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X.

La vida de ensueño de Ishizu.

La relación de Marik y Serenity.

Su amistad con Serenity.

La vida del señor Solomon.

La lesión de Téa.

Su estadía en Domino City.

Los padres de Yūgi.

La otra familia del señor Mutō.

La seguridad de Yūgi.

Si Mana estaba intentando concentrarse, no lo lograba en lo absoluto. Vestida formalmente y comiéndose las uñas, esperaba a Yūgi en la entrada de la universidad, aunque no parada exactamente.

—Pareces preocupada —comentó Marik echándose hacia atrás en el asiento de conductor.

Mana lo miró. Tanta había sido su insistencia en acompañarla que tuvo que aceptar a regañadientes antes de que le prohibiera salir.

—Lo estoy —declaró dejando sus manos sobre su regazo, en donde un portafolios de color azul marino descansaba, aunque sus dedos no dejaron el estado de inquietud.

Se había quedado dormida el día anterior rememorando cada hecho cambiado desde que regresó; sin embargo sus pensamientos agobiantes continuaron aún al día siguiente.

—Relájate, estarás bien. Egipto siempre ha sido uno de tus temas favoritos. Te lo sabes al revés y al derecho —sonrió su hermanastro.

Mana parpadeó un par de veces antes de asentir. Había olvidado que no estaban hablando del mismo tema.

Volvió a mirar por la ventana justo para encontrar a su amigo de cabellera picuda cruzando la calle en terno.

—¡Oh, ahí está Yūgi! —señaló Mana abriendo la puerta del auto.

Un ligero pitido sonó y se apagó en cuanto volvió a cerrar la puerta.

Marik se asomó por la ventana.

—Te vendré a buscar —avisó sin darle opción a reclamos.

Ella suspiró antes de continuar su camino. No tenía sentido discutir.

—Te ves bien —halagó alcanzando a su amigo.

Yūgi sonrió.

—Lo mismo digo.

Muchos pasillos, pisos y escaleras después —Mana tuvo un déjà vu —, por fin llegaron al aula en donde los profesores que juzgarían su investigación esperaban.

Mana miró el reloj de su muñeca izquierda y luego por la ventana del aula. Estaba muy oscuro como para ser las 10 am.

Se lo atribuyó al otoño antes de asentir y darse ánimos mentalmente.

El grupo que expuso antes que ellos terminó en un tiempo más después de su llegada y pronto los maestros se encontraron buscando al siguiente en la lista.

—Ishtar y Mutō. Pasen, por favor —dijo uno de los maestros.

Se trataba de un hombre algo más anciano que el resto, con el cabello y el bigote grises, así como la piel más clara y arrugada.

—Muchas gracias, profesor Hawkins —dijo Yūgi haciendo una leve inclinación.

Mana lo imitó con rapidez.

El profesor Hawkins era un viejo amigo de la familia Mutō, lo sabía por el Yūgi original, aunque el que ella conocía estaba en Estados Unidos junto a su alegre nieta.

No quería saber por qué éste estaba aquí.

Yūgi comenzó hablando sobre la introducción y el contexto de su investigación. Si bien Mana aparentaba escucharlo, la verdad era que no podía estar más distraída.

Si obtenían una buena nota en esta investigación, era muy probable que pudieran tener buenas recomendaciones, así como también adelantos en los años de prácticas.

Entonces llegó su turno para hablar.

—A lo largo de la historia del mundo, han habido muchas mujeres que destacaron por distintas razones. Sin embargo, poco se habla de cómo fueron las mujeres en el antiguo Egipto. A diferencia de Grecia, por ejemplo, a la mujer se le permitía estudiar e incluso llegar a tener altos cargos como el de Reina, o sacerdotisa. Aunque no se le reconocía como igual al hombre, sino como su complemento.

»Está, por ejemplo, Nefertari, quien no solo era la amada esposa del gran Ramses II, sino una verdadera mujer de Estado, que propició el cese de hostilidades entre Egipto y el Imperio Hitita. O una menos conocida, la princesa y posteriormente Reina Berenice IV, quien exilió a su propio padre, Ptolomeo XII, por el bien del reino de Egipto. Sin embargo hoy no hablaremos sobre conocidas, o menos conocidas, sino de alguien de quien no se conoce más que el nombre, Manet, la única amada del Faraón Sin Nombre...

Mana explicó todo lo que había logrado hallar sobre Manet. No era mucho, pero esperaba que fuera suficiente.

—¿Entonces piensa que Manet fue de mucha importancia para el Faraón Sin Nombre? —preguntó uno de los profesores.

Mana compartió una mirada con Yūgi y, tras un asentimiento por parte de este, ella fue la que tomó la palabra al responder.

—Sí. Ella no detuvo una futura guerra, o gobernó sola después de la partida de su esposo, pero sin duda fue un impulso para su toma de decisiones.

Los profesores guardaron silencio por unos segundos antes de ponerse a susurrar entre ellos. Mana miró a Yūgi con el entrecejo fruncido en preocupación y confusión, pero él solo le devolvió una mirada indescifrable.

—Señorita Ishtar, señor Mutō, una última pregunta —dijo uno de los profesores. Ambos asintieron —. ¿Qué piensan sobre el Faraón Sin Nombre?

—¿Eh?

—Solo es una pregunta, no se compliquen demasiado —aconsejó una profesora.

Una vez más, Yūgi y Mana se miraron.

—El Faraón Sin Nombre... —Mana tomó aire —. Si bien heredó el cargo por obligación y de manera repentina tras la muerte de su padre, fue un hombre amado y respetado por su gente y sus sacerdotes. Era estricto, pero se preocupaba por su pueblo lo suficiente como para vigilar de cerca a un hombre peligroso y proteger a una indefensa civil. Sus mandatos eran escuchados y solo aquellos que lo conocían de cerca podían hablar con él como si fuera un igual. Su tiempo de gobierno no fue muy largo debido a la aparición del Rey Ladrón Bakura, ya que tuvo que sacrificarse por el bien de su reino, aunque se desconoxen los detalles exactos. Su amor fue únicamente dado a Manet, no se sabe si llegaron a casarse realmente, pero de todas maneras no concibieron a ningún heredero, por lo que después de su sacrificio, quien tomó el cargo de Faraón fue su primo, el sumo sacerdote Seto...

—Señorita Ishtar —la interrumpió el profesor Hawkins.

Mana se detuvo abruptamente y miró al profesor antes de mirar a Yūgi, quien tenía una expresión bastante más sorprendida, pero no estaba dirigida hacia los profesores, sino hacia ella.

Se puso nerviosa.

—Nos gustó su investigación sobre las mujeres en Egipto, sin embargo tenemos algunas dudas sobre su investigación en el contexto de su tema principal —dijo el viejo hombre —. Eso pone en duda la veracidad y autenticidad de su proyecto.

Mana frunció el entrecejo. Atem, el Faraón Sin Nombre, era muy conocido. Ella misma había vivido casi su historia. ¿Cómo podría equivocarse en algo?

¡¿Y encima la acusaban de plagio?!

—¡La información de nuestra investigación está bien documentada! —objetó.

—Si bien Manet sí fue un impulso para el Faraón Sin Nombre —continuó el profesor Hawkins sin prestar mucha atención a sus palabras. Su apariencia de abuelo bonachón solo era para aparentar, según el punto de vista de Mana —. No fue uno bueno exactamente.

Mana lo miró con perplejidad.

—¿Qué quiere decir? —preguntó después de unos segundos.

—Como dijo, Manet llegó a la vida del Faraón, él se enamoró y le propuso matrimonio antes de su coronación dándole una joya realmente hermosa que a día de hoy está desaparecida; sin embargo ella escapó del palacio antes de que él regresara para su coronación y se le declaró traición —el profesor la miró —. Si bien el Faraón Aknamkanon tuvo únicamente una esposa y un hijo, el Faraón Sin Nombre no tuvo reparos en tener a más de una mujer. No fue Ramses II, ya que no llegó a declarar a ninguna como concubina, o esposa, pero si no hubiese sido asesinado, no se habría quedado atrás.

Las palabras del profesor hicieron eco en la mente de Mana, así como también un hoyo en su corazón.

¿A-Asesinado?, pensó atónita.

Entonces a Yūgi se le ocurrió intervenir.

—Profesor Hawkins —dijo y se acercó al hombre aludido.

Compartieron unas palabras. Había seriedad en ambos rostros.

Mana no sabía de lo que estaban hablando, pero no quiso quedarse a escuchar. Comenzando a respirar con dificultad, dio un salto descuidado de la tarima y echó a correr hacia la salida sin molestarse en esperar a Yūgi.

Siguió el gran corredor occidental, el que la llevó a un gran portón: la biblioteca.

Esta no era la de su casa. Tenía muchísimas más estanterías y, por ende, muchísimos más libros de los cuales sacar información. Aparte de la encargada de la biblioteca y un señor de limpieza, no había nadie más presente a su alrededor.

Rápidamente fue a la zona de Historia Universal y buscó la parte del antiguo Egipto.

Sacó alrededor de una docena de libros, pero ninguno le daba lo que buscaba.

Asesinado. Asesinado. Asesinado.

Odiado. Odiado. Odiado.

Repudiado.

Encarcelado.

Ejecución pública.

Sus mujeres e hijos.

Habían tantas palabras ajenas a la investigación de Mana que su cerebro no terminaba de procesar ninguna.

Si antes no estaba convencida, ahora sin duda lo estaba. No era que algo no andaba bien. Era que todo estaba mal. La historia había cambiado casi por completo.

Sus ojos se detuvieron en el último libro que sacó. Era más antiguo que el resto e incluso en la portada daba un aviso de que los datos era inconclusos y que no estaban confirmados, pero aun así lo abrió.

Respiró el olor a libro gastado para calmarse y comenzó a leer.

«... Tras la desaparición de Manet con la joya obtenida —de la cual se desconoce el paradero hasta el momento —, el Faraón Sin Nombre se volvió un hombre tirano, corrupto y mujeriego. El odio y el sentimiento de traición que lo llenaron supuso una época realmente oscura para todo Egipto durante su gobierno. Los impuestos subieron repentinamente, la pobreza incrementó de manera exponencial, muertes, enfermedades,...»

Mana adelantó las páginas. A la que el índice del libro señalaba sobre el Rey Ladrón.

«... Durante casi todo su gobierno, el Faraón Sin Nombre tuvo incontables problemas por el llamado "Rey Ladrón Bakura". Este joven, con un odio a la familia real desde la masacre de su pueblo natal, Kul Elna, fue tanto odiado como ovacionado por muchas personas de Egipto. Con un desconocido poder más todos sus seguidores, arrasó con todos los habitantes del palacio. Asesinó a los sacerdotes, a las novias e hijos recién nacidos del Faraón para que nadie reclame el trono después. El último al que "quitó el Ba" como decían los rumores, se trató del mismo Faraón, quien fue encarcelado la noche de la matanza y ejecutado en público al día siguiente —se cree que entre sus 18 y 20 años —dando por finalizada su dinastía y ofreciendo su alma y nombre al Dios al que el Rey Ladrón le era fiel...»

«... Posteriormente, el Rey Ladrón Bakura tomó el cargo de Faraón. Algunas personas se opusieron a su falta de sangre divina, otras lo apoyaron pensando que sería más beneficioso para combatir la pobreza y hambruna; sin embargo...»

Con rapidez, furia, frustración y un montón de sentimientos negativos más, Mana se dispuso a salir de la biblioteca cuando en el camino se cruzó con Yūgi.

El chico la miró con preocupación antes de ponerle las manos sobre los hombros.

—Mana, ¿estás bien? —preguntó.

Ella agitó la cabeza.

—No —dijo, mas no dio más explicaciones.

Yūgi lo entendió.

—¿Tiene que ver con la investigación, o quizás con tu desaparición?

—Sí. No. No lo sé. Tal vez —ni siquiera ella misma lo sabía. Lo miró a los ojos —. ¿Tú qué crees, Yūgi?

Él se quedó en silencio por un buen rato.

—Creo que desde que te conocí hace doce años, nunca te había visto así —declaró —. Mana, los dos investigamos juntos todo este tema. Sabíamos la historia al revés y al derecho, ¿qué pasó?

Desvió la mirada.

—Yo... No lo sé.

—¿No lo sabes, o no quieres decirlo? —replicó.

Mana apretó los labios antes de estallar.

—¡No lo sé! No lo sé, ¿está bien? Toda mi cabeza es un rompecabezas en este momento y todas las piezas están esparcidas. ¡Y no encajan, Yūgi, no encajan! —Mana se llevó las manos al cabello y empezó a caminar de un lado al otro bajo la mirada de los pocos presentes —. ¡No sé si estoy bien, no sé si todos están bien! ¡No sé si mi decisión fue errónea, o si alguien lo nota! ¡Nada está bien! ¡Él confió en mí y lo dejé! ¡Ahora todo es diferente! ¡Incluso me quedé con el collar de su-...!

Mana se detuvo abruptamente cuando se dio cuenta de lo que decía.

¡Cállate!, gritó su consciencia.

—Mana, no sé de qué estás hablando-...

No había forma de que ella fuera Manet. No lo era y nunca lo había sido. No importaba por dónde, o cómo lo viera. Desde que Manet existía en su línea de tiempo original, era imposible que ella fuera la misma persona.

Sin embargo su viaje en el tiempo había causado una extraña paradoja. Las paradojas no existen. Serían ciclos infinitos sin sentido.

Pero quienes habían causado esta paradoja no habían sido otros que los mismos Dioses de Egipto.

Si Hathor y Bastet la querían en Egipto, debían tener una razón más allá de lo que ella pensara o supusiera.

Tenía que...

—Tengo que volver —declaró como si algún Dios la hubiese iluminado de pronto.

Yūgi, quien había estado hablando durante todo ese rato, se detuvo y la miró.

Mana no le dio tiempo de preguntar cuando comenzó una carrera a su casa.

Tenía que volver al antiguo Egipto y solucionar todo lo que había provocado tanto su viaje como su regreso.

Pero... ¿Cómo?

¿Por dónde empezar?

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Gracias a DannakawaiiYGO, Sheblunar, CuteMeliJones y a maribellizeth por dejar comentarios en el capítulo anterior.

~no se sientan obligados a agradecerme por mencionarlos ni nada. Preferiría que hablaran del capítulo en , o de la historia en general, pero si no tienen nada que decir, no se fuercen a hacerlo~

Como sea, ¡muchísimas gracias por leer y votar!

Por cierto, quería decir que el que este Yūgi sea tan Yami no es casualidad. Todo tiene su motivo. Si lo entienden, bien, pero igual se explicará más o menos en el final.

Otra cosa que quisiera aclarar es que la protagonista de esta historia es Mana. No son Atem y Mana. Por el momento, Atem sería un coprotagonista si no un personaje secundario de mucha importancia, aunque eso no quita lo vaseshipping de la historia. Más adelante entenderán.

Sin más, ¡hasta el siguiente capítulo!

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