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Prefacio



Mi corazón latía a toda velocidad mientras corría cada vez más rápido tratando de alcanzarla. Podía sentir la presión en mi cabeza, pero estaba lejos de detenerme, pues estaba muy cerca de agarrarla.

Ella me llevaba ventaja. Había estado demasiado lento y no vi venir su patada en las espinillas. Lo que me dejaba clara una cosa: esa chica no era esa gentil dama que me había parecido en los pocos días que tuve para estudiar el terreno y preparar el operativo que puse en marcha.

Otra mujer en su lugar habría corrido a socorrer al hombre que supuestamente amaba después de que recibiese un disparo, pero ella se asustó con el disparo y se quedó estática, sin poder reaccionar, dándome tiempo a avanzar. Me confié demasiado, pensé que las cosas serían fáciles, pero en cuanto saqué la soga con la que iba a amarrarla sus ojos se posaron sobre los míos y reaccionó. Esperé ver miedo o pavor en sus ojos, pero sólo vi rabia acumulada antes de que se lanzase sobre mí, me empujase y me diese una patada en las espinillas. Salió corriendo montaña arriba después de eso.

Tardé más de lo que me hubiese gustado admitir en recuperarme y seguirla. Tenía miedo de lo que le esperaría al volver al infierno, y sería una insensata si no lo tuviese. Pero ... supongo que estaba impresionado, nunca había conocido a una mujer como ella. Parecía un dulce corderito cuando estaba con ese panoli al que me había cargado y toda una fiera salvaje el resto del tiempo.

Dejé de pensar en todo aquello y me fijé en la forma en la que se aflojaba el moño que llevaba en la cabeza, el mismo que estaba sujeto con un accesorio para el pelo que tenía forma de cuerno. Con cada trotada este se iba soltando, por lo que caería al suelo de un momento a otro. Quizás sería un buen momento para agarrarla del pelo y hacerla detenerse en el acto.

Levanté la mano, dejándome llevar por la ansiedad del momento, precipitándome, logrando tan sólo rozar con los dedos ese cuerno y que cayese al suelo. Sus cabellos se soltaron y se ondearon con el viento, mientras ella ladeaba la cabeza ligeramente. Sus mechones rozaron su rostro y me quedé sin palabras al presenciar aquella caótica situación. Por un momento sentí como si el tiempo se detuviese. Era la imagen más confusa que veía en mucho tiempo y la más bella. Podía ver a la fiera que estaba encerrada dentro de esa mujer. Veía rabia, arrepentimiento y un tormentoso dolor, alguien atrapada que luchaba cada día por salir, por mostrar su verdadero ser. Y... su belleza era distinta. No era la típica mujer que llamaba la atención, pero había algo en ella que creaba en mí una sensación extraña. .Un interés que no debería si quiera estar atormentándome.

Sacudí la cabeza para alejar todas aquellas sensaciones de mí y di un par de pasos más hasta alcanzarla. Entonces la agarré de la cintura y la levanté del suelo. En seguida trató de liberarse clavándome las uñas en los brazos, pataleó y gritó con todas sus fuerzas.

Su temperamento era sin duda lo que más llamaba mi atención. Era como un animal enjaulado que sabe lo que le espera y trata desesperadamente por liberarse. No había palabras de súplica o razonamiento alguno. Todo eran aspavientos, gritos y furia incontrolada.

Agarré sus manos para atarlas en la espalda frente a aquel forcejeo y cuando lo hubo logrado le di la vuelta, esperando encontrarla con el rostro plagado de lágrimas, aterrada por lo que estaba por llegar. Pero... en lugar de eso, encontré ansiedad y más ira acumulada. No parecía una mujer que acababa de perder a un ser querido que había muerto frente a sus narices. Su actitud tan sólo conseguía darme aún más curiosidad. No podía entenderlo.

–Te arrepentirás de esto. – Rompí a reír sin poder creer su maldita actitud irreal. Parecía que estaba dentro de un reality show y aquello era una cámara oculta. La agarré del brazo y de un empujón le indiqué que andase, pero en lugar de hacerme caso... se recompuso como pudo y me encaró antes de escupirme a la cara. – ¡Estás loco si piensas que voy a cooperar! ¡Te mataré en cuanto me libere! – Sus ojos se posaron sobre el machete que tenía sujeto al cinturón. Me señalé con el dedo y puse una cara divertida. La situación seguía pareciéndome de risa. – No voy a volver con el cabrón de mi marido. Antes prefiero que me mates. – Saqué el arma y la apunté. Esperé ver miedo en su mirada, pero en lugar de eso cerró los ojos y esperó con ansiedad lo que estaba por llegar.

Volví a guardarme el arma antes de caminar hasta ella para cogerla en volandas y cargarla sobre mi hombro, mientras ella volvía a patalear y gritar para tratar de liberarse.

Con sus chillidos desoladores como melodía pensé en cómo había comenzado todo. Quizás antes deba contaros como llegamos a e se punto.


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