Capítulo 18
¿LA MÉDIUM?
Miss Serena era una persona peculiar.
No era como las médiums de mercado, ni como las médiums de películas, ni mucho menos como las de telenovela. Ella sí había nacido con un don. Podía escuchar cosas que otros no. Podía ver cosas que otros no. Podía percibir cosas que otros no. Y sobre todo sabía cosas que otros no. En resumen: una mujer habilidosa, muy sabia, en verdad mística.
Sin embargo, Miss Serena no tenía la más mínima intención de usar sus dones, porque no sería necesario en esta ocasión.
Mientras viajaba en el asiento trasero del auto de Scott rumbo a cumplir con su trabajo, ella sabía —sin que nadie se lo dijera— que en unos minutos él aparcaría el auto frente al conjunto residencial Knickweg, que la conduciría al piso cuatro de uno de los edificios y la haría entrar en un apartamento que ocupaba otra persona, no él ni la chica llamada Ruby, como le habían asegurado al visitarla.
Esa pareja le había mentido. Eran expertos en mentir. Lo supo desde la primera vez que los vio. Y ella tenía un interesante plan para los mentirosos.
Las cosas sucedieron tal y como lo esperó. Scott aparcó frente a los edificios, luego la condujo hacia el piso cuatro de uno de ellos y finalmente abrió la puerta del apartamento fingiendo que era suyo. Dentro estaba esperando Ruby, sentada en el sofá de la sala con su celular en mano. Lo miraba, inmóvil, como si estuviera monitoreando algo.
Miró con curiosidad a la pareja. Eran muy parecidos en muchos aspectos, pero también muy diferentes. Ruby era bastante bonita, pero esa belleza se estaba deshaciendo poco a poco bajo una capa de ojeras profundas, nervios y aflicción, tal vez de la misma forma que el retrato de Dorian Gray se había ido deformando mientras Dorian se corrompía, sin embargo, todavía gris, casi salvable.
Scott, por otro lado, estaba rodeado por un aura negra, podrida, densa. No había mucho que hacer ahí.
—Aquí estamos —señaló Scott lo obvio, parado en la sala—. ¿Necesita hacer algo o…?
—Solo explorar las habitaciones —le contestó Miss Serena.
Él se rascó la cabeza.
—Ah, pensé que sacaría una grabadora o un palillo de incienso o algo así —confesó, incrédulo.
Miss Serena pudo haber dicho que no necesitaba nada de esas cosas que por alguna razón él creía que sí, pero solo le dedicó al muchacho de cabeza medio rapada y rasgos rudos, una sonrisa tranquila y paciente que no significó nada.
A Scott esa sonrisa le hizo fruncir levemente el ceño, como si le produjera una leve sensación de familiaridad.
Después, sin más, ella comenzó a explorar el apartamento.
Se movió a pasos lentos con las manos cruzadas por delante y la mirada analítica recorriendo cada pared y cada objeto. Contempló por un minuto con curiosidad el collage de fotografías de ojos armado en la habitación principal. Lo hizo más que nada para darle un toque misterioso al momento e intrigar a Scott que la seguía como un vigilante, porque en realidad Miss Serena no necesitaba caminar mucho o hacer un recorrido.
Sabía mucho sobre ese lugar. De hecho, lo sabía todo. El apartamento estaba impregnado en tragedia. No accidental, sino intencional. Algo horrible había empezado ahí. Algo que implicaba risas, alcohol, tres personas, y muy malas intenciones.
Era lo que Scott no quería que nadie supiera.
Era lo que Ruby temía que alguien supiera.
Después de que Miss Serena terminó de explorar tan lento como pudo, se detuvo de nuevo en la sala. Soltó aire con lentitud y alternó la vista entre el chico y la chica, seria.
—Bueno, supongo que ya saben que una persona murió aquí, ¿no? —les dijo a ambos con mucha seguridad.
Esperó respuesta de Scott, pero provino de Ruby:
—Sí, antes de que nosotros nos mudáramos hubo una chica que se suicidó —asintió la pelirroja, y a pesar de que trató de disimular los nervios en su voz, Miss Serena los notó—. Pensamos que podría ser ella quien…
—Sí es ella, y su espíritu está enfadado —les reveló.
Un silencio. El silencio que seguía tras escuchar algo inesperado. Miss Serena notó que los músculos faciales de Ruby se quedaron rígidos por la inquietud que le causaba el tema, pero que trató de disimularlo bien. Scott, por otro lado, solo entornó un poco los ojos con suspicacia.
—¿Cómo lo sabe? —soltó la pregunta, serio—. ¿Ella se lo dice?
—A su modo —afirmó Miss Serena— y yo lo interpreto.
Él se cruzó de brazos, aún desconfiado.
—Bien, ¿puede interpretar algo que nos confirme que en verdad es esa chica? —pidió como un cliente exigente.
Era obvio que Scott creía que ella era una charlatana, que estaba diciendo cualquier cosa. Miss Serena se lo había esperado. Él iba a presionarla con preguntas hasta hacerla fallar, hasta encontrar algún error porque Scott esperaba que todo aquello fuese una mentira y una confusión, algo estúpido y sin sentido.
Su esperanza era tonta.
Tal y como lo pedía, ella le soltó algo más preciso:
—La chica se llamaba Cindy.
Al menos Ruby no se había esperado eso. La pelirroja estaba demasiado rígida en el sofá, con los ojos nerviosos alternando entre Scott y Miss Serena.
De nuevo, él no lo creyó con tanta facilidad.
—Pues eso pudo saberlo si investigaba un poco —resopló—. Salió en el periódico en aquel momento.
—Scott… —intentó intervenir Ruby.
Pero Scott dejó claro su punto con una simpleza casi burlona:
—Solo digo que puede ser más específica, ¿no?
Sí, Miss Serena fue específica:
—Cindy está enfadada porque hay cosas de su muerte que no se han descubierto.
La mujer sonrió internamente, victoriosa, porque la expresión de Scott se quedó congelada y sus intenciones de seguir refutando, desaparecieron.
Tal vez la Miss Serena que atendía clientes en su pequeño apartamento de paredes de ladrillo repleto de plantas y telas extranjeras, ubicado en una zona no muy popular de la ciudad para hablarles de su destino, no podía percibir con tanta facilidad las mínimas reacciones o sentimientos de la gente. Pero esta Miss Serena sí. Esta podía percibir todo, desde la tristeza hasta el miedo.
Pensó entonces que, si Scott era inteligente, dejaría de exigir detalles antes de que ella le revelara alguno peor.
Y lo hizo.
—Bueno, ¿y cómo nos deshacemos de ese espíritu? —preguntó Scott, de nuevo muy serio—. ¿No puede ir a la luz o algo así?
—No, porque está atrapada aquí —detalló Miss Serena.
Los dos hablaron al mismo tiempo:
—¿Por qué? —preguntó Ruby, asombrada.
—¿Cómo la liberamos? —preguntó Scott, preciso y urgente.
Le dio cierto suspenso al momento al no contestar de inmediato. Ambos la miraban, expectantes.
—No podemos liberarla —contestó ella con simpleza.
Scott frunció las cejas, súbitamente consternado.
—¿Cómo que no? —soltó, medio confundido, quizás porque había esperado lo contrario—. Para eso la trajimos.
—Les dije que primero tenía que saber a qué me enfrentaba —le corrigió la mujer, aún bastante tranquila—. Ahora lo sé, y también sé que no podrán sacarla de aquí porque ella no quiere irse.
Scott soltó un resoplido entre risa y absurdez.
—Pero tiene que irse —dijo con mucha obviedad—. No nos importa si no quiere. Está muerta, no tiene nada que hacer aquí.
—Oh, sí que tiene —suspiró Miss Serena, lo cual de inmediato transformó la expresión de Ruby a una de preocupación—. No se ha ido porque todavía tiene algo pendiente con los vivos.
Los labios de Ruby se entreabrieron de asombro.
Scott afincó el ceño fruncido, medio molesto.
Aquello era más entretenido de lo que Miss Serena había esperado.
—¿Y qué demonios tenemos que ver nosotros? —defendió él, rechazando lo que oía—. Queremos vivir en paz. ¿Por qué estamos obligados a tenerla aquí?
—Tal vez hay una conexión con ustedes… —dijo la mujer como una teoría posible.
—Jamás la conocimos, solo oímos de ella —le cortó Ruby.
El ambiente se puso denso al instante. Scott, serio y enojado, pero controlado. Ese muchacho se enojaba mucho. Sabía contener su ira, pero aun así le brotaba por los poros y alimentaba el aura oscura que lo rodeaba. Lo hundía más y más en una negrura sin fondo a la que ningún brazo, por más que se extendiera para alcanzarlo, podría llegar.
Ruby también trataba de controlarse, pero en ella era todo más obvio.
Qué par, pensó Miss Serena.
—Como sea, aunque me traigan a mí o a diez médiums más, nadie logrará expulsarla —habló ella con su voz experimentada en esos temas, rompiendo el silencio—. Quiere quedarse para vengar el hecho de que las cosas sobre su muerte no se contaron como fueron en realidad. Y no se limitará solo a este apartamento. Su fuerza y su energía se han extendido y se extenderán por todo el edificio. Es el poder de un espíritu enojado.
Se escuchó tan sombrío y real que le dio al momento un tinte peligroso como en las buenas películas de terror.
—Esto no tiene sentido —gruñó Scott con la vista fija en algún otro lado.
—Al menos les puedo asegurar que en cuanto ella cobre la deuda se irá —agregó la mujer, para que no todo fuera malo.
La mirada de Ruby chispeó interés.
—¿Cómo lo cobrará? —se atrevió a preguntar, y su voz sonó más baja, como si temiese la respuesta antes de escucharla.
—No como lo haría una persona cualquiera —dijo Miss Serena— sino de una forma peor, de una forma espiritual, mental, hasta que eso le dé paz.
Ruby iba a preguntar algo más, pero entonces Scott dio un paso adelante e intervino.
—Ya está, ya está —soltó Scott, obstinado, mientras avanzaba hacia la puerta de entrada—. Si usted no va a ayudarnos, es mejor que se vaya. La llevaré de vuelta a su casa.
Abrió la puerta para invitarla a salir. A Miss Serena no le molestó su mala cara ni el hecho de que el ofrecimiento a llevarla sonara como algo que él en realidad no quería hacer, así que aceptó.
Fueron los tres. En el auto, Scott manejaba molesto y ensimismado en sus pensamientos. Miss Serena iba en el asiento trasero, y Ruby en el asiento del acompañante. No parecía molesta como Scott, sino más bien muy preocupada e inquieta.
Tras unos minutos de silencio, le lanzó una pregunta a Miss Serena como si hubiese tenido ganas de hacerla desde hacía un rato y ahora fue que agarrara valor:
—¿Hay algún consejo que pueda darnos?
Miss Serena curvó su boca sesentona y de labios delgados pintados de color carmesí hacia arriba tan levemente que solo Scott alcanzó a ver el gesto por su espejo retrovisor.
De nuevo le extrañó.
—Si saben quién le hizo algo malo a Cindy, díganle que el arrepentimiento siempre es una opción —fue lo que dijo—. Y duerman con las luces encendidas. Funciona en algunos casos.
Miss Serena percibió a una Ruby paralizada y a un Scott enfadado y alterado. También percibió que el suelo del vehículo vibraba. No porque se movía sobre el asfalto rumbo al centro de la ciudad, sino por lo que emanaba de la existencia de Scott y Ruby. La verdad era que así sentía el mundo: por vibraciones. Así era que veía el mundo: con auras, colores, niveles de salvación y niveles de perdición, conexiones ya hechas que debían romperse y conexiones que debían hacerse, secretos guardados y contados, buenas y malas intenciones.
Sus ojos captaban lo que un humano normal no captaría.
Sus oídos escuchaban lo que un humano normal jamás había escuchado.
Cuando el auto llegó a su destino, Miss Serena descendió con cierta dificultad. Apenas logró bajar, Scott cerró la puerta y arrancó el vehículo sin siquiera despedirse. Miss Serena observó el automóvil alejarse y luego se dirigió al frente de su casa.
Tuvo que detenerse, porque desde la puerta de entrada, una mujer la observaba.
Si alguien hubiera pasado por allí en ese momento, habría notado algo aún más extraño: ambas mujeres eran idénticas.
La única diferencia entre ambas era la ropa. La Miss Serena que regresaba había salido del apartamento edificio de Knickgweg iba en colores mostaza, y la otra vestía colores púrpura y rosado. De resto, cada rasgo facial, cada lunar, cada hebra de cabello era la misma.
¿Cómo podía ser posible?
¿Eran gemelas? La verdad, no.
Había otra explicación.
Miss Serena avanzó hasta la puerta. Ambas quedaron frente a frente, observándose por un instante de entero silencio. Las reacciones pudieron haber sido exageradas entre personas normales, pero es que estas dos mujeres que parecían clones exactos no eran normales, así que el ambiente fue ligero, como el que existiría entre dos personas que se conocían. Aunque no era del todo así.
—Nunca pensé que llegaría el día en que uno de ustedes utilizara mi imagen —habló primero la Miss Serena que bloqueaba la puerta. Estaba seria, pero no enojada.
—Fue para un buen propósito —aseguró la otra Miss Serena, amable, parada con las manos entrelazadas por delante.
—Siempre lo es —asintió desde la puerta — así que espero que te haya salido bien.
La otra se encogió de hombros y esbozó una sonrisa de labios pegados.
—Saldrá bien a la larga —confesó con un aire satisfecho—. Sembré lo que quería sembrar.
Hubo un silencio. Miss Serena de ropa púrpura se permitió echar un vistazo largo y analítico a su clon desde la puerta. Nadie podría notar la diferencia, pensó, cada detalle, perfectamente imitado. Era sorprendente la habilidad, y era sorprendente que estuviera frente a uno de ellos.
Lo había reconocido al instante, no porque conociera a ese ser de alguna parte, sino porque gracias a sus dones había percibido la energía inusual que desprendía.
—¿Puedo verte como realmente eres? —le preguntó al cabo de un momento, tentada.
Miss Serena seguía parada frente a la puerta, sonrió aún más con cierto respeto. No podía negarse en esta ocasión. Sentía mucha admiración por los humanos que tenían dones y hacían el bien con ellos. Y esa mujer era una persona de ese tipo, lo sabía porque con tan solo un toque o a veces una mirada profunda a los ojos, podía conocer todo sobre la vida de alguien.
—Nunca nadie nos ha visto como realmente somos —admitió— pero esta es la forma en la que dejo que todos me vean por ahora.
Entonces, esa Miss Serena que había dejado a Ruby asustada y a Scott lleno de dudas que lo enfadaban, se transformó.
No fue como en una película con buenos efectos especiales. Fue diferente, asombroso. Fue algo imperceptible al ojo humano, como un parpadeo. Un momento era Miss Serena con nariz aguileña, labios carmesíes y cabello voluminoso; al otro segundo ya era de género contrario, más alto, esbelto, guapo, un hombre imposible de ignorar donde se parase.
Y era Dylan.
La verdadera Miss Serena alzó las cejas. Los ojos le brillaban de fascinación por la transformación, por el atractivo de Dylan, por el hecho de haber visto un clon exacto a ella, por el conocimiento de que existía la posibilidad de tomar la imagen de alguien más para hacer cosas buenas, y por todo al mismo tiempo.
—Celestial —nombró a Dylan en un susurro.
Él, todavía con las manos entrelazadas por delante y la sonrisa afable y confiada en su rostro, asintió.
Miss Serena le devolvió el asentimiento como un gesto de aprobación y además de despedida. La mujer no quiso decir nada. Simplemente se dio vuelta y se alejó por la acera hacia su verdadera vida. Le tranquilizó que ella tuviera la sabiduría necesaria para comprender su naturaleza.
Porque sí, él era un Celestial.
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