II.
«Llegó el momento de tu decisión, humana.»
¿Decisión?, repitió Mana en algún eco de sus pensamientos, dándose cuenta así que de alguna forma y en algún momento había recuperado una parte de su consciencia.
Intentó abrir los ojos, mover las manos y hacer algo más que no sea sentirse consciente, pero no podía, sólo podía oír y pensar.
«Como en aquella vez, te daré un tiempo límite.»
¿Aquella vez? Ah, claro..., quizás se refiere a cuando fui a ese lugar.
«Ese lugar» al que se refería Mana no tenía ni forma ni color en su memoria. Solo era ese lugar que marcaba un espacio en blanco entre todos sus recuerdos.
Un lugar al que sabía que había ido, porque se lo habían dicho, mas no porque lo supiera ella misma.
Quizás era como tener una laguna mental. Ese tipo de hechos que uno vive, pero que aun así su cerebro no lo registra. Todo ese tiempo, Mana había vivido con esa laguna mental sin preguntarse más allá de eso.
Pero entonces... ¿Estaba siendo secuestrada otra vez? No tenía ni idea. No podía imaginar cómo. Estaba tan perdida como cuando su padre le dijo lo mismo aquella vez.
«Nos veremos cuando el tiempo haya terminado. Entonces me darás tu decisión, Manet.»
¿Manet? ¿Tiempo? ¿Cuánto era?
Mana no sabía a qué se refería, o si debía saberlo de antemano, si era así, no lo recordaba y si no lo era, ya había perdido la oportunidad de preguntarlo. ¿Había tenido una siquiera? Sentía que aunque lo hubiese intentado, no le hubiera respondido.
Y quizás se sentía así porque ya lo había hecho antes, ¿pero por qué?
Por fin pudo sentir una reacción en su cuerpo real. Su ceño se había fruncido debido a la luz que molestaban sus párpados y al calor que quemaba su piel. Sintió una molestia en la nariz y pronto estornudó cuando arena entró por sus orificios nasales.
Un momento, se dijo. En Domino City, no... En Japón era otoño. No había manera en la que pudiera sentir tanto calor en una época como esa.
Aparte de eso, arena... ¿Qué diablos?
—Oye —escuchó una voz. Era masculina y parecía alguien lleno de confianza, o más bien arrogancia —. Te estoy hablando. Oye.
Mana fue fuertemente sacudida hasta que abrió los ojos. Un hombre de mediana edad estaba inclinado sobre ella. Su aliento apestaba a alcohol y su cabeza estaba cubierta por un turbante blanco.
—¡A-Aléjate! —Mana lo empujó con toda la fuerza que sus brazos le permitieron.
Sin embargo, el hombre apenas fue movido. En cambio, antes de que Mana pudiera correr, la tomó del brazo y de su túnica sacó un cuchillo.
—Tu vestimenta es extraña, niña. No eres de por aquí, ¿o sí? Te recomiendo que te quedes callada.
Mana vio el filo del cuchillo reflejar el sol y tragó saliva. No sabía lo que quería este sujeto, no tenía apariencia de ser alguien pobre como un sirviente, o un aldeano, debido a las joyas...
Los ojos esmeralda de Mana se abrieron de par en par con su último pensamiento. ¿Sirviente, o aldeano?, ¿qué diablos estaba pensando? No solo eso, el hombre le había hablado en otro idioma y, del mismo modo, ella había respondido a pesar de que no era japonés o ni siquiera inglés.
Cuando la mano del hombre empezó a subir por su antebrazo, ella reaccionó rápidamente.
—¡No me toques! —lo golpeó en donde más le dolía con un rodillazo y tan pronto la soltó, ella comenzó a correr sin importarle el calor que su casaca le provocara.
—¡P-Perra!
Aun cuando Mana no volteó, supo inmediatamente que iba a ser perseguida si no ya lo estaba siendo.
No reconocía en dónde estaba. A penas se había dado cuenta de lo que la rodeaba cuando comenzó a correr y ahora tenía que buscar una ruta por la cual escapar.
Y supo que todo empeoraría cuando dobló en una esquina.
La vista hizo que detuviera sus pasos por completo.
¿Q-Qué?
El suelo, si bien era duro, no era acera o concreto como su cerebro razonó en un comienzo, en su lugar parecía ser piedra, o tierra seca. Las calles eran extensas, pero por ellas no pasaban autos, sino diversos tipos de animales de granjas.
Cuando apoyó su cuerpo en uno de los muros, rápidamente notó que ni siquiera era ladrillo o madera, sino parecía adobe. Las personas vestían atuendos extraños y ligeros que estaba segura haber visto antes en alguna ilustración. Las tiendas eran pequeños puestos hechos por palos y telas enormes.
Parecía...
Apretó los labios y decidió no pensar en ello cuando corrió hacia el centro de lo que parecía ser una ciudad central. A su alrededor, las personas pasaban de ella ocupadas en sus propios asuntos.
—¡Eh! ¡Por favor! ¿Podría...? —intentó llamar la atención de cualquiera que pareciera poder serle de ayuda, pero solo le respondieron con una mirada denigrante.
Entonces sintió una mano sudorosa sobre su antebrazo otra vez.
—Aquí estás.
Al voltear, Mana se encontró con el mismo hombre que estaba segura ya había perdido. Qué persistente.
—¡No! ¡Suéltame! —forcejeó cuando el hombre empezó a tirar de ella hacia una calle más apartada de la multitud —. ¡Déjame! ¡Ayuda!
Mana sabía que estaba llamando la atención. Sentía las miradas de las personas, pero nadie se acercaba.
—¡Hum! —el hombre rió —. ¿Crees que alguien va a querer meterse en un escándalo en esta era? Nadie lo haría, mucho menos por una extranjera —le lanzó una repugnante sonrisa —. Ahora, vas a pagar por lo que hiciste.
Mana lo empujaba con todo lo que podía, pero se detuvo en cuanto el cuchillo volvió a aparecer en escena. El tipo lo blandió hacia ella y desgarró la casaca que la cubría.
¿Todo iba a quedar así? ¿Iba a ser violada por este hombre y dejada en las calles sin siquiera saber en dónde estaba?
No podía ser así. No quería. ¿Qué pensaría Marik? ¿Qué haría Ishizu en su lugar?
—¡Déjame! —sin importarle lo afilado que estaba el cuchillo, Mana lo tomó por la hoja e intentó arrebatarlo.
—¡Perra, ¿por qué no te callas de una vez?! —el hombre soltó el cuchillo, pero Mana no pudo hacer mucho cuando una fuerte bofetada hizo que girara el rostro. Sus gritos cesaron y su visión se empezó a nublar —. Así está mejor —dijo el hombre sujetando sus muñecas.
Una vez que Mana sintió la respiración del hombre sobre su cuello, cerró los ojos con fuerza y evitó derramar lágrimas.
Sin embargo el relinchar de caballos, un fuerte golpe y la liberación de sus manos hicieron que volviera a abrir los ojos.
Un joven con una capa azul, que destacaba incluso entre las vestimentas que parecían ser normales, estaba montado sobre un hermoso caballo blanco con una espada en mano. Mana dirigió su mirada al hombre, que todavía no se levantaba, no había sangre en el suelo, así que suponía que solo había sido golpeado.
—¿Cómo te atreves? —gruñó el hombre levantándose y dirigiéndose al joven que había llegado. Con una de sus manos buscó el cuchillo que Mana había soltado en algún momento y arremetió contra él.
El joven ni siquiera intentó moverse y, aunque Mana estuviera confundida, pronto entendió la razón de su confianza cuando otro caballo apareció de pronto. Su jinete era un joven no mayor de los veinticinco años y con la piel morena que vestía con un turbante y una túnica de un color similar al beige además de las joyas doradas y adornos resplandecientes.
Este se interpuso entre el agresor y el chico, su caballo se paró en sus dos patas traseras relinchando furiosamente.
—No vengas a Km.t con la intención de causar disturbios, Madu —dijo el recién llegado con un ligero tono imposible de diferenciar entre advertencia y amenaza.
¿Km.t? ¿Kemet?, Mana repitió en su mente. ¿Esa no era...? ¿Acaso así no era llamado...?
—¡Tsk! —se quejó el llamado Madu —. ¿Y ustedes quiénes se creen-...?
—¿Quiénes somos? —preguntó el jinete del caballo marrón para después mostrar algo que colgaba de su cuello. Era un artículo circular de color dorado con un triángulo en el medio y un extraño ojo.
Madu abrió y cerró la boca inseguro de qué decir dando un paso atrás.
—¿L-La Sortija del Milenio? No puede ser... Ustedes son sacerdotes... ¡Perdónenme, por favor! ¡El Faraón no tiene que saberlo, por favor! —Madu se arrodilló y pegó la cara al suelo mientras rogaba por lo que sea que rogaba.
Una vez más, Mana repitió las palabras dichas en su mente tratando de buscar una explicación lo suficientemente lógica para lo que sucedía.
—Si ya sabes lo que sucederá y reincides una y otra vez, no tienes derecho a pedir perdón, ¿o sí?
—¡Gugh! —Mana juró que lo escuchó llorar, pero no sintió ni una pizca de pena.
—Sólo lárgate, el Faraón no tiene tiempo ni salud para preocuparse por basura como tú —declaró el joven de la capa azul.
Su voz era... Hermosa, pensó Mana. Y, por alguna razón, recién notó que sus piernas temblaban. Huh... La adrenalina ya pasó.
Los caballos relincharon una vez más cuando Madu se fue corriendo exclamando varios "¡gracias!" hasta que desapareció entre las casas de adobe y puestos de frutas.
Entonces las piernas de Mana cedieron y ella cayó sobre sus rodillas.
¿Qué pasaba? ¿En dónde estaba? ¿Por qué todo le recordaba a los libros de Historia que había leído? Mana estaba tan confundida que no podía comprender bien todo a su alrededor.
—Oye, tú, estás sangrando —escuchó decir al chico de la capa. Cuando alzó la mirada, sus ojos esmeralda se cruzaron con un par de amatistas que resplandecieron aún en la sombra de la capa.
Y podría jurar que el chico también frunció el ceño.
Dirigió su mirada a su mano y, efectivamente, el tomar el cuchillo por la hoja no había sido nada bueno, ahora tenía un profundo tajo que atravesaba diagonalmente la palma de su mano izquierda y goteaba sangre fresca manchando su ropa.
Al parecer su cerebro todavía no registraba el dolor, pero su corazón igual latió con miedo. De pronto el chico bajó de su caballo para acercarse y arrodillarse frente a ella.
—Mi Prínc-... —exclamó el otro joven con preocupación, pero fue interrumpido y silenciado cuando el joven de la capa le lanzó una severa mirada.
—No está armada, no hay ningún problema —dijo el chico y estiró el cuello para observar la herida de Mana —. ¿De dónde vienes? ¿Cuál es tu nombre, extraña?
¿De dónde venía? Ella estaba más preocupada en cómo había llegado ahí. Llevando su mano sana a su rostro, Mana intentó revivir los hechos en su memoria.
Estaba hablando con alguien, ¿no?
No, sería más correcto decir que alguien me estaba hablando, pensó y frunció el ceño. Ese alguien me llamó...
—¿Manet...? —se le escapó sin pensarlo realmente.
El chico frente a ella asintió.
—Ya veo. Manet es un nombre extraño. Nunca antes lo había oído.
—¿Eh? —por un instante Mana no comprendió lo que decía —. No, en realidad-...
Pero el chico no la dejó continuar cuando miró al otro joven.
—Vamos a llevarla al palacio, Mahad. Esta herida debe ser atendida por Isis —dijo ayudándola a levantarse.
El llamado Mahad frunció el ceño con confusión y molestia.
—¿Llevarla al palacio? —repitió —. Mi Príncipe, accedí a acompañarlo a dar una vuelta al pueblo para que entienda su responsabilidad, no a recoger extraños heridos.
¿Ouji?, repitió Mana en su mente. Era extraño, no sonaba igual.*
—¿Y que esta chica haya sido herida por un ex-guardia del palacio con problemas de conducta y de bebida que siempre supimos que tenía, no es mi responsabilidad también? —replicó.
Mana no entendía muy bien sobre qué estaban hablando, pero por la expresión que puso Mahad, supo que Ouji había dado justo en el clavo.
—Entiendo —aceptó Mahad.
Si Mana conociera al nombrado Ouji, quizás hubiese pensado que estaba sonriendo. Lo cual no era equívoco.
—Vamos —le dijo tomando de su mano y guiándola hacia su caballo.
El acto fue tan repentino y confiado que hizo que Mana se detuviera de improviso.
—¡No! —gritó y jaló de su brazo con fuerza. Fue un acto inconsciente. No quería estar con un desconocido borracho, pero eso no significaba que seguiría ciegamente a dos desconocidos sobrios —. ¡Kemet, palacio, sacerdotes, ouji...! ¡¿Qué significa todo eso?! ¡¿En dónde estoy?! ¡¿Quiénes son usted-...?! ¡Wah!
No tuvo tiempo de seguir cuestionando debido a que el joven de la capa azul literalmente la lanzó sobre su caballo blanco.
Él subió en menos de un segundo después y tomó las riendas impidiendo así que Mana pudiera bajarse.
—Eres muy ruidosa, llamarás la atención y no tengo ganas de escuchar una conferencia de mi padre o de los demás sacerdotes —dijo él con severidad antes de girarse hacia Mahad —. Perdón por esto.
Mana miró confundida al par. Mahad solo asintió antes de que ambos movieran sus manos con fuerza y los caballos comenzaran a correr. Mana se aferró fuertemente a la capa de Ouji. No es como si nunca antes hubiese montado a caballo, pero nunca había ido a tanta velocidad, o con otra persona sobre el mismo animal.
Las personas les abrieron paso sin siquiera pensarlo dos veces. Las madres sujetaban a sus hijos, los granjeros dirigían a sus animales a un lado del camino y todos, absolutamente todos bajaban la cabeza hasta que ellos pasaban.
Si eran personas importantes, Mana ya no lo dudaba.
Antes de que se diera cuenta, los caballos se detuvieron frente a un enorme muro con un portón en el medio que seguramente llevaba a la bella y gran construcción que se podía divisar aún desde donde estaban. Un par de guardias aparecieron y solo tuvieron que echarle un vistazo a Mahad para abriles paso dando un cortés y educado saludo silencioso.
Cuando por fin estuvieron dentro, el joven Ouji bajó primero del caballo para después llamar a un chico todavía más joven para que se llevara a ambos animales.
Mana sujetaba su mano con fuerza mientras observaba a los alrededores. Estaba segura. Las enormes columnas, los pisos pulidos, las paredes dibujadas...
—Llama a Isis y dile que venga pronto —ordenó la hermosa voz del joven de capucha.
¿Hermosa? No es tiempo para eso.
Sacudió su cabeza lista para decir que no era nada grave y que preferiría que la ayudaran a volver a casa, pero sus palabras se quedaron atoradas en su garganta al ver que el llamado ouji se quitó la capa.
Su cabello era picudo y de tres colores, su piel era bronceada y, como lo había notado ya, sus ojos simplemente igualaban a las amatistas.
Sin embargo, aparte del hecho de ser un joven realmente apuesto y guapo, lo que más sorprendió a Mana fue que ya lo conocía. Lo conocía, ¿no?
Él la miró.
—¿Sucede algo? —le preguntó.
Ella apretó los labios e inclinó la cabeza. Casi, casi podía sentir que sus ojos se llenaban con lágrimas de felicidad mientras se acercaba con duda en los pasos.
—¿Qué sucedió contigo?
—¿Huh?
—Tú eres...
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*Para Mana, es como si todo lo estuviera escuchando en japonés, pero sabe que no es así porque reconoce inconscientemente que es otro idioma, como si ya estuviera preprogramado. Entonces, lo que sucede con «Príncipe», es prácticamente que esa palabra no está en su programación. Por eso la entiende, pero no puede decirla y, en cambio, su mente la traduce como «Ouji». Ya saben, un guiño a la serie original ;)
Por último, gracias DannakawaiiYGO por comentar y votar. Espero te haya gustado y ya pronto subiré el siguiente capítulo :)
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