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VII.

Tras la muerte del Faraón Aknamkanon, Egipto estuvo de luto.

Todo en el palacio era igual de movido y ocupado, pero el silencio que reinaba únicamente interrumpido por el sonido de objetos siendo limpiados o arreglados terminaba por ser ensordecedor.

Durante los dos días que tomó terminar los preparativos para el viaje de Atem por el río Nilo, por alguna razón él se negó a dejar que Mana anduviera sola por el palacio, obligándola, de alguna forma, a abandonar su búsqueda entre los papiros de algo que le pudiera ayudar a volver.

A ella no le importó mucho, después de todo, aunque estuviera ocupado, Mahad le aseguró que él se encargaría de buscar lo que sea que estuviera buscando.

Era así como ahora se encontraba apoyada en una de las columnas exteriores del palacio observando a Atem dirigir a los criados hacia la barca que lo llevaría en su viaje.

Mana había leído alguna vez hacía tiempo sobre la ceremonia de coronación de un Faraón. El sucesor al trono se embarcaba en un viaje a través del río Nilo en busca de la bendición de los Dioses para después hacer la celebración al inicio de una nueva estación.

Todo eso duraba la misma cantidad de tiempo que tardaba la momificación del Faraón anterior junto a todos —o la mayoría de sus bienes.

Mana suspiró.

No había mucho que hacer y desde hacía rato que estaba escuchando a un par de criadas hablar sobre ella como «la mascota del Príncipe».

Entendía que de alguna forma se había vuelto más cercana a Atem la noche de la muerte de su padre. No era exactamente su objetivo, pero así sucedió.

Esa misma noche, cuando Mana se dispuso a dejar la habitación, tuvo la ligera sensación de que algo andaba mal y no fue porque Mahad la atrapó en su camino hacia su habitación. Había algo más... Mana sentía que se le estaba pasando por alto algo, pero por más que intentara recordar el qué, simplemente no podía evocarlo.

—Manet —su pseudo nombre la sacó de sus pensamientos más rápido que otras veces, sorprendiéndola.

Se trataba de la persona en la que estaba pensando.

Ouji —saludó con una sonrisa esperando a que el resto de personas alrededor dejara de observarla como si hubiera puesto una poción en el desayuno de su gobernante.

Oh, ahora entendía de dónde había salido el rumor.

—¿Podemos dar una vuelta por el palacio? Me gustaría hablarte sobre algo —preguntó el Príncipe.

Mana sonrió. Él podía ser el próximo Faraón todopoderoso de Egipto, pero aun así pedía por las cosas en lugar de simplemente dar órdenes.

—Claro, pero ¿no habrá problemas? —quiso saber mirando más allá de los hombros de Atem, hacia donde estaba parado el Sacerdote Seto observándolos con los brazos cruzados y una expresión indescifrable.

Confundido, Atem miró hacia el mismo lugar, pero solo sonrió.

—¿Te refieres a Seto? —ella asintió —. No lo creo, debe estar amargado porque le toca dirigir el reino en mi lugar. Puede ser el Sacerdote de más alto rango y mi primo, pero no disfruta estar tan al mando.

Mana abrió los ojos ante la nueva información.

—¿Es tu primo? ¡Eso no lo sabía! —exclamó, aunque quizás debió concluir que tenían relación sanguínea.

Después de todo, Seto fue quien tomó el cargo tras el sacrificio del Faraón Sin Nombre.

La expresión de Mana cayó tras recordar eso. No podía evitar lo que iba a suceder, pero de todas formas le entristecía.

Y ahora que lo pensaba, también la confundía. ¿Había leído algo sobre eso? No podía recordarlo con exactitud más allá de lo general.

¿Por qué se había sacrificado? ¿Contra quién? ¿Cómo llegó a ser el «Faraón Sin Nombre» si ella sabía cómo se llamaba y estaba casi 100% segura que los sacerdotes también lo sabían?

—Manet —ella volvió a alzar la cabeza dándose cuenta que se había espaciado en sus pensamientos por un buen lapso —, ¿vamos?

Asintió y se adentraron a la enorme edificación. Ninguno era consciente de quien los observaba a a la distancia.

***


El ladrón de cabello grisáceo miró desde la lejanía al que sería el nuevo Faraón junto a una extraña mujer.

¿Quién era esa mujer? Por lo que sabía, el Príncipe no había anunciado la llegada de ninguna concubina, mucho menos una esposa.

Sonrió de lado. Realmente no le importaba. Todo aquel que tuviera que ver con la familia Real pagaría por los crímenes cometidos por esta. Sin excepción, así como su pueblo había tenido que pagar sus ambiciones.

Bakura apretó las manos en puños hasta que sintió sus uñas clavándose en su piel. Quería venganza.

La tendría.

***


—Así que... ¿Querías hablarme de algo? —Mana comentó para hacer tema de conversación.

La verdad habían estado ya caminando por unos cuantos minutos y, aunque la presencia de Atem era ciertamente suficiente como compañía, no podía evitar sentirse inquieta por el silencio.

Atem asintió mirando al frente.

—Sí, mañana, si no hoy más tarde, comenzaré mi viaje por las aguas del río —explicó.

Mana movió la cabeza. Sería descortés decir que ya lo sabía, por lo que optó por emitir un simple «oh...».

—No nos veremos por un largo periodo, aumentaré las medidas de seguridad tanto dentro como fuera del palacio, Seto quedará a cargo, pero le pedí a Mahad que cuidara de ti mientras yo estoy fuera —Atem tomó aire. Ahora que lo pensaba, era la primera vez que el Príncipe hablaba demasiado —. Una vez que regrese, mi ceremonia de coronación comenzará, pero hay ciertos requisitos que no puedo ignorar como es el caso del matrimonio... —Atem se detuvo y Mana se vio obligada a dar media vuelta para no darle la espalda.

Sus ojos se cruzaron por unos interminables cinco segundos antes de que el próximo Faraón suspirar.

—Debo dejar de dar rodeos —dijo como si estuviera hablando solo, confundiéndola.

—¿Eh?

Una vez más, Atem la miró a los ojos.

—Manet, necesito casarme con alguien, o al menos declarar una primera concubina para poder ascender al trono sin problemas.

Mana tragó saliva temiendo por lo que diría a continuación.

***


Atem sabía que se estaba arriesgando mucho. No quería espantar a Manet, pero no tenía muchas opciones.

—¿P-Por qué me hablas de esto? —quiso saber ella, aunque por su tartamudeo, Atem pudo notar que ya se lo imaginaba.

No parecía muy feliz, sino asustada y confundida.

Lo que le dolió, de alguna forma.

No, le dolió más de lo que se imaginó.

—Manet, más que una súbdita o extraña, te considero una amiga —confesó tras pensarlo seriamente —. Más que eso, aunque nos conozcamos por solo una semana, puedo decir que confío en ti así como tú confías lo suficiente en mí como para hablarme de iguales. Y necesito de alguien en quien confiar para hacerla mi esposa.

Ella dio medio paso hacia atrás y negó con la cabeza mientras gesticulaba con las manos.

—No, no, no. Atem, yo no puedo casarme contigo. No tengo sangre real, ni siquiera soy nativa de Egipto y además nosotros-... No puedo. No podemos.

Atem frunció el ceño. Si bien entendía las razones de Manet, parecía haber algo más.

El recuerdo de su primera conversación llegó a su mente.

—¿Es por tu hermano Marik? —preguntó.

Ella volvió a negar.

—¡No tiene nada que ver con él! —exclamó con fuerza, como si ni siquiera quisiera que lo mencionara —. Hay ciertas circunstancias... El asunto es que no puedo ser tu esposa, Atem. Te dije que debo volver al lugar del que provengo.

—Y también dijiste que me apoyarías, ¿recuerdas? —replicó y en un rápido movimiento tomó sus manos entre las suyas.

Manet se tensó, pero no se alejó.

—No te obligaré a responder ahora, igual primero debes ser una concubina, pero te pido que lo pienses por favor —tragó saliva intentando no buscar alguna respuesta en su mirada. Entonces decidió darle algo que había estado guardando desde hacía mucho tiempo.

***


Mana sostuvo el collar entre sus manos. Era dorado con una gema roja adornándolo en el medio.

Simple, pero hermoso.

Ahora estaba sola en medio de uno de los jardines, observando a un par de aves jugar entre sí.

Atem ya había partido.

Apretó el accesorio.

«Esto le perteneció a mi madre y lo guardé aun cuando tenían que sepultarlo junto a ella. Guárdalo mientras piensas en tu respuesta

Qué injusto, pensó. Él podía obligarla a quedarse. Obligarla a amarlo. Pero igual no lo hacía. Igual le daba la opción de elegir.

¿Cómo negarse a eso? ¿Cómo decir que no a algo que en serio quería?

¡NO!

—¡Manet!

Agitó la cabeza y guardó el collar cuando oyó a alguien llamarla.

Se trataba de Mahad.

Suspiró en silencio y sonrió con calma cuando el sacerdote estuvo a poco menos de dos metros.

—Mahad, ¿qué sucede? —preguntó.

Él parpadeó un par de veces, quizá notando el nudo en su garganta, antes de exhalar.

—Creo que tengo una idea de cómo llegaste aquí —dijo.

Los labios de Mana se abrieron ligeramente ante la sorpresa, aunque no estuvo tan emocionada como creyó que lo estaría.

—¿En serio?

El sacerdote asintió.

—Se llama Bastet —dijo —. Es la Diosa protectora de Per-Bastet e hija de Hut-hor.

—Oh... ¿Huh?

Mana se confundió al escuchar tantas palabras desconocidas y agradeció a los cielos lo paciente que resultaba ser Mahad en casos como esos.

—No creo que Bastet haya ido a por ti por voluntad propia, sino por mandado de Hut-hor, su madre.

Si mal no recordaba, las dos Diosas eran relacionadas con Artemisa y Afrodita, respectivamente, en la mitología griega.

—¿Por qué? ¿Por qué Hathor enviaría a su hija por mí? ¿Por qué me llamaron? —quiso saber.

La expresión tranquila de Mahad no se perturbó en lo absoluto. En cambio solo mantuvo su mirada firme en Mana, como si la respuesta fuera demasiado obvia incluso para ella.

—Puedo imaginarme una razón, pero... —hubo unos segundos de silencio, los cuales Mana no comprendió —. ¿En serio quieres volver a tu Era?

Mana abrió la boca lista para afirmarlo, pero las palabras ni siquiera salieron. Todo se quedó en una simple exhalación cuando empezó a analizarlo todo en su mente.

Quería quedarse.

¿Quería quedarse?

Quería irse.

¿Quería irse?

Quería a Atem...

¿Lo quería?

¡No! ¡No, no, no!

Apretó sus labios al punto de casi sentir que se hería. Debía quitar esas ideas de su mente.

—Ustedes deben encontrar a la verdadera Manet —susurró tan bajo que si el viento hubiese ido en dirección contraria, Mahad no la habría escuchado.

No podía quedarse. Ella no pertenecía a ese tiempo. Paradoja, o no, tenía que irse y debía encontrar la forma de hacerlo. Tenía que volver con Marik e Ishizu, ¿o no?

Esa era su decisión.

«Comprendo, humana. Entonces así será

¿Eh?

Mana miró a todos lados.

—¿Sucede algo? —preguntó preocupado Mahad.

—¿No acabas de-...?

Pero no pudo continuar hablando cuando una figura se apareció frente a ambos.

Mahad se puso en guardia y estuvo a punto de llamar a los guardias cuando de pronto cayó inconsciente.

—¡¿Mahad?!

«Solo está dormido, humana

Mana miró hacia la figura. En la penumbra, poco a poco pudo diferenciar su silueta.

Alta, estilizada... Y con cabeza de gato.

—¿Bastet? —preguntó ella.

La figura asintió con solemnidad.

«Ya que has tomado tu decisión, no hay porqué perder más tiempo. Volverás a tu tiempo y continuarás con tu vida como antes.»

—¡E-Espera un segundo! —exigió Mana sin preocuparse en ser respetuosa —. ¡No puedo irme nada más así! Tengo que hablar con Atem y explicarle-...

«¿Qué sentido tendría eso, humana? Según tenía entendido, no querías causar ninguna paradoja más allá de lo que ya eres

—¡Pero-...!

No se sentía bien. No se sentía así en lo absoluto. Aunque quisiera irse, quería ver a Atem una última vez, quería despedirse, quería...

Quería decirle «adiós»...

Entonces, sin darse cuenta como la primera vez, cayó en una profunda oscuridad.

***

Todo a su alrededor era ruidoso. Le dolía la cabeza y no quería ser consciente del hecho de que había despertado.

Pero lo era y se vio obligada a abrir los ojos cuando escuchó su nombre.

Su verdadero nombre.

—¿Mana? ¡Mana, qué alivio!

Mana tragó saliva.

—¿I-Ishizu?

La imagen de su hermanastra mayor poco a poco se hizo más visible, parecía agotada, peto al mismo tiempo increíblemente feliz.

Mana se sentó sobre la cama en la que estaba. Su cama. Y esa era su habitación.

Estaba de regreso, supuso, pero ¿en verdad lo estaba? Porque algo no se sentía realmente bien.

Es cierto, recordó cuando Marik ingresó a su habitación con preocupación grabada en su expresión. Yo quería verlo...

Quiero verlo...

Entonces volvió a recostarse con los ojos cerrados.

Atem...

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Gracias DannakawaiiYGO, Sheblunar, CuteMeliJones y maribellizeth por comentar y votar en el capítulo anterior
Espero que este también les haya gustado.

Dato curioso: El Faraón podía casarse con cuantas quisiera y con quienes quisiera, pero el heredero tenía que ser de sangre completamente «divina», por lo que mayormente los tenían con sus medio hermanas.

A que tampoco lo sabían, eh...

Sin más, nos vemos en el siguiente capítulo

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