• Antes • Capitulo I
Tiempo. Aquel que nadie puede aumentar, regresar, ni detener. ¿Cuán preciadas son las cosas que no podemos poseer eternamente? Ese temor de sentir que se nos escapa de las manos algo que cuando niños no solemos preocuparnos.
El tiempo es como la niebla que se desvanece y mi alma se adhiere a los segundos que suenan en mi cabeza con cada reloj en esta relojería.
Ochenta años son como ochenta minutos que se vuelven inmortales al disfrutar de las pequeñas bondades de la vida, con suerte lo que todo joven como yo de veintidós años comenzaba a anhelar pero que, sin embargo, llevaba en mi espalda una responsabilidad familiar adquirida.
Comencé a preguntarme ¿Qué tal si deseo ser alguien diferente a lo que mis padres han predestinado?
El apellido no solamente era signo de herencia material, consigo traía el conocimiento de generaciones y yo era la tercera generación de la familia Flamcourt, conocidos en Francia por poseer fructuosas viñas en donde se elaboraban los néctares más codiciados por los hombres de acomodadas familias.
En cambio, yo, un hombre de espíritu aventurero y dispuesto a enfrentar lo bohemio de mi vida, me dejé llevar por el día a día. Fue una locura por parte mía al escapar despreocupadamente del tiempo y, llegar a la relojería de mi tío se convirtió en algo ilógico, llevaba un año trabajando en ella y he aprendido otro oficio que jamás pensé tener.
Entonces después de unos dos meses de haber llegado a Polonia y viviendo con mi tío, mi corazón comenzó a latir al compás del tic tac de los relojes, mis ojos vieron a la mujer más celestialmente hermosa. Cada dia la esperaba paciente, como hoy a que pasara frente a la relojería mientras sonaba el reloj del medio dia y la observaba ya que era lo único que me animaba a hacer, había pasado casi un año viviendo en Varsovia y aun no me atrevía a hablarle.
¿Quién le había concedido tanta belleza? Dichosos eran mis ojos de disfrutar su delicado vaivén de caderas a cada paso, su melena azabache convergiendo en ondas traviesas por sobre los hombros, su tez era como el sutil destello a canela, mulata que cautiva y resplandece en su apogeo, ni las campanillas al sonar de la entrada avisando un cliente nuevo podían despegar mi vista magnetizado ante ella.
Ruego e imploro con todo mí ser para que no tenga dueño su corazón.
¿Quién es ella? Sentía el corazón como el pajarito del reloj en la pared avisando la hora: cucú, cucú, cucú.
—¡Despierta Erek! —Sentí un manotazo en la nuca que sonó como aplauso.
Fue embarazoso, mi tío Jerome esta vez se había pasado tres pueblos haciéndome pasar semejante vergüenza.
—Llegó el señor Kaspar Wiśniewski —agregó murmurando, luego se dirigió al cliente—. Buen día señor, bienvenido a nuestra humilde morada
Al mirar la ventana mi musa ya no estaba, anoté mentalmente la hora en la que transitó por la calle del frente, mediodía, apenas unos segundos y ya deseaba que volviera a cruzarse por aquí.
—Mi sobrino Erek lo atenderá —añadió haciendo una leve reverencia.
El señor Wiśniewski era uno de los más acomodados en Varsovia, de aquellos que debías pensarlo dos veces antes de rechazar una propuesta de su parte, aunque debo reconocer que hasta ahora sus intenciones eran buenas, según decían los chismes, él no nació en cuna de oro, por lo que sabía qué significaba comenzar desde cero.
—Joven Flamcourt, como siempre un placer. —Me saludó con una expresión cordial, luego se quitó el sombrero
—Igualmente señor Wiśniewski ¿en qué puedo ayudarle?
—Verás, esta semana cumpliré treinta años de matrimonio con mi querida esposa, quisiera regalarle algo exclusivo —explicó pensativo peinándose el bigote con sus dedos—. Algo especial ¿Conoces a mi esposa? ¿no?
—Por supuesto, una dama muy elegante y tengo algo que de seguro le puede encantar, como para durar otros treinta años más de matrimonio. —Le sonreí y él dejo salir unas carcajadas.
Hasta su risa se había vuelto refinada.
—Eres simpático chico, me gusta.
Al echar una mirada a mi tío que se encontraba más allá atendiendo a otro cliente, me guiñó el ojo, yo sonreí mientras sacaba algunos de nuestros más distinguidos relojes de bolsillo exclusivamente para damas, de oro con piedrecillas y uno que otros detalles femeninos. También habían de precios accesibles, pero él deseaba algo especial.
Usé mis mejores palabras y tácticas para ofrecerle un reloj, el señor se decidió por el más caro de toda la tienda, pero el precio lo estimaba.
—¿Desea grabarlo señor Wiśniewski?
—Si, puedes ponerle el nombre de mi esposa y no sé si alcance algo más
—Este reloj lleva un pañuelo de seda que también se lo puedo grabar
—Perfecto, ponle el nombre al reloj y en el pañuelo una dedicatoria
Asentí y le pasé una hoja junto a un lápiz para que escribiera su breve dedicatoria. Mas allá tenía una maquina especial que me permitía grabar elegantemente el nombre de su esposa en el reloj de bolsillo. Una vez listo, volví a limpiar y él me preguntó sacándome de mi concentración en el trabajo.
—¿Te has enamorado alguna vez chiquillo?
Medio sonreí y encogí mis hombros.
—Tal vez si o tal vez no, quizás es una mera ilusión ¿Por qué cómo podría comparar lo que he vivido a lo que usted ha vivido por treinta años?
Tomé el papel que él ya había escrito y lo llevé junto al pañuelo color rosa, lo puse en la ventanilla atrás de mí tocando la campanilla para avisar, ya que Noemí, la esposa de mi tío se dedicaba a bordar los pañuelos.
Existe una clara evidencia colosal de que los sentimientos son un misterio jovencito, con el paso de los años pueden ir cambiando, adaptando o incluso aumentando con respecto a la persona que amas, algunos lo llaman costumbre, pero entonces yo pienso si mi querida esposa no estuviera, parte de mi se iría con ella.
—Escucharlo así suena realmente hermoso enamorarse
—El amor es un milagro, un milagro en el que dos personas han decidido amarse, eso es lo hermoso, porque cuando es unilateral es sufrido y solo se vive de ilusiones
—Entonces no me he enamorado
—¿Amor unilateral? Eso se definirá hasta que te decidas a romper ese cristal
Fruncí el ceño, y me di cuenta de que hablaba literalmente del gran cristal de la ventana en la entrada de la relojería.
«¿Tan evidente fui?»
—Más sabe el diablo por viejo que por diablo, Joven Flamcourt —añadió sonriendo.
Casi pude sentir unos nervios recorrer mi cuerpo y una sonrisa imprudente escapándose de mi boca. Fui descubierto por él con las manos en la masa, pero no quise reconocer que me había sentido atraído por aquella mujer.
Luego el señor Wiśniewski se puso a hablar con mi tío, para ofrecerle un trato. Estuve atendiendo a todos los clientes, pero mis oídos estaban tratando de curiosear de qué se trataba su propuesta. Al parecer le estaba ofreciendo ampliar el negocio y ser socios, pero sabía que mi tío no estaba dispuesto a compartir su posesión ya que la marca de los relojes estaba destacada por ser Flamcourt, llevaba nuestro apellido y en consecuencia mezclarse con otra persona seria complicado, aunque no me extraña que mi tío haya dado vuelta la propuesta y a cambio accedió a recibir un joven judío para que nos ayudara a trabajar.
Por la tarde el trabajo aumentaba bastante ya que la mayoría salía de sus trabajos desde las seis a las ocho de la noche. Nuestro trabajo no solamente se trataba de vender relojes, mi tío los diseñaba y construía, además reparaba los que traían algún desperfecto, por otro lado, su esposa Noemí, le daba los toques femeninos que se requerían para los distintos estilos de relojería, diseñaba y bordaba los pañuelos, pintaba los relojes de pared y los decoraba.
Ella era una dulce mujer, mi tío se había adaptado a sus tradiciones judías tomando la decisión de también ser judío antes de casarse, yo apenas llevaba unos meses viviendo con ellos y podía decir que mi tío Jerome se enamoró con justa razón, es una tristeza tremenda que no hayan podido tener hijos.
Por las noches cuando cerrábamos la tienda, cenábamos y luego mi tío dedicaba una hora para enseñarme a diseñar y construir relojes, por otro lado, la tía Noemí desenredaba su cabello negro y largo mientras leía en voz alta al lado de la estufa a leña su libro más preciado, la Torah. Sus mejillas se tornaban más rosadas al sentir el calor que emanaba de la fogata.
En la mañana la rutina comenzaba como ya era costumbre, la conversación de ayer con el señor Wiśniewski me dejó pensativo, requería urgentes consejos sobre cómo conocer a esa joven y por supuesto dinero, no podría presentarme ante sus padres con los bolsillos vacíos, es común que el hombre le ofrezca un buen pasar a la mujer, entonces me vi envuelto en un sinfín de preguntas que me hizo dar cuenta que no sacaba nada con seguir dudoso si apenas sabía quién era ella.
Su color de piel me indicaba que debía ser mestiza, quizás polaca y de descendencia negra, ya que su tez era color canela, ni muy oscura, ni muy blanca, pero diferente a lo que se podía observar en las mujeres que concurrían por estos lugares de pieles muy blancas, cabello rubio casi blanquecino, o pelirrojas, pero esa joven era incomparable.
—Erek —me llamó mi tío, restregando su ojo con la mano por su vista cansada al ver las piezas pequeñas del reloj.
—Si, tío Jerome —respondí
—De ayer te noto distraído ¿ha pasado algo? ¿Te has comunicado con tus padres?
—Mi padre dudo que quiera saber de mí.
—No digas eso Erek, es obvio que en casa te adoran
—La última vez que nos vimos no fue lo más agradable
—Bueno, tu padre es de carácter fuerte, como tú.
—Si claro —dije nada convencido
—A ver ¿Debo recordarte que hace poco te viste en vuelto en un altercado defendiendo a Noemí?
—Tío usted habría hecho lo mismo, es su esposa.
—Por esa misma razón no te reprendí, pero tampoco es que debas hacerlo... siempre
—Ahí está el punto lo hice porque somos familia, y sí, quizás tengo un carácter fuerte, no me gustan las injusticias y tampoco que la gente discrimine por ser de otra cultura, religión o lo que sea
—Lo sé Erek, lo sé.
Me palpé la frente porque ya me sentía acalorado.
—La cosa es que, yo no abandoné lo que me toca por derecho como herencia, también necesito probarme a mí mismo que puedo obtener cosas por mis propios medios —agregué.
—Pues es lo que yo hice, también podría haberme quedado en Francia y ayudar a tu padre con todo en el viñedo, pero bueno, fui un rebelde y enamorado, por cierto. —Se rio
—Así veo, la tía Noemí lo embelesó con su dulzura
—No solo eso. —Dejó salir un suspiro
—Fue fuerte, para haber viajado de Francia a Alemania y robársela a sus padres sin haber dejado dote —bromeé.
—Hey ¡chiquillo irrespetuoso malcriado!
Me lanzó un paño que estaba negro con aceite y nos reímos a carcajadas, esa fue una broma de mi parte, ya que bien sabía que mi tío trabajó duro para demostrarles a los padres de Noemí, que le daría una vida plena y feliz junto a él.
—Pero hablando en serio, debes entender algo Erek y tú bien lo sabes, eres el único heredero, yo no tengo hijos y solo somos tu padre Adrien y yo.
Esas últimas palabras hacían recorrer un escalofrió por mi cuerpo, ¿miedo? Tal vez a ser responsable de todo y al parecer estaba huyendo sin querer.
—¿Y qué pasaría si no soy capaz?
—¿Capaz de qué? ¿De heredar todo?
—Si, o sea de seguir con el trabajo de mi padre y más encima el suyo, es demasiado para mi tío
—¿Y tú crees que vas a trabajar solo? Mocoso mamerto
—¡Jerome! Ese vocabulario con que tratas al niño —exclamó Noemí llamándole la atención desde su taller de costuras atrás de nosotros.
Me reí a carcajadas por la cara de asustado que puso mi tío.
—Supongo que siempre habrá trabajadores —dije
—Y yo supongo que en algún momento de tu vida vas a asentar cabeza y buscarás una mujer que te haga juicio. —Empuñó su mano como si me amenazara mientras bromeaba—. No serás casquivano —susurró, para que mi tía no lo escuchara. Refiriéndose a una persona que se codeaba con muchas mujeres en un ámbito sexual.
—Hombre de una sola mujer tío, me ofende. —Meneé la cabeza
—Mas te vale, ¿has escuchado el dicho? A delante de un hombre exitoso hay una gran mujer
—¿No es atrás?
—Tu di que sí. —Se rio guiñándome el ojo—. ¿No ves que tu tía venia adelante mío y me trajo aquí?
—¡Vaya! Ahora todo tiene sentido. —Me reí también.
Nos pusimos serios cuando nos tomó por sorpresa la llegada del señor Kaspar Wiśniewski, junto a él venía su esposa Amelia y atrás un joven más o menos de mi edad, lucia de apariencia débil, más bajo que yo aproximadamente 1,77 centímetros, de personalidad tímida, nariz prominente pero no demasiado grande y muy delgado como si hubiera pasado días críticos.
Mi tío saludó y la señora Wiśniewski me dio exclusivamente las gracias por el obsequio que su marido le entregó, pero luego de ello, la conversación giró en torno a mi tío y el joven.
—¿Cómo te llamas?
—Mi nombre es Caleb Elfenbein, señor.
—Este joven está buscando trabajo, su familia se quedó atascada en la frontera con Alemania y por ahora los estamos ayudando —le habló lo último en voz baja, como si hubiera más gente en la tienda.
Miré de reojos a la señora Amelia Wiśniewski y su expresión fue aparentar como si no supiera de lo que su esposo estaba hablando, a veces hablaban en alemán y otras en polaco, entonces entendí todo, comprendí por qué el señor Wiśniewski tenía esa personalidad tan cordial, la escena estaba más clara para mí y es que ellos estaban ayudando a refugiados judíos.
Se volvió muy habitual que los judíos se arraigaran en Polonia, ya que últimamente había rumores bastante aterradores desde que Hitler asumió el poder hace cinco años, por decirlo de alguna forma, la carrera militar en la que se venía haciendo conocido era para mantenerse en alerta, es cosa de mirar sus aspectos de oratoria cuando ejerce cargos de mando o da discursos, es convincente para quienes lo siguen, pero para quienes no lo seguíamos, seguía siendo abrumador.
Hitler estaba jugando con el miedo en Europa y tenía que decirlo, no me sorprendería que él vaya a por más. El partido Nazi se estaba volviendo más radical últimamente.
—¿Y qué pasó con la justicia? —reclamó mi tío enojado.
—¿Te olvidas sobre los dichos de ese malnacido? —respondió molesto el señor Wiśniewski.
Muy pocas veces lo había visto reaccionar así, a pesar de que concurría amistosamente con mi tío.
—Señor Flamcourt, para un judío vivir en Alemania está siendo duro, no se nos da trabajo, se nos culpa de la pobreza y más aún, nos creen culpables por la derrota de la gran guerra en 1914 ¡El mundo no se quiere dar cuenta!
—Baja la voz, chico —murmuró el señor Wiśniewski
—Lo siento... es que me calienta el cerebro esta situación —agregó con sus mejillas enrojecidas.
De repente no se veía tan debilucho como parecía. Por otro lado, la situación estaba más grave de lo que pensé.
—¿Qué culpa tienen los judíos de la derrota en la gran guerra? —Metí mi voz en la conversación.
—Exacto —dijo Caleb, de pronto tomando más confianza—. Se ha formado un mito que llaman: la puñalada por la espalda, supuestamente Alemania no había perdido la guerra en el campo de batalla, sino en su propio terreno ya que los judíos socialdemócratas y comunistas traicionaron al país
—Entonces por eso los están tratando de esa forma, me parece incorrecto —concluí pensativo
—Si, pero es un invento, como si fuéramos culpables solo por ser judíos —respondió Caleb
—Contra ello no podemos hacer nada Caleb, si aceptas la ayuda del señor Flamcourt espero que seas leal y no te metas en problemas ¿oíste bien? —le dijo Amelia Wiśniewski
—Lo haré señora, muchas gracias a ustedes
—Entonces te quedas a trabajar —afirmó mi tío
—Con mucho gusto, me alegra que no sea como ese racista.
Mi tío se rio, si supiera el chico que estaba casado con una judía, o mejor dicho que los dos eran judíos.
De repente se escuchó las campanillas de la entrada y todos se callaron, entonces vi a mi mejor amigo Cedrik , un rubio alto de ojos azules y mandíbula cuadrada. Bromista como él solo.
—Buenos días familia —dijo en voz alta casi cantando—. ¿Quién está hablando de mi amigo Hitler? ¿eh?
—Oye tarro con piedras, van a creer que es cierto —lo regañé y volteé los ojos
—Oh lo siento, mi bocota siempre arruina todo —dijo pidiendo disculpas
Todos lo miraron con una expresión de preocupación hasta suavizar sus rostros, ya que mi amigo era alemán por el lado de su padre y polaco por su madre. Lamentablemente a veces se tildaba a las personas solo por su origen metiéndolos a un mismo saco, pero mi amigo era diferente, una boca suelta, pero qué más da.
—Era broma de verdad —dijo preocupado Cedrik—. ¿Eres Caleb Elfenbein?
—Si ¿por? —respondió cuadrando sus hombros
—Porque mis padres son judíos, no te preocupes —le guiñó el ojo—. En casa comentaron que había llegado una familia con ese apellido.
—Te tengo en la mira chico —le dijo el señor Wiśniewski, en tono de broma.
Gracias a Dios lo conocían.
—Míreme todo lo que quiera señor Wiśniewski.
Ellos negaron con la cabeza y se rieron. Finalmente los demás tuvieron que marcharse y Caleb comenzaría desde mañana a trabajar con nosotros.
Me puse a limpiar los relojes de las vitrinas mientras hablaba con Cedrik.
—¿Y qué? ¿no tienes trabajo? —le dije pasándole un paño para que me ayudara.
—Si, ahora me voy al zoológico, pero pasaba a hacerte una invitación
—Ah te escapaste del zoológico, monito. —Me reí
—Cállate. —Se rio—. Sabes que estoy trabajando de guardia allí, bueno ¿quieres que te invite o no?
—Dime pues.
—¿Vamos a mover el esqueleto?
—¿Qué es eso Cedrik? Ni que fuera tu novio
Soltamos unas carcajadas.
—No idiota, pero puedes encontrar una chica allí, cómo sabes. —Me miró atento y volvió a limpiar un reloj.
—Hmm no lo sé
—Oh vamos ¿has visto que han llegado unas chicas nuevas al barrio?
—Que va... si apenas salgo de aquí, tengo el tic tac pegado en la oreja
—Por eso mismo hombre, ya, mañana a las ocho vamos a beber algo. —Levantó las cejas.
—Está bien —dije zarandeando la cabeza
—Bueno, ahora me voy que ya comenzará mi turno en el zoológico
—Si, que te den mucho maní monito. —Me reí.
Se despidió de mis tíos y se fue riendo de la relojería.
Cedrik era uno de los chicos que se vino con su familia de Alemania hace un año y medio, su madre era polaca así que por esa razón podíamos entendernos en un mismo idioma, en cambio yo, tuve un año para aprender polaco con mis tíos.
Los padres de Cedrik eran poseedores de un taller mecánico y poco a poco fueron ganando el prestigio, pero al parecer mi amigo pensaba como yo, quería trabajar en otro lugar, por esa razón trabajaba hasta mediodía en el taller y media tarde en el zoológico.
Miré la hora algo decepcionado, eran pasadas las doce y hace quince minutos el reloj cucú sonó avisando que era mediodía, me sentí desanimado ya que perdí la sola idea de volver a ver a mi musa.
—Vamos a comer Erek, Noemí nos llama —me avisó mi tío.
Dejé el ultimo reloj que limpié en la vitrina.
—Ya voy —respondí.
Me acerqué a la puerta y le puse llave, luego di vuelta el cartel de "abierto a cerrado" divisé brevemente el cielo, las nubes indicaban que pronto comenzaría a llover, entonces al ir girándome la vi pasar, aquella distinguida y delicada mulata de piel canela, esta vez su andar era más apresurado, aferraba un puñado de papeles con sus brazos y se estremecía en sus hombros por la brisa fresca, sin previo aviso miró hacia mí y me sentí de piedra, nervioso como si mis pensamientos más íntimos hubieran sido descubiertos, pero fue cuando me di cuenta de que ella no se percató de mi travesía por esperarla transitar frente a la relojería, ya que su mirada solo iba en busca de la hora que indicaba el gran reloj de este local en el borde del techo.
Luego de aquello corrió y corrió hasta cruzar la calle, de manera que me enteré algo de su vida, esa señorita asistía a la universidad a unos metros más allá, lo que no sabía es si estudiaba o trabajaba, ya que las mujeres tenían pocas opciones, algunas eran enfermeras, maestras o quizás podrían hacer labores de costura ya que la moda estaba siendo parte importante de la vida diaria, pero si se casaban a temprana edad eran dueñas de casa y para ser realistas, eso último es lo que realizaban la mayoría de las mujeres.
Por alguna razón me sentía muy atraído por aquella joven, deseaba escribir poemas y que estos transcendieran a su corazón, quería saber quién era y al menos conocer y ponerle nombre a la dueña de mis pensamientos, pero aquí a través del cristal no iba a ser capaz de obtener nada.
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