XVI.
Las mazmorras eran oscuras. Terriblemente oscuras y silenciosas a excepción de los guardias que, de vez en cuando, le daban una ojeada, aunque prefería eso a estar con otros reclusos que sí habían cometido algún pecado.
Mana abrazó sus rodillas contra su pecho en la esquina de la celda, su cuerpo chocaba tanto contra los barrotes de hierro como con las paredes de adobe, el espacio no podía superar los 3m², no había cama, mucho menos algún baño decente, aunque no es como si tuviera la necesidad de usarlo, no había comido ni tomado nada desde que llegó de vuelta al pasado.
Respiró hondo y apretó los labios. Tanto sus muñecas como sus tobillos estaban atados firmemente con el mismo tipo de soga gruesa, lo cual le impedía hacer mucho más de lo que estaba haciendo.
¿Pero qué estaba haciendo realmente?
Sentía que no tenía derecho a nada. Que se merecía todo el odio y el rencor que Atem le dirigía por más exagerado que pareciera. Que todo esto era su culpa.
Lo sentía así, pero no iba a aceptarlo fácilmente.
Alzó la mirada cuando escuchó pasos acercándose y se levantó como pudo apoyando sus manos en las rejas que le impedían el paso para mantener el equilibrio.
No importaba cuánto se arrepintiese o se disculpara en silencio. Si la persona a la que quería que llegaran esas palabras no la escuchaba, no tendría sentido haber vuelto después de tantos problemas.
Tomó aire y llenó sus pulmones con valor, o eso intentó.
Tenía que hacerse escuchar de alguna forma. No tenía nada que perder.
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La expresión de Atem era... Vacía. Sería más asertivo decir que no tenía expresión alguna mientras leía unos cuantos papiros desde su trono.
Eso era lo que pensaba Mahad mientras lo veía discretamente desde su posición a unos cuantos metros de distancia en la sala real.
Actualmente se encontraba revisando las nuevas leyes que se habían impuesto. No sería falso decir que estaba en desacuerdo con la mayoría de ellas.
Impuestos elevados. Incremento de la compra y venta de esclavos... Estaban en medio de shemu, no era lo más recomendable cuando la gente comenzaba a tener más trabajo que en otras estaciones.
Además de eso, volvió la mirada al Faraón justo cuando Isis alzó la voz.
—Mi Faraón, ¿realmente celebraremos la Fiesta del Valle? —cuestionó.
Sin embargo, quien respondió no fue otro que Aknadin.
—Es una celebración que lleva años en tradición, no podemos simplemente dejarla de lado —dijo con tranquilidad, aunque había severidad en sus palabras —. Muchos aldeanos la esperan con ansias. Habrán ingresos y subirá el estado de ánimo del pueblo.
—Así como también subirán las oportunidades para que el Rey Ladrón ataque de nuevo —agregó Karim mirando al Faraón.
—¿Has visto algo, Isis? —cuestionó Mahad sin ignorar lo dicho por Karim.
La sacerdotisa negó.
—Por ahora, el futuro es incierto, Mahad.
El Sacerdote le mantuvo la mirada por unos segundos. De hecho, había alguien que podía aclarar aunque sea alguna parte del futuro.
Pero no iba a decirlo en voz alta.
En el silencio, todos miraron al Faraón.
El supremo gobernante se mantuvo impasible por varios segundos con una mirada en ningún punto en especial. Seguramente planeando tanto su próximo movimiento como el del Rey Ladrón.
Sonrió.
—Celebraremos la Bella Fiesta del Valle —declaró sin más demora.
—¡Pero Faraón-...! —Shimon intentó decir algo, sin embargo Seto lo interrumpió.
—No, de hecho, creo que es una buena idea —dijo el Sumo Sacerdote con los brazos cruzados sobre el pecho con una sonrisa llena de complicidad con el Faraón —. Para atrapar a las ratas, se necesitan trampas, ¿no es así?
El Faraón asintió una sola vez.
—Cuento contigo, Seto —dijo y luego alzó un brazo —. ¡Declaro esta sesión terminada, pueden retirarse!
Uno a uno, los sacerdotes fueron dejando sus puestos para dirigirse hacia cualquier otro lugar del palacio. Por el momento solo quedaron Mahad, Seto y el Faraón hasta que uno de los guardias corrió apresurado hacia los tres.
Se inclinó en un rápido saludo antes de dirigirse a Mahad con el debido permiso correspondido.
—¡Hay un alboroto en las mazmorras! —informó —. ¡Esa mujer-... Ya no sabemos cómo callarla!
Oyó a Seto sonreír. Sí, lo oyó.
—Parece que tienes otra rata con la cual tratar, ¿eh, primo? —comentó dando media vuelta para irse.
No era raro para el Sumo Sacerdote actuar de manera tan informal con el Faraón. Ya no sorprendía a ninguno de los presentes, ni siquiera cuando se despidió con una mano al dar vuelta en una esquina.
Cuando Mahad volvió la vista al Faraón, lo encontró con una expresión peligrosamente indescifrable.
Antes de cualquier cosa, se dispuso a contestar.
—Entiendo, iré ahora-...
—¿Qué estás diciendo, Mahad? —lo interrumpió el Faraón y tanto él como el guardia tragaron saliva ante el letal tono —. Esa mujer quiere hablar con alguien, ¿no sería mejor que fuera yo mismo?
—¿F-Faraón?
—Iré en lugar de Mahad —contestó el Faraón ante la confusión del guardia —. Parece que necesita saber en donde se encuentra. Y Mahad —lo miró —, necesitaré que busques a alguien por mí.
Mahad tragó saliva y asintió ante el mandato.
Le resultaba difícil creer que este fuera el mismo chico que le había salvado la vida hacía tanto tiempo.
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No supo cómo o cuándo, pero Mana terminó arrodillada otra vez cansada de mantener el equilibrio con solo las manos. Su garganta dolía, incluso cuando tragaba saliva para intentar apaciguar el ardor, e incluso respiraba agitada por el esfuerzo hecho.
Sin embargo sabía que había logrado su cometido. Su escándalo había llamado la atención no solo de los guardias, sino también de los demás reclusos en las otras celdas más alejadas, aunque no entendía muy bien por qué reclamaban ellos en realidad.
Unos pasos fuertes y decididos se escucharon, entonces.
—¡SILENCIO!
Esa voz resonó hasta en el más recóndito lugar.
Esa voz fue tan reconocible como desconocida que Mana tuvo que alzar la mirada para verlo parado exactamente frente a ella. Tan cerca que tuvo que inclinarse hacia atrás.
Los demás reclusos se callaron al notar quién era.
—At-...
—Eres muy valiente, ¿no? —la interrumpió el Faraón mirándola desde arriba. Un guardia abrió las rejas que los separaban solo para después irse, luego Atem se apoyó sobre una rodilla hasta que su rostro quedó a solo diez centímetros de distancia del de Mana. Terriblemente incómodo —. Aunque eso lo he sabido desde siempre, Manet. Desde que te fuiste con el collar de mi madre y me traicionaste.
—¡Eso no es cierto, Atem! —Mana lo interrumpió con determinación.
Estaba equivocado. No tenía ni idea de nada, pero ella no podía decirle todo.
¿Cómo podía decirle la verdad sin ocultar la misma?
Él la miró mortalmente.
—¡Te he dicho que no me llames de otro modo que no sea «Faraón», ¿Acaso crees que estás tratando con cualquier persona?! —la interrumpió y ella negó.
—Sé que estoy tratando con la persona más cercana a los Dioses en este momento —repitió lo que él dijo antes de mirarlo a los ojos —, pero no eres un Dios, Atem. Te lo dije aquella noche, ¿o no? ¿Acaso no recuerdas qué más te dije?
Él sonrió con una gracia irónica.
—Eso no importa ahora —contestó —. Aunque, a decir verdad, recuerdo unas cuantas mentiras. Una en especial en la que decías que me apoyarías, ¿no?
Alzó una ceja y la sonrisa no se borró de su rostro, pero eso a Mana solo la molestó más que herirla.
—¡Y eso es lo que estoy tratando de hacer! —exclamó —. Sí, me fui. Estaba muy asustada, Atem. No sabes cuánto ni de qué y no necesitas saberlo, pero lo estaba. No me llevé el collar de tu madre a propósito, en cambio estoy aquí para cumplir mi promesa. ¡Me equivoqué! ¡Quise volver porque quiero apoyarte! ¡Quiero estar a tu lado y-...!
—¡¿Entonces en dónde está, eh?! —él de pronto la interrumpió, no solo gritándole de vuelta, sino tomándola por el cuello de su ropa y golpeando su espalda contra el adobe —. ¡Si regresaste por todas esas razones, ¿en dónde está el collar de mi madre, eh, Manet?! ¡Responde!
Mana abrió los labios para contestar, pero nada salió. ¿Qué pasaba?
Lo intentó otra vez. Solo tenía que decir la verdad, ¿cierto? Que el Rey Ladrón lo había tomado antes de que ella pudiera hacer algo, pero...
«... Este objeto marcará el comienzo de todo...»
Las palabras de Bakura resonaron en un distante eco a través de su mente.
Oyó a Atem reír. No era una risa pequeña, era una carcajada, pero tampoco era de felicidad.
—Manet, ¿quién crees que soy? —cuestionó pasándose la lengua por los labios —. ¿Acaso crees que soy el mismo príncipe ingenuo que conociste hace un año?
Mana parpadeó. ¿Un año?
—¿Crees que puedes venir como si nada hubiese pasado? ¿Crees que no sé nada? —siguió hablando, acercando su rostro cada vez más y más al de ella —. Pues entonces te diré algo que sí sé... Sé que eres aliada del Rey Ladrón, Manet.
Lo soltó tan de pronto que Mana no supo si lo había escuchado de verdad.
—¿Aliada del Rey Ladrón? —tragó saliva.
¿De dónde...?
—Así es. Muchos aldeanos aseguraron verte hoy temprano con él, además...
—¿Además? —lo instó a continuar, pero Atem solo sonrió y acercó su rostro a su cuello. Para ser específica, a la parte más cercana a su oído derecho —. ¿Atem?
Estaba tan... Cerca.
—Oye, Manet, ¿por qué crees que vine? —quiso saber.
Mana se quedó en silencio unos segundos. Aturdida por su cercanía y confundida por su pregunta.
No podía ver su expresión en ese momento, pero estaba dudando de que esos fuertes latidos fueran solo los suyos.
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Desesperación. Odio. Traición. Tristeza.
Atem quería que Manet experimentara todo eso y mucho más. No solo quería privarla de su libertad, sino también arrebatarle lo que toda mujer guardaba hasta el matrimonio.
No le importaba si se negaba, si gritaba, o si lloraba. No le importaba si esa mirada esmeralda perdía su brillo.
Este era su castigo. No le importaba nada más que-...
—Hazlo —le dijo ella.
Fue tan bajo que ni siquiera podía contar como un susurro.
—¿Qué? —preguntó.
Ella tragó saliva. Lo supo por el leve movimiento de su garganta.
—Lo que sea que me vayas a hacer, me lo merezco. Si te hace sentir mejor, si crees que con eso te vengarás, está bien, hazlo. No tengo ninguna objeción.
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Mana sabía que no tenía ningún derecho a quejarse. Solo quería que supiera una cosa y que esta le quedara tan clara como las aguas del río Nilo.
Y esa era...
—Yo no te he traicionado en ningún momento, Atem... Por lo menos no en la forma que crees.
Él la miró directamente a los ojos antes de soltarla con brusquedad. Mana cayó al suelo sin darse cuenta que sus piernas temblaban.
Quizá sí estaba más asustada de lo que pensaba.
—Ya te he dicho que soy el Faraón.
Mana estuvo a punto de replicar cuando...
—¿Su Majestad? —una delicada voz se oyó desde la entrada de las mazmorras. La muchacha se acercó a Atem —. Me dijeron que lo viniera a ver...
De alguna forma se dio cuenta de la tensión del ambiente. Mana le mantuvo la mirada antes de volver hacia Atem.
Ambos ignoraron el dolor que mostró su propia expresión.
Él le dio la espalda y empujó a la chica contra su pecho para llevarla a la salida.
Mana sintió su corazón romperse de mil formas distintas antes de siquiera pensar en lo que sucedía.
Una vez que Atem llegó a la puerta, la miró otra vez.
—Me repugnas.
Mana se quedó sin palabras viéndolos irse tan juntos que dolía.
Muy pronto su determinación cayó en picada.
Se había ido por un año, era normal que la odiara a tal punto de buscar refugio en otras mujeres. Era completamente entendible la manera en la que se estaba comportando, pero...
Apretó su mandíbula. Era terriblemente doloroso. Casi al punto de hacerla desear no haber vuelto.
«¿Te estás rindiendo, humana?»
La ya conocida voz habló en su cabeza.
Mana sonrió al suelo.
Dijiste que no sería fácil. Sus ojos se humedecieron. Todavía hay otra oportunidad.
«Así se habla.»
Mana miró hacia la persona que ingresó poco después de que el Faraón se fuera.
Le sonrió lo mejor que pudo, aunque solo pareciera una mueca.
—Tardaste tu tiempo.
—Entonces no perdamos más, Manet... No, Mana.
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Con esa última mirada, Atem empujó a la bailarina lejos de él para que regresara antes.
Respiró hondo y miró a la sombra que no había dejado su puesto por un buen rato.
—No me traiciones —le dijo —. Tú no.
Mahad asintió.
—No lo haré.
Eso era lo que ambos deseaban desde el fondo de su corazón.
—¿De verdad iba a hacerlo? —quiso saber Mahad. Quizá no podía asimilar todo lo que acababa de presenciar.
Atem lo miró.
—Tú me conoces desde hace muchos años, ¿qué piensas?
Mahad guardó silencio. En este punto, nadie conocía lo que pasaba por la cabeza del Faraón.
Entonces Atem continuó su camino y Mahad ingresó a las mazmorras.
Por alguna razón, ambos supieron que las cosas ya no volverían a ser las mismas.
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¡Oh, vaya, qué capítulo para más complicado de escribir!
Debo decir que quizás no hubiese sido así si no estuviera enviciada con FMAB, pero no me arrepiento de nada.
¿Pueden creer que esto es solo el tercer punto que anoté en el plan?
Además creo que es la primera vez que escribo tanto POV en un solo capítulo. ¿Se sintió bien, o estuvo raro?
A este paso, este arco va a durar más de veinte capítulos. My bad.
Gracias Sheblunar, CuteMeliJones, miruse567, DannakawaiiYGO y meliodas11011 por comentar en el capítulo anterior, y a todos los que votaron.
¡Gracias! ¡No olviden que pueden dejar sus observaciones en los comentarios! ¡Y hasta el siguiente capítulo!
❤
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