Capitulo 2
CAPÍTULO 2: Comienza la investigación.
Mientras estaba preparando la comida, el característico sonido de la puerta principal al abrirse me
avisó de la llegada de mi hermana.
- ¡Max, ya estoy en casa!- voceó ella desde el vestíbulo. Cerró de un golpe la puerta de entrada e
irrumpió después precipitadamente en la cocina. Se detuvo unos instantes para recobrar el aliento;
se notaba que se había dado prisa para llegar pronto a casa.
- ¡Tengo noticias, grandes noticias!- continuó. - ¡Ya veo la primicia!
- Pero, a ver, ¿qué es lo que ha pasado?- le pregunté, intrigado. Elisa se aclaró la garganta para
contarme la historia.
- ¿Te acuerdas de Violeta, mi amiga fotógrafa?- dijo.
- ¿Aquella que solo comía cerebro de cerdo, o algo por el estilo?- intenté recordar. (Sí, las amigas
de mi hermana son ligeramente peculiares, como habréis notado).
- No, esa no es- negó mi hermana, meneando la cabeza de un lado a otro. - Esa es Rebeca, y solo
come hígado de cerdo. Y, a ver si te enteras, ¡¡no es mi amiga!! Yo te hablo de Violeta, aquella con
la que fui a hacer un reportaje en Cristal.
- Ah, Violeta, sí- dije. Puede que, al fin y al cabo, no tuviese esa memoria de mosquito que Elisa me
atribuía en numerosas ocasiones.
- Pues bien, hoy, en la redacción, se acercó a mi mesa y me preguntó si también yo había visto unas
extrañas luces en el castillo. Obviamente, le dije que no. ¡Rocatenebrosa lleva ya un tiempo sin
nadie viviendo en él, desde que desapareció la familia Silverstin!
Yo asentí, con el ceño fruncido, recordando la ventana iluminada que me había parecido vislumbrar
la noche anterior.
- ¿Cómo es posible?- prosiguió Elisa. - Violeta me contó que llevaba ya varias noches viendo como
se iluminaba momentáneamente la construcción, como si estuviese embrujada. ¿A que es
fantástico?
- Sí, claro, fantástico...
- Según ella, en el castillo hay un secreto que alguien oculta. Alguien que no quiere que nadie
descubra lo que se trae entre manos. Me preguntó si queremos ayudarla a investigar. ¡Piénsalo, si
lográsemos averiguar qué es lo que está pasando podríamos hacernos con una excelente exclusiva!
Qué, ¿te apuntas?
Yo sacudí la cabeza con confusión. Todo aquello era demasiada información de golpe.
- No lo sé...- dudé. - Yo...
- ¡Oh, venga, vamos, Max!- me rogó mi hermana melliza. - ¡Me haría tanta ilusión ver cómo esos
pardillos de El diario Volcanés se quedan con la boca abierta al enterarse de nuestra primicia! ¡Y
puede que incluso sacases alguna idea para tu nuevo libro!- me intentó persuadir luego.- Está bien, de acuerdo- accedí, todavía no muy convencido. - ¿Y qué es lo que vamos a hacer
exactamente?
- Propusimos, primero, buscar información en Internet sobre el castillo- me respondió Elisa. - Puede
que haya una explicación lógica para todo.
Dicho esto, salió de la cocina y subió al primer piso, dejándome sumido en mis pensamientos.
*******************
Después de comer, fuimos los dos al despacho que compartíamos, en el cual Elisa solía trabajar y
yo escribía mis libros de vez en cuando, si no me apetecía hacerlo en mi escritorio.
Mi hermana se adelantó, encendió el ordenador y se dejó caer en la silla que había frente a la mesa
de trabajo.
En cuanto apareció la pantalla de inicio, cogió el ratón para comenzar la búsqueda. ¡ Estábamos en
los primeros momentos de nuestra investigación!
Elisa navegó por Internet en busca de algún artículo sobre el castillo que nos llamase la atención,
pero no encontramos nada destacable.
- Vaya- dijo ella. - No hay más que alguna noticia sobre la desaparición de la familia. Eso ya lo
sabemos, no nos va a ayudar a indagar.
Dejó caer los brazos hacia los lados, dejándose invadir por el desánimo.
- Puede que, finalmente, tengamos que pasar a la acción antes de tiempo- repondí. -Aunque... ¡eso
es! Me parece que en la biblioteca había una sección entera dedicada a los castillos de la isla. Puede
que allí encontremos algo de información.
Todavía era temprano, y la biblioteca no abría sus puertas de nuevo hasta las cuatro y media de la
tarde, así que Elisa se quedó en el despacho para acabar algo de trabajo pendiente del periódico y yo
me dediqué a... ejem... bueno, puede que me pasase por la cabeza echar una cabezadita hasta que
llegase la hora de salir. Me tumbé en el sofá del salón, y Vladimir me imitó. Poco después caí en un
profundo sueño, y permanecí así hasta que...
- ¡¡Maximilianoooo!!- vociferó mi hermana en un momento dado, intentando hacer que me
despertase y, de paso, destrozándome los tímpanos.
- ¿Qué?- respondí , al tiempo que me incorporaba sobresaltado. No sé si alguna vez os habrán
despertado de esta manera tan, bueno, poco delicada. ¿No? ¡Qué suerte tenéis! Mi hermana tiene la
curiosa manía de hacerlo cada dos por tres...
- ¿Cómo que qué?- exclamó ella. - ¡Deprisa, Violeta nos espera en la biblioteca!
Me puse en pie y, tras arreglarme un poco el pelo, que estaba muy revuelto por la breve siestecita ,la
seguí hasta el exterior. Para no tardar demasiado en llegar a nuestro destino, cogimos el autobús
urbano de la línea seis, que pasaba por delante de nuestra casa justo en esos momentos.
*******
El conductor esquivaba el intenso tráfico de una forma un tanto brusca. Cada vez que el vehículo
daba una sacudida, cierto gato siamés de cuyo nombre no quiero acordarme( bueno, creo recordar
que tenía algo que ver con Rusia) clavaba sus largas y afiladas garras en mi pobre camiseta,
seguramente para evitar salir disparado por los aires desde mi regazo, donde se encontraba
acurrucado.
Quince minutos y unos cuantos cabezazos involuntarios contra el asiento más tarde, llegamos a
nuestro destino.
Elisa, Vladimir ( que permanecía con el pelaje erizado a causa del violento viaje) y yo bajamos en
la parada y nos encontramos frente a la imponente Biblioteca Nacional de la Isla de los Volcanes.
Una larguísima escalinata de mármol conducía hasta la gran puerta principal del edificio, y las
esculturas talladas en piedra caliza de dos esfinges estaban situadas junto a ella, como si la
estuviesen custodiando. La biblioteca era uno de los monumentos más importantes del país, así que
los alrededores estaban llenos de turistas fotografiando hasta el más mínimo detalle del lugar.
Atravesamos la zona de césped de un vivo tono verde que había frente al edificio y comenzamos a
ascender la gran escalera.
Cuando llegamos al fin frente al macizo portón de madera de roble, que se encontraba abierto de par
en par, una chica se acercó a nosotros. Era Violeta Moskov, la amiga fotógrafa de Elisa. Nos saludó
con una amplia sonrisa de oreja a oreja.
- ¿Qué tal?- nos preguntó. Inmediatemente, sin dejarnos tiempo para contestar, continuó
parloteando: - Espero que encontremos algo de información sobre... bueno, ejem, ya sabéis- añadió,
bajando la voz.
- Sí- le contesté yo. - Si no hay nada aquí que nos resulte de ayuda, es que no lo hay en ningún
lugar.
- Ya, con la cantidad de libros que hay aquí sería mala suerte que no encontrásemos nada sobre el
tema- comentó Elisa, sumándose a la conversación. - Bueno, ¿qué tal si entramos ya? No hay
tiempo que perder...
Entonces, atravesamos el umbral de la gran puerta y nos vimos en mitad del enorme vestíbulo.
Sobre nuestras cabezas había una cúpula de cristal de gran tamaño que filtraba los rayos de luz
natural del exterior, y unos extensos y coloridos mosaicos decoraban las paredes curvas.
- ¿Sabéis dónde está la sección de los castillos?- inquirió mi hermana, al tiempo que paseaba la
mirada a su alrededor.
- No, será mejor que le preguntemos a alguien- respondió Violeta.
Nos abrimos paso entre la muchedumbre que iba y venía en todas direcciones, para poder
acercarnos al mostrador. Una vez frente a él, nos dirigimos a una bibliotecaria que se encontraba
sentada tecleando tras la pantalla de su ordenador.
- Hola, buenas tardes- nos saludó a los tres( o debería decir a los cuatro), alzando la mirada. Era
curioso que en la mayoría de lugares de la isla permitiesen la entrada de gatos, mientras que llevar a
perros estaba prohibido. Tal vez se deba a que aquí se cree que los felinos poseen una inteligencia
superior a la de las demás mascotas, aunque, bueno, digamos que no es el caso de Vladimir, que enesos momentos se dedicaba a intentar atraparse la cola, como si esta tuviese vida propia. Pero
bueno, volvamos al relato.
- ¿Puedo ayudaros en algo?- se ofreció la encargada, con una amable sonrisa.
- Sí, por favor, esto...- comenzó Violeta.
- Nos preguntábamos si podría indicarnos dónde se encuentra la sección sobre castillos y palacios,
por favor -dije yo, al ver que la amiga de mi hermana vacilaba.
- Sí, por supuesto. Seguidme, os llevaré hasta allí- . La mujer, ya bastante entrada en años, se
levantó y rodeó el mostrador para acercarse a nosotros. Continuó caminando, así que Violeta, Elisa,
Vladimir y yo fuimos tras ella.
La bibliotecaria, que según la placa que llevaba colocada en su chaqueta se llamaba Marga, nos
guio entre impresionantes estanterías de varios metros de altura, que casi rozaban el techo en su
punto más alto. Después de pasar junto a unas cuantas secciones, llegamos al final de un largo
corredor, y ascendimos una escalera de caracol que conducía a uno de los pisos superiores.
Parecía increíble la inmensa cantidad de libros que se almacenaba en la Biblioteca Nacional.
Algunos de ellos estaban situados a tanta distancia del suelo que era necesario utilizar una de las
escaleras con pasamanos dorados o alguno de los pequeños elevadores que había en ciertas zonas.
Finalmente, tras mucho serpentear, Marga se detuvo y con un gesto nos señaló el gran apartado
dedicado a los castillos y los palacios del país y del extranjero.
- Ahí está, esa es la sección- nos indicó. - Los volúmenes están ordenados alfabéticamente, no creo
que vayáis a tener problemas para encontrar lo que buscáis. ¿Necesitáis que os ayude en algo más?
- No, gracias, simplemente echaremos un vistazo- contestó mi hermana educadamente.
Seguramente la bibliotecaria tendría ya bastante trabajo. - Y muchas gracias por su ayuda- . Lo
cierto es que tampoco queríamos que sospechase que andábamos metidos en algo.
- No ha sido nada- respondió la señora. A continuación se ofreció cortésmente: - Si necesitáis algo,
ya sabéis dónde encontrarme.
Dicho esto, giró sobre sus talones y se encaminó de vuelta a la planta baja, acompañada de unos
suaves taconeos provocados por su calzado. Nosotros nos volvimos hacia la zona que queríamos
visitar. Me quedé impactado al mirar hacia arriba y ver la altura hasta la que se elevaban las baldas.
Violeta suspiró.
- Bueno, parece que habrá que usar las escaleras- dijo, señalando unas situadas en el extremo
izquierdo del mueble. Se aproximó y comenzó a ascender los peldaños. Mi querida melliza y yo la
imitamos, seguidos por nuestro gato siamés, que miraba a su alrededor con aire aburrido y
meneando la cola levemente.
- Erre, erre...- murmuraba Elisa mientras examinaba las placas de los estantes.
Fui yo quien acabó encontrando la zona de los títulos que comenzaban por esa letra. Paseé la mirada
arriba y abajo, pero no encontré nada que se pareciese a lo que buscábamos. No parecía haber
ningún tomo que tratase sobre el Castillo de Rocatenebrosa, aunque sí los había de los otros tres
palacios de Villa Dorada( el de Piedrablanca, el de la Condesa Sibille y el de Monteoscuro).- ¿Habéis encontrado algo?- inquirió Violeta.
- Todavía no- respondí. - Puede que ni siquiera haya nada sobre el castillo en esta biblioteca.
- Pues, si no lo hay aquí, ya podemos ir olvidándonos de destapar el misterio- repuso mi hermana.-
Es la biblioteca más grande de toda la Isla de los Volcanes, ¡algo tiene que haber!
Un poco después, estábamos a punto de darnos por vencidos y regresar a casa, cuando uno de los
muchos libros que había allí me llamó la atención. Se trataba de uno que parecía bastante antiguo;
debía de tener al menos sesenta años. Lo saqué de entre los dos tomos en medio de los cuales estaba
colocado de forma un tanto apretada, y se lo enseñé a mis compañeras.
- Mirad, esto puede valernos- les dije alegremente.
El hallazgo nos devolvió el ánimo, y nos empujó a descender la escalera de madera que había junto
a la estantería. Una vez abajo, coloqué el volumen sobre una de las grandes mesas y los tres
tomamos asiento. Vladimir prefirió subirse de un salto al escritorio para ver de cerca el libro.
En la portada aparecía, con letras algo anticuadas, el título: "Rocatenebrosa y sus secretos".
Abrí el libro y pasé unas cuantas páginas hasta llegar a la del índice. Unas marcas ligeramente
amarillentas delataban el paso del tiempo al que se habían visto sometidas. Estaban algo pegadas,
por lo que deduje que nadie había extraído el tomo de su lugar en la estantería desde hacía bastante.
La hoja en la que lo dejé abierto estaba ocupada por los títulos de los diferentes capítulos. Algunos
de ellos eran de este estilo:
1. HISTORIA DE ROCATENEBROSA
2. LOS JARDINES DEL CASTILLO
Pero, de todos y cada uno de ellos, el que nos llamó la atención fue el sexto. Violeta lo señaló con el
dedo índice. Su nombre nos despertó la curiosidad a los tres; incluso Vladimir se acercó un poco
más al vernos tan enfrascados en la lectura de algo que para él no debía de ser más que un estúpido
y poco interesante objeto en el que sus estúpidos y poco interesantes dueños estaban muy
concentrados.
Al lado del nombre del capítulo aparecía escrito con una tinta casi ilegible por su antigüedad el
número sesenta y ocho, así que pasé las rugosas páginas hasta llegar a la que tenía ese número en la
parte inferior izquierda. Violeta y Elisa se inclinaron sobre mis hombros para poder ver mejor las
hojas y empezaron, al igual que yo, a leer.
Por desgracia, el texto resultó ser bastante pesado, y no daba ninguna información muy relevante.
- Me parece que esto no nos va a ayudar en nada- resopló Violeta. - No trae más que descripciones
detalladas . Y un pelín aburridas, para ser sincera.
- Bueno, leamos un poco más- propuse yo. No estaba dispuesto a abandonar la investigación nada
más empezar, y me parecía que mi hermana pensaba lo mismo.- Todavía nos quedan por leer unas
cuantas páginas de este capítulo- añadí.
De modo que volvimos a examinar el papel y... fue entonces cuando vi algo realmente interesante.
La frase que acababa de leer hablaba de...- ¡Un tesoro!- exclamé. - ¡Un tesoro en Rocatenebrosa!
Violeta y Elisa me miraron extrañadas.
- ¿Cómo dices?- me preguntó mi melliza.
- ¡Mirad!- le respondí, señalándoles a las dos mi descubrimiento.
Una expresión de sorpresa se adueñó de sus rostros en cuanto terminaron de leer lo que había
escrito en el papel. El texto decía lo siguiente:
Una de las numerosas historias acerca del castillo habla de su supuestamente fascinante tesoro
oculto. Hasta el momento nadie ha sido capaz de descubrirlo, pero tal vez algún día se arroje luz
sobre el misterio.
Según la leyenda, la afamada familia Silverstin, con residencia en el Castillo de Rocatenebrosa, ha
sido la encargada de proteger y preservar la desconocida reliquia desde tiempos inmemoriales...
- Así que...- comenzó a decir Violeta. - Al fin y al cabo, hay algo allí. ¡Ya sabía yo que ese tétrico
castillo ocultaba algo!
- Y que lo digas- corroboró mi hermana. - ¡Esto me huele a primicia!¡Ya verás la cara que se les va
a quedar a los de El diario Volcanés cuando destapemos el misterio! ¡Ja!
A Violeta también se la veía emocionadísima.
- ¡En tu cara, Alfredo!
Por cierto, aprovecho este espectáculo que estaban montando para deciros, por si acaso no lo
sabíais, que ese tal Alfredo es el director del periódico del que estaban hablando las dos, un diario
sensacionalista en el que trabajan unos reporteros verdaderamente molestos, que andan siempre
detraś de los famosos en busca de noticias comprometedoras, y a menudo falsas.
- Un momento- las interrumpí. -¿No estaréis pensando en ir... bueno... allí?
- ¡Pues claro que sí, hermanito!- me contestó Elisa. - ¡Si no nos damos prisa, correremos el riesgo
de que alguien sea más rápido que nosotros y nos arrebate la gran noticia!
Su amiga la sosegó un poco.
- Espera, Elisa, yo opino que deberíamos ir por la noche- dijo.- No debemos olvidarnos de las
misteriosas luces, ¿o es que no lo recordáis? Últimamente, el castillo ha estado iluminándose más o
menos sobre la medianoche, yo misma lo he visto. La única forma de descubrir lo que realmente
está pasando es ir allí a esa hora .
- Tienes razón- reconoció mi melliza, - Aunque, en fin, no sé si seré capaz de aguantar hasta la
medianoche. ¡Hemos descubierto algo impresionante! Solo espero que la leyenda acerca del tesoro
sea cierta...
*****************
Algo más tarde, después de hojear un poco más el libro, subimos la escalera de la estantería y
volvimos a dejarlo en su sitio. Luego, atravesamos la biblioteca en silencio, bajamos hasta la planta
inferior y, por fin, salimos al exterior.
Mientras esperábamos en la parada de autobús, nos dedicamos a perfeccionar nuestro "plan de
visita"al gran castillo. Intentamos ponernos de acuerdo, y durante el viaje de vuelta a casa quedó
decidido que nos encontraríamos frente a la casa de Violeta, que no estaba muy alejada de la
nuestra, hacia las once de esa misma noche.
En cuanto llegamos a nuestro barrio, nos apeamos del autobús y, tras despedirnos de nuestra amiga
fotógrafa, nos encaminamos hacia casa.
Por la noche llevaríamos unas linternas para alumbrar en caso de que nuestros móviles fallasen. No
veíamos la hora de ir a Rocatenebrosa, y estábamos seguros de que la espera se nos haría
interminable.
Suspiré. Quién sabía lo que nos depararía la medianoche. ¿Qué clase de secretos ocultaría el tétrico
edificio? ¿Sería cierta la leyenda que hablaba del valioso tesoro custodiado por la familia Silverstin,
o sería simplemente una invención? Y, lo más inquietante de todo: ¿qué era lo que causaba la
aparición de aquellas misteriosas luces?
Pues bien, muy a nuestro pesar ,todavía tendríamos que aguardar unas horas para averiguarlo.
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