Capítulo 14 - Discutir.
Desperté ante el ajetreo de un hospital mexicano. No se parece en nada a lo que estáis acostumbrados.
Abrí los ojos y vi el gotero. Estaba tumbado en una cama y mi herida había sido bien curada, incluso tenía una venda en el costado.
¿Y esa chica? ¿dónde habría ido esa chica? ¿se habría escapado?
La cortinilla se corrió y la vi aparecer detrás de ella, tratando de buscar intimidad en aquella sala, que por supuesto no teníamos.
¿Por qué estaba aún allí? ¿por qué no se habría escapado?
Me puse en pie de un salto, preocupándola, arrancándome las vías de cuajo, algo mareado por los relajantes que me habían administrado. Odiaba los hospitales, era así desde que mi hermana pequeña murió en uno.
Me agarré a la cama como pude, porque sentía que me caía y eso la preocupó.
¿Por qué tenía esa chica esa mirada de preocupación en su rostro? ¿a dónde fue el miedo hacia mi persona que solía profesarme? ¿y el odio?
–¿Por qué eres así? – Gritó – ¿Por qué no puedes aceptar ayuda cuando lo necesitas?
Nos parecíamos más de lo que se veía a simple vista y eso nos asustaba terriblemente, pese a que ella estaba dispuesta a dejar todo de lado con tal de salvarme la vida. Lo que más me inquietaba en ese momento era... ¿por qué?
–No necesito tu ayuda.
–¿Por qué? ¿Eso heriría tu sensibilidad de macho? Debe ser horrible obtener ayuda de una mujer, más si esta es la misma que quieres entregar a su esposo. ¿Qué pasa, idiota? ¿acaso estás replanteándote entregarme a él?
–Ni en tus sueños – espeté antes de tambalearme y caer al suelo, preocupándola. Salió de allí corriendo, buscando a la enfermera, mientras yo me desmayaba.
Mi teléfono empezó a vibrar sobre la mesa y ella se fijó en él. Tuvo la tentación de llamar y pedir ayuda, entonces se fijó en mí que hablaba en sueños, con aquellas altas fiebres. Agarró mi mano por inercia tratando de calmarme, y algo se sintió extraño cuando la apreté.
Los dos éramos demasiado tozudos como para admitir nada o dar nuestro brazo a torcer.
.
Ninguno de los dos dijo nada cuando desperté al día siguiente. Recogimos nuestras cosas, pagué la cuenta del hospital con un dinero que necesitaba, y la miré de reojo, porque me había hecho gastar un dinero innecesario.
Miró por la ventanilla mientras sacaba el brazo sintiendo el aire sobre ella. Eso hizo que me diese cuenta de que no la había atado, y ni siquiera tuve la tentación de hacerlo. Ella no parecía dispuesta a escaparse aquella vez.
Me pregunté una vez más por qué no lo había hecho. Pudo haberme dejado abandonado a mi suerte en cuanto caí inconsciente, pero en lugar de eso condujo hacia el hospital más cercano e hizo que me atendiesen.
El viaje fue silencioso al ritmo de los Rolling Stone mientras ella tarareaba alguna canción como si le gustase lo que escuchaba.
Nos detuvimos cerca de San José para comprar unos bocadillos en la gasolinera antes de seguir con nuestro camino. Ante mi negativa por detenernos a estirar las piernas. Ella me miraba de reojo a cada tanto, sobre todo a mi herida.
–Deberíamos pasar la noche en un motel – sugirió cuando el sol empezó a ponerse. Lucía preocupada, pero yo no iba a ser amable con ella. No después de haber hecho que gastase casi todo el dinero en el hospital, más cuando yo podía haberlo hecho por mis propios medios.
–No nos detendremos hasta llegar ElDorado. – Contesté molesto.
–¿Y si vuelves a desmayarte y tenemos un accidente? No deberías conducir en estas condiciones.
–No tendría que haber conducido en estas condiciones si no me hubieses llevado al hospital – volteó la cabeza para mirarme, lucía terriblemente enfadada con mi actitud – Por tu culpa he tenido que gastar un dinero que me hacía falta para los moteles y hemos perdido un tiempo precioso...
–No pienso disculparme por salvarte la vida. – Dejé escapar una risotada sin perder los ojos de la carretera.
–Tenía controlada la situación, incluso ya me había curado la herida.
–Te desmayaste – me acusó – ¿Qué se suponía que tenía que hacer ante esa situación? – Me encogí de hombros sin darla importancia al asunto.
–Podrías haber huido...
–Lo hice – reconoció – pero te debía una. – Giré la cabeza con la boca abierta. – Me salvaste del camionero que quería violarme.
–No lo hice por ti – contesté con desgana. – Lo hice porque es mi deber llevarte con tu marido. – Ella dejó escapar una risotada y negó con la cabeza como si no pudiese entender mi actitud.
–El camionero no es distinto de mi marido – susurró antes de volver a mirar por la ventana y limpiar la lágrima de rabia que se le había escapado. – Deberías atarme – me enseñó las muñecas – porque si te desmayas esta vez... me escaparé. No creas que me he olvidado de lo que le hiciste a Michael.
–No deberías preocuparte tanto por ese madero. Parece irle bastante bien con su enfermera – metí el dedo en la llaga y conseguí una dura mirada por su parte. Ni siquiera me interesaba cuál era la historia entre aquellos dos.
–Eres un maldito hijo de puta y te haré pagar todo esto – rompió a reír, haciéndome daño en la herida que aún estaba fresca. – Llorarás lágrimas de sangre...
–¿Qué lágrimas de sangre y qué ocho cuartos? – Apreté con fuerza el amarre y continué con nuestro camino mientras ella me asesinaba con la mirada.
Cenamos bocadillos de otra gasolinera, ella realmente incómoda por comer amarrada, pero yo no iba a darle motivos para que me cortase el cuello como ya dijo en alguna ocasión que haría, más cuando estaba tan molesta conmigo por lo que le había dicho sobre su novio.
Los ojos se me cerraban a causa de los calmantes que tuve que tomar para el dolor.
–Deberíamos para en el próximo motel de carretera – sugirió al verme tan mal.
–Estoy perfectamente.
–¡No seas cabezota! Si sigues así tendremos un accidente.
Miré hacia el lugar en el que estaba la herida que estaba empezando a mancharme hasta la camiseta. Probablemente se me habría saltado un punto de la postura y mi negativa a detenernos. Estaba cansado, así que debíamos gastar dinero y pasar la noche en la calidez de una habitación de motel.
–No dudaré en dispararte si intentas escapar – espeté antes de cortar las cuerdas que la amarraban con el machete y pararme en cuanto vi luz.
Me costó horrores aparcar y entonces ella metió la mano dentro del macuto rebuscando entre mis cosas. La agarré de la muñeca de malos modos, tan pronto como sacó mi cartera y se preparó para marcharse.
–Iré a pagar por nuestra habitación y vendré por ti cuando tenga las llaves – negué con la cabeza, en señal de que no me fiaba ni un pelo. – ¿Crees que me gusta esta maldita situación? Detesto haberle salvado la vida al hombre que disparó a ... – se detuvo sin saber cómo denominar a Michael. Aún no le había puesto nombre a lo que ellos tenían y menos a lo que sentía por él. – ... y estar atrapada contigo en medio de la carretera, es incluso peor.
–Con más razón no voy a dejarte ir con mi dinero. En cuanto salgas por esa puerta te largarás y me abandonarás a mi suerte.
–Podría hacerlo. Ganas no me faltan. Pero no lo haré. ¿Sabes por qué? Porque hay una gran diferencia entre tú y yo. Humanidad.
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