Capítulo 17 - Desear un imposible.
Llegamos a Jalisco antes de lo previsto y me paré en el antiguo aeródromo abandonado en el que el cabronazo de Pepe trabajaba vendiendo piezas de aviones.
Él y yo nos conocíamos desde hacía ya mucho tiempo, incluso estuvimos juntos en la marina.
Ella lucía algo desubicada. Y sin estar amarrada. Nuestra relación se había convertido en algo que me asustaba, más sabiendo que me acercaba al punto de encuentro en el que había quedado con su marido para entregarla.
–¿Quién es? – quiso saber pepe fijándose en ella. Me encogí de hombros sin darle información.
–¿Aún tienes por ahí la avioneta 8054? La voy a necesitar.
–La pongo a punto a diario por si alguna vez vuelves por aquí – me sonrió y guiñó un ojo, justo como solía hacer en el pasado, cuando ambos éramos compañeros del mismo pelotón. – Ten cuidado, tiene la misma mirada que Teresa. No sueles tener buena suerte con las mujeres, Jacke, tienes muy mal ojo.
–No es lo que crees. – contesté sin demasiado animo de hablarle sobre mi vida privada.
Ella escuchó demasiado sobre nuestras batallitas como para averiguar que habíamos estado juntos en el ejército.
Pepe insistió en que pasásemos la noche en su casa, con su mujer y su hija, y acepté a regañadientes. Estaba cansado, necesitaba descansar y saldría a primera hora del día siguiente.
Ella se sintió cómoda en seguida con Anita, era un encanto de mujer. La hizo sentir como una más.
–¿Cómo te llamas? – Preguntó la mujer mientras ella la ayudaba a recoger la cocina después de la cena. Por un momento no sentí como si fuésemos desconocidos, se sintió bien poder compartir la mesa con amigos, como si fuésemos normales. Como si yo no fuese el tipo que la había secuestrado, el mismo que la entregaría a su marido. Puse la oreja porque quería saber sobre qué hablaban.
–Me llamo María – contestó ella.
–Para no interesarte la miras mucho – dijo Pepe a mis espaldas, haciendo que desviase la vista para observarle. – A mí no puedes engañarme, tío. Ten cuidado, ¿vale? – No contesté, no quería contarle nada de aquello a nadie.
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Dormir con ella en la misma habitación no fue raro, pero sí lo fue compartir la misma cama. Nos aseamos y nos preparamos para dormir.
–¿Cómo está tu herida? – se fijó en la venda y en como la retiraba para verla bien. Estaba cicatrizando muy bien. Ella se acercó a mirarla, y pasó las yemas de los dedos por la cicatriz que los puntos estaban dejando. – ¿Te duele?
–Estoy bien – traté de parecer tranquilo, pese a que estaba histérico con su cercanía y toque.
–Estuviste en el ejército. – Asentí, pese a que no era una pregunta. – Pepe dice que eras el mejor en el cielo. Así que ... ¿por qué lo dejaste?
–No somos amigos, así que no tengo por qué contarte nada – Tragó saliva, incómoda con mi actitud. – ¿Tengo que recordarte quién soy, María? – Había escuchado su nombre antes, cuando ella se lo confesó a Anita. Negó con la cabeza. – Soy el mercenario que va a cobrar una recompensa por entregarte a tu marido, el mismo que disparó a tu novio. – Tragó saliva, molesta con mi actitud, entonces se fijó en mi mirada, y pareció ver algo que la desarmó. Se olvidó de todo y se lamió los labios haciendo que me faltase el aliento antes de decir algo más.
–Pepe tiene razón. Eres como un niño asustado que ... – La agarré de las muñecas en el estúpido intento por callarla y aprisioné sus manos contra la almohada, sobre ella, colocándome encima. Con la respiración acelerada. Y entonces la observé, me fijé en cada perfecto rasgo de su rostro.
–Escápate – susurré, haciendo que ella se fijase en mis labios, en la forma en la que pronunciaba aquella palabra. – Cuando duerma esta noche... escápate. No me obligues a entregarte a él... – sus lágrimas recorrieron la comisura de sus ojos y tuvo miedo de lo que estaba por llegar.
Solté sus manos y deposité las mías a ambos lados de su cabeza, limpié su rostro mojado y entonces me perdí en sus hermosos ojos color avellana. Mientras ella bajaba la vista hacia mis labios, y lamía los suyos.
No podía estar deseando besarme ¿verdad? Era una locura si quiera pensar en ello.
–No funcionaría – me observó sin comprender – Tú eres una mujer materialista, que prefiere el dinero antes que el amor. Yo no tendría nada que ofrecerte, María.
–¿En qué crees que estoy pensando? – se quejó, apoyando sus manos en mi pecho para apartarme, pero se detuvo en cuanto una corriente nos golpeó a ambos. – Yo no... – agarró la chapa que colgaba de mi cuello, para que no me marchase a ninguna parte. Su actitud me divirtió mucho, así que me atreví a rozar mi nariz con la suya, haciendo que esa corriente volviese a inquietarnos. – Tengo sentimientos por Michael – repitió, más como si tratase de convencerse a sí misma de algo que de otra cosa.
–Si quieres quitarme de encima suéltame y lo haré – prometí, pero ella no lo hizo. – María...
–Jacke ...
–¿Qué?
–Sólo quería pronunciar tu nombre, aunque solo fuese una vez. – Soltó mi cadena y lo interpreté como que quería que me alejase, entonces ella apoyó las manos sobre mi cuello, impidiéndome que pudiese alejarme más.
–Si pretendes distraerme antes de quitarme el machete y rebanarme el cuello... – sonrió al recordar aquello que ya sucedió antes.
–¿Dónde iré si me escapo? No tengo dinero y ...
–Puedes robarme la cartera.
–Tampoco es que tengas mucho dinero – sonreí, porque era cierto. – ¿Irás detrás de mí sí me escapo?
–Te daré ventaja e iré a buscarte por la mañana – contesté. Eso la hizo feliz de una forma que yo no entendía. Pero perdió la sonrisa al recordar la situación.
–¿Y si me fugo contigo? – la observé sin comprender. No entendía a dónde quería llegar – ¿Y si me llevas a un lugar alejado donde Max no pueda encontrarnos?
–Tu marido es un hombre peligroso. Así que ... ¿Por qué crees que arriesgaría mi vida por ti?
–Por la misma razón por la que estás pidiéndome que me escape – sonreí. Ella me había pillado.
–Era un pensamiento estúpido – le dije. – Una estupidez – retiré las manos de mi cuello y las deposité sobre la cama. Ella me observó, sin comprender. – No me arriesgaré por la mujer de otro, más cuando su corazón pertenece a un tercer hombre. Tu aún estás enamorada de Michael, quizás él recupere la memoria y vaya a rescatarte. – Negó con la cabeza y dejó que algunas lágrimas más brotasen por sus ojos.
–Perder la memoria es lo mejor que podría haberle pasado. Yo debo volver a casa y aceptar las consecuencias de mis decisiones. Sólo estaba deseando un imposible, justo como siempre. – Limpié sus lágrimas y volví a acariciar nuestras narices.
Sus labios me llamaban. Eran como sirenas que cantaban para atraer a los marineros. Quería resistirme con todo mi ser, pero sin saber bien cómo terminé apoyándolo sobre los suyos, creando una sensación que nos dejó sin aliento a ambos. Y entonces perdí la razón, me volví loco y me atreví a besarla apasionadamente, mientras ella trataba de liberarse de mis manos que seguían apretándola contra la almohada con fuerza y jadeó en mi boca ante todas aquellas sensaciones contradictorias que detenían el tiempo.
Me puse en pie al recuperar la razón momentáneamente y salí de la habitación sin tan siquiera decir una sola palabra. Involucrarme con ella no era una buena idea. Debía recordar la maldita situación de una vez.
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