XX.
Nota: Les dejo en multimedia lo que sucedió en el anime. Solo para que sientan lo que yo sentí al rememorar lo que sucedió con Mahad :(
P. D.: ¿Vieron la intensa preocupación de Atem por Mana casi por el final? ¡Hermoso!
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Atem golpeó con fuerza su puño contra la pared cuando el sol terminó su ciclo de la tarde.
—¡Faraón! —exclamaron preocupados sus sacerdotes.
Isis fue la que se acercó a revisar sus nudillos desgarrados, pero a Atem no pudo importarle menos el cuidado.
—Dañándose a sí mismo no conseguirá nada, mi señor —regañó Shimon —. Debe calmarse.
Atem tragó saliva.
—¡¿Cómo esperan a que esté calmado cuando Mahad no ha regresado?! —exclamó. Sus sacerdotes no dijeron nada para contradecirlo y es que todos se sentían de la misma manera. Agitando la cabeza y respirando hondo, Atem continuó: —. Ya terminé con esto. Vayan a buscarlo. No, yo también iré esta vez.
—Faraón, no podemos hacer eso —dijo Isis sin mirarlo —. Mahad no querría que arriesgara su vida de ese modo.
Atem la escudriñó. Ella sabía algo, probablemente su collar le había mostrado lo que sucedería, entonces...
—Mi Faraón —entró Seto a la sala, ni siquiera habían notado en qué momento había salido. Su expresión era impasible como siempre, más amargada que cualquier otra emoción, pero Atem conocía mejor que eso a su primo. Alzó la mirada hacia él —, debería venir. Dos de los aprendices que acompañaron a Mahad han vuelto —declaró dando media vuelta para comenzar a caminar otra vez.
Atem se separó de Isis sin percatarse de la afectada mirada de la sacerdotisa y alcanzó a Seto en el pasillo.
—¡Entonces Mahad-...! —la emoción en su voz no pudo ser ocultada. Quería escuchar buenas noticias, no quería que fuera lo que lo más profundo de su ser temía.
Sin embargo, la mirada que Seto le dio, fue suficiente para que las esperanzas de Atem cayeran en picada una vez más.
El Sumo Sacerdote aguardó unos segundos antes de responder:
—Solo dos de los aprendices que acompañaron a Mahad han vuelto —continuó caminando.
A Atem le costó un tiempo procesar lo dicho por su primo y le costó más creerlo. La presión que ya de por sí estaba en su pecho se intensificó y tuvo que tragar saliva para deshacer el recién formado nudo en su garganta.
Mahad... No...
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El dolor era intenso, no podía negarlo. Tenía muchas magulladuras a lo largo de su cuerpo, posiblemente más en los brazos al usarlos como protección contra el ataque del sacerdote.
Diabound había sido destruido y la mayoría de sus secuaces habían perdido la vida, pero no se sentía mal en lo absoluto. Después de todo, Bakura había obtenido lo que quería.
La Sortija del Milenio colgaba brillante sobre su pecho. Ahora, más que antes, podía sentir el verdadero poder incrementar en su interior.
Y eso solo era una parte.
«Deberías detenerlos.»
Zorc se escuchaba más fuerte y presente, menos como un eco y más como alguien que estaba justo a su lado.
—Ya no importa —sonrió Bakura —. La Sortija del Milenio es nuestra y gracias a Mahad obtendremos los demás artículos del milenio.
La sombra de su interior pareció regocijarse. Poco sabía Bakura que él era solo otra parte de su gran juego de ajedrez en contra de los Dioses que lo encerraron, por más Rey Ladrón que fuera, las piezas no se moverían solas.
—Y entonces, una vez que seas liberado, podrás cumplir con lo prometido.
Porque después de todo, quien mataba a un rey primero era el vencedor.
«Mientras cumplas con mis órdenes, no habrá camino a la derrota.»
Sí. Solo tenía que ser así.
Zorc solo esperaba que esta pieza no arruinara todo lo que había estado planeando durante tantos años.
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—¡¿Lo dejaron solo y huyeron?! —preguntó Atem casi en un rugido.
Olvidó por completo su estatus de Faraón y su cuerpo se movió por sí solo hasta tomar por el cuello a uno de los aprendices.
—¡N-Nosotros... Nosotros no quisimos! —exclamó el que estaba ligeramente más lejos, pero sin llegar a separarse de su asustado compañero.
Atem pocas veces había visto a los alumnos de Mahad. Tenía claro que eran un puñado de magos talentosos y jóvenes, pero más allá de eso él confiaba lo suficiente en su sacerdote como para dejarle las evaluaciones.
Pese a toda la furia que corría por sus venas, sus manos apretadas en puños y su respiración completamente descontrolada, Atem se las arregló para no perder más cordura y soltó bruscamente al joven mago.
Seto le puso una mano en el hombro y, suspirando, agitó la cabeza con los ojos cerrados.
—No es el momento, Faraón —dijo.
Atem apretó los labios y miró una vez más a ambos aprendices. Los dos eran incluso más jóvenes que él, quizá entre los treces y quince años de edad, sus túnicas estaban rasgadas y los moratones y heridas en algunas zonas visibles de sus pieles se habían oscurecido e hinchado lo suficiente como para saber que necesitaban ser tratados.
Contra el que Atem había arremetido no podía tener más de catorce años. Era incluso más bajo que él, con el cabello sumamente corto como para no distinguir el color y los ojos enrojecidos e hinchados, quizá por haber estado llorando.
Como persona, se sintió mal al haberlo atacado en su furia y al haberlo enviado a la batalla pese a su corta edad.
Pero como Faraón, estaba molesto y decepcionado de su falta de fuerza.
Su amigo, el que había hablado antes, se ubicó en el medio, entonces, defendiendo al menor. A diferencia del otro, su cabello era lacio y hasta los hombros, de color ébano. Era más alto que Atem, pero no lo miraba desde arriba osadamente. Este chico no parecía tener más de quince años.
Suspiró para calmarse, pero antes de que pudiera mandar a llamar a un doctor, o pedir una explicación exacta de lo que sucedió, ambos jóvenes comenzaron a hablar.
—El maestro Mahad dijo que estaría bien —comenzó el más cercano a Atem —. Nos hizo esperar a mí y a Thabit antes de que comenzaran a luchar.
Atem miró al llamado Thabit asentir repetidas veces.
—N-No quería que enfrentáramos al Rey Ladrón o a sus secuaces, porque temía que algo nos sucediera a nosotros o a nuestros ka. D-Dijo que esta no era una batalla para los más jóvenes.
Parecía que en cualquier momento el chiquillo se iba a romper en llanto.
—Eso suena a algo que Mahad haría —concordó Seto en voz lo suficientemente discreta como para que solo Atem pudiera oírlo.
—¿Entonces solo regresaron? —cuestionó el Faraón.
—¡No lo hicimos! —negó con fuerza el de cabello más largo, retrocediendo en cuanto se dio cuenta contra quien había alzado la voz —. L-Lo siento.
—No importa, continúa —indicó Atem.
Ambos jóvenes compartieron una mirada y asintieron a la par.
—E-El maestro Mahad nos dijo que tenía otra misión para nosotros y que debíamos estar atentos...
Después de un potente ataque del Mago de las Ilusiones, una fuerte luz hizo que el Rey Ladrón cayera sobre su espalda y que Diabound desapareciera.
Un objeto brillante salió de uno de los bolsillos de la túnica del Rey Ladrón, se clavó en la arena levantando un poco de polvo y dejando que un reflejo rojo reluciera.
Mahad volteó la mirada hacia los dos aprendices más jóvenes escondidos tras los muros de una de las casas destruidas de Kul Elna.
—¡Ahora! —gritó.
—Thabit invocó a unos de sus Ka más pequeños y veloces, y lo envió a recoger el objeto que había caído —continuó hablando Kosei, que resultaba ser el nombre del chico de cabello largo —. Y entonces...
—¡Ahora regresen al palacio! —ordenó Mahad volviendo a la acción y atacando a algunos bandidos que amenazaban con acercarse.
—¡Pero Maestro-...!
—¡Si no regresan eso al Faraón, entonces tendrán el doble de tareas cuando regrese, ¿entendido?! —Mahad les sonrió y con un solo ataque alzó una nube de polvo para darles tiempo.
Kosei se quedó callado unos instantes y entonces fue Thabit quien volvió a hablar.
—Hicimos lo que nos ordenó entonces —su mirada cayó —. Kosei nos defendió de algunos de los ladrones que nos siguieron —eso explicaba su aspecto —, pero en el camino... En el camino nosotros sentimos... El maestro y su ka...
Atem tragó saliva.
¿Por qué? ¿Por qué Mahad tenía que hacer algo tan peligroso como eso? ¿Por qué, aún sabiendo lo que podría suceder, lo hizo?
Tuvo que parpadear continuas veces, negándose a alzar la mirada, para evitar que sus ojos se humedecieran y su visión se empañara.
—Seto —llamó a su primo. Atem ya no sabía cómo dejar de tener los puños tan apretados —, llama a Isis y dile lo sucedido. Que venga a ayudar a estos chicos.
El Sumo Sacerdote se inclinó para aceptar el mandato y fue rápidamente en busca de la sacerdotisa.
Estando en un silencio triste e incómodo, por fin Atem pudo levantar la mirada otra vez hacia esos dos jóvenes magos.
Ambos estaban aguantando lo más que podían para no llorar. Ambos intentaban fingir ser más fuertes. Ambos de seguro se sentían culpables e impotentes.
Realmente... Entendía por qué Mahad los había enviado de regreso. No estaban preparados mentalmente como para una batalla.
Como Faraón, pudo entender eso.
—¿Entonces? —Atem preguntó, confundiendo a los chicos —. ¿Cuál es el objeto que Mahad quiso que llegara a mí pese a todo?
Esta vez Kosei miró a Thabit y tras un asentimiento, el más joven metió una mano al bolsillo de su sucia túnica.
Los ojos de Atem se ensancharon tanto con sorpresa como con una triste realización cuando tomó el objeto entre sus manos.
¿Por qué, Mahad?
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Cuando Isis terminó de curar a los chicos, los envió a descansar a sus recámaras antes de dirigirse de regreso al salón Real.
Su pecho dolía, pero también sabía que ella no era la que más sufría.
Encontró al Faraón apoyado contra uno de los grandes jarrones que decoraban los pasillos. Le daba la espalda, pero Isis pudo notar lo que estaba haciendo.
—Mahad envió de vuelta el collar de tu madre —comentó para sacarlo de sus meditaciones.
El Faraón asintió saliva presionando el objeto entre sus dedos.
—Tú... Sabías que esto iba a ocurrir, ¿no es así? —cuestionó alzando la mirada hacia ella. Isis no respondió más que con la mirada —. ¿Por qué no dijiste nada al respecto?
La sacerdotisa miró hacia el exterior del palacio por una de las ventanas. Las estrellas esa noche eran más brillantes.
—Porque, aunque lo hubiese hecho, nada habría detenido la determinación de Mahad, y usted lo sabe, Faraón —contestó con honestidad.
—¿Determinación? —repitió Atem negando con la cabeza como si no creyera lo que decía —. Ahora el Rey Ladrón tiene la Sortija del Milenio, los chicos que volvieron están traumatizados, vidas se perdieron... Si esto era lo que iba a pasar, ¿para qué fue toda su determinación, entonces?
—Para que volvieras a confiar en Manet, quizás —sugirió Isis esta vez mirando al Faraón como a un chico más, no como al máximo representante de su reino, ni como al más cercano a los Dioses.
Atem negó con la cabeza.
—Manet perdió toda fiabilidad cuando se fue y perdió este collar —rebatió el Faraón observando más el objeto entre sus dedos que encarando a Isis.
Ella tuvo paciencia.
—¿Está seguro de eso, mi Faraón? —cuestionó Isis sabiendo que había dado en el punto clave de Atem cuando no lo oyó replicar —. ¿Está seguro que Manet perdió el collar? ¿O quizá está pensando en que se lo dio voluntariamente al Rey Ladrón para después volver aquí como si nada hubiese pasado?
—¿De qué otro modo podría ser? —escupió Atem apoyando sus manos contra sus rodillas, dejando el collar en el medio de ambos y apretando la tela sobre su piel.
Isis negó con la cabeza y dio media vuelta.
—No lo sé y no estoy diciendo que vuelva a confiar ciegamente en ella, ¿pero entonces por qué Mahad se esforzó tanto en regresar el collar a pesar de las consecuencias? —lo miró sin llegar a girar y no vio al Faraón, sino a un chico normal y confundido, alguien quien acababa de perder a un ser querido y que necesitaba a otro para reconfortarlo —. ¿Acaso no solo está buscando más excusas para no arriesgarse a volver a salir herido?
Isis comenzó a caminar. No escuchó ninguna clase de reacción por parte del hijo de Aknamkanon y tampoco quiso perder más tiempo dándole más cosas en las que pensar.
Atem era un chico inteligente, después de todo.
En cambio continuó su camino atravesando los extensos pasillos del palacio. Algunos guardias la saludaron e incluso se cruzó con Seto en el trayecto, pero ninguno cuestionó las acciones del otro.
Él venía del lugar al que ella iba.
Las mazmorras.
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A pesar de que solo había ingerido agua y pan a lo largo de los días que llevaba ahí, Mana realmente no se sentía hambrienta luego de escuchar lo que Seto vino a decirle.
¿Yo causé esto?, se preguntó mirando al suelo. ¿Fue por lo que le dije?
Mas Bastet no respondió. La Diosa parecía lejana desde hacía rato y no entendía porqué.
Si su pecho se sentía así... ¿Cómo estaría Atem en ese momento? ¿Cómo estarían los demás?
—Voy a ser clara contigo, Manet —escuchó la voz de la sacerdotisa que le había curado la mano hacía un año. Mana alzó la mira sorprendida por verla después de tanto tiempo, pero Isis no esperó a que respondiera —. A pesar de que sé lo mucho que Mahad parecía estimarte, no entiendo la razón. No hago estas cosas como costumbre, pero he buscado respuestas en mi Collar del Milenio. He intentado buscar algo sobre ti, algo claro, pero nada ha salido. Ni un pasado, ni un presente, mucho menos un futuro. Es como si no existieras y aun así estás aquí en carne y hueso frente a mí. Me pareció raro que el Faraón confiara tanto en ti hace un año y me extraña que incluso Seto haya venido a dejarte comida, sinceramente estoy preocupada pensando en si lo que voy a hacer está bien, o no. Estoy pensando si mi confianza en Mahad es... Era suficiente como para ahora poder confiar en ti.
Mana la miró. Sus ojos se cruzaron por varios segundos en silencio. Los de Isis brillaban tanto en intriga como en firmeza.
—¿Qué es lo que exactamente quieres saber, Isis? —inquirió con una dubitativa lentitud.
En este punto, Mana ya no sabía qué podía decir y qué no. Tampoco a quienes.
—¿Quién eres, Manet? —preguntó sin separar los ojos de los de Mana ni por un segundo.
Asimismo, sin saber si lo que iba a decir era conveniente, o todo lo contrario, Mana le mantuvo la mirada cuando respondió:
—¿Me creerías si te dijera que soy prácticamente lo mismo que la fuente del poder de Bakura? —cuestionó —. Sí... Una intrusa en su vida, que tiene el poder para llevar todo a bien, o llevarlo todo a mal.
Isis la escudriñó.
—¿Estás admitiendo tu alianza con el Rey Ladrón? —Mana pudo intuir un toque de decepción en su voz.
Negó.
—No. Estoy admitiendo que quizá puedo ser de ayuda a ustedes-... Al Faraón, si es lo que en verdad quieren —Mana llevó sus manos a su pecho intentado enfatizar la veracidad de sus palabras —. Si me lo permiten, yo-...
Pero entonces vio una sonrisa en el rostro de Isis y detuvo su discurso.
—Hablar tan formalmente no te queda —mencionó acercándose a las rejas de su celda para posteriormente sacar una llave con cautela —. Puedo sentir la determinación en tus palabras así como la verdad en ellas —entró a la celda y sacó una daga que había estado escondida en su ropa para cortar las cuerdas que aún sujetaban a Mana por las muñecas y los tobillos. Isis tomó sus manos entre las suyas —. Mentí cuando dije que busqué en tu línea de tiempo —confesó —. Es cierto que no vi un futuro, pero encontré un poco del pasado y mucho del presente. Manet, puedo entender tus fuertes sentimientos de querer estar ahí para el Faraón. El lugar del que vienes no tiene importancia gracias a eso.
Mana correspondió a la sonrisa de Isis. Sabía que se refería a Kul Elna, pero de todas formas le sirvió mucho lo que dijo.
Era cierto. Pasado, presente o futuro; Mana, o Manet; sus sentimientos por Atem nunca cambiarían.
Quizá podía sentir a la verdadera Manet, muy en su interior, pensar lo mismo.
—¿No tendrás problemas? —preguntó antes de irse en busca de Atem.
Isis negó.
—Ya me encargaré yo de ellos. Ve a por él.
Mana sonrió en agradecimiento.
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—¿Estuve mal? —preguntó Atem a Seto dentro de sus aposentos —. ¿He estado equivocado todo este tiempo?
—Eso es algo que solo usted puede responder, Faraón —contestó su primo.
—Pero todos-...
—Todos somos nada —interrumpió Seto —. Usted es el Faraón. El que tiene la última palabra —aclaró sin siquiera mirarlo —. Nosotros pensamos en lo mejor para usted y para el reino, intentamos hacerlo, por lo menos, pero al final solo usted puede decidir por todos.
Atem lo miró directo a la cara. Las antorchas que había prendido hacía no mucho parecían iluminar menos ese día.
—Entonces tú crees que estuve mal —no fue una pregunta, por lo que no esperaba ninguna respuesta, pero de todas maneras llegó.
Solo que no fue de la profunda voz de Seto.
—¡Yo no lo creo así! —exclamó una voz más aguda y femenina.
Los labios de Atem se abrieron ligeramente por el asombro.
—Manet...
Ni él ni Seto cuestionaron su repentina presencia en sus aposentos.
Ella respiraba con dificultad y sudaba, como si hubiese corrido por todo el palacio hasta llegar ahí.
Atem pudo escuchar a los guardias un poco más lejos, preguntando por la ubicación de alguien, y comprendió la razón; sin embargo, quien hizo algo primero fue nadie más que Seto.
—Te lo encargo —le dijo a Manet saliendo por la puerta y cerrándola tras de sí.
Supuso que les daría alguna indicación a los guardias antes de volver su mirada hacia la chica parada a solo unos metros de distancia de él. Sus ojos esmeralda casi reflejaban la poca luz de las antorchas y su voz tembló cuando volvió a hablar.
—Atem, yo-... —comenzó ella, pero él la interrumpió negando con la cabeza.
—No, soy yo quien debe disculparse —ignoró su mirada, pues no se sentía capaz de afrontarla —. Te he tratado mal. Todo lo que sucede ahora es por culpa de mi egoísmo al ni siquiera querer escucharte. Quizás ahora Mahad-... Yo realmente me equivoqué, lo sien-...
—¡No es así! —ella lo interrumpió logrando que Atem alzara la mirada cuando escuchó sus pasos acercarse —. Sí, me trataste como si fuera basura literalmente y yo no soy de las muchachas que se dejan pisotear así, pero comprendo, Atem... Yo hubiese pensado lo mismo en tu posición. No solo tú estuviste equivocado, yo también lo estuve.
—¿Eh?
Manet le sonrió y él se vio incapaz de mantener sus mirada.
—Estaba asustada, te lo dije, ¿no es así? —Atem asintió, no era uno de sus recuerdos favoritos, pero ahí estaba —. Las chicas, de donde yo vengo, no se casan hasta pasados los veinte años, no la mayoría, al menos.
Atem frunció el entrecejo.
—¿En Kul Elna es así? —quiso saber. Al ser parte de Egipto, él pensó que como en todo lugar se casaban incluso antes que eso.
Pero Manet negó.
—Eh... Ah... No me refiero a Kul Elna —rió un poco nerviosa antes de volver a mirarlo a los ojos —, pero no solo estaba asustada de eso, sino de mis propios sentimientos, los cuales evolucionaron tan pronto hacia ti que simplemente no pude manejarlo. Supuse que, si me iba, tú encontrarías a la mujer destinada para ti y que estos sentimientos se irían, mas con el paso de los días, el sentimiento de querer estar contigo, de apoyarte y de protegerte no desapareció. Se mantuvo en mí todo este tiempo hasta que...
Atem la miró fijamente por primera vez y ella hizo otro tanto extendiendo una mano hacia su mejilla, la cual dudó unos segundos antes de colocarla sobre su piel.
Era cálida.
—Hasta que... —Atem la instó a continuar.
—Hasta que recordé que no era la primera vez que me sentía así —prosiguió —. ¿Lo recuerdas, Atem? Tú y yo nos conocimos hace mucho tiempo. Jugamos en los jardines y nos escondimos en los jarrones...
—¿Nos conocimos? —repitió y luego la imagen de una niña de ojos verdes llegó a él como una iluminación del mismísimo Ra —. Tú eras... Esa niña.
Manet asintió. Atem pudo ver el borde de sus pestañas húmedas e incluso sintió su propia vista nublándose.
—Sí, la niña desconocida que llegó tan pronto como desapareció. Igual que hace un año —Atem inconscientemente llevó su mano sobre la de Manet. Sintió las ásperas marcas que las cuerdas le dejaron y rodeó su muñeca firmemente con los dedos —. Y creo que te amo desde ese entonces.
Fue tan directo. Tan conciso, que Atem se encontró sorprendido por escuchar las palabras saliendo de sus labios.
Tan sincera. Tan amorosa.
Una fuerte sensación de culpa terminó por empañar por completo su visión y entonces, usando la mano que ella misma había extendido, él la jaló hacia sí para envolverla en su brazos y esconder su cabeza en su hombro.
—Lo siento —dijo —. Lo siento. Lo siento...
Nunca sería suficiente para sentirse totalmente exculpado.
Pero entonces se dio cuenta, cuando Manet le susurró «es suficiente» al oído, que ya nada de eso importaba.
Él había aceptado su error y ella lo comprendía mejor que nadie.
No sabía si lo había perdonado por completo, si él mismo lo haría algún día, o si ella estaría pensando en lo mismo que él en ese momento.
Pero si los dos sentían lo mismo...
Atem dejó de pensar en cuanto se separó de Manet y la miró directamente a los ojos.
¿Acaso no sería mejor dejar de huir de sus propios sentimientos?
¿Dejar de dudar?
Entonces la besó.
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Esta vez, cuando Atem se acercó, Mana no sintió extrañeza ni peligro. Sus ojos no mostraban odio y recelo, sino todo lo contrario.
Estaba segura que sus ojos reflejaban lo mismo que los de ella.
Por eso no opuso ninguna resistencia cuando sus labios se tocaron. Tampoco cuando sus brazos la acercaron más a él ni cuando ella misma llevó sus manos a su cuello para evitar que el beso terminara por más aire les faltara.
Mana no pensó en su mínima experiencia ni en todo lo que Atem había vivido con otras mujeres desde que se fue. Era la primera y única vez que ella experimentaba tanto amor como deseo y por cómo Atem la acariciaba con cuidado, temiendo dañarla y disculpándose continuamente, sabía que era la primera vez que él hacía lo mismo.
Y aunque realmente quería escuchar su verdadero nombre salir de sus labios en lugar del de su antepasada, no podía cambiar el hecho de que eran sus almas las destinadas a estar juntas. No importaba cuándo, dónde ni cómo.
Sí, sus almas.
Entonces la última antorcha que iluminaba la habitación se apagó.
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¡Wou, el romance no es lo mío, ¿se nota?! XD
Espero les haya gustado todo este vaseshipping. Sí, disfruten lo más que puedan, el futuro es invierto en estos momentos.
Como sea, ¡gracias Sheblunar, CuteMeliJones, miruse567 y meliodas11011 por comentar en el capítulo anterior, así como a todos los que dejaron su voto! ¡Son lo máximo!
Sin más, ¡hasta el próximo capítulo!
❤
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