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Capítulo 5

CAPÍTULO 5: LAS CATACUMBAS

La escalera de caracol por la que bajamos resultó ser más larga de lo que habíamos imaginado en un

principio. Descendimos los escalones de piedra dispuestos en espiral durante un buen rato, sin

pronunciar ni una palabra y, al fin, el pasadizo terminó.

Al salir de él nos encontramos al inicio de un largo corredor del que no éramos capaces de ver el

final. El túnel estaba excavado en la roca, y era algo estrecho. Además, la humedad había

provocado que colgasen del techo largas estalactitas, por lo que para pasar más allá del corredor era

necesario agacharse en algunos puntos para esquivarlas.

Avanzamos, pues, serpenteando entre ellas, estando en unas cuantas ocasiones a punto de chocarnos

de frente con alguna.

Por suerte ( y por muy increíble que parezca), conseguimos salir de aquella especie de trampa

natural infestada de columnas puntiagudas sin demasiado problema.

*********

Recorrimos sin un rumbo fijo el laberinto de túneles que constituía las catacumbas. Ya estábamos

comenzando a desanimarnos; llevábamos más de media hora deambulando por las salas

subterráneas, pero todavía no había ni rastro de Linomari ni de ninguno de los otros miembros de la

familia Silverstin.

Miré a Ionela, y pude ver la tristeza reflejada en su anciano rostro. No podíamos rendirnos;

debíamos ayudar a aquella pobre mujer a encontrar a sus familiares.

Violeta me distrajo con una pregunta que hizo.

- ¿Y no sería mejor que nos dividiésemos y buscásemos por separado?- dijo. - Si no, tardaremos

siglos en encontrarlos - añadió después, refiriéndose a los Silverstin.

- Nunca había estado en las catacumbas hasta ahora, pero, según tengo entendido, son inmensas- le

respondió Ionela. - Si nos separásemos, alguno de nosotros podría perderse, así que creo que será

mejor que permanezcamos juntos, al menos por el momento.

Elisa y yo pensábamos lo mismo, así que continuamos en grupo nuestra exploración. Pese a ello,

cada vez estábamos más cerca de darnos por vencidos y regresar a casa. Pero , de pronto, mi

hermana soltó una exclamación.

- ¡Mirad eso!- nos dijo, señalando con el dedo índice extendido un punto situado al final del túnel. -

¿Habéis visto esa luz?

- ¿Qué luz? - le respondí, escudriñando la negrura. - No veo ninguna...En ese instante, Elisa salió disparada por el corredor, de modo que Ionela, Violeta, Vladimir y yo

nos vimos obligados a apretar el paso para ir tras ella. Bueno, lo cierto es que mi gato siamés no se

vio obligado a nada, ya que hizo todo el recorrido cómodamente en mis brazos.

Pero, en fin, será mejor que siga con lo que os estaba contando. Seguimos precipitadamente a mi

hermana hasta que se detuvo y, con un ademán, nos indicó que hiciésemos lo mismo.

Sigilosa como un gato ( aunque no como Vladimir, que es bastante ruidoso), se asomó a la boca de

una cueva. Nosotros, curiosos, la imitamos.

Y entonces lo vi. Tenía que ser Riggio Linomari. Se encontraba de espaldas a nosotros, pero justo

entonces se dio la vuelta y pudimos verle el rostro, que reconocí gracias a las fotos que habían

difundido las autoridades para intentar capturarlo. Además, reparé en que sostenía con las dos

manos una especie de...¿cetro? ¿Qué era aquello exactamente?

- No puede ser... Así que es real...- oí que murmuraba Ionela.

- ¿Qué es real?- le pregunté, sin comprender lo que decía.

Pero ella no pudo contestarme, ya que el arqueólogo nos había visto, y vociferó:

- ¿Quiénes sois vosotros? ¿Y qué es lo que estáis haciendo aquí?

Fue entonces cuando mi hermana melliza se envalentonó.

- ¡Eso mismo te preguntamos nosotros, Linomari!- dijo. - ¿Qué es eso que tienes en las manos?

El delincuente soltó una estridente carcajada.

- ¡No tenéis ni la más mínima idea de lo que vale esta joya! ¡Con lo que me den a cambio de ella,

podré salir de la Isla de los Volcanes, y huir a un lugar donde nunca me encuentren! Me entristece

tener que despedirme tan pronto de vosotros, seáis quienes seáis, pero en fin, ¡hasta nunca!

Su movimiento nos pilló a todos por sorpresa. Salió a la carrera por una entrada que se abría en una

de las paredes laterales, y en la que no habíamos reparado.

Violeta fue la primera en reaccionar.

- ¡Venga, hay que ir tras él!- exclamó. Pero luego debió de pensar que Ionela no sería capaz de

correr como nosotros, así que añadió: - ¡Id vosotros, yo me quedaré con Ionela!

A Elisa y a mí nos bastó con intercambiar una mirada para ponernos de acuerdo. Salimos corriendo

detrás de Linomari, que con suerte no nos llevaría aún demasiada ventaja. ¡No podíamos permitir

que escapase! Si no lo atrapábamos, huiría de la isla y no pagaría por todo lo que había hecho.

Nuestras respiraciones entrecortadas producían ecos que resonaban por todas las catacumbas.

Intentamos seguirle la pista al arqueólogo, pero pronto asumimos que le habíamos perdido el rastro.

Estábamos a punto de detenernos cuando unos gritos de auxilio captaron nuestra atención. Elisa y

yo nos miramos, sin saber qué hacer. ¿Serían los Silverstin? Solo había una forma de averiguarlo.

Los gritos continuaron, así que tomamos el corredor del que procedían, adentrándonos en la

oscuridad que lo inundaba totalmente.

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