*Capítulo 1*
Frío. Hacía muchísimo frío. Más frío que el hielo, más frío que cualquier partida de Enero. Más frío que el simple tacto de una gota de lluvia en Abril.
Y más frío del que puedas imaginar.
La ciudad se hallaba cerca de una pequeña colina de flores blancas. Parecía estar despejada, pese a que se encontraba totalmente fúnebre. Más allá pudo reconocer a unas pocas siluetas con aspecto humano que paseaban con tranquilidad por una calle desconocida.
Ella estaba congelada en medio de la carretera. Llevaba puesto unos vaqueros claros , una camiseta negra ancha y unas zapatillas a juego. Después volvió a fijarse en esas siluetas tan extrañas. Se pararon en una esquina y no le dio importancia, aunque miró por segunda vez. Vestían de negro y no tenían rostro.
Sombras.
Éstas llevaban unos objetos muy apreciados, por el modo en cómo los sujetaban. De pronto los enseñaron con seguridad y sin mostrar vergüenza.
El entorno cambió de la frescura al pánico.
Porque esos objetos eran armas que apuntaban su dirección.
Armas de todo tipo que existen. Desde pistolas, rifles, espadas, cuchillos hasta arcos con flechas. Fue un momento estresante. No sabía cuántas sombras le acechaban y tenía la vista borrosa.
El cielo estaba plagado de nubes a la vez que avisaba la llegada de la tormenta. El sol se ocultaba en el horizonte con el reflejo de las aguas, mientras las farolas iban apagándose y las calles se volvían más oscuras.
A fin de cuentas no pudo distinguir las sombras, ya que las farolas habían dejado de prender su luz. Entonces escuchó susurros y risas por todas partes y de ninguna forma entendía lo que comentaban entre sí. Oyó pisadas y una carga de pistola. Fue en ese momento cuando supo que tenía que huir.
Retrocedió hacia atrás, dio media vuelta y echó a correr como si no hubiera un mañana, sin saber dónde ir . En aquel lugar no había semáforos, ni coches, ni siquiera un sitio, una tienda abierta que le falicitase el mismo beneficio. Acabó en el puerto debido a su mala ubicación y no sabía nada, ni quién era y ni cómo había aparecido en esa calle tan solitaria. Echó un vistazo al mar, buscando alguna barca para su nuevo plan de escape. Pero el tiempo de huida terminó.
Las sombras vinieron y seguían amenazándola. Comprendió que solamente sostenía dos opciones: rendirse o atacar. Pensó que ambas ideas la conducían al mismo destino y ese pensamiento hizo que se pusiera mucho más nerviosa e insegura.
Calculó a ojo la distancia entre ella y las sombras: había espacio suficiente para fugarse, diez metros aproximadamente. En cambio sus pies no respondieron y se quedó congelada de nuevo. De casualidad, surgió una pistola en su mano izquierda. Empezó a caminar a pesar de que la madera crujía con cada paso que daba. Caminó con incertidumbre, ya que jamás había manejado una pistola, ni siquiera una de juguete de los puestos de la feria.
Las figuras continuaron por el mismo sentido, así que levantó el brazo izquierdo, miró fijamente a aquellos seres con lágrimas en los ojos y apretó el gatillo
El ruido del disparo retumbó en sus oídos coincidiendo con el sonido de un trueno. Retomó su camino , acceleró y las sombras le persiguieron. Se impulsaron sobre ella en el último tablón de madera y ella saltó al agua, seguida de éstas.
Por fin se despertó.
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