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¡Arriba la psicología!

Capítulo IV: ¡Arriba la psicología!

—Dios mío, lo siento tanto —rogué ni bien crucé el umbral de su oficina. Evan estaba de espalda a la puerta, dándole rítmicos golpecitos al borde del escritorio con su pulgar. Dado que no podía verlo a la cara, sólo pude aventurar la hipótesis de que lo que en realidad estaba haciendo era contar. Contar para calmarse.

Mis padres solían hacerlo seguido, incluso el gusano lo hacía. Contaban... porque la otra opción sería estrangularte, Daphne. Si no habré oído eso miles de veces en el pasado. Realmente no me gustaba desquiciar a las personas, sólo ocurría. Mi boca siempre parecía tener sus propios planes a la hora de hablar, aun cuando mi cerebro quería detenerla, ella seguía actuando con completa autonomía. Y lo odiaba. Y odiaba incluso más saber que no podía hacer nada para solucionar esa parte de mí, era quien era y apestaba.

— ¿Evan? —susurré, yendo por un segundo intento.

Él se volteó tras soltar un profundo suspiro. Sus emociones estaban una vez más perfectamente ocultas, podría tanto querer matarme como invitarme a tomar el té. Era un hombre que se contralaba muy bien, sin duda.

—Bueno... —Con un ligero ademan, me indicó que tomara asiento y como no me sentía con ánimos de contrariarlo (más), lo hice.

—En verdad lo siento mucho.

Sacudió la cabeza, apoyando su cadera en el escritorio para enfrentarme.

—Déjalo ser... —Abrí la boca para disculparme de nuevo, pero me silenció elevando su índice—. En serio, no importa. Supongo que... —Hizo una pausa como buscando las palabras correctas y luego sonrió—. Supongo que debería sentirme halagado.

Me encogí de hombros con precaución ante esa reacción. Si eso era lo que quería sentir, sin duda yo no iba a detenerlo. Era mucho mejor que todas las opciones que había estado barajando hasta el momento.

—En realidad fue un cumplido —añadí por lo bajo, Evan asintió con una enigmática sonrisa jugando en sus labios.

—Sí... aunque agradecería que en el futuro no hagamos de nuestras proezas sexuales un tema de discusión en el trabajo. —Paseó una mirada burlona por mi rostro—. ¿Te parece, cariño?

Solté una carcajada, incapaz de refrenarme. ¿Quién diría que el serio psicólogo tenía sentido del humor? Más aún, ¿quién esperaría una broma después de lo que acababa de presenciar? Una parte de mí estaba más que aliviada de que se lo estuviese tomando de ese modo, la otra estaba completamente cachonda ante la posibilidad de tener "proezas sexuales" con él.

Oh, por favor, soy una chica con sangre en las venas. No juzguen.

—Lo prometo —espeté con aplomo—. Ni una sola palabra más saldrá de mi boca mientras...

Evan se llevó una mano a su propia boca en lo que yo soltaba mi discursillo, distrayéndome de un modo completamente inapropiado. Mi Dios, esos labios deberían ser ilegales.

—¿Mientras? —me apremió, paciente.

Parpadeé. ¿Mientras qué? Oh, mierda. ¿Yo había estado hablando?

—Mientras... —Ondeé una mano en el aire para ganar algo de tiempo, o inspiración, o sensatez. ¡Algo! No iba a ponerme exigente—. Eso. —Pero nada llegó, obviamente.

—¿Mientras yo esté aquí?

—Suena bien para mí. —Me cogí de ese salvavidas con uñas y dientes. Él, sinceramente, no necesitaba saber el poco poder de concentración que tenía a su lado.

—Perfecto. —Comencé a incorporarme, aceptando aquello como un permiso tácito para retirarme—. Oh, Daphne... —Lo miré—. ¿Sabes que estás en deuda conmigo ahora no?

Volví a parpadear, confusa. Al parecer era todo lo que me salía estando frente a él, sin hacer el ridículo, claro. Y no lo mencionen, sé que es una reacción bastante tonta. Pero me gustaría verlas en mi posición.

—¿Cómo? —me las ingenié para decir.

—Bueno, te hice un favor, ¿cierto?

—Cierto.

—Un favor se paga con otro favor. —Si mi suerte alguna vez tenía el valor de hacer su esplendido acto de aparición, este sería el momento indicado. Me imaginaba respondiéndole algo sumamente coqueto y adecuado, para luego hacerlo admitir que estaba pidiéndome un favor de índole sexual y ver ese sonrojo suyo tan mono. Entonces yo me lanzaría a sus brazos, mientras él barrería los papales del escritorio de un bandazo y me acomodaría allí para tomar de mí hasta el último favor de mi lujurioso cuerpo. Que, casualmente, había estado deseando desde el mismo día en que me vio en mi pijama de canarito.

Pero, como les he comentado previamente, soy huérfana de suerte. Así que ni siquiera me emocioné mucho con la idea, cuando respondí:

—¿Qué tipo de favor?

Evan se incorporó de repente, dándole la vuelta a su escritorio para tomar asiento. Estaba en plan psicólogo una vez más. Nada más alejado de mi fantasía, ¿lo ven? Mi suerte apesta a trasero de demonio.

No que alguna vez hubiese olido uno, pero suponía que un demonio debía de oler mal y su trasero, pues mucho peor ¿no?

—Sé que no estás muy alegre con tener que venir aquí a dialogar conmigo... —Se detuvo, mirando un instante la libreta que descansaba junto a su mano—. En realidad, además de Luci, no parece que ninguno de ustedes esté muy feliz con este espacio.

No sabía la opinión de Larry, pero podía apostar el trasero de mi demonio a que Gavin no estaba en lo absoluto feliz con el plan y que Lady Lucifer, sólo se había mostrado dispuesta por la buena cara y cuerpo que se cargaba el psicólogo. Sin duda, no era un panorama alentador para hacer su trabajo.

—Somos locos sin remedio —musité, esperando que no se tomara la negativa de un modo personal.

—¿No lo somos todos un poco? —replicó, sonrisita de por medio. No tuve idea qué decir, mi mente estaba demasiado ocupada suspirando—. El punto es que no debes preocuparte por los otros, el favor que te quiero pedir es simple.

—Te escucho.

—Dame una oportunidad. —¡Todas! Aquí mismo, cariño, cuando quieras y donde quieras—. ¿Daphne?

—¿Hm? —Dios del cielo, mi cerebro en verdad necesitaba unas vacaciones.

—Sólo quiero que me tengas como una opción, no una obligación para con tu jefe. ¿Podrías hacer eso por mí?

—Sí, creo que puedo.

—Estupendo. —Asintió, luciendo un tanto más relajado y en esa ocasión supe que ya podía marcharme.

—Ok... voy a volver al trabajo. —Me dirigí a la puerta con toda la dignidad que pude conjurar. Honestamente no estaba muy segura de saber qué había aceptado, pero contenta de verlo contento luego de haberlo descontentado antes.

Si iba a tener que lidiar con él más de una vez en el futuro y en verdad darle una chance al asunto terapéutico que se traía entre manos, era mejor comenzar a obligarme a plantar mi cabeza en la tierra. No podía hacer mucho para que no me considerara una loca de atar, pero con un demonio que no iba a permitirle pensar que era una estúpida incapaz de conectar dos frases por estar babeando sobre él como Lady Lucifer.

—¿Daphne? —Clavé los talones de forma abrupta, echándole una solícita mirada por sobre el hombro—. ¿Por qué yo?

Enarqué una ceja con suspicacia, paseando mi mirada por su rostro y todo él de manera por demás elocuente.

—¿No es obvio?

Y sin darle tiempo para responder, me escurrí por la puerta a medio cerrar y escapé a la seguridad de mi cubículo. Podría ser que muchas cosas que dije sobre Evan me avergonzaran sobremanera, pero jodidamente no sentía pena de admitir que me parecía guapo, sexy y el mejor polvo imaginario que una chica podría querer.

Eso no me hacía estúpida, sólo honesta.

***

—Prometiste que ibas a llamar.

—Lo siento.

—¡Lo prometiste!

—Lo sé, lo siento...

—¡Un lo siento no sirve ahora! —Ella tomó una navaja para rasurar y la agitó delante de mi rostro, amenazadoramente. Sacudí la cabeza intentando apartarme, pero mis pies estaban como pegados al suelo, mientras el líquido rojo avanzaba rápidamente hacia ellos. Dios.

—No podía hacer nada —gimoteé, sintiendo como las lágrimas pinchaban detrás de mis parpados—. No sabía que...

—¡¡Eras mi amiga!! —tronó, llorando tan o más fuerte que yo. Cerré los ojos y ella volvió a exclamar entre chillidos.

Lo observé por entre las pestañas, justo cuando se llevaba la navaja a la garganta y yo soltaba un profundo grito de horror, antes de aterrizar en un manojo de mantas y almohadas en el suelo. Mi culo gimió frente al impacto, pero el dolor fue más que bienvenido. Era real, no como ese maldito sueño.

Suspiré con cansancio, pegando un nuevo bote cuando la alarma de mi despertador comenzó a sonar detrás de mi cabeza.

—Mierda... —Era la tercera noche consecutiva que soñaba con Deborah y en ningún sueño se había presentado ante mí como la chica comprensiva y amable que era... ¿fue?

En fin, al parecer ahora sólo buscaba atormentarme por ser una mala amiga. Y en ningún sueño sabía qué decirle para aplacar su malestar y evitar que se hiciera daño. Aunque era ridículo pensar que podría evitarlo, ella ya no estaba, sin importar cuánto mi subconsciente quisiera convencerme de que había otra salida.

Resignada a llevar ojeras al trabajo (otra vez), me duché y di inicio al proceso para convertirme en una chica superada y descansada. Sí, quizás tenía sueños raros, ¿pero quién no hoy en día? Las pesadillas eran comunes, más si se tenía en cuenta lo que había visto.

Pero se terminaría por ir, estaba segura de ello.

—Buenos... —Escuché la voz de mi prima y me volví automáticamente para saludarla como era nuestra costumbre.

«Días» dije en lenguaje de señas.

Erin, mi prima, era sorda. No lo fue durante toda su vida, pero si por gran parte de ella. Al menos la parte en la que entró en mi vida. Cuando yo tenía seis años, su madre que era hermana de la mía, la llevó a nuestra casa por vacaciones y nunca volvió a recogerla. Desde ese entonces la acogimos como si siempre hubiese sido nuestra, aprendimos junto a ella su lenguaje y nadie jamás mencionó el hecho de que sus vacaciones nunca terminaron. Erin era más que una prima, para mí era mi pequeña hermana. Molesta, claro, como cualquier hermano pequeño. Pero adorable a su estilo.

«¿Dónde está tu psicópata?» pregunté, robándole su taza de café. Erin rodó los ojos.

—Estoy aquí y ese término no es el adecuado.

Me volteé, soltando una carcajada. Había visto a Dimitri ni bien había ingresado en la cocina, pero me gustaba fastidiarlo.

—¿Tu o psicópata? —le espeté.

—El segundo.

Oí como Erin soltaba un suspiro al viento, antes de —literalmente— danzar hasta Dimitri para dejarse caer en su regazo. Dejé la taza en la mesa con una mueca, que ellos ni se molestaron en notar.

—Wou... alerta de exhibicionismo —mascullé, reproduciendo las palabras al mismo tiempo con mis manos. Ambos rieron, aunque la risa de Dimitri fue más bien del tipo diabólica.

—Lárgate al trabajo entonces —me apremió él, bajando la cabeza de Erin para besarla de un modo exagerado—. Tengo planes para ti esta tarde —le susurró, acariciando su mejilla en un gesto de ternura completamente extraño en él.

—¿Cuál planes?

—Te los diré cuando Daphne se vaya.

Me miraron al instante, como instándome a ponerme en marcha y yo tuve que reconocer mi derrota numérica en esa ecuación. Era la mal conocida y nunca bien recordada: tercera rueda/mal tercio/tercero en discordia, etc, etc. Solté un bufido, tomé un plátano del frutero y me encaminé a la salida, renunciando a tener mi cuantioso desayuno esa mañana.

Ya no había cosas sagradas en este loco mundo.

—Par de pervertidos.

—Daphne... —¿Era una costumbre de la gente llamarme justo cuando tenía intenciones de marcharme? Me volví, tratando de recordarme mi lugar feliz y el motivo por el cual no corría a ese impertinente ruso de mi casa. Hazlo por Erin, hazlo por Erin—. Tal vez quieras llevarte otro plátano.

—¿Qué? —inquirí, confusa. Dimitri bajó la mirada hacia el plátano que sostenía y yo hice lo propio, luego lo miré a él y una vez más al plátano—. ¡Oh que asco!

No me importaba una mierda la felicidad de Erin, esa misma tarde correría al desgraciado. Con la comida no se juega, joder, ¡con la comida no!

***

Había evitado hacerle cara a Evan el viernes y por consiguiente también el fin de semana —porque no debía trabajar entonces—, pero algo me decía que ese lunes iba a tener que enfrentarlo. Y no tanto por los sueños —ya que sospechaba que el tiempo se encargaría de ellos—, sino porque básicamente se lo estaba debiendo y no soy el tipo de persona que guste de andar teniendo deudas.

Era tan simple como sentarme frente a él durante una hora y contarle algo de mi vida, ¿o de la vida de Deborah? ¿Exactamente a qué había accedido a colaborar? Diablos. ¿Y si me preguntaba por qué no la había llamado? ¿Y si quería saber mejor sobre mi relación con ella? ¿Y si accidentalmente admitía que la había ignorado por estar demasiado ocupada con mi postre de autocompasión? ¿Eso me llevaría a hablarle del gusano? Maldición... ¿quería yo hablarle del gusano? Eso sin duda implicaría contarle de mi ruptura, también de la dieta-promesa y de cómo el infringir aquello lo había llevado a ser mi polvo imaginario.

—¡Dios! —gruñí dentro del elevador, elevando la mirada al techo en busca de una respuesta divina. Lo único que obtuve fue el constante titilar de la lamparita en la cámara de seguridad. Seguramente alguien se estaría divirtiendo mirándome despotricar conmigo misma.

Le guiñé un ojo a la cámara, antes de volver a enfocarme en mis asuntos.

Definitivamente esta vez tenía que presentarme con un plan. Yo no iba a dejar de ningún maldito modo que Evan supiera esas cosas de mí, ya tenía suficiente con el compasivo apoyo que recibía de las chicas. No iba a soportarlo de nadie más. Y de entre todos los sentimientos que quería despertar en él, la pena ni siquiera entraba en el cuadro.

Saqué mi celular y decidí preguntarle al dios Google, ¿cómo tratar con un psicólogo? Y les sorprenderá saber que el maldito buscador me dio un par de buenas ideas.

Así que cuando me armé de valor para interrumpir mi trabajo —nuestro jefe sólo pedía que le avisáramos con una hora de antelación—, me encaminé al despacho de Evan, nuevamente sintiéndome como una atracción de circo. El murmullo de mis compañeros de área me acompañó hasta el último paso, lo cual no hizo que fuese más sencillo sentarme en su silla a "dialogar". Para cuando estuve frente a frente con Evan, todos los consejos de Google volaron de mi mente y en lo único que podía pensar, era en mis compañeros pensando que estaba allí tirando un rapidito con el psicólogo.

Suspiré.

—¿Cómo estás hoy? —inquirió él, viéndose ridículamente apetitoso vestido de negro. El traje negro sin duda resaltaba todo lo correcto en su cuerpo, sí, sin duda iba a hacer que fuera mi nuevo color favorito.

Sacudí la cabeza. Debía aprender a enfocarme, este nivel de distracción por calentura era algo alarmante.

—Tengo un chiste para ti —dije, acomodándome mejor en mi lugar. Evan sonrió, invitándome a continuar—. ¿Cuántos psicólogos se necesitan para cambiar un foco?

Él medio rió, medio gruñó algo entre dientes.

—Uno, pero el foco debe querer cambiar.

—Oh, ya lo conocías —murmuré ligeramente desilusionada. Me habría gustado oírlo reír en verdad.

—Te sorprendería la cantidad de personas que llegan a mi consulta con ánimos de contarme chistes.

Lo miré con interés.

—¿Muchos pacientes te cuentan chistes? — ¡Vaya y yo que quería ser original!

—Varios... creo que buscan una forma inofensiva de romper el hielo.

—Bueno tengo otro, ¿quieres?

—Soy todo oídos. —Más bien parecía resignado a serlo, pero el punto era pasar el tiempo en el reloj de algún modo ¿no? Yo había accedido a ir con él de forma voluntaria, mas nunca discutimos los detalles de lo que trataríamos de hacer en ese tiempo.

—¿Cómo se dice psicoanalista en japonés?

Evan suspiró, alzando una ceja en un perfecto arco.

—Sakudo Tukoko.

—¿También lo conocías?

—Varios pacientes —repitió con tranquilidad.

—Bueno seguro este no lo conoces: Dos psicólogos se encuentran en un ascensor al final del día tras una dura jornada de trabajo. Uno de ellos va muy cansado, extenuado, en cambio el otro, va contento y relajado. El primero le comenta: Oye, no entiendo cómo puedes estar así después de doce horas de tratar problemas con tus pacientes. El otro le contesta asombrado: ¡¡¡No me digas que tú los escuchas!!! —Evan esbozó una sonrisa torcida, pero nada cercano a una risa—. Oh, vamos, ¿también?

—Sí —murmuró sin más.

—Diablos, tus demás pacientes arruinaron por completo esta sesión.

—¿Tenías una hora de chistes apuntados para mí?

Bajé la mirada a mi regazo, porque a decir verdad había anotado una buena cantidad de chistes sobre psicólogos y llevaba la hoja en mi bolsillo.

—Honestamente no sé muy bien qué tengo que decirte.

—¿Qué te interesaría hablar conmigo?

Me llevé el índice a la boca, jugueteando con mi labio mientras intentaba pensar un tema decente de conversación. Es decir, nada que implique contarle mi fantasía de quitarnos la ropa y comenzar a bailar el mambo horizontal sobre su escritorio.

Complicado.

—No lo sé, Evan, no estoy segura de si creo en todo esto.

—¿Todo "esto" sería la psicología? —inquirió, reclinándose levemente. Asentí con suavidad, tratando de medir su reacción. Él apenas si parpadeó—. Daphne, no se trata de creencia. Realmente no te voy a pedir que vengas a escucharme predicar, la psicología no es un acto de fe y tampoco requiere que "creas" en ella. ¿Entiendes? Es una ciencia, nada más que eso.

—Bueno... —Tenía sentido. A decir verdad nunca se me había ocurrido pensarlo de ese modo—. Sí, estás en lo cierto. Tal vez no se trate de creencia.

—¿Entonces de qué se trata?

Mis ojos se deslizaron hacia la puerta de manera involuntaria, antes de que me obligase a mirar a Evan de nuevo. Él aguardó, paciente, como de costumbre. Truco que sin duda iba a tener que pedirle que me enseñe.

—No lo sé... sólo no me siento muy cómoda aquí.

—¿En qué sentido?

Señalé hacía la pared con un movimiento fugaz de mi mano, logrando que Evan la siguiera con interés.

—Todos ellos... —comencé a decir, sin tener en realidad un plan para terminar.

—¿Todos ellos qué?

—Ellos... —me incliné hacia él, bajando deliberadamente la voz como si alguien pudiese oírnos—. Ya sabes... piensan que tú y yo... ya sabes.

Él asintió, desviando a su vez la mirada hacia la pared previamente señalada. La pared que simbólicamente nos separaba de mis compañeros que aguardaban del otro lado, a la caza de chismes frescos sobre nuestra supuesta relación. Esa pared.

—Comprendo. —Y sin inmutarse, agregó—: ¿Eso te apena?

¿A mí? ¿Estaba de broma? Como si existiera mujer cuerda que se apenara por estar asociada a un rumor con él. Lo lamentable de todo eso, era que se trataba de un rumor sin fundamentos. Eso era lo único que podía llegar a apenarme. Era en realidad lo que me apenaba.

—No, claro que no.

—¿Entonces?

—No sé, Evan —le espeté, rezongando—. No me pongo muy receptiva al psicoanálisis, cuando media empresa piensa que estoy tirando cada vez que vengo a esta oficina.

Él pareció algo aturdido ante mi espontanea confesión, pero luego de un instante asintió como si su mente hubiese acabado de hacer todas las matemáticas con el asunto y tuviese la gran respuesta.

—¿Qué te parece de hacerlo en otro lado?

Di un notorio respingo, clavando automáticamente mis ojos en los suyos. Quizá le tomó un segundo entero darse cuenta de la elección de sus palabras, pero lo notó y como era de esperarse, el sonrojo hizo su acto de aparición.

Maldita sea, ¡era tan guapo! No importaba dónde, aquí o en la China, iba a decirle que sí. Aún cuando eso significara aprender mil chistes sosos sobre psicólogos.

Me aclaré la garganta, echándole una valorativa mirada antes de lanzarle una última pulla.

—Así que... ¿Tu casa o la mía?

Presionó sus ojos grises brevemente, en un gesto de sexy reprimenda que sólo podía comprenderse como una aceptación silenciosa del reto. Diablos, sin duda Evan no sería la clase de hombre que evitaría recoger el guante al final de cuentas. Y eso definitivamente era un panorama mucho más alentador. ¡Arriba la psicología!

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Neil: Evan, por ahí oí el rumor de que un grupo de mujeres está pidiendo tu mano, dado que eres el único soltero que queda.

Didi: Yo también estoy soltero.

Dimo: Sí, pero a ti nadie te quiere.

Didi: ¡Oye! Le diré a mamá lo que dijiste. 

Neil: En fin... ¿qué les respondes, Evan? Son tres o cuatro chicas, y muy guapas.

Evan: Esto... me siento halagado...

Lucas: ¿Acabas de sonrojarte?

Evan: ¡Claro que no! 

Neil: Hombre te has jodidamente sonrojado. 

Didi: Eres tan tierno, Evan. 

Evan: ¿Podemos simplemente hacer la dedicatoria? 

Neil: Chicas, Evan no quiere aceptar ninguna propuesta matrimonial, porque se está guardando para Daphne. 

Evan: No es cierto...

Didi: Evan y Daphne están sentados en el árbol de los enamorados...

Lucas: ¿Cuántos hijos ellos tendrán?

Neil: Uno, dos, tres... ¿o más? 

Evan: ¿Acaso tienen 5 años? ¬¬

Lucas: Creo que se acaba de molestar... ¡vuelve, Evan! Pues bueno... luego de esta hermosa canción, el capítulo va dedicado a yami-sacchi Esperamos que te haya gustado y que sigas disfrutando del resto de la historia ;)

Neil: ¡Un beso, guapa! Por cierto no se olviden en una hora tendrán al conde Iker fantasma en twitter, pueden charlar con él por medio de la cuenta LappLectoras y preguntarle lo que quieran usando el hash #IkerQyA. Según me ha dicho, tiene noticias ineditas sobre su historia. ¡No dejen de pasar! Y una vez más, esperamos que le haya gustado el cap. Saludos especiales para Yami :D 

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