1. 2. Jean, despiertas mi obsesión.
Nunca antes había llevado a alguien a casa. Algo superior me impulsaba, Jean ocupaba mi mente, despojándome de toda voluntad por soportar en esa fastidiosa reunión.
La que transcurrió como era de esperar; las mismas preguntas de mi abuelo.
―¿Tienes novia?
―No abuelo, aún no.
―¿Qué esperas? quiero bisnietos. Conseguite una buena mujer de caderas anchas.
―Lo haré abuelo.
―No quiero morir sin tener bisnietos.
―Los tendrás abuelo.
Y mi madre quejándose de mi padre, como si él no estuviera a su lado escuchando sus quejas. Pobre, viéndolo así, no me daban ganas de casarme.
Luego de tres horas de rememorando los anteriores cumpleaños del abuelo. Me excuso y me retiro, no sin antes escuchar los reclamos para que no desaparezca hasta el siguiente cumpleaños, o su funeral.
Encontré a Jean durmiendo en mi cama. Su rostro es angelical en ese estado. Me recuesto a su lado y pretendo dormir, pero el calor de su cuerpo me invita y no aguanto las ganas. Gira y me mira a los ojos.
―Te esperé toda la noche.
Se me quedó viendo, como si esperase a que hiciera algo.
Jean me llevó hacia él y comenzó a besarme, hasta envolverme entre sus brazos. El movimiento de su cuerpo me invitaba, decía que quería más.
Mi miembro estaba ya erecto y ya quería hacer lo suyo...
Jean se acomodó, abrió las piernas. Ese brillo de sus ojos, lascivo, mirándome me volvía loco.
Lo sostengo de sus caderas y con los brazos lo atraigo hacia mí. Mi pene perfora y quiebra su alma. Gime de dolor, no puede soltarse de mí, soy más fuerte.
―¿Qué haces? Hazlo más suave... ¡aaaah!
Ahora Jean grita, pretende esquivarse, quiere detenerme y no pienso dejarlo. Una vez más y con una embestida ingreso a él.
―Cuanto más grites más profundo te lo meteré...
Siento el sudor de nuestros cuerpos entremezclándose, mientras voy mordiendo cada centímetro de su espalda. Hay algo en él que despierta esa sensación de posesión que hace mucho perdí. Será su piel levemente bronceada, exótica y deseable para cualquiera de por acá...
Entre jadeos y la fricción de mi cuerpo con el suyo, caí exhausto a un lado. Jean permaneció inmóvil.
―Bestia... ―murmuró después.
―¿Qué? ¿No te gustó?
―Lo amé... pero eres una bestia, no voy a poder sentarme... ―se quejó.
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