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Capitulo 3

CAPÍTULO 3: SORPRESAS EN EL CASTILLO

Después de un tiempo que se nos hizo eterno, llegó al fin la hora convenida. Cerca de las once

menos diez descendimos los peldaños de la escalera interior de nuestro chalet y entramos en el

vestíbulo, listos para salir.

Pero, justo cuando estaba a punto de abrir la puerta principal, oí un leve maullido y noté un débil

tironcito en la pierna. Al bajar la vista me encontré a Vladimir, que me observaba fijamente con sus

suspicaces ojos amarillos.

- ¿También tú quieres venir?- le pregunté al tiempo que me ponía en cuclillas. Él me respondió con

un ronroneo y una sacudida de la cola. - En fin, siendo tan miedica como eres, seguramente huyas

del castillo nada maś llegar. Pero supongo que puedes acompañarnos.

- Venga, Max, vayámonos ya- me apremió Elisa.

- Ya voy- . Me puse en pie de nuevo y abrí por fin la puerta. Cruzamos el jardín frontal seguidos por

nuestro gato siamés, que caminaba dándose aires de superioridad, y bajamos la calle en dirección a

la Plaza de Roma Iglenara, donde habíamos quedado con Violeta.

Mientras andábamos, observé de reojo a mi hermana. Avanzaba con la vista fija en los adoquines de

la acera; reconocí esa expresión. Era la que adoptaba siempre que le estaba dando vueltas y más

vueltas a algo dentro de su cabeza.

- ¿Qué es lo que te preocupa?- le pregunté. Ella alzó la mirada.

- No lo sé, es tan solo que me encantaría resolver este caso para poder publicar una buena noticia y

que Úrsula se enorgulleciese de mí. Pero no estoy segura de que lo vayamos a conseguir- añadió

con un suspiro.

- ¿Lo haces solo por Úrsula?- dije. - ¿Para que piense que eres una buena reportera? Ya lo eres, no

hace falta que le demuestres nada. Escribes unos artículos impresionantes, los mejores de todos los

periódicos. Y si ella no sabe valorarlo, es su problema. ¡Lo que tiene que saber es que no encontrará

a ninguna periodista mejor que tú!

Las comisuras de los labios de mi melliza se curvaron formando una tímida sonrisa.

- Menudo hermano pequeño tengo - rió .- Siempre sabes cómo animarme.

Ya empezábamos con la misma historia de siempre. Ups, perdonad, olvidé decíroslo.

Mi hermana Elisa y yo nacimos con una diferencia de cuarenta segundos. Aunque no es casi nada,

ella siempre ha actuado como si me llevase unos cuantos años. Pero, a decir verdad, desde que

nuestros dos padres, que eran exploradores, desaparecieron ha sido como una madre para mí, y yo

como un hijo para ella. Siempre nos hemos apoyado el uno al otro, especialmente en los momentos

difíciles; pese a que demasiado a menudo me haga bromas de mal gusto, sigue siendo la persona

más importante de mi vida.

Después de esta tierna declaración que probablemente os haya importado exactamente dos pepinos

y medio, regreso a la narración de nuestra emocionante historia.Caminamos durante algo más de tiempo, y por fin llegamos a la Plaza de Roma Iglenara. Violeta,

que estaba sentada en un banco junto a una gran fuente que proyectaba chorros de agua cristalina,

nos vio acercarnos y se levantó.

- Qué, ¿estáis preparados?- dijo con una sonrisa de oreja a oreja.

- Bueno, lo que se dice preparados...- le contesté yo sin demasiada emoción. - Solo espero que las

armaduras que hay en el castillo no tengan vida propia, ¡no tengo muchas ganas de morir esta

noche!

- No seas idiota, eso solo ocurre en las películas de terror cutres- me reprendió Elisa. - Lo peor que

nos puede pasar es que nos topemos con algún bicho gordo y peludo...

- ¡¿Cómo que un bicho gordo y peludo?!- exclamé. - ¿De qué hablas?

- Claro, lo habitual- me respondió ella. - Ya sabes: ratas, tarántulas...cosas por el estilo.

Mi hermana y Violeta estallaron en carcajadas al ver mi expresión aterrada. Bien, podían reírse de

mí si les apetecía, pero, si un bicharraco de esos les causase una mordedura, seguramente no les

parecería tan divertido. Yo nunca les había tenido particular aprecio a las arañas, pero les cogí aún

mas manía desde aquella ocasión en la que estaba en el sofá tan tranquilo y vi cómo una de ellas se

movía por el respaldo, dejándose caer por su fino hilo... ¡Brr, qué repelús!

En fin, que emprendimos la marcha hacia lo alto de la Colina Lúgubre. Desde la zona en la que nos

encontrábamos se divisaba la figura del Castillo de Rocatenebrosa recortada contra el estrellado

cielo nocturno. Por fortuna, esa noche no había tormenta, así que el edificio no intimidaba tanto

como en la anterior. De no ser así, ¡ya os digo yo que ni en sueños habría aceptado ir allí a

investigar!

Serpenteamos entre casas con amplios jardines y rodeadas por muros y verjas, y también entre altos

bloques de viviendas.

Cada vez nos alejábamos más de las zonas más habitadas, y, a medida que avanzábamos nos

adentrábamos en la oscuridad, por lo que ya no veíamos prácticamente nada.

Empecé a sentirme un poco inquieto. ¿Seguro que había sido buena idea salir a explorar por la

noche? Lo más probable era que no fuese a pasar nada, pero, aún así... No sé, no acababa de estar

tranquilo.

Alcé la mirada. Ya habíamos comenzado a ascender la ladera de la colina, y no tardaríamos

demasiado en alcanzar nuestro destino. Por enésima vez aquel día, me pregunté a mí mismo qué

sería lo que se ocultaba tras esas sólidas paredes, y en el interior de esos siniestros torreones.

Decidí apartar la mente de mis preocupantes pensamientos, y centrarme en llegar al edificio; ya

averigüaría lo que ocurría allí si lográbamos entrar( de lo que yo no estaba muy seguro).

A esas alturas Vladimir debía de estar con sus mullidas patitas agotadas, así que se acercó a cierta

persona ( a mí, por supuesto), y comenzó a dar vueltas a mi alrededor, como siempre que quería que

alguien ( generalmente yo) le ayudase a continuar un paseo. Como se solía poner muy pesado en

estos casos, me agaché y lo cogí cuidadosamente en brazos, resignado.

Me había quedado algo rezagado, así que apreté el paso para alcanzar a Violeta y Elisa.

*****************

Unos minutos más tarde nos encontrábamos frente al gran portalón de la verja que rodeaba la

enorme propiedad de la familia Silverstin. No había ninguna farola por allí que iluminase el lugar,

así que no éramos capaces de ver casi nada. Elisa cogió y encendió una linterna que había llevado,

y Violeta sacó de su mochila su preciada Flashphoto, una cámara de fotos de la que, al ser

periodista y fotógrafa, no se separaba nunca.

- ¡Una buena noticia siempre necesita una buena fotografía!- exclamó después de tomar varias

imágenes. - Aunque es una pena que esté todo tan oscuro, no se aprecian demasiado bien los

detalles.

Elisa, empuñando su linterna con la mano derecha, empujó el portón de la verja con el hombro. Este

se abrió con unos siniestros chirridos, lo cual no me sorprendió, ya que los goznes estaban muy

oxidados. El ruido resonó en la noche, haciendo que nos detuviésemos y contuviésemos la

respiración, por temor a que a alguien se le ocurriese acercarse para ver lo que ocurría y nos

descubriese.

Una vez superado el susto pasamos por el estrecho hueco que había quedado entre las dos hojas de

la puerta, y nos adentramos en el terreno del castillo por un estrecho camino de gravilla que

conducía al edificio, levantando polvo al caminar.

En el jardín se oían algunos sonidos nocturnos, como los de un grillo cantando o el ulular de un

búho. En un momento dado, un ratón pasó cerca de nosotros ( demasiado cerca para mi gusto) , y

Vladimir pegó un prodigioso salto desde mis brazos para comenzar a perseguirlo. No le costó

mucho trabajo atraparlo. Seguramente pensaríais que soy un sádico o algo por el estilo si no lo

hiciese, así que mejor os ahorro la explicación de lo que ocurrió a continuación, ya que lo más

probable es que os lo estéis imaginando.

Poco después, tras atravesar todo el jardín, llegamos a la entrada del castillo. Una ancha escalinata

conducía hasta la gran puerta principal de madera maciza. Seguramente en otro tiempo esta habría

tenido un buen aspecto, pero con el paso de los años se había estropeado. Aunque, pensándolo

mejor, me percaté de que eso podría sernos útil, ya que entraríamos con más facilidad.

Después de ascender los grandes peldaños de piedra nos encontramos frente a la puerta principal.

Elisa se mordió el labio inferior, nerviosa, lo cual no era muy común en ella.

- Vaya- dijo. - Se nos olvidó traer algo para forzar la puerta.

- ¿Y qué hacemos ahora?- inquirió Violeta. - No podremos entrar.

- Tranquilas- dije yo. - Tal vez ni siquiera esté cerrada con llave.

Me acerqué al portón y lo observé.

- Qué curioso- comencé, con aire pensativo. - No hay ninguna cerradura.

Entretanto, Vladimir, seguramente contento por el festín que se acababa de dar, se aproximó y

empezó a curiosear a su alrededor con sus suspicaces ojos color limón.

Yo, observando detenidamente la puerta, proseguí.- Aunque hubiésemos traído algo para abrirla, no nos habría servido de nada. No podríamos forzar

el cerrojo, porque no lo hay.

Mi hermana melliza, sin perder tiempo, se aproximó y empujó suavemente la puerta con la mano

extendida. Esta se abrió sin oponer resistencia, invitándonos a entrar en el tétrico castillo.

Como si obedeciésemos al pie de la letra las órdenes de una fuerza que nos empujaba a actuar,

atravesamos el umbral de la puerta a la vez, ya que este era lo suficientemente ancho como para que

pasásemos todos al mismo tiempo.

Nada más poner un pie en el interior, nos llevamos un susto de muerte. Dos armaduras, situadas a

ambos lados de la entrada, bajaron repentinamente los brazos, dejando caer las hachas de doble filo

que sostenían, intentando así impedirnos el paso.

- ¿Habéis visto lo mismo que yo?- nos preguntó Violeta, aterrorizada.

- ¡Sí, lo hemos visto!- le respondió mi hermana, sosteniendo entre los brazos a Vladimir, que había

saltado a ellos con el pelaje erizado, presa del pánico.

- Ejem, chicas...- comencé yo. - Me parece un buen momento para empezar con la retirada. ¡ Este

edificio está embrujado!

Elisa negó enérgicamente con la cabeza.

- Puede- dijo. - ¡pero nosotras no nos quedaremos sin nuestra primicia! ¿Verdad, Violeta?

- Bueno, esto... no estoy muy segura de querer...

- Además, - la interrumpió mi melliza. - lo de las armaduras seguramente no sea más que un

mecanismo, que hace que se bajen las hachas justo en el momento en el que se abre la puerta.

Tenemos que continuar.

Mi hermana pasó por debajo de las armas cruzadas, y, tras intercambiar una mirada y de mala gana,

Violeta y yo hicimos lo mismo. Justo entonces, Elisa, que nos llevaba algo de ventaja y caminaba

unos pasos por delante de nosotros, profirió un grito al tiempo que una lluvia de flechas pasaba

junto a ella, rozándola mientras cada una de ellas producía un agudo silbido al atravesar el aire.

- Bueno,¡ creo que esta es la prueba definitiva de que no deberíamos estar aquí!- exclamó mi

hermana, con la voz agitada. - ¡Vayámonos ahora mismo!

Esta vez fue su amiga fotógrafa la más decidida.

- Espera, Elisa. A ver, tiene que haber algún modo de que podamos cruzar el pasillo sin que ocurra

nada. Es decir, el mecanismo que produce todo esto, si es que hay alguno, debería poder

desactivarse de alguna forma. Lo que tenemos que descubrir es cómo hacerlo.

Elisa (ya más tranquila) y yo asentimos.

- Estoy de acuerdo- dije. - Buscad algo que os llame la atención, pero tened cuidado; podría

activarse otra trampa si damos un paso en falso.Mi hermana y Violeta se mostraron conformes, y los tres ( o debería decir los cuatro) comenzamos

la búsqueda. La primera empezó a tantear las paredes en busca, según dijo, de algún compartimento

secreto o algo que se le pareciese. Mientras, su mejor amiga retrocedió un poco hasta uno de los

puntos por los que habíamos pasado antes, y yo iluminé con mi linterna las envejecidas baldosas del

suelo.

En cuanto a Vladimir, comenzó a pasearse cerca de donde yo me encontraba, y se dedicó a

observar todo con una mirada de indiferencia. Aunque su expedición no fue demasiado duradera; de

hecho, acabó justo después de que una flecha estuviese a punto de atravesarlo como una aguja a un

muñeco de vudú. Se acercó a mí y se sentó a mi lado, como si estando en mi compañía se sintiese

protegido de aquellos odiosos proyectiles.

Cuando volví de nuevo la mirada hacia el suelo que había estado examinando hasta hacía un

instante, mis ojos repararon en una extraña marca grabada en una de las losas. No había logrado

verla hasta ese momento porque era de un tamaño diminuto, y apenas perceptible si no te fijabas

bien.

Con las pulsaciones comenzando a acelerárseme por la emoción y la esperanza de descubrir una

pista que nos acercase a resolver los misterios que envolvían el castillo, decidí constatar si también

en las otras baldosas había marcas como aquella. Menuda sorpresa cuando descubrí que, en efecto,

así era.

Tenía que decírselo inmediatamente a las otras dos.

- ¡Elisa, Violeta! ¡He encontrado algo!

Ellas vinieron rápidamente a ver mi hallazgo.

- ¿Y qué es?- inquirió ansiosamente la amiga de mi hermana.

- Fijaos, ¿veis esas marcas de ahí? ¡Seguro que tienen algo que ver con las trampas! Estoy

convencido de que, si logramos descifrarlas, podremos desactivar todos los mecanismos y pasar sin

que suceda nada.

- ¡Es fantástico!- contestó mi melliza .- Pero... ¿cómo vamos a descubrir lo que quieren decir todos

esos grabados?

- Ya, ese es el problema...- le respondí. - No tengo ni la menor idea. Podrían significar cualquier

cosa.

Nos quedamos en silencio, dándole vueltas y más vueltas a la cabeza en busca de una solución al

asunto. Dirigí la mirada de nuevo hacia el suelo embaldosado, y mis compañeras se acercaron para

poder examinarlo también de cerca. Lo peor de todo era que yo tenía la sensación de haber visto

unas inscripciones muy parecidas en algún lugar, pero, por más que me devanase los sesos

intentando recordar dónde exactamente, no lo lograba.

- A ver- comenzó a decir Violeta. - Esas marcas parecen pertenecer a una especie de código, o a un

cifrado...

Un código... un código... Esas dos palabras comenzaron a dar vueltas en mi mente, hasta que, justo

entonces, llegué a una conclusión.- ¡Pues claro!- exclamé, sobresaltando a las dos amigas y a Vladimir. - ¡Es el Código Nilva! ¿Cómo

pude no darme cuenta antes?

Elisa y Violeta me miraron con una expresión estupefacta reflejada en sus rostros.

- ¿Qué?- dijo la primera.

- ¿De qué código hablas? ¿Qué es lo que ocurre, Max?- preguntó a su vez mi hermana.

- Nada, ¡es solo que creo que he encontrado la solución!- exclamé ,extasiado. - Hoy por la mañana

estuve en la librería de Pietro, y me hice con un libro sobre un código secreto que me llamó la

atención. ¿Y a que no sabéis quién es la autora?

- Emmm, no...- respondió Elisa.

- ¡Katie Silverstin! Chicas, ¿no os dais cuenta? ¡Tiene todo el sentido del mundo que instalasen

trampas y que utilizasen un código secreto que había sido creado por alguien de la familia, para que

no cayesen ellos mismos en ellas!

- Ya, ¿pero por qué exactamente publicó un libro que ayudaría a cualquier persona que lo comprase

a sortear todas las trampas del castillo?- quiso saber Violeta. - ¿Qué ganaría ella con eso?

Yo, tras pensarlo un momento, contesté.

- Pues no tengo ni la menor idea, pero creo que lo mejor será que cojamos el libro y regresemos con

él para comprobar si somos capaces de descifrar las inscripciones.

- Bien, de acuerdo, pero hoy no- dijo Violeta. - Será mejor que volvamos aquí mañana por la noche;

ahora estoy que me caigo de sueño.

- Y yo- corroboró Elisa, reprimiendo un bostezo.

- Pues venga, vayámonos ya, es muy tarde- las animé yo. La verdad es que no me importaba

demasiado tener que volver a casa a dormir en mi mullida cama.

Retrocedimos hasta la entrada y, al tiempo que abríamos cuidadosamente la puerta principal, nos

pegamos a una de las paredes para evitar que las "armaduras diabólicas"dejasen caer las afiladas

hojas de sus hachas sobre nosotros. Una vez superado el obstáculo, salimos al exterior y

atravesamos el jardín con la única luz que proyectaba la luna, ya que decidimos no utilizar nuestras

linternas par evitar atraer miradas indiscretas.

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