V
-Nada más pensar en lo que me va a venir encima ya estoy empezando a perder el control –comentó la protagonista con la mirada perdida en el pupitre de al lado-
Su nueva compañera pareció interesarse en la conversación. Decidió mirarla también, fijándose en las pupilas de Irene y en su cabello pelirrojo. Las nuevas lentillas eran bastante incómodas. Debería haberse puesto sus viejas gafas negras, que hacían que cada detalle se apreciara de forma transparente, única. Sin duda creía que Irene no era como la mayoría y marcó el segundo paso.
-Todavía no lo pierdas, es pronto –respondió Emma, mostrando una pícara sonrisa- .Yo que tu me preocuparía de cómo llevar los libros a tu casa. No trajiste mochila, ¿verdad?
Irene se llevó las dos manos a la cabeza. Se le había olvidado completamente. Se había despertado con la idea de que sólo debía llevar papel y bolígrafo para escribir el horario y al llegar a casa, organizarse de la mejor manera posible. Podría llamar a Michelle para que pudiera traerle la mochila. Sin embargo, lo pensó mejor y volvió a mirar a su compañera devolviendo la expresión.
-Ya veré –contestó la protagonista alzando los hombros con timidez-.
Su compañera volvió s sumergirse en los garabatos de su mesa, decorándolos aun más con comentarios y vestimentas. Irene se inclinó para observarlos estructuradamente y no pudo evitar escapar una breve risa. Poco después Emma le siguió el juego y su risa fue contagiada también. Ambas se quedaron incómodas, sin dar ninguna explicación sobre cómo continuar la broma.
-Bueno y dime, ¿ de dónde eres? –preguntó Irene con cierto interés, ya que había recordado la charla que tuvo con su amiga Laura, a quien le habían asignado en el grupo A.
-Soy italiana. Vivía con mis padres en Génova desde los tres años. Vinimos aquí por cuestiones de trabajo y tal. ¿ Y tú? ¿Eres de aquí?- añadió Emma, mientras borraba con la goma con una mano los dibujos y con la otra se apoyaba en el pupitre-
Había acertado desde un principio. Nada más ver la reacción de sus compañeros con la presencia de Emma, pensó que podría ser una extranjera que por cualquier circunstancia había venido desde muy lejos para estudiar precisamente en ese colegio privado. A diferencia de los demás, no le importó que ella fuese la que estuviera a su lado. No veía nada malo en ello. Volvió a la normalidad y recapacitó en lo que debía responderle y no en lo que pensaba en ese momento.
-Yo era de Madrid. Me mudé hace un par de semanas con mi padre...por temas personales- contestó Irene, quien se sintió un poco molesta por haber imaginado pedir explicaciones-
Fue entonces cuando toda la clase se levantó, armando alboroto y sin respetar el turno de la cola para salir fuera del aula. Después, comprendió que los bedeles estaban entregando los libros con un poco de antelación. Se levantó para ir a por ellos con Emma detrás suya. La señorita Gómez apareció en la entrada del recinto y se dirigió hacia Irene.
-García, le explico que su padre se ha encargado de que reciba los pesados libros directamente en su casa. No se moleste en venir a por ellos. Que tenga un buen día –declaró la tutora-.
Irene sonrió tristemente y la profesora siguió con su camino, atendiendo a aquellos alumnos que seguían perdidos con respecto a las asignaturas, los temarios, etc. La protagonista no se sintió aliviada por no cargar con los libros, sino culpable por no haber sido responsable y haberse salido de casa sin siquiera una bolsa de plástico. Notó que Emma le leía la mente de un modo complejo y se dio la vuelta sin despedirse para hablar con su padre seriamente.
-No te preocupes. Siempre hay solución para todo. Para no hablar de la cantidad de excepciones que existen.. - animó Emma a su compañera, squien al escuchar esas palabras que resumían literalmente toda su vida, se paró en medio del pasillo de la planta baja. Seguidamente miró al frente, inspiró y notó una gota de agua en su mejilla izquierda. Se la limpió con la mano derecha y siguió caminando mientras su conciencia dába vueltas entre sus pensamientos.
Porque esta vez no iba a hacer que su padre cargase con su responsabilidad. No en esta ocasión. No después de lo que pasó .
Al bajar las escaleras principales, admitió en sí misma que había sido un error suyo y prometió que nadie más volvería a intervenir en sus decisiones. Rápidamente aligeró la marcha de camino a casa.
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