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XVII.

Mana miró al sacerdote de reojo por unos cuantos segundos. Algunos de los demás reclusos seguían gritando, pero la mayoría ya había callado.

—No creí que fueras a regresar —dijo él, entonces, arrodillándose a su lado —. Mucho menos como aliada del Rey Ladrón.

—¡Eso no es así! —Mana lo interrumpió con un mohín —. ¡Y eso ya lo sabes!

Mahad rió ante su reacción y ella pudo respirar tranquila. Ahora notaba que lo hacía para relajarla, pues ni ella misma había notado su propia inquietud.

Mana le sonrió ligeramente y apoyó su espalda contra el muro de adobe.

—Mahad, tienes que ayudarme —pidió.

El sacerdote la miró un par de segundos estudiando su expresión. Mana era seria, no permitiría que alguien dijera lo contrario.

—Está bien —aceptó el sacerdote. Una vez más, Mana se vio contrariada por su fácil accesibilidad a las cosas, lo que la hizo fruncir el entrecejo. Al notar su confusión, Mahad suspiró —. No he perdido los recuerdos, Mana. Entiendo que algo debió haberte hecho cambiar de opinión para volver.

Mana asintió.

—Y no sabes cuántas cosas —rodó los ojos.

—Además —Mahad continuó con su usual expresión impasible —, también necesitaremos de tu ayuda.

Mana casi saltó al oír lo dicho.

—¡¿No le dijiste a nadie de mí, o sí?! —cuestionó cerrando sus manos en los barrotes.

—¿Crees que haría eso? —replicó Mahad suspirando y cuando Mana relajó sus tensos brazos, prosiguió —. La verdad es que muchas cosas han estado pasando aquí y ni siquiera Isis puede saber del futuro.

Mana frunció el entrecejo e inclinó la cabeza.

—¿Se supone que puede? —quiso saber.

El sacerdote y ella compartieron una mirada silenciosa por muchos segundos.

Por lo menos hasta que el estómago de Mana gruñó en respuesta.

Oyó a Mahad reír otra vez. Su diversión era a costa de ella, eso ya le era seguro.

Se levantó del suelo y se dirigió a la salida.

—¿Eh? ¡Espera, ¿Mahad?! —lo llamó preocupada.

El sacerdote se detuvo.

—Voy a traerte algo de pan y agua. Trata de ordenar todo lo que puedes decirme sobre porqué necesitas mi ayuda. Entonces yo también te diré todo lo que ha pasado en este año —le dijo y después de unos segundos mirando las paredes, agregó: —y otras cosas más de acuerdo a cómo vayan las cosas.

Mana se quedó pensando.

—¿Sobre lo que puedo decirte? —repitió.

—Las paredes hablan, Manet, nunca lo olvides.

Entonces el sacerdote se retiró y Mana se quedó sola una vez más en ese cuadrilátero.

Respiró hondo y cerró sus ojos. ¿Qué podía decirle a Mahad, y qué no? Aunque, para ser sincera, no le importaba mucho si alguien más la escuchaba, el sacerdote tenía razón en que cualquier cosa podría llegar a oídos de Atem, o del mismo Bakura.

Sin embargo, también estaba muy curiosa sobre todo lo que había pasado en ese año. Según la historia del tiempo al que volvió, Atem sólo gobernó durante dos años antes de ser asesinado, mientras que en la línea original se sacrificó apenas subió al trono. Ahora se encontraba en el medio de ambos tiempos, un punto en el que, de acuerdo a cómo todo vaya, cambiaría muchas cosas a futuro.

Y esperaba que todo saliera tal cual lo había planeado.

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Mahad recorrió el mismo camino de Atem escaleras arriba hasta detenerse frente a una sombra. Solo tuvo que dirigir una mirada severa para darle a entender que no lo iba a dejar escapar.

Suspirando, quien salió de la sombra no fue otro que el Sumo Sacerdote guardián de la Vara del Milenio.

—Así que sentiste mi presencia, nada menos que esperar del Sacerdote más poderoso de la corte —señaló Seto con la misma expresión fastidiada en el rostro —. Sin embargo, no sé qué tiene que hacer ese Sacerdote hablando con una reclusa de Kul Elna.

Mahad le mantuvo firme la mirada.

—Y yo no sé qué tiene que hacer el Sumo Sacerdote siguiendo mis pasos —contestó sin ánimo de iniciar algo —. No tiene nada que ver contigo, Seto.

Seto sonrió de lado y alzó una ceja.

—¿Estás seguro de eso, Mahad? Se supone que todo lo que tiene que ver con el Faraón, sobretodo su seguridad, tiene que ver con nosotros —lo escudriñó —. ¿Qué estás planeando, Sacerdote?

Guardando silencio por varios segundos, Mahad continuó caminando hacia la cocina siendo seguido por Seto.

—Como escuchaste, voy a llevarle algo para comer —contestó.

Seto no cambió de expresión.

—¿Eso es todo? —cuestionó.

Mahad asintió una sola vez agarrando una canasta y metiendo algunos panes que sobraron de la mañana. Quizá se los iban a dar a los animales por la tarde, pero ya no había necesidad.

—Es todo —afirmó —. Y, aunque no lo fuera, no creo que sea de tu incumbencia.

—Creo que sí es de mi incumbencia —contradijo Seto cruzando los brazos, dando a entender que estaba muy seguro sobre lo que decía —. Es alguien que tiene que ver con el Rey Ladrón y, de hecho, se trata de una mujer que lleva una pena por traicionar a la familia Real.

—Ambos sabemos que el Faraón no está en la mejor condición mental —mencionó Mahad poniendo agua en un pocillo de barro, no daba la impresión de que no estaba tomando en serio las palabras de Seto, pero la simple acción de no detener lo que estaba haciendo sacaba de quicio al Sumo Sacerdote —. Ni siquiera ha pensado en un castigo, si es que de verdad planea hacerlo.

—Pero sigue siendo alguien que lo traicionó.

Esta vez Mahad sí levantó la mirada.

—Una traición que, de hecho, fue por su bien.

Ambos detuvieron sus pasos y sus palabras cuando escucharon a unos criados caminar cerca. Ninguno lo hizo a propósito, sino más bien por instinto.

Seto se mantuvo expectante por unos segundos, analizando, quizá, cada palabra que había salido de la boca de Mahad.

—Hablas como si supieras algo que nosotros no —acusó Seto al fin.

Mahad agradeció que el primo del Faraón fuera tan intuitivo como discreto. Ninguno de los criados lo oyó decirlo y esperaba que se mantuviera así si quería seguir escuchando lo que planeaba decirle.

—Más de lo que yo sé, lo sabe Manet —mencionó en un respiro —. Quizá deberías escuchar también lo que tiene que decir. Toda la historia, me refiero.

Seto apretó los labios.

—¿Tiene algo de importancia, siquiera?

—Esa chica quería regresar lo más pronto posible a su hogar y ahora ha vuelto declarando que tenía algo que decirle al Faraón —comentó buscando encontrar el botón de la curiosidad en el Sumo Sacerdote —. ¿No quieres saber qué tenía que decirle? ¿Saber si es algo bueno, o malo para el reino?

Seto no respondió al instante.

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Atem estaba teniendo dificultades para concentrarse desde que un persistente dolor de cabeza lo golpeó tras ver a Manet.

Realmente... Se llevó una mano a la frente y se hizo masajes improvisados. Solo eran pequeños movimientos circulares que lo ayudaban a mantener la calma, mas no disminuían el dolor en lo absoluto.

—¿Se siente bien, su Majestad? —preguntó Isis dando una leve inclinación al encontrárselo por los pasillos.

Atem movió su otra mano como si espantara a una mosca.

—Sí, solo... Me duele la cabeza —suspiró.

—Hum... ¿Ha estado durmiendo bien? —preguntó la sacerdotisa dando exactamente al clavo.

Atem se abstuvo de responder con solo un asentimiento. La verdad era que no, no había estado durmiendo bien.

Isis dio otra inclinación e informó que le avisaría a uno de los criador para que le llevara algún té medicinal. Atem no prestó atención al nombre que le dio y solo siguió su camino hacia su habitación.

Vio a Mahad y a Seto compartiendo unas palabras mientras cruzaban, cabe decir furiosamente, de la cocina hacia otro lado desconocido que Atem no quiso ni averiguar.

Para ser sincero, quería saber porqué Mahad había ido a hablar con Manet, pero no quería darle más importancia de la necesaria al tema.

Por lo menos ahora estaba con Seto, era totalmente anormal, pero prefería eso.

Así que solo se mantuvo pensando en la canasta con pan que llevaba en sus manos.

Seguramente va a alimentar a los animales, se convenció y el persistente dolor se intensificó por varios segundos.

—¿Tienes guepardos de mascotas? ¡Wou! ¡Eso es genial! —exclamó la niña de sus recuerdos.

Él, de niño, frunció el entrecejo divertido y confundido a la vez.

—¿Lo es? —preguntó.

—¡Sí! —ella asintió repetidas veces recalcando su asombro —. ¡Nunca he visto uno en persona, solo en fotos!

Curioso. Atem nunca había conocido a alguien que no conociera de cerca a esos asombrosos animales, así como nunca había oído la palabra «fotos».

Qué extraña eres, desconocida.

—¡Lo !

Atem tragó saliva y se apoyó en las paredes del palacio evitando ser visto por los guardias para no tener que responder preguntas.

¿Por qué estaba recordando esas cosas?

Una vez que el recuerdo se aseguró de instalarse muy bien en su memoria, el dolor cesó casi por completo.

Respiró hondo y llevó su mano derecha hacia su Rompecabezas del Milenio.

No entendía qué sucedía. No quería entenderlo.

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Sintiendo cómo su intestino grueso se comía al delgado, Mana escuchó por enésima vez a su estómago gruñir. No había pasado más de una hora desde que Mahad se había ido, pero la falta de luz dentro de las mazmorras le hacía imposible saber si ya había anochecido, o no.

Prácticamente se estaba quedando dormida de inanición cuando oyó pasos acercándose desde la entrada. Levantó la mirada solo para observar a Mahad, quien le entregó pan y agua —demasiado literal —por entre los barrotes.

—¿Qué pasó? —quiso saber ella con la boca llena de comida.

El sacerdote ignoró su desliz y señaló a la puerta.

—Tardé en convencer a alguien.

Mana levantó la cabeza otra vez, con el entrecejo fruncido en confusión. Estuvo a punto de preguntar sobre qué estaba hablando cuando entró el Sumo Sacerdote.

—¿Qué-...? ¿Por qué Seto-...?

—No estoy aquí porque quiera, mujer —la interrumpió el Sumo Sacerdote —. Realmente no tengo ningún interés en lo que tengas que decir, pero si tiene que ver con el Faraón, entonces lo escucharé.

—Pero... —Mana miró a Mahad.

El sacerdote asintió.

—No sé porqué volviste exactamente, pero por lo que me contaste, asumo que algo no anduvo bien en el futuro, ¿no es así?

Seto miró impactado a Mahad.

—¿Futuro?

Mahad asintió y la señaló.

—Esta chica que ves aquí, viene de un futuro que ni siquiera Isis puede ver.

—¿Eh? ¡Mahad! —Mana lo regañó, sin embargo el sacerdote solo la calló con la mirada.

Por unos segundos, Mana se asustó. No sabía qué estaba planeando el sacerdote y eso realmente la inquietaba.

—Solo responde algo —continuó el Sacerdote —. ¿Tiene que ver con el Rey Ladrón?

Mana se mordió el labio inferior y asintió para confirmarlo.

—Entonces puedes confiar en Seto —dijo Mahad con una leve sonrisa —. Sea lo que sea que tenga que ver con el Faraón y el Rey Ladrón, también tiene que ver con nosotros, ¿no es así, Seto?

El Sumo Sacerdote respiro hondo antes de asentir.

Entonces Mana terminó por suspirar también.

Para hacerlo todo más comprensible y evitar perderse en su propia historia, Mana dibujó en el suelo con la uña de su dedo índice. Prácticamente volvió a contar todo lo que le había contado a Mahad, pero omitió el hecho de que Atem se sacrificaba y agregó, en cambio, sobre su ejecución pública. Mencionó los cambios en el tiempo y la historia, y también habló sobre porqué la Diosa la había buscado.

Por supuesto, hubo muchos hechos de la línea de tiempo original —como que Seto se convertía en Faraón —que dejó de lado, pues no quería que se vieran afectados por su intrusión.

Y ya por último, explicó sobre el Rey Ladrón Bakura. Mencionó lo mismo que el libro que leyó y comentó un poco sobre Zorc, aunque no es como si supiera mucho más.

Cuando terminó, tomó las últimas gotas de agua que quedaron en el pocillo que le trajo Mahad y observó a ambos sacerdotes.

Mientras que Mahad no parecía tener problemas para creerle, Seto se pasaba constantemente los dedos por debajo de la barbilla.

—Ya veo, esto es ciertamente increíble —dibo al fin.

Mana sonrió.

—¿Increíble en el sentido de asombroso?

—No. Increíble en el sentido de que no te creo —Mana casi pierde el equilibrio por la rudeza de sus palabras.

Mahad se cruzó de brazos. A este punto, Mana quería hacer lo mismo, sin embargo sus brazos seguían atados.

—Pero hay muchos puntos que debemos creer —dijo el sacerdote mirando a Seto, quien a su vez asintió, sorprendiendo a Mana.

«... Con un desconocido poder...», ¿no es así? —suspiró Seto tras repetir la frase del libro que Mana mencionó —. Parece que tendremos que hacer algunos cambios al plan.

Mana lo miró con el entrecejo fruncido.

—¿Qué? ¿A qué se refieren? —quiso saber, pero Seto negó mientras daba media vuelta para irse.

Cuando Mana intentó preguntar qué sucedía, Mahad negó con la cabeza y dejó que Seto se fuera.

—Dejemos eso para después, él sabe lo que hace —le dijo —. Ahora es mi turno de hablar.

—¿Hablar? —Mana repitió y luego negó con la cabeza —. No, no es necesario, más bien creo que-...

—¿Acaso no quieres saber por qué el Faraón te llama «aliada del Rey Ladrón»? —la interrumpió.

Mana cerró los labios tan pronto como oyó eso y lo miró directamente a los ojos.

—¿No se debe a que me vieron hoy con él? —preguntó con el entrecejo fruncido.

Mahad negó.

—No es así de simple, Manet...

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¡Va-ya!

Qué dolor de cabeza este capítulo y todavía tengo que pensar en el siguiente.

Esto de prometer capítulos interdiarios me está sacando canas verdes xD.

Aunque si fuera de otro modo, probablemente tardaría mucho más en actualizar.

Gracias DannakawaiiYGO, CuteMeliJones, Sheblunar, miruse567 y meliodas11011 por comentar en el capítulo anterior, y a todos los que votaron.

¡Hasta el siguiente capítulo!

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