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IV. La torpeza en las diferencias

La helada comenzó a levantar a las siete y treinta de la mañana, cuando la chica de cabellos negros y puntas azules se levantó del pasto y observo a su alrededor, encontrando que las cosas que recordaba haber visto había desaparecido. Confundida se levantó de su lugar y comenzó a caminar de vuelta a la estación, segura de que algo en verdad había sucedido y estaba más que decidida a buscar una respuesta a lo que le paso.

Luego de volver a travesar el pueblo del Valle, viendo como este poco a poco comenzaba a cobrar vida y sus pequeños inquilinos empezaban a despertar o salir a trabajar. Observo el estacionamiento y se dio cuenta que los autos de Lemes y Magallanes ya estaban ahí, el de Alán estaba siendo aparcado y el de Héctor recién se asomaba al lugar. Le restó importancia y decidió entrar al edificio.

Al ingresar, sus oídos captaron algo que se le hizo bastante asombroso considerando el hecho de que había estado en el lugar, pero ni siquiera era capaz de recordar lo que había sucedido. Aunque, si bien, había estado cerca del lugar mencionado, no habría podido hacer nada porque todo ante sus ojos se había vuelto diferente y ni siquiera había podido prestarle verdadera atención a ello, porque todo era oscuridad en sus recuerdos de la noche anterior.

—Encontraron otro cuerpo a unos cincuenta metros de la casa del viejo León, estaba a tres kilómetros de donde encontraron al número dieciséis —comentó Magallanes mientras pasaba a través de la chica fantasmal y caminaba rumbo a la salida.

— ¿Otro más? Genial, ahora son diecisiete —la emoción sarcástica se reconoció con facilidad en la forma de hablar de Lemes, quien también atravesó casi de inmediato a la chica.

—Sí, sí, lo que digas. Ahora muévete que no tenemos todo el día y Doc. ya va en camino —fueron las últimas palabras que artículo Joseph antes de atravesar la puerta principal. Casi de inmediato al haber salido ambos detectives saludaron a sus compañeros que entraban a la estación y cada uno se dirigió a su auto.

—Esto es muy raro, estuve ahí, sin estar ahí. En definitiva, ese maldito lugar debe de quedar cerca —soltó la de diecinueve años antes de atravesar el automóvil de Magallanes y posicionarse en el asiento del pasajero.

—Vamos en tu auto —Cesar abrió la puerta del pasajero y se introdujo en el auto, tomando el lugar de la chica invisible. Esta soltó un sonido en forma de molestia y se movió hasta los asientos traseros. Esperando a que el auto arranqué para poder ver qué tal lejos había estado ella de ver a las personas responsables de su muerte.

El transcurso fue bastante interesante para la chica y típico para los dos hombres, dado que esta se divertía con todas las ocurrencias que ambos soltaban a cerca de varias cosas que les cruzaba por la cabeza a cada uno de ellos. En un momento ella decidió mirar por la ventana, encontrando que estaban pasando por donde ella había estado la noche anterior, pero recordaba que estaba desierto el lugar y, ahora, frente a sus ojos, hay había algunas ruinas y varios árboles. Lo cual era raro, por no decir extrañamente paranormal.

— ¿Por qué hay varias ruinas y árboles caídos, pero en la noche no estaban?

De pronto, el auto de la nada dio un giro brusco a la izquierda, causando que Lemes aferrara sus manos al tablero del auto y dijera: — ¿Qué diablos estás haciendo? —mientras miraba a Magallanes.

—Voy a ir por la ruta que está detrás de la casa del viejo León —le contesto mientras reducía a duras penas la velocidad del automóvil.

— ¿Estás loco? —le grito.

— ¿Por qué?

—Acaso no sabes que esa casa esta maldita. ¡Tienes idea de cuantos han desaparecido por la noche y han vuelto al otro día sin saber en donde diablos estuvieron! —termino de soltar con la intención de dejarlo sordo

—Por el amor de dios, son solo cuentos. Además, esos reportes son de personas que no están del todo cuerdas, es más, esos reportes son de los drogadictos que viene a consumir en la casa del viejo León -contra ataco, para luego detener el auto, apagarlo y bajarse de él, dejando a Cesar solo con una cara de querer matar a Magallanes por lo que había hecho.

Ahora estaba a las afuera de la propiedad del viejo León, a cuatro metros y medio de la escena del crimen, la cual se veía con claridad. Por lo cual Lemes pudo notar como el contrario se encontraba caminando con tranquilidad hacia ella.

—Wow... Treinta años y todavía crees en fantasmas. Vaya y pensar que la niña aquí soy yo —mencionó con gracia el espectro, para luego atravesar la estructura del vehículo y correr hasta el detective.

Mientras Lemes se encontraba todavía en el interior del vehículo, los dos que caminaban con tranquilidad hasta la escena del crimen, que estaba a cinco metros y medio del automóvil, para luego llegar, dar los buenos días y observar lo que había y no en el lugar.

— ¿Qué tenemos?

—Además de leyendas urbanas y adictos interesados en saber si hay recompensa solamente por avisar, no, no hay nada diferente a los otros dieciséis. Hay algunas pequeñas diferencias, pero no puedo decirte con certeza si en verdad son diferentes a nuevos indicios, hasta que lo haya revisado en la morgue.

— ¿Encontraron documentos?

La voz de César sonó detrás de Magallanes, causando que este volteara su torso par a poder mirarlo. Dándose cuenta de que este no estaba con su típica libreta y lapicera, sino que estaba con las manos en los bolsillos; pareciendo querer cuidarla de los muertos.

—Eso es una de las cosas que están diferentes. Faltan los datos del hombre aquí presente, además parece menos meditado y con tropezones. Sin contar que no cubrió la letra y el número —fue lo que contesto con rapidez Doc. respondiendo a la pregunta del segundo al mando mientras notaba muchas más diferencias, que tendría que verificar luego.

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