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XIV.

Había estado caminando por horas. No sabía cuántas, pero sabía que las suficientes como para ya haberse deshidratado por el calor.

Su orientación estaba terriblemente mal. No recordaba hacia dónde tenía que ir. ¡Diablos! Ni siquiera tenía idea de si lo había sabido en un primer momento. Tenía ganas de echarle toda la culpa a Bastet por dejarla prácticamente en medio de la nada, pero se abstuvo de todo insulto que pudiera decir cuando llegó a un pequeño pueblo.

Decir pequeño era grande y llamarlo pueblo no era del todo correcto, supuso al ingresar por lo que parecía ser la entrada.

—¡¿Hola?! ¡¿Hay alguien?! —preguntó parándose sobre las puntas de sus pies para ver mejor.

Nadie respondió. Nadie apareció.

No había más que escombros y basura por todos lados. Olor a muerto y putrefacto, si tuviera que compararlo con algo, y polvo y arena cubriendo casi todo el lugar.

Era triste y desolado.

Un pueblo realmente abandonado por los Dioses, pensó al pararse al lado de una de las casas de adobe destruida.

La pared de no más de dos metros le proporcionaba una agradable sombra.

Mana decidió caminar en busca de algo que le fuera de ayuda. Se persignó cada vez que entró a alguna casa —cosa que no estaba segura de porqué se sentía obligada a hacerlo —y rebuscó en cada espacio que no pareciese completamente aplastado por otras cosas.

Fue en la casa más apartada de todas que encontró una tela grande, sucia y de lino. Se la puso sobre la cabeza y los hombros a modo de capa. Por lo menos protegería su ya quemada piel del sol.

Y justo cuando dio media vuelta para salir de la destruida casa, un objeto filudo, puntiagudo y brillante se posó en el medio de su pecho sin llegar a atravesarla.

Tragó saliva y evitó hasta respirar cuando sintió la presión de la punta contra su ropa.

—¿Quién eres y qué haces por estos lugares? —cuestionó una voz masculina.

Mana solo alzó un poco la mirada sin llegar a destapar su rostro, pero no encontró más que una túnica roja cubriendo el cuerpo de un hombre más alto que ella.

Volvió a tragar saliva y se pasó la lengua por los labios. Ahí no estaba Atem para salvarla, mucho menos Yūgi o Marik, tenía que arreglárselas sola.

—E-Estoy perdida —confesó con el corazón a mil, casi sintiéndolo en la garganta —. Quiero ir a la capital.

El hombre no bajó su arma.

—¿La capital? —repitió —. Estamos muy lejos de ese lugar.

Mana asintió sin saber muy bien qué decir. Lo había dicho tan... Despectivamente. Con tanto odio, que Mana no se atrevió a responder hasta pasados por lo menos cinco segundos.

—Lo sé —contestó. Esta vez respiró más hondo para calmarse —. Por eso dije que estoy perdida, ¿sabes cómo puedo llegar?

El hombre tardó en responder también. Analizando sus palabras, o pensando demasiado en lo que decía.

Entonces por fin bajó su arma.

—Tus ropas son extrañas, mujer —cambió de tema mientras comenzaba a caminar. Mana inclinó la cabeza con el entrecejo fruncido, pero él ni siquiera lo notó cuando le hizo el gesto de seguirlo —. ¿De dónde eres?

Mana caminó, no tan rápido para no igualar su paso, y miró la espalda del hombre.

Hay algo...

—De muy lejos —contestó —. Tan lejos que ni siquiera importaría decirte de dónde.

—¿Y por qué vas a la capital? —preguntó.

Mana esperó unos segundos.

—Yo... Estoy buscando a alguien —contestó y se detuvo abruptamente, ¿qué estaba haciendo exactamente? —. ¿A dónde me lleva?

Él también se detuvo.

—Yo también voy a Tebas —dijo sin dar más detalle.

—¿Espera que lo siga así, sin más? —cuestionó Mana frunciendo los ojos y poniéndose en alerta, pero camuflándolo bajo un manto de calma y elegancia.

Casi pensó que Ishizu estaría orgullosa.

Esta vez el hombre no tardó en responder y solo escupió las palabras como si Mana fuera un perro abandonado que buscaba alimento, aunque lo que le ofrecían fuera veneno.

—No tengo ningún asunto contigo, mujer. Puedes venir si quieres, o puedes quedarte y vagar por este desolado lugar. No te voy a obligar a nada.

Mana lo pensó.

¿Confiar en un desconocido?

¿O vagar incontables días hasta que otro enviado de los Dioses apareciera?

Miró alrededor y suspiró. No tenía mucha opción, ¿o sí?

Como dijo el hombre, el camino fue largo y tardío, muchas horas incluso a caballo —el cual tenía que detenerse seguidas veces para tomar agua en algún lugar —, pero todo eso fue nada cuando Mana divisó las casas de Tebas.

Similar a como cuando había llegado la primera vez, solo que un poco más tarde y sin el mismo ánimo.

Frunció el entrecejo.

Hay algo...

Empezó a caminar, pero el hombre la detuvo de un tirón brusco.

—¿A dónde crees que vas? —cuestionó presionando su brazo.

Mana se soltó de otro tirón.

—¿Qué piensas? Ya estamos aquí —replicó.

El hombre sonrió por debajo de la capa. Mana abrió mucho los ojos cuando vio aquella macabra sonrisa.

—¿Y crees que te traje gratis? —preguntó él de vuelta y la volvió a tomar del brazo para acercarla —. ¿Cómo piensas pagarme, eh?

Mana forcejeó. ¿Por qué sucedía eso, otra vez?

—No tengo dinero —dijo y luego agregó: —y nunca me dijiste que debía pagarte por un favor.

—Nunca dije que fuera un favor en primer lugar y —él también hizo una pausa, como para burlarse de ella —no necesita ser dinero exactamente...

El hombre la tomó toscamente de la mandíbula y fue solo por un segundo, uno solo, en el que Mana pudo ver el destello aterrador en sus ojos grises.

Ella reconoció esos ojos grises. Lo había visto en libros y en museos, pero esa no era la causa de su temor. Algo muy fuerte se albergó dentro de ella, tan fuerte que volvió a soltarse con la misma cantidad de fuerza.

—¿Ba-Bakura? —su nombre se escapó de sus labios tan pronto como lo notó.

Su corazón latió con terror incrementándose a cada segundo.

Bakura se quitó entonces la capucha de su túnica roja y reveló su desordenado cabello gris.

—¿Oh? Así que ya nos conocíamos —comentó. Mana no respondió —. ¡Entonces ya deberías saber que yo siempre obtengo alguna ganancia!

En un movimiento tan rápido que solo duró el relincho de su caballo, Bakura la tomó de la muñeca y, al atraerla hacia sí, le arrancó la capucha improvisada que se había hecho.

Mana cerró los ojos para lo que sea que viniera. Esperó y esperó, pero nada sucedió.

Lentamente abrió los ojos solo para encontrarse con la persona más pálida que nunca había visto.

La soltó de un fuerte y tosco movimiento, lo suficiente para hacerla retroceder y casi caer sobre la tierra seca.

—¡¿Qué haces aquí?! —cuestionó.

Mana pudo ver cada facción de Bakura contraerse por la rabia y el enojo, aunque también había un sentimiento más que no llegó a comprender del todo.

Sin embargo no le importó en cuanto la tomó por el cuello y apretó los dedos sobre su tráquea.

—¡¿Qué haces aquí?! —repitió. O más bien rugió. Demasiado fuerte y escupiendo que Mana casi no lo entiende.

—¿E-Eh? —Mana no sabía qué responder. A las justas y estaba pudiendo respirar.

¡¿Qué diablos—...?!

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Tomó todo lo que tenía Bakura dentro de él para no romper ese cuello por segunda vez en su vida.

¿Qué hacía ella ahí?

¿Por qué estaba exactamente ella ahí?

Había estado hacía tan solo unas horas al lado de su tumba, pero ahora ella estaba parada frente a él, con un ojo medio cerrado y los labios ligeramente abiertos tratando de buscar una explicación al mismo tiempo que intentaba respirar.

Esta mujer no podía ser la misma de hacía tantos años. Si bien sus Ba se habían sentido livianamente similar, no podían ser la misma persona.

Y aun así ahí estaba ella ahí. Como si nada hubiese sucedido.

La explicación la quería él.

«Mira su cuello, Bakura sugirió la ya conocida voz en su cabeza.

Bakura hizo lo ordenado y entonces notó el reluciente collar dorado con un rubí en el medio.

Era un collar que gritaba «familia Real» con fuerza, o mejor dicho, gritaba «Faraón ».

Hizo memoria.

No era la primera vez que veía a esta mujer. La primera vez había estado demasiado lejos como para reconocerla.

Sus dedos se tensaron sobre su cuello y ella tosió.

—Tú... Eras aquella mujer junto al Faraón —dijo.

Sentimientos de traición brotaban en cada palabra que salía de sus labios.

«Mátala, Bakura

Se resistió al impulso.

—Así que me traicionas, eh, Manet...

Manet... Sentía que ese nombre se había borrado hacía mucho tiempo y ahora lo estaba volviendo a decir.

Ella lo miró perpleja y él sonrió cuando aquella voz de imponente aura volvió a ordenar lo mismo.

«Mátala de una vez

—Tengo una mejor idea —le contestó y dejó caer a la muchacha de bruces contra el ardiente suelo antes de agacharse casi sobre ella.

Le arrancó la joya mientras ella tosía el aire que entraba, de manera segura, dolorosamente a sus pulmones.

—¡E-Espera! —ella volvió a toser —. ¡De-... Devuélvemelo!

Bakura sonrió y montó a su caballo sin darle tiempo para nada.

«Regresa y mátala, Bakura. No queremos problemas a futuro. ¿No quieres completar tu venganza? ¡Ella debe morir!»

Bakura apretó el collar entre sus dedos y las comisuras de sus labios se curvaron furiosamente hacia arriba.

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Mana se esforzó en escuchar los balbuceos de Bakura mientras fingía seguir tosiendo. ¿Cómo este hombre conocía su nombre? ¿Se debía a los rumores, quizá?

—Tomaré mi venganza, Zorc —escuchó al ladrón reír —. La mataré junto a todos los amados del Faraón y luego tomaré su vida en frente de todos sus seguidores. Me vengaré. Me vengaré. Me vengaré. Y este objeto marcará el comienzo de todo...

Entonces el caballo empezó a trotar con rapidez hacia algún lugar inespecífico dentro de Tebas alejándose de Mana, quien solo pudo apretar en puños la arena bajo sus manos.

¡¿CÓMO TE ATREVES?! ¡¿CÓMO TE ATREVES A USAR SU COLLAR ASÍ?! ¡¿CÓMO TE ATREVES?! ¡¿CÓMO TE ATREVES A USARLO EN NUESTRA CONTRA?!

Mana, a pesar de su furia y su corazón latiendo en miedo contradictoriamente, rememoró cada palabra salida de los labios de Bakura.

Un nombre sobresalió de entre todas.

Zorc.

Al mismo tiempo que reconoció el nombre como «aquel que existía desde antes que la luz y los Dioses mismos», se levantó de un salto. Tenía que avisarle a Mahad. Tenía que prever a Atem. Tenía que... Tenía que...

Tengo que apresurarme.

Entonces emprendió su camino a pie.

Por favor, Atem.

Ya voy.

Mana escuchó el relincho de un caballo antes de esconderse tras un muro y dirigir su mirada temerosa creyendo que se trataba de Bakura otra vez, pero lo único que vio fue a alguien montar a caballo y dirigirse por el mismo camino hacia el palacio lejano. Con rapidez.

No le dio importancia y no podría decir si debió hacerlo.

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So... ¡Ya volví! ¡Después de unos cuatro días de descanso! —bueno, eso es técnicamente mentira porque de todas formas escribí algo, solo retrasé la publicación, ¡pero yo los quiero! ❤

However, espero que este último arco dure aunque sea un poco más que los otros, pero no planeo alargarlo con relleno.

¿Saben? Me he dado cuenta que no recuerdo en dónde fue la batalla final de Atem vs. Zorc, ¿alguien me lo podría decir?

Muchas gracias Sheblunar, CuteMeliJones, DannakawaiiYGO y meliodas11011 por comentar en el capítulo anterior, y a todos los que dejaron un voto. ¡Se merecen el mundo!

¡Sin más, hasta el siguiente capítulo!

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