Una verdadera vida
Cualquiera podría llegar a creer que Irene había sido completamente destruida al revelar uno de los secretos de su familia por parte de una sirvienta. Para sorpresa de Michelle, la protagonista se limitó a sonreír con la misma ilusión de cuando todos le acompañaban en el sentimiento, en la playa.
La playa. Sabía que no la volvería a ver de la misma forma.
Diego al asimilar el error de Michelle, se le cayó el alma a los pies. Tenía la oportunidad de recuperar momentos increíbles con su hija, apoyarla y hacerla reír, como había hecho hasta la muerte de su esposa. No obstante, no podía permitir que la criada volviera a entrometerse en sus asuntos, de manera que la despidió de su hogar.
Irene insistió en que debría quedarse hasta por la tarde, para poder despedirla adecuadamente y no de esa forma. El señor García aprobó el dato, ya que no quería discutir sobre el tema.
Fue un día trágico. Las palabras carecían de voz y los recuerdos fluían, sin llegar a ningún destino. La criada preparó sopa de cocido y una ensalada. No comentaron nada. El silencio se apoderó del entorno. No sabían qué ocurriría después de esto. Se decía que todo podía empeorar. Sin embargo, el jefe de la casa no lo tenía tan claro.
Sintió que aquella vez lo había perdido todo para siempre.
Finalmente Michelle no rechistó porque sabía controlar sus acciones. En ese tiempo tendría que buscar otro sitio para vivir, con o sin hipoteca, aunque aquello era lo que menos le importaba.
<< Algún día necesitará saber la verdad, descubrir por qué está aquí. Y si su padre se consume por la incertidumbre de lo que vendrá, entonces tarde o temprano seré yo quien se lo explicará>>
Esos fueron los últimos pensamientos de la sirvienta antes de dejar al señor García y a su hija pelirroja. Antes de irse, se precipitó en un abrazo sincero hacia la muchacha. Le había cogido cariño y pese a las circunstancias, después de todo, quizá nunca más volvería a verla.
Tras la ausencia de Michelle, Irene decidió salir afuera para aclarar sus emociones. Sucumbió al deseo de sus pies, sin rumbo fijo. Corría. Corría felizmente por el vecindario. Se sentía libre de pesares y de percances. Aunque a ratos dudaba sobre su afecto, pero sólo pensaba en correr, en la dirección del viento.
Sus pies le llevaron hasta la costa una vez más.
Y comprendió que corría por ella, por lo vivido con ella.
Se quitó las zapatillas y empezó a caminar por la arena, sintiendo el frío del agua y la corriente del oeste. Avanzaba más deprisa hasta que terminó dando zancadas.
No sabía si se había vuelto extremadamente loca, pero tenía la conciencia tranquila de que su amiga estaba en un lugar mejor que éste. Un lugar donde no hubiese sufrimiento, terror, ni preocupaciones.
Y se alegró por ella.
Centró su visión en la línea que dividía el mar tranquilo y el sol, escondiéndose. Adoraba contemplar el ocaso. Y en ese momento le apeteció disfrutar de su presencia más que nunca.
Aquella luz le recobró la esperanza de su historia, su camino. No era hora de rendirse y de dejar el pasado. No obstante, tampoco debía plantearse qué futuro quería realmente.
El tiempo lo curaba todo, pero seguiría rememorando sus valiosos recuerdos.
Admitió que de algún modo, tendría que partir de cero.
Mas no sin saber la verdad. Permanecían muchas dudas en su mente con la ausencia de respuestas claves.
Sonrió a pesar de ello, ya que seguía los consejos de su madre. Allá a donde iba, la sentía cerca. Vivía en ella. Y también en Laura. Y en su padre.
Divisó nubes de tormenta en el cielo oscuro, apartó la vista del crepúsculo y se dispuso a volver a casa.
Las farolas se apagaron y las calles estaban vacías. En su barrio, se apreciaba la luz de los salones de los vecinos, mostrándose tras las cortinas. Oyó pisadas, susurros. Al darse la vuelta, pudo vislumbrar a varias sombras acechándola con ¿armas?. Se aterrorizó y empezó a caminar más deprisa.
<< Esto lo he vivido yo, ¿dónde?>>
Al llegar a su nuevo hogar, se dispuso a subir al dormitorio. El señor García se había ido a dormir y la chica pelirroja no tenía apetito. Se desvistió y escogió un pijama azul con un osito marrón; era su preferido. Se quitó el rímel en el tocador y cogió el móvil para abrir la aplicación de Spotify. Decidió no escuchar música con cascos para que no le fuera incómodo apoyar la cabeza en la almohada.
Miró en torno a su espacio. Dentro de poco ordenaría las cajas y decoraría la habitación. Pero no era tiempo de eso.
Eligió una playlist propia y aleatoriamente comenzó a sonar Umbrella de Rihanna.
Evocó la promesa que había hecho en la playa: jamás abandonaría a Laura. Su amiga se encontraba en un lugar mejor, viviendo en ella.
Entonces una sombra negra de ojos grises saltó del suelo a su cama.
-Joder Tom, qué susto- comentó Irene, ofendida-
El animal bufó sin dar importancia y se acomodó a los pies de la colcha. La protagonista sonrió.
Clavó su mirada en el techo. Otro objetivo para ella sería descubrir quiénes eran aquellas sombras y por qué las conocía. Al cerrar los ojos, se dejó llevar por la melodía y se sumergió en un profundo sueño en memoria de su hermana.
Aquí siempre hablo de mí y tal
¿Cómo estáis vosotros? ❤
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