Segundo día
La ex criada del señor García había guardado su secreto durante décadas. El hecho de haber perdido contacto con Irene debilitó el hilo de su plan de información y asalto. Le inquietaba no conocer a la persona que trataba de herirla, más tenía la corazonada de que la chica pelirroja no era la única víctima.
Aquel pensamiento carecía de pruebas por instinto. Sin embargo, se negó a desaprovechar cualquier idea con fin de proteger a las almas perdidas.
Muchas familias de ese origen temieron la hora en la que esa cruel persona tuviera la intención de enfrentarse contra aquellas almas humildes. Por ello, lo más pequeños se quedaban a cargo de Michelle.
Les tenía mucho cariño a la criada.
Actualmente ella convivía con dos muchachos fuertes y maduros. Jóvenes que había visto crecer desde los cinco años. Deseaba visitar a sus padres y a los demás niños. No obstante, la mayoría se dispersaron por el miedo.
La suerte la condujo hacia ellos dos. Y no habían perdido la esperanza.
<<Todavía>> se dijo. <<Algún día me dejarán y se cansarán de esto>>
Se levantó con torpeza, frotándose las manos con el rostro. Poco después se dirigió al perchero de su aposento y cogió la bata para bajar a desayunar. Observó el exterior desde su balcón y divisó nubes grises que se esparcían hasta la urbe. Entornó los ojos y apartó la vista bruscamente.
Al llegar a la cocina, Pedro y Javier habían empezado a hurtar la mantequilla en el pan.
Ambos la recibieron con una plácida sonrisa.
Mantuvieron una charla agradable, sin nervios a los que no solían controlar. Todos debían realizar su parte sin levantar la más mínima sospecha.
Pasar desapercibidos.
Porque tarde o temprano la misión terminaría.
Y se reunirían con sus seres queridos.
Después de haber destruido el mal que despertó el descubrimiento de las almas perdidas.
Michelle les dio un último consejo antes de partir hacia el instituto.
-No seáis tan discretos; divertíos. Suerte -deseó insegura, fijando la mirada en el camino que debían recorrer-
Los muchachos afirmaron con la cabeza y se marcharon tranquilamente. Pedro tenían la certeza de que estaría en 1° Bach, mientras que Javi se mantendría en 4° ESO a pesar de su edad mayor.
Ambos vestían como chicos de ciudad, un atuendo poco habitual en ellos. Se observaban el uno al otro, extrañados por llevar mochila y un conjunto clásico.
Cruzaron un sendero repleto de árboles y brezos aunque corrió un fuerte viento que despeinó el flequillo de Pedro, quien volvió a retomarlo molesto por el tiempo de aquella mañana.
-Así vas a impresionar a muchas chicas, te lo digo yo... -comentó Javi, guiñando un ojo-
Pedro le fulminó con la mirada y Javier se apresuró a huir en línea recta.
-¡Vuelve aquí! -gritó Pedro yendo detrás de él-
Los dos amigos continuaron su camino entre bromas, como una nueva aventura mientras el viento seguía persiguiéndoles.
A veces la amistad suele ser complicada. Un mal paso al frente puede arruinar o cambiar una perspectiva con tal de no asimilar la realidad.
No obstante, aún era temprano para saberlo.
Mientras tanto, la protagonista despertó con un angustioso dolor de cabeza, mas no le importó. Al sentarse y apoyarse hacia delante con ambas manos, observó a Tom.
Se encontraba a los pies de la cama. Sus ojos grises fijos en su dueña mostraban respeto y deseo al mismo tiempo. Al minuto maulló, saltó al suelo hacia la derecha y se sentó al lado de la mesita de noche, esperándola.
-¿Ya estás pidiendo comida? No tienes remedio -reaccionó Irene, desconcertada por el sueño y abatida por lo de ayer-
El gato volvió a llamar la atención, tumbándose de un modo desesperado. Irene echó una carcajada y se acercó a las cajas de ropa que permanecían en el rincón de la habitación. Decidió unos pantalones vaqueros negros, una sudadera azul eléctrico y zapatillas blancas.
Al vestirse, se aproximó al tocador para peinar su cabello pelirrojo.
La mochila estaba preparada junto a la puerta, con los libros correspondientes de aquel día. Dejó el cepillo y se colgó la mochila.
-¡Venga, Tom! -exclamó mientras abría la puerta ligeramente-
El gato echó a correr bajando las escaleras. Ella salió poco después sin cerrar y siguió a su querida mascota.
Se dirigió a la cocina para poner el pienso en el cuenco y dejarlo en la entrada. Se percató de que su padre había ido pronto a trabajar, aunque no tenía intención de hablar con él.
Miró el reloj de la cocina.
Las 8:00.
Rápidamente tomó una manzana verde de la nevera, guardó las llaves de casa en el bolsillo de la sudadera con el móvil y auriculares.
Salió del hogar apurándose.
No había prestado interés en el tiempo. Todo lo contrario al día anterior.
Mantuvo la creencia de que no empeoraría.
Aquella vez era diferente.
No estaba Laura.
Pudo haberle acompañado al botellón después de que su amiga la hubiese consolador por el olvido.
<<Tuve una oportunidad>> pensó.
<<Pero jamás imaginé... >>
En efecto.
Ninguna persona se planteaba lo peor en un día soleado. No obstante, se sintió culpable.
Enchufó los auriculares al móvil y eligió Cophenage, rememorando.
Aligeró la marcha, conteniendo las lágrimas. Porque nadie merecía verla así.
Y Laura tampoco lo merecía.
Los dos muchachos llegaron al Instituto, un tanto impresionados por la estructura. Subieron las escaleras de la fachada y entraron con normalidad.
En el segundo día, los pasillos estaban llenos de estudiantes que iban y venían sin rumbo fijo. Esa visión le inquietó un poco a Pedro.
-Yo tengo... Latín, arriba. ¿Nos vemos luego? -aseguró Pedro, con nervios-
-Claro, búscame en el recreo -contestó Javier, con satisfacción-
Se fundieron en un corto abrazo, unas palmadas a la espalda y un gran apretón de manos. Verdaderamente, Javier era más tímido que Pedro. Sin embargo, compartían un vínculo inseparable.
Dejaban que su instinto se aferrara al corazón, siempre.
Javi sonrió pícaro y se dirigió hacia su clase de Lengua Castellana y Literatura.
Al llegar, contempló a la chica de la sudadera azul. Sentada, apoyando los codos encima de la mesa, pensativa, con la mirada perdida.
Perdida.
Y supo de quién se trataba.
Se acercaría a ella, le hablaría.
No era el momento. Y no debía ocurrir.
Se conformó con mirarla tres segundos.
Al aproximarse hacia el fondo y dejar su mochila en una mesa, una chica de mechas azules se cruzó con él. La compañera llevaba unos aros dorados, un mono azul y zapatillas con plataforma. Le sonrió de arriba a abajo.
-Ey, ¿qué tal? -se presentó mientras se sentaba en la silla de delante-
Y Javi, desconcertado, le devolvió la sonrisa y comenzó a seguirle la corriente con expresión seductora.
Pedro entró en su clase de Latín, en el Olimpo.
Así llamaban el aula los de Humanidades, a pesar de que él se matriculara en Sociales.
Todos se conocían. Él era el único extraviado del grupo. Eran pocos; quizás ocho o nueve personas. Sin embargo, colocó su mochila en el primer asiento que observó.
Una muchacha morena, de ojos verdes y piel pálida se acercó a él. La sudadera verde resaltaba su imagen. Finalmente le dio unos golpecitos en el hombro izquierdo.
-Perdón... estás en mi sitio -aclaró la chica, soltando una tímida risa-
Pedro al girarse, reconoció a la muchacha por Javier. Aunque decidió no ser descortés.
-Ah, tranquila. ¿Cómo te llamas?-preguntó éste, amable-
-Soy Jorunn -respondió ella, vergonzosa-
Los dos, incómodos, se sentaron uno en frente del otro mientras sacaban el libro.
Para ambos amigos no les resultaría fácil el proceso de acostumbrarse a la vida estudiantil. Reconocían que lo mejor para su bienestar era no ilusionarse.
Porque de igual forma, su misión acabaría cuando las almas perdidas al fin se libraran de un posible futuro maligno.
No obstante, aquello no sería tan sencillo.
Buah, pero ¿qué? 😂
Siento que escribo de mal en peor y no es coña :/
Comentad qué pensáis💬❤
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