estiré la mano hacia la impersonal cortina blanca y negra de Evan, y luego me detuve, volví a pensarlo un segundo más y finalmente jalé de un extremo para revelar el interior de la bañera vacía.
—Ok... —musité, ahora efectivamente asustada. Estaba por echarme una carrera hacia la puerta, sin darle oportunidad a que el fantasma me sorprendiera, cuando oí una vez más el quejido casi junto a mis pies. No era un quejido, bajé la mirada, atónita. No era un fantasma tampoco, era un simple y ordinario gato. Un gato gordo, vale, que estaba echado sobre varias telas en una de las esquinas de la bañera, elevando su cabeza levemente en mi dirección como diciéndome "¿te molestaría cerrar?"—. Tonto gato me asustaste.
Como toda respuesta el animal soltó un maullido indiferente. Al parecer le daba igual lo que causaba con su inesperada presencia en la bañera a las visitas.
— ¿Daphne? —El suave golpeteo en la puerta me distrajo del gato—. Si quieres puedes darme tu ropa mojada, la pondré en la secadora.
Se me ocurrían muchas cosas mojadas que darle a ese hombre, pero estaba segura de que él no las apreciaría tanto como yo. Cerrando de un tirón la cortina, junté en un montón mi ropa y abrí la puerta.
—Aquí tienes.
—Genial, ¿te quedó bien lo que te di? —Sí, señor atento, me quedó perfecta. Sobre todo porque huele a ti.
—Sí —asentí, esperando que el movimiento limpiara mi pervertida cabeza—. Hay un gato en tu bañera —le informé, sin siquiera darme cuenta de por qué lo hacía. No es como si fuese posible que él lo hubiera pasado por alto todo este tiempo.
Evan sonrió, sin apartarse de la puerta.
—Te refieres a Mc.
—Tiene una pequeña casa allí —dije, apuntado con mi pulgar por sobre mi hombro.
—Sí, está haciendo su nido y no se dejará mover de allí.
—Puede suponer una dificultad a la hora de ducharse.
Evan presionó los ojos sutilmente.
— ¿Se nota mucho? —inquirió, acercándose a mí con gesto cómplice antes de que yo pudiera procesarlo. Colocó su cabeza de lado, ofreciéndome juguetonamente su cuello—. He estado usando perfume, pero quizá de todas formas huelo mal.
Me incliné como jalada por una soga invisible hacia él, para luego inhalar el olor de su piel ligeramente bronceada. No olía mal en lo absoluto, olía a gloria, mezclada con jabón y loción para después de afeitar. Tenía el perfume que me gustaría encontrar en mis almohadas el resto de mi vida al despertar. Así olía.
—Hueles delicioso —susurré, mordiendo mi boca para no morderlo a él. Y ni bien esas palabras abandonaron mis labios, Evan se apartó, pareciendo repentinamente incomodo. Mierda.
—Gracias...
Sus ojos esquivaron los míos y supe que había metido la pata al decir aquello. En verdad, en verdad no entendía qué pretendía de mí. Si me iba a ofrecer su cuello para que lo olisqueara, tenía que esperarse una reacción por el estilo, ¿cierto?
Pues francamente ya no tengo ni idea.
—Vas a necesitar una grúa para sacarlo de allí, ese gato debe pesar una tonelada —murmuré, tratando de sonar casual.
—Eso es algo cruel. —Se adentró al cuarto de baño, pasando por mi lado hasta llegar a la bañera. Una vez allí se acuclilló, acariciando el pelaje atigrado de Mc—. La pobrecilla dará a luz en cualquier momento.
Hice una pausa mental allí. ¿Pobrecilla?
— ¿Dará a luz? —No le di tiempo a responder—. ¿Mc es gata?
—Sí.
— ¿Qué clase de persona nombra Mc a una gata?
—Yo. —Me observó desde su posición en el piso—. Vladimir me dijo que tenía que nombrarla con algo que en verdad me gustara, así que la llamé McDonald's.
—Así que tenemos a un amante de McDonald's, no me lo habría imaginado... —comenté, burlona, al tiempo que me acercaba unos pasos.
—Es un placer culposo —musitó, recargándose mejor en el lateral de la bañera para alcanzar a Mc—. Cuando acababa de llegar aquí, mis padres... —Se silenció, observando con detenimiento los movimientos que marcaba con su mano—. Es decir, Ángela y Denis, me llevaron a comer a McDonald's. —Me miró sonriendo—. ¿Te imaginas? Nunca antes en mi vida había visto un lugar así. Fue como cruzar a un mundo nuevo.
— ¿No había McDonald's donde tú vivías?
Evan sacudió la cabeza en una corta negación.
—Bueno... no que yo sepa, tal vez habría alguno pero sin duda no cerca de mi casa. E incluso si hubiese habido uno, mis padres no podrían haberlo costeado. —Pensé en la familia de la imagen, la casa que tenían y la ropa que usaban, y me imaginé que no, que quizá no podrían haberlo hecho—. Creo que es el recuerdo más nítido que tengo de este lugar, en casa no teníamos cosas tan bonitas. —Volvió a bajar la mirada hacia el gato—. Era extraño ver a tantas personas... felices, juntas sólo pasando el rato. No entendía nada de lo que decían, pero había algo en sus miradas... —Sacudió la cabeza y simplemente permaneció en silencio.
— ¿Qué era lo que no entendías?
—El lenguaje —respondió encogiéndose de hombros. Elevó la mirada—. Yo no hablaba este idioma.
— ¿No? —Eso en verdad me sorprendió, no había ni siquiera un pequeño rastro de acento en su voz—. ¿De dónde eres? —pregunté, incapaz de refrenarme.
—La ex Yugoslavia —musitó con una sonrisa sesgada—. Más precisamente de Croacia.
—Pero... no tienes ningún acento, no se te nota.
—Puedo hablar con acento —repuso, al tiempo que su voz se volvía un tanto extraña y pausada—. Aunque prefiero no hacerlo.
Sonreí.
—Pareces alemán.
—Lo sé —soltó en un susurro resignado. Entonces se incorporó dejando a Mc en su nido y se detuvo ante mí—. Será mejor que me lleve tu ropa, ¿me acompañas a la cocina?
— ¿Tengo otra opción? —le increpé, al tiempo que él se dirigía hacia la puerta. Al instante se detuvo, echándome una mirada por sobre el hombro.
—Claro —respondió, pausadamente—. Puedes quedarte aquí con Mc, pero no puedo asegurar que sea tan buena compañía como yo.
—Qué modesto eres.
Se llevó una mano al pecho, como si acabara de herirlo profundamente con mi comentario. Reí. Él también era algo dramático, quién iba a decirlo.
—Me ofendes poniendo en duda mi modestia, Daphne.
—Aja. —Acepté, pasando a su lado y dándole una pequeña palmada en la espalda—. Muéstrame el camino, señor Modestia.
Evan sacudió la cabeza, pero una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios al tiempo que se colocaba a mi lado y me mostraba brevemente la distribución del departamento. No era muy grande, aunque tampoco era pequeño. Siendo para una sola persona y su gato gordo, resultaba más que adecuado. Su decoración era sobria, nada colorido o floreado, nada que me indicara cuáles eran sus gustos más profundos. Mientras él se ofrecía a hacerme un té cargado, yo no podía apartar de mi cabeza la posibilidad de que fuese gay. ¡Tenía un gato! Era la efigie de la mujer solterona.
Oh, por supuesto que también puedo usar palabras difíciles, ¿pensaban que eso era sólo un talento de Dimitri?
De todos modos y más allá del gato, ¿lo sería? Quizá tiraba para ambos equipos, esa era una posibilidad rentable también. Aunque no muy beneficiosa para mí, si hay algo que mi ego no podría soportar sería que una pareja mía me dejara por un hombre. Sería demasiado extraño.
— ¿En qué piensas? —me increpó, mientras disponía dos tazas gemelas frente a mí en la isla.
—Nada importante. —Evan bajó la cabeza en un gesto de sutil aceptación y se desplazó hacia la alacena, donde supuse que guardaba el té. Lo observé hacer en silencio, sus movimientos, la forma en que tomaba las cosas, el modo en que se paraba; todos los detalles que era capaz de obtener desde mi perspectiva. Pero seguía en ascuas, si era gay sin duda no era el que hace ademanes vistosos.
—Me temo que no he hecho la compra en varios días, así que sólo tengo unas galletas de apariencia dudosa para comer. —Olisqueó la caja que tenía en sus manos y luego hizo una mueca graciosa—. Y también de olor dudoso.
—Estoy bien con el té. —Señalé la caja—. Pero tú no te prives.
—Que generoso de tu parte.
Al cabo de unos cinco minutos el té ya estaba listo y Evan ocupó el lugar frente a mí, del otro lado de la isla. Ambos permanecimos sin decir nada, bebiendo sorbo a sorbo el contenido de nuestras tazas. En ocasiones Evan me ofrecía una mirada interrogante, pero al ver que yo no abría la boca, sonreía y miraba en otra dirección. Por un segundo se sintió como estar en una de sus sesiones, a pesar de que nosotros no habíamos tenido una en todo el sentido de la palabra. Evan estaba allí sentado, callado, demostrando que podía muy bien guardar silencio sin sentirse incomodo. Mi caso era completamente distinto, incluso aunque fuese en lenguaje de señas, yo necesitaba hablar. No me gustaba el silencio, me hacía pensar que había un vacío y que yo no estaba siendo suficiente para llenarlo.
Y yo siempre era suficiente para llenar vacíos, pueden preguntárselo a mis pantalones. Cada espacio yo siempre había cumplido diligentemente en llenarlos.
—De acuerdo... —mascullé, necesitando cortar con la calma. Evan sonrió al oírme, probablemente su objetivo desde el principio había sido ese—. Eres buenísimo guardando silencio, seguro te han escogido psicólogo del mes por esa habilidad. Pero me cansa todo esto, habla.
— ¿De qué quieres hablar?
Rodé los ojos.
—Eres odioso cuando te pones en plan analista.
Enarcó ambas cejas.
—Te sorprendería, pero en mi tiempo libre y fuera de la consulta no acostumbro a analizar a las personas. Sería como trabajar gratis, ¿no?
— ¿Dices que no usas tu magia psicológica con cada persona que conoces?
—En primera no es magia, en segunda hay cosas que son inevitables. Es como si le pidieras a un médico que ignorase los síntomas de resfrío que siente algún conocido, sólo porque no están en un hospital o en horario de atención. —Hizo una pequeña pausa—. Es lo mismo para mí, no puedo desactivar ciertas partes de mi cerebro a voluntad. A veces sí, estudio a las personas y sus motivaciones para tal o cual asunto. Pero a veces, francamente, me cansa que la gente sólo piense que es lo único en lo que pienso.
No se oía molesto, sino más bien resignado.
— ¿Qué es lo que más te molesta?
Una sonrisa tiró de sus labios, al tiempo que se echaba hacia atrás en su silla y me observaba fijo.
—Me molesta no poder hacer preguntas, sin que mi interlocutor automáticamente piense que lo estoy analizando. —Juntó las manos, mientras mordía su labio con suavidad—. A veces me molesta que todos asuman que no tengo problemas, mal humor o ganas de no escuchar a nadie. Eres psicólogo, es lo primero que me dicen, estás acostumbrado a escuchar.
Asentí, mirándolo seriamente.
— ¿Estás intentando darme lastima?
Evan infló sus mejillas en una sonrisa completamente extraña.
— ¿Está dando resultados?
—En lo absoluto —aseguré, recorriendo con mis ojos su rostro. Era tan guapo, ¿sería siquiera consciente del efecto que tenía en sus interlocutores? Parecía tan tímido, comedido y reservado, que invitaba a las personas a querer conocerlo en su totalidad.
¿Sería gay o no? Suspiré ante la continua intromisión de esa pregunta en mi cabeza.
—Dímelo —me espetó, al parecer leyendo el conflicto en mi rostro. Sacudí la cabeza con reticencia, Evan alzó un dedo con calma y me pidió un segundo mientras se levantaba. Al cabo de un momento regresó con una hoja de papel y un bolígrafo, me los ofreció—. Tal vez sea más fácil escribirlo, ¿te gustaría intentar?
Los tomé, mirando la hoja en blanco por un largo momento. No iba a decirle nada ofensivo, sólo era simple curiosidad y obviamente no iba a forzarlo a responder si no quería. Pero sabía que quitarme esa duda, haría que cualquier futura relación que tuviésemos —sea cual sea— fuese más fácil y menos confusa para mí. Garabateé mi pregunta rápidamente, antes de poder pensármelo más veces y luego deslicé el papel hacia su lado de la mesa. Evan bajó la vista, leyó mi pregunta sin denotar ningún tipo de reacción, me pidió el bolígrafo para marcar su respuesta y me regresó el papel en silencio.
Mi pregunta había sido simple: "¿Te gustan las mujeres?" y abajo había colocado un "si" y un "no". Evan había marcado con un círculo claro la palabra "no". Y a pesar de que había pensado estar lista para lidiar con eso, no pude fingir que no me hubiese afectado la inmediata confirmación. No pude ocultar el hecho de que una parte de mí, había deseado con fuerza que fuera heterosexual y que en ese idílico escenario, me encontrase atractiva.
—Oh... —musité, sabiendo que sus ojos grises estaban en mí esperando una reacción. No sabía qué decirle, no quería ofenderlo o molestarlo, pero ¡¿por qué?! ¿Acaso no se daba cuenta el daño que le hacía al género femenino?
— ¿Daphne? —inquirió con esa dulce y paciente voz suya. Alcé la vista de la horrible palabra marcada y lo observé con toda la buena intención que pude conjurar. Era gay, no podía cambiar eso, debía aceptar la verdad y seguir con mi vida.
Era mucho más fácil decirlo que hacerlo, sentía ganas de llorar por muy estúpido que pareciera.
—Esto... —Me aclaré la garganta, quería decirle algo y nada, absolutamente nada parecía querer atravesar mis cuerdas vocales. Era gay.
— ¿Estás bien? —preguntó, rodeando la isla para luego detenerse a mi lado. Lo observé, allí de pie en toda su perfección, y las ganas de llorar fueran aún más grandes—. ¿Daphne? —Sonrió, colocando una de sus manos sobre mi hombro—. Creo que ese fue un mal chiste.
— ¿Qué? —logré decir dentro de la bruma que eran mis pensamientos. Evan frotó con suavidad mi hombro y brazo, riendo por lo bajo.
—No soy gay, Daphne, sólo estaba bromeando.
Parpadeé, mis ojos se sentía húmedos y muy, muy cercanos al llanto. Pero era la sonrisa ladeada de él, lo que me sacó de mi estupefacción. Tomé una bocanada de aire más que necesaria.
— ¿No?
—No... —Reforzó su respuesta con una negación y el alivió llegó a mí, tan o más fuerte que mi cabreo.
— ¡Serás estúpido! —Lo golpeé en el brazo sin poder contenerme, Evan rió divertido para mi completa frustración—. ¿Cómo se te ocurre bromear con algo así? ¿Qué clase de profesional eres? Me hiciste creer que... —Sacudí mi índice frente a su nariz en reproche—. ¡Y yo soy tan estúpida que te creí! —Hice un gesto para apuntarme a mí misma—. Me hiciste sentir mal, ¡idiota!
—Daphne... —Probablemente dijo mi nombre más veces, pero yo estaba demasiado enfrascada en mi molestia. ¿Gracioso? ¿Pensaba que romper mis ilusiones de ese modo era gracioso?—. Daphne... tranquila... —Posó sus pesadas manos en mis hombros y no me quedó más alternativa que intentar serenarme. Lo miré con recelo—. ¿Por qué te interesa tanto mi orientación sexual?
Solté un bufido, él presionó con sus pulgares la base de mi clavícula y yo elevé la barbilla con determinación. ¿Quería una respuesta? Pues yo le daría la mejor que tenía.
— ¿Es que todavía no te diste cuenta que me gustas? —No respondió, sino que se mantuvo quieto, mirándome fijamente por lo que se sintió una eternidad. Aun así no le aparté la mirada, no me sentía avergonzada de sentirme atraída por él. Era lo que era, tan natural como el cambio de estaciones—. Me gustas.
—Daphne... —comenzó a decir, adquiriendo un tono que casi me había estado esperando.
—Escucha —lo corté, antes que se disculpara por algo que evidentemente no era su culpa—. No te estoy pidiendo que me correspondas o que digas nada, te lo informé. Te estoy diciendo que me atraes, nada más. No tienes que hacer nada al respecto.
Él asintió dos veces, deslizando la aspereza de su mano por mi cuello hasta que su pulgar rozó mi barbilla en una sutil caricia. Sus ojos fueron de su pulgar a mi boca y luego más arriba, hasta que se encontraron con mi mirada en una conversación muda. No podía decir qué estaba pensando, pero cuando se inclinó ligeramente hacia mí, la verdad es que me importó un rábano si estuviese o no pensando. Evan hundió el rostro en el hueco de mi cuello, acariciándome con su nariz y su pesada respiración. Jadeé, al tiempo que él pegaba sus labios a la base de mi garganta y succionaba con suavidad mi piel.
Oh Dios, esto no podía ser real. Sin duda estaba soñando o en estado de coma, fuese lo que fuese, no quería despertar.
Llevé mi mano hacia su cabeza de forma instintiva, enredando mis dedos a su cabello y él soltó un leve gruñido, antes de arañar con sus dientes el mismo sitio que antes besaba. Me arqueé hacia su cuerpo, separando las piernas para darle espacio y Evan se apretó contra mí, demostrándome bastante gráficamente que no era gay.
—Daph... —murmuró con voz contenida, jadeando junto a mi oído—. ¿Qué me haces?
—No sé... —suspiré, apartándolo un poco para enfrentar sus ojos. Marqué una suave caricia en su mejilla, mientras él volteaba el rostro y hacía que mis dedos se toparan con su boca ligeramente abierta. Contuve un gemido cuando de un tirón certero succionó mi índice y mordió la yema de mi dedo, juguetonamente—. Oh...
—Tú me encantas...
—Bien —acepté, parpadeando como idiota. Evan frunció el ceño, tomándome de la muñeca para apartar mi mano de su rostro con calma.
—Pero no va a pasar. —Retrocedió, apartándose con la mirada en un punto lejos de mí.
— ¿Por qué? —inquirí, sin creer que acabara de decirme eso luego del pequeño deleite que se había estado dando con mi cuello—. ¿Evan?
—Porque no, Daphne.
—Esa no es una respuesta.
Él presionó los ojos mostrándose abiertamente molesto por primera vez.
—Creo saber lo que quieres y no puedo ofrecértelo.
Eso me molestó a mí en ese instante.
— ¿Y qué se supone que quiero? —Evan sonrió, como si le pareciera evidente la respuesta. Bufé, logrando que me observara serio.
—Quieres una relación, quieres un romance y eso está muy bien, pero yo no deseo nada de eso. —Abrí la boca para contestar, pero él me detuvo avanzando un paso—. Me atraes, eso no lo niego. Pero cualquier relación entre nosotros, sería un error.
Solté una risa sin ganas.
— ¿Romperías algún código ético? ¿Dejarías de ser un buen terapeuta si te tiras a un paciente? —inquirí, sarcástica. Él me observó con censura.
—No tiene nada que ver con eso...
— ¿Entonces con qué? —exigí saber. No dijo nada y yo le sonreí con aspereza—. ¿Sabes? Me gustaría ser más como tú, guardarme todo tras una máscara de indiferencia. Pero no puedo, tiendo a decir todo lo que cruza por mi cabeza, sea o no adecuado.
—Eso está muy bien —dijo en un susurro—. Eres trasparente, autentica...
—Es una mierda ser autentico, porque te abres a todo el mundo y esperas estúpidamente a que los demás hagan lo mismo. Y nadie lo hace, Evan, ¿cómo hago para ser más como tú? ¿Cómo hago para cerrar la boca y aprender a sonreír como si nada me afectase?
Él presionó la mandíbula, probablemente acusando el golpe en mis palabras, probablemente molesto de que lo considerara acartonado y poco autentico. Me observó, estirando una mano para rozar tentativamente mi mejilla y yo se lo permití, porque básicamente me gustaba la sensación de su piel contra la mía.
—Ese no soy yo, Daphne —masculló, inclinándose para depositar un ligero beso en la comisura de mis labios—. Si me conocieras mejor no te gustaría, créeme.
—Me cuesta creerlo. —Sostuvo mi rostro entre sus manos, obligando a mis ojos a encontrarse con los suyos—. Me gustaría conocerte, al verdadero tú.
—No...
— ¿Por qué no? —le espeté, ante su automática negativa.
—Porque es mejor así.
—Sigues diciendo eso, pero no entiendo a qué te refieres.
Soltó un quedo suspiro, antes de colocar su frente contra la mía y cerrar los ojos como si estuviese agotado. Su pulgar marcó una cadente caricia en mi pómulo, para luego trazar un corto camino hasta mis labios y delinearlos con delicadeza.
—No te conté la historia de Dafne y Apolo por nada —hizo una pausa, abriendo los ojos—. Si eres inteligente, tomarás el ejemplo de ella y huirás de mí...
—No... —comencé a decir, pero él me silenció presionando su boca contra la mía en un muy corto beso.
—Pues deberías. —Sacudí la cabeza en una contundente negación y Evan frunció el ceño, inclinando mi rostro de modo que mi boca quedara a escasos centímetros de la suya. Y una vez más, tras mirarme con profunda seriedad, presionó sus tibios labios sobre los míos de forma dura y concisa, como si de algún modo me estuviese regañando por ser tan cabezotas.
—No —repetí cuando se hubo apartado.
Y él puso los ojos en blanco... sonriendo.
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Como les dije, era largo pero ahora ya sabemos más de Evan. Espero les haya gustado, yo me voy a dormir. Nos leemos cuando reviva xDD Gracias por pasarse!
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