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Sospecha y rebeldía

Las desdichas aparecieron en la nueva etapa de Irene García Rodríguez con tiempo presuroso. Al cabo de varios días, tras marcharse de su ciudad natal, concluyó que partir de cero no era forma de vencer al pasado.

Todo era cuestión de aceptar y seguir.

Aquella mañana echó en falta a Michelle pese a que se hubiera ido la tarde anterior. Ella siempre la había aconsejado como su difunta madre. Y lamentó no haberle agradecido las tardes que perdían jugando, actuando e inventando lo más demente que podía imaginar una chica de 15 años. Fue entonces cuando comprendió que le hacía feliz. Y que posiblemente su padre empeoraría su actitud.

El segundo día de clase no le resultó una tortura, ya que podía despejarse y prestar atención a otros temas. Reconocía que Lengua no era precisamente su favorita, sino la que más detestaba a la hora de estudiar; la señorita Gómez mostraba una expresión severa. Sin embargo, la lección de Biología la consideró productiva, al igual que la de Dibujo Artístico.

Martín Sánchez era un hombre corpulento y reservado, aunque la protagonista sintió gran interés en su carisma y en su prudencia. Era alto y rubio. Llevaba puesto unas gafas colgadas por una cinta negra, sujetas sobre la punta de la nariz. No obstante, la empatía que llegó a transmitir Noelia Bermúdez no lo consiguió el otro profesor. La mujer poseía confianza en las láminas de dibujo, en cada roce en el papel lucía empeño en su asignatura, lo que fue esencialmente atractivo.

Extraviada en sus reflexiones, sonó el timbre de tercera hora, sin música; descanso.

Los compañeros de Irene salieron de clase apresuradamente, charlando entre bromas. No obstante, la protagonista seguía en su sitio mientras quedaban unos pocos en el aula. Más tarde, Jane Jefferson, la chica de mechas azules, decidió hacer caso omiso del muchacho que se sentaba detrás y se aproximó hacia Irene.

-¿Vienes? ¿O vas a quedarte ahí amargada? -comentó Jane, señalando el almuerzo-

Irene se encogió de hombros sin rechistar y accedió en irse con ella. Jane echó su brazo derecho alrededor del cuello de su compañera, sonriente. Al dejar el aula, Javi, apoyado en la esquina, se dispuso a vigilarlas con la mirada y deliberó a reanudar sus pasos.

Ambas salieron al patio del centro del edificio. Los rincones estaban abarrotados de grupos de estudiantes que opinaban sobre el nuevo curso escolar. La mayoría estaban contentos con sus clases. Sin embargo, Pedro se sentía inseguro en el ambiente. Ellos no habían crecido como él y su amigo. Sus vidas eran sencillas hasta cierto punto.

La chica pelirroja se sentó en un banco junto a su amiga. Permanecía callada en la penumbra de su ser, perdida en el vacío. Echó un vistazo al cielo; se tornó a un blanco grisáceo.

Jane no tuvo valor de iniciar conversación. Se limitó a mirarla y a forzar una tímida sonrisa mientras se comía el bocadillo. Irene dio un mordisco a la manzana y se desvió de la pesadumbre.

-¿Qué tienes pensado hacer esta tarde? -consultó al mismo tiempo que fijaba su interés en los demás estudiantes-

-Vaya, pues... no voy a salir de casa. ¿Y tú? -respondió Jane con torpeza-

<<No lo sabe. Tal vez sea lo mejor>>

Pocos minutos después, una muchacha muy elegante se acercó a ellas. La protagonista le reconoció inmediatamente; era del mismo curso. Le había visto en el botellón de la playa.

-Hola Irene... sólo quiero que sepas que te acompaño en el sentimiento. Y que si me necesitas yo estaré ahí para ayudarte -aclaró Virginia, con voz terca-

-Gracias. Muchas gracias -contestó y asintió lentamente-

No obstante, la chica del tinte azul no se sintió satisfecha con su imprevista presencia.

-Buah... no puedo contigo. Es increíble -habló Jane con cierto sarcasmo en su tono-

-¿Cómo dices? -añadió Virginia al mismo tiempo que fruncía el ceño-

Jane Jefferson se levantó desconfiada hacia aquellos ojos oscuros engañosos. La rabia empezó a penetrarse en sí misma, mas pudo controlar el impulso.

-Lárgate. Ya. -ilustró con desprecio y vacilación, cerrando ambos puños-

Virginia Pérez retrocedió confusa y se dirigió a sus dos otras amigas. Las tres examinaron a Jane con soberbia lógica.

-¿Qué pretendes? Ha sido agradable conmigo -protestó Irene, atenta a su explicación-

-Créeme, no la conoces bien -afirmó Jane seriamente  con certeza-

-No es motivo para haberle hablado así. Mientras yo esté presente, no vuelvas a entrometerte de esa manera con nadie -concluyó la protagonista con aire de orgullo-

Después de la muerte de Laura Flores, a la chica pelirroja le cautivó los pensamientos de los demás. A menudo intuía el presagio de que no la veían de la misma forma; quizás más débil y solitaria. Todo lo incompatible con respecto a la fiesta de la orilla.

<<¿Qué pasó allí exactamente? >>

<<¿Y por qué no estaba entre la multitud? >>

Las dudas iban y venían desde su punto de vista. Se cruzó de hombros, pensativa. Averiguaría qué ocurrió ayer, con todo su esfuerzo. Porque su hermana merecía descansar en paz.

Más tarde, un nuevo timbre sin música anunció el fin del recreo. Los estudiantes volvieron con lentitud a sus respectivas clases.

Irene tenía Física y Química en la misma aula.

Regresó a su sitio de primera hora. Los alumnos se organizaron sin pareja, debido a que no estaba permitido por la tutora.

Presenció que faltaba alguien conocido.

<<Emma>>

La otra profesora de Ciencias era Sara Piñero. Una mujer quisquillosa y encantadora a la misma vez. Destacaban sus pantalones de pitillo y sus tacones de terciopelo, además de su blusa amarilla.

Luego de un cuarto de hora tras una breve explicación de los átomos, sus componentes y fórmulas, indicó una actividad en grupo de dos personas para trabajar las reacciones químicas

Comenzó a revelar los dúos.

-Irene García y Javier Núñez.

El muchacho de pelo rizado echó un vistazo al entorno estudiantil y arqueó la ceja izquierda. En el fondo se alegró de trabajar con la chica de su último caso, así obtendría datos para La Superior.

Se aproximó hacia el asiento que ocupaba Emma el día anterior e Irene abrió su libreta morada para realizar los cambios.

No obstante, el chico logró analizar la situación desde su posición. Fue entonces cuando le agarró del brazo sin forzarlo, aunque inexcusablemente.

-Ánimo. Eres fuerte -reconfortó Javi, débil, sin fijar la vista de su compañera-

Irene, sorprendida por el afecto, tomó simultáneamente de su mano aferrada del brazo con estremecimiento.

-Gracias -respondió al pésame con franqueza-

A cada instante hubo un intercambio de miradas. El marrón y el negro quedaron en expedición, parados en el tiempo. No se integraron en una mezcla, mas la química entre ambos colores se esparcía en sus visiones.

Con tolerancia y en silencio, resolvieron la primera suma.

2H2 + O2 = 2H2O

Mostraron sus resultados a la par y rieron al entender que era sencillo.

La siguiente fue más compleja.
Debían separarlas.

H2S2O3 =  H20 + SO2  + S

Volvieron a enseñar sus soluciones y soltaron una carcajada, porque también era simple.

La clase terminó en menos que canta un gallo.

La chica pelirroja decidió volver a casa. Creyó que no estaba en condiciones. De pronto estaba cansada y aturdida.

No perdió el intercambio de clase.

En el momento en el que la profesora abandonó el aula, Pedro, con la mochila a cuestas, se asomó a la puerta y saludó a su amigo.
Javi lo imitó. E Irene aprovechó para escaparse, sin avisar a su padre.

El muchacho de pelo rizado avisó a Pedro de la actitud de la protagonista. En un segundo Irene cruzó por su lado, apresurada. Éste abrió los ojos como platos y le indicó a Javi de seguirle. Su amigo cogió la mochila y salió rápidamente del aula.

Pero era tarde. La chica pelirroja se había fugado deliberadamente.

-Mierda. En fin, no perdemos nada en irnos, ¿verdad? -sugirió Pedro, esperando su aprobación-

-Para nada. Corre. -afirmó Javi, divisando el pasillo y los estudiantes-

Los dos añitos aligeraron la huida, corriendo hasta la puerta principal. Oyeron otra sirena de aviso para la siguiente hora. Igualmente abrieron las puertas y se alejaron del Instituto sin echar la visión a sus espaldas.

Cuando llegaron a la fortaleza, estaban agotados. Por mucho que inspiraran hondo, no se relajaban.

-¿A dónde habrá ido? -susurró Pedro con extrañeza-

-Tal vez a su casa o... -contestó Javi, absorto- Quizás quisiera visitar a Laura.

La Superior, al tanto del asunto, se acercó a ellos con piel pálida. Afirmó con la cabeza la última teoría de Javi.

-Debemos llegar antes que ella. Esta tarde es el funeral, necesitamos saber cómo murió aunque las pruebas demuestren lo contrario. Tenemos que verla -debatió Pedro, pasando su mano por la coronilla-

Michelle, abatida por la culpa xde sentó en una silla de manera involuntaria.

-Discreción, por favor. Irá uno solo -concluyó La Superior con cordura-

Ambos se observaron con detalle.

-Ve tú -accedió Javi con preocupación-

Pedro se mordió el labio, sin decir palabra.

Y se fue sin más.

En base al sufrimiento de Irene, no quería hacerlo. Mas era por el bien de todos, por descubrir si ese ser que persigue a las almas perdidas también pudo alcanzar a Laura; sólo ellos lo sabrían. Empeoraría si se delataran ante el padre. Tenían en cuenta la dura realidad: confiar lo más mínimo en cualquiera, demasiado riesgo.

Michelle le había entregado la dirección de la Sala de inspección. Y se comprometió a seguir adelante a pesar de las consecuencias.

Al haber llegado al puerto, notó que habría tormenta. Y a dos calles más abajo, en el edificio del centro, se encontraba el cuerpo de Laura Flores.

Entró con tardanza por la ventana de la planta baja. El pánico se avecinaba en la habitación. Atisbó la vista al fondo, sin percatarse de los demás cadáveres y ee las paredes grises y blancas desconchadas.

Distinguió su ropa. Un mono amarillo cubierto de sangre, apoyado en la silla en torno a la ventana.

Se aproximó mientras escuchaba sus propios y únicos pasos ante el silencio amenazador.

Dejó la mochila a un lado y se acercó con torpeza.

Finalmente destapó la manta sigilosamente.

El cuerpo inerte de Laura Flores le aterrorizó. El chico mostró expresión de horror durante tres largos segundos.

Cabizbajo, se dio cuenta de que aún no le habían hecho la autopsia.

<<Qué extraño. Igual no he llegado a última hora >>

Examinó la piel de reojo. La cabeza fue la parte más frágil. Los brazos estaban repletos de cardenales; parecía como si hubiera sufrido una pedrada. Sin embargo, la parte derecha de la cabeza formaba el agujero de una bala.

<<¿Asesinato o suicidio? >>

Dio vuelta en la otra perspectiva. Y comprobó que sus dedos estaban tiesos y las Palmas abiertas.

Entonces una sombra negra apareció en la puerta de la Sala, sin escrúpulos.

-Muchacho, ¿qué haces? -cuestionó una voz grave misteriosamente-

Pedro, con el corazón latiendole a mil, distinguió a la figura:

D. Diego García

Perdonandme por las reacciones químicas, no había forma de utilizar el subíndice 😅
Está mal escrito, aunque pienso que al fin y al cabo cuando la termine podré ampliarme un poco más.
¿Cómo lo veis?
Gracias 💬❤

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