Capítulo 18 - Idiota.
El silencio era incómodo en aquella mañana mientras recogíamos la habitación y nos preparábamos para salir al aeródromo.
–¿Quieres que hablemos sobre lo que pasó ayer?
–No – contesté tajante. Pero ella se colocó frente a mí. Bastó sólo una mirada para que supiese qué era lo que ella quería de mí. La respiración de ambos creció porque los dos queríamos algo que no podíamos tener, pese a negárnoslo una y mil veces.
Acortó las distancias entre nuestros labios antes de besarme apasionadamente, justo como yo hice la noche anterior. Traté de reaccionar con todo mi ser, pero ella estaba siendo muy astuta con aquel asunto.
Su mano se aferró a mi nuca y siguió besándome un poco más, haciéndome perder la cordura momentáneamente. Entonces su mano libre se estableció en mi miembro, acariciándolo por encima del pantalón, haciéndome jadear en su boca, y echar la cabeza hacia atrás, más que dispuesto a apartarla, pues parecía que ella tenía una idea equivocada sobre lo que quería de ella.
–Tranquilo – susurró mientras me lo masajeaba aún por encima de la ropa. – Estoy dispuesta a ... – bajó la mano que se aferraba a mi nuca y de un movimiento que no vi venir consiguió desenfundar el machete y colocarlo en mi cuello, mientras seguía masajeándome. Levantó la vista antes de pronunciar la siguiente palabra. – ... negociar.
–Estás jugando con fuego, María.
–¿Crees que me asustas después de todo lo que he tenido que soportar con mi marido? – retiró la mano de mi miembro y afianzó la daga contra mi cuello. Sentía la hoja a punto de cortarme, pero me molestaba más no sentir su mano haciendo fricción en mi polla. Y estaba dispuesto a cualquier cosa por volver a sentirla. Pese a eso no iba a dejar que el deseo nublase mi razón. Y con tan sólo un movimiento que ella no vio llegar conseguí hacerle una llave. Le doblé el brazo poniéndolo en la espalda después de darle la vuelta, y le quité el machete, tirándolo al suelo, más que dispuesto a dejarla marchar entonces. Pero la tentación de volver a sentir alguna parte de ella rozándome la polla fue mayor que lo correcto y terminé presionándole el trasero, haciéndola jadear en seguida.
Hice fricción contra su trasero en más de una ocasión y aquella tercera no pude soportarlo más. Así que hundí mis labios en su cuello y eso la hizo estremecer.
Solté su mano, dándole la posibilidad de alejarse de mí, pero en vez de eso se quedó quieta. Me vi libre de tocarla y lo hice, recorrí su piel con los dedos, empezando a subirle la tela de la camisa, ansioso por coger sus pechos, pero entonces todo cesó, pues alguien llamaba a la puerta.
Nos separamos con rapidez, fingiendo que no deseábamos estar en los brazos del otro y salimos de la habitación dejando el deseo en ella.
El trayecto fue silencioso. Mi amigo nos llevó hasta la avioneta y luego nos despidió.
Cargamos las provisiones en la avioneta y nos montamos. Ella se quedó embobada al verme pilotar y yo volví a disfrutarlo. Hacía mucho que no surcaba los cielos, y lo añoraba bastante.
Abandonamos la avioneta en algún lugar del desierto y robé un coche de camino. Ella apenas me hablaba, parecía asustada al pensar en el lugar que era nuestro destino.
–Podríamos pasar la noche en algún motel – sugirió, después de limpiarse las lágrimas y carraspear.
–¿Piensas escaparte esta vez? – me dedicó una sonrisa y sabía que era sincera. Le había divertido mi broma. – Te encontraré. ¿De verdad piensas que te dejaré escapar?
–¿Y si compro mi libertad? – la miré sin comprender. – Te haré una mamada si miras para otro lado. – Me encogí en el asiento ante la sola idea de sentir sus labios ahí abajo. Pero no podía perder la razón por esas tonterías.
–¿Cuántas veces has hecho este tipo de tratos?
–Eso no importa. Puedo hacer que te corras, Jacke.
–No vas a comprar tu libertad con sexo, María. Es asqueroso y denigrante.
–¿Y si te quedas dormido? – la miré sin comprender – Esperaré a que te duermas, te robaré la cartera y me marcharé lo más lejos posible sin mirar atrás.
–Lo haremos así entonces – doblé a la izquierda. Conocía un lugar barato y decente. Pero entonces mi teléfono empezó a sonar. Lo descolgué en cuanto vi el nombre de mamá en la pantalla.
–Jacke – la escuché aterrada al otro lado.
–Estoy bien – prometí – He tenido algunos contratiempos y me ha sido imposible contactar. Pero no tienes que preocuparte por mí. Iré a casa muy pronto. Te llamaré pronto.
–Te quiero, Jacke. Cuídate mucho.
–Yo también. Hasta pronto.
El auto se detuvo y yo recogí nuestras cosas con la intención de salir del vehículo entonces ella habló. Parecía haberse tomado mucho tiempo para decir aquello, mordiéndose la lengua entonces.
–Así que esa es la razón – la observé sin comprender.
–¿De qué hablas?
–La razón por la que me rechazaste anoche.
–Lo de anoche fue una tontería. – ella asintió tragándose cada pensamiento. Para mí era tan obvio en ese momento que estaba pasando un mal momento que ... me parecía imposible no haberme dado cuenta antes de ello. – Eres una mujer casada, y además estás enamorada de otro tío.
–¿Sabes lo que es el síndrome de Estocolmo? – La miré sin comprender. Sabía perfectamente lo que era, pero esperé a que ella lo explicase. – Es un fenómeno psicológico paradójico en el que se desarrolla una vinculación afectiva entre rehenes y captores. Estoy confundida, eso es lo que creo. He pasado las últimas semanas secuestrada por un mal tipo al que han herido de gravedad y en vez de huir corriendo ... me he quedado a ayudarle, a cuidarle. Pienso que todo esto está mal. Pero no puedo evitar preguntarme... ¿qué hubiese sucedido si nos hubiésemos conocido en otras circunstancias? Esta sensación que me deja sin aliento cuando estás cerca...
–¿Y Michael? ¿qué hay de él? Aún le amas ¿no?
–Él siempre me ha protegido, siempre ha sido un gentil ángel de la guarda, jamás se enfadó conmigo, nunca me gritó o trató de dañarme con palabras malsonantes. Ahora me doy cuenta de que no era real, porque sólo he visto la parte gentil de él. Apenas conozco su verdadero carácter.
–¿Qué es lo que tratas de decirme con todo esto?
–Ahora ya no importa porque voy a escaparme esta noche mientras duermas y no estropearé tu vida perfecta. Sólo quiero decir gracias por salvarme la vida esa noche, de ese camionero. Y... buena suerte. – Hizo el amago de salir por la puerta, pero entonces me aferré a su muñeca, reteniéndola. Ella miró hacia mi agarre y luego hacia mí.
–¿La razón por la que no te escapaste antes era por el síndrome de Estocolmo? – Asintió, tragándose el malestar, mientras trataba de soltarse, pero no la dejé irse a ninguna parte. – ¿Por qué te quedaste? – me observó sin comprender, más cuando acababa de decírmelo. – Vamos, María. Tú misma lo dijiste. Eres de las que prefieren el dinero antes que el afecto.
–Lo sé. Yo tampoco sé qué pasa conmigo – la solté en ese justo momento. – Pero se me pasará, ¿sabes? – Asentí, en señal de que estaba de acuerdo con ella. – No es la primera vez que me fijo en el chico de otra.
–¿Qué? – Traté de procesar la información que acababa de darme. Pensé en su actitud, en cómo cambió después de la llamada con mamá y encajé las piezas de aquel puzle. Sonreí, sin querer sacarla de su error, más que nada porque con eso tenía la excusa perfecta para alejarla de mí, y en ese momento era lo que necesitaba, que huyese lejos, que no se dejase cazar por mí. Así se libraría de su marido.
Esa noche tuve muchas cosas en las que pensar, así que me marché a por una botella de tequila y terminé bebiéndomela en el coche. No quería tentar a la suerte y encerrarme con ella en la misma habitación, aun durmiendo en camas separadas. Y mientras repasaba mentalmente cada momento con ella, incluso la conversación que tuvimos en el coche me di cuenta de una cosa... ¿por qué tenía la sensación de que ella acababa de confesarme sus sentimientos?
"No es la primera vez que me fijo en el chico de otra"
–¡Mierda! – me quejé al darme cuenta de que en aquella ocasión no podía mirar para otro lado, ni siquiera, aunque pensase que ella estaría mejor sin mí. Atravesé el lugar con la botella en la mano, y entré en la habitación justo cuando ella se disponía a escaparse por la ventana. Su actitud me hizo gracia. Desistió y resopló molesta, encarándome.
–¿Qué haces aquí? Se supone que ibas a dejar que me escapase. ¿Acaso has cambiado de opinión? – Se fijó en mi respiración acelerada y en la botella de Tequila, antes de volver a gritarme. – Eres un inconsciente, aún estás tomando antibióticos para la herida, ¿cómo se te ocurre...?
Esa mujer me sacaba de quicio. ¿Cómo podía estar tan preocupada por mí?
Bastó una sola mirada para saber lo que queríamos el uno del otro. Me acerqué a ella despacio, mientras retrocedía hasta que su espalda dio contra la pared de la habitación. Levantó la mano apoyándola sobre mi pecho, haciendo que esa sensación volviese a embargarnos a ambos.
La agarré de la cintura y la atraje a mí antes de besarla apasionadamente, haciéndola temblar con mi toque.
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