Capítulo 6
CAPÍTULO 6: TRAS LA PISTA DEL LADRÓN
Después de seguir un trecho por el túnel, nos encontramos frente a una puerta de madera muy
desvencijada, pero todavía resistente. Elisa y yo seguíamos oyendo las llamadas de socorro, que
sonaban amortiguadas desde detrás de la puerta.
Mi hermana rebuscó velozmente en su bolso y sacó unas ganzúas. Escogió una concreta y la
introdujo en la cerradura, para comenzar inmediatamente a forcejear.
Yo no tenía ni idea de dónde había aprendido a hacer aquello, a forzar puertas con tanta facilidad,
pero el caso es que dio resultado. Apenas unos cuantos segundos más tarde, la cerradura cedió con
un leve chasquido, y la puerta se abrió hacia dentro.
Entramos de forma precipitada en una sala de pequeño tamaño, sin ningún mueble, completamente
vacía... salvo por unas personas que estaban sentadas en el frío suelo, con las manos atadas a la
espalda y los pies sujetos con unas gruesas cuerdas.
Tardé algo en hacerlo, pero por fin los reconocí. Los había visto en algunas de las fotos que habían
aparecido en los medios de comunicación tras su misteriosa desaparición. Allí estaban las ancianas
Ileana y Nicoleta, nacidas en Rumanía, así como Olzana y su hermana Crina. También vi a Dracul y
a Jenica ,y a sus hijos Razvan y Andrei, que no pasarían de los dieciséis años. Por último estaba
Velkan Silverstin, que había sido adoptado por Crina cuando era tan solo un bebé.
Pero a quien no reconocí fue a un hombre que estaba atado en una esquina de la estancia, y al que
más tarde me presentaron como un amigo de la familia.
- ¿Quiénes sois vosotros? ¿Habéis venido a liberarnos?- nos preguntó Jenica, con un acento
extranjero que delataba que, pese a llevar muchos años viviendo en la Isla de los Volcanes, se había
criado en Bucarest, tal y como había leído en los periódicos.
- Bueno, en realidad... sí...- contestó Elisa. - Estábamos siguiéndole la pista a Linomari, pero se nos
escapó de las manos.
Andrei nos dirigió una mirada preocupada.
- Entonces... ¡No podéis dejar que escape!- exclamó. - ¡Huirá con el cetro!
Esas palabas nos hicieron recordar a mi hermana y a mí el extraño objeto con el que el arqueólogo
había salido corriendo.
- Pero no podemos hacer nada...- le respondí yo.- Supongo que se habrá marchado por la misma
trampilla por la que entró, pero nosotros no sabríamos llegar hasta ella.
Ileana y Nicoleta, las dos ancianas hermanas de Ionela, intercambiaron una fugaz mirada .- No os hará falta encontrarla- dijo la primera con satisfacción.
- Simplemente tendréis que activar el bloqueo de salidas- añadió la segunda, con una sonrisa
dibujada en los labios.
- ¿El... bloqueo de salidas?- repetí estupefacto.
- No hay tiempo para explicaciones, ¡hay que detener a ese delincuente!- exclamó Ozana.- Seguid
rápidamente este pasillo hasta el final; aunque no sea demasiado largo, debéis daros prisa. En la
pared derecha encontraréis una palanca. ¡Tenéis que accionarla!
- ¿Y qué es lo que ...?- comenzó a decir Elisa, pero luego rectificó. - En fin, será mejor que nos
vayamos ya.
- ¡Volveremos para liberaros!- añadí.
Dicho esto, mi hermana y yo dimos media vuelta y salimos atropelladamente de la sala. Era nuestra
única oportunidad para atrapar a Linomari, y debíamos aprovecharla. Aunque no supiésemos muy
bien lo que ocurriría en cuanto accionásemos la palanca.
Recorrimos el corredor todo lo rápido que nuestras piernas de Tortinis nos lo permitieron ( nuestra
familia no se caracteriza precisamente por tener estaturas excesivamente elevadas).
Sorprendentemente, Vladimir siguió nuestro ritmo con una elegancia increíble.
Casi sin percatarnos de ello, llegamos al punto donde el túnel concluía. Buscamos frenéticamente la
palanca, y fue Elisa quien dio con ella y agarró su extremo con ambas manos para accionarla.
Conteniendo la respiración, se inclinó sobre ella y la empujó hacia delante.
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