XVIII
Milena
―No me trago el cuento de que te sientes mejor ―Su voz era firme, al igual que su rostro. Nunca antes lo había visto mantener tanto tiempo el ceño fruncido ―. Aún pienso que lo ideal sería que te revisara un médico. Nadie se desmaya de la nada, Milena. ―Continuó con el discurso. Llevábamos; mejor dicho, él llevaba treinta minutos sin quitar el dedo del renglón.
Incluso me había, prácticamente, obligado a llamar a Katerina y cancelar mi presentación de la noche. Y bueno, aunque no lo aceptara, su preocupación no era tan herrada, después de todo; me sentía débil y mis manos estaban heladas. Todavía no terminaba de digerir la situación. Ni en mi peor pesadilla André Rochester habría estado presente; para mí era realmente un fantasma, uno que hubiese querido no encontrar en mi vida.
Suspiré. Me sentía cansada, física y mentalmente. Era como si el sólo verlo se hubiera llevado toda mi energía.
―Estoy bien ―Ya había perdido la cuenta de las veces que llevaba repitiendo la misma frase, en ese corto tiempo ―. Sólo necesito descansar ―aseguré con voz somnolienta.
Me giré en el asiento, apoyándome en mi costado izquierdo. Detallé detenidamente su rostro; era poseedor de un perfil endemoniadamente perfecto. Sus largas y espesas pestañas negras eran el complemento justo para esos penetrantes ojos, y las cejas pobladas, el marco ideal.
La cara de pocos amigos que tenía en aquel momento, ya hasta me parecía cómica. La fachada de hombre arrogante y sin sentimientos comenzaba a perder sentido con cada una de sus acciones; justo como había ocurrido en la fiesta.
Tenía vagas escenas de lo que ocurrió después de que mis ojos conectaron con los de aquel hombre: Primero, un escalofrío recorriendo mi cuerpo, la mirada nublada, un zumbido incesante en mis oídos y mis piernas lánguidas; después, los rostros de los hermanos Colleman sobre mí y sus voces resonando a lo lejos; y finalmente, mi cuerpo siendo sostenido por unos brazos macizos mientras una lucha de palabras y un forcejeo se llevaban a cabo en el lugar. De todo aquello, lo que tenía perfectamente claro, en la memoria, era la preocupación y el miedo que habían empañado la mirada de kendrick en cuanto sintió mi cuerpo desvaneciéndose en sus brazos, así como la manera tan afecta y protectora con la que me acunó al recobrar el conocimiento. Aquello me confirmó que Kendrick no era tan ajeno a mí como lo quería hacer ver. El tempano de hielo comenzaba a derretirse, y mi corazón latía estúpidamente ilusionado por ello.
―¿Qué? ―espetó ―. ¿Tengo monos en la cara? ―Sus cejas se juntaron todavía más. Quiso sonar indiferente, pero me temo decir que falló en el intento, pues en su voz hubo un ápice de nerviosismo.
Una risa tranquila salió de mí, más como un ligero sonido nasal que otra cosa.
―Creo que nunca había tenido la oportunidad de contemplarte detenidamente ―susurré ―. Siempre que estamos juntos, el deseo me nubla la mente.
Vi como su manzana de Adán se movió de arriba a abajo, tragando grueso.
―¿Y ahora su mente no está nublada, señorita Rochester? ―habló después de un rato. Su ceja se elevó y su voz volvió al tono seductor de siempre.
Negué con la cabeza ―No ―musité ―. En este momento lo que me haces sentir, es paz.
Me miró por un momento. Un silencio lleno de palabras inarticuladas inundó el coche.
―Vamos ―dijo, liberándose del cinturón de seguridad. Aún no comprendía por qué había insistido en llevarme a su casa, pero la idea me encantaba, sentía que poco a poco me estaba dejando entrar en su vida para conocer más de ella.
Estaba tan perdida en él, que no me había dado cuenta en qué momento habíamos entrado a un estacionamiento subterráneo. Imité su acción y desabroche mi cinturón; caminamos por el frío lugar, hasta el elevador. Kendrick me sujetaba de la cintura, aún no se fiaba de que mi malestar hubiera pasado. En pocos minutos estábamos llegando al último piso del edificio; el elevador se abrió en un elegante Pent-House de dos plantas, con decoración minimalista y sobria. Me tomé un momento para admirar el lugar, los colores gris y negro reinaban ahí. Era sin duda el digno hogar de un hombre como él.
―Bienvenida.
―La vista que tienes es increíble ―dije perpleja, al tiempo que cruzaba el recibidor hasta la sala de estar y me posicionaba frente al enorme ventanal. Los rascacielos se alzaban imponentes sobre Manhattan; la ciudad característica por su bullicio, descansaba tranquila en aquel momento. Escuché sus pasos, sobre el mármol, acercándose, hasta que el reflejo de su rostro apareció en el cristal, muy cerca de mí.
―Necesitas descansar ―dijo.
Acarició mis hombros, mis brazos y finalmente mis manos, entrelazando nuestros dedos. Afiancé mis manos a las suyas, era el primer acercamiento sin connotaciones sexuales, que teníamos; dejé caer mi espalda sobre su pecho. Aún con nuestras manos unidas, él abrazó mi cintura y depositó un pausado beso en mi sien. Podría jurar que en aquel momento sonreía como una idiota. Me liberé de su agarre, únicamente para girarme a encararlo; sus ojos me miraban de una manera en la que pensé que nunca nadie lo haría. Con movimientos torpes llevé la punta de mi índice a su rostro, detallando cada una de las líneas que lo componían, sus cejas y su barba cosquillearon mi piel. Kendrick cerró los ojos mientras yo me tomaba todo el tiempo del mundo para delinear cada uno de sus rasgos. Dejé sus labios para el final; esos labios, que por estúpida no había probado aún, se sentían lisos, suaves e hinchados. Ese era el momento justo para que aquello cambiara; después de todo, la única razón por la que me reprimía a hacerlo, ya no tenía sentido. Estaba jodidamente enamorada.
Tuve que pararme de puntillas para quedar a su altura. Posé mi palma en su mejilla y comencé rozando la punta de mi nariz con la suya; sentí a Kendrick tensarse en seguida. Mi mano temblaba, me sentía como una adolescente inmadura, dando su primer beso. Poco a poco acerqué mis labios a los suyos, apenas si se habían tocado y dentro de mí ya estallaba un sin numero de sensaciones que inundaban mi pecho y mi estómago. Kendrick abrió los ojos... ahí estábamos, verde contra azul, fundiéndose el uno en el otro; en su mirada había sorpresa, mezclada con felicidad. Sonreí con timidez. Con una mano sujetó mi nuca, mientras la otra aprisionaba firmemente mi cintura, mientras yo enredaba los brazos en su cuello, profundizando aquel beso. Nuestras respiraciones se volvieron una sola. Esta vez, quien cerró los ojos fui yo, dejándome llevar por el momento. El beso era delicado y pausado; nuestras lenguas bailaban, perfectamente sincronizadas. Después de un rato, probándonos, Kendrick unió nuestras frentes. Yo todavía no me atrevía a abrir los ojos.
―Tenía razón, señorita Rochester, a partir de ahora no creo que pueda pasar un instante sin que quiera volver a probar sus labios ―susurró.
Sonreí, y sólo entonces me animé a mirarlo. Todo era perfecto, tanto que parecía irreal.
―Tengo miedo, Kendrick.
―¿Miedo? ¿De qué, hermosa?
―No lo sé ―musité ―, pero siempre que una cosa marcha bien, llegan un montón más que se lleva todo a la mierda. ―Era real el sentimiento que me aquejaba en aquel momento. La imagen de André se dibujó en mi mente. El hecho que ese hombre hubiera regresado a mi vida, no podía significar nada bueno.
―¿Qué pasa, Milena? Hay algo que no me has dicho, ¿Cierto? ―Escudriñó detenidamente mi rostro.
Suspiré. Si pretendía que Kendrick se abriera ante mí, lo justo era sincerarme también; además, estaba la incógnita del por qué André había asistido al evento, alguna relación con Arquitech tenía que haber. ―Es una larga y no muy bonita historia. ―Hice una mueca.
―Vamos a ponernos cómodos, entonces. ―Dejó un tierno beso en mis labios. Con ese simple roce, ya había puesto mi cuerpo a levitar.
Idiota, de lo que te estabas perdiendo.
Me condujo escaleras arriba, seguimos por un pasillo y entramos en una de las habitaciones. Las luces estaban apagadas, pero una tenue iluminación nocturna se colaba por las delgadas cortinas del ventanal. Las luces blancas se encendieron, encegueciéndome por unos segundos. Al centro había una amplia cama, con sábanas de seda color azul oscuro y un par de muebles de noche en cada extremo; a un costado de la habitación se encontraban un par de puertas negras, las cuales, suponía. correspondían al baño y el armario.
Me llevó hasta la cama, en donde me senté para poder deshacerme de los tacones. No me había dado cuenta de lo adoloridos estaban mis pies sino hasta que me liberé de la tortura.
Kendrick desapareció dentro de su armario, era tan grande que unas diez personas podrían moverse tranquilamente dentro él al mismo tiempo. Me puse de pie para deshacerme del vestido.
―Déjame hacerlo ―Lo escuché hablar a mi espalda. Lentamente bajó los tirantes de mi vestido, rozando mi piel con su aliento. Lo ayudé con la cremallera del costado y, en un segundo, el vestido se arremolinó en mis pies ―. Eres lo más hermoso que he visto en la vida ―dijo, con esa voz ronca que tanto me gustaba.
Él ya se había cambiado de ropa. Ahora llevaba un simple jogger deportivo. Aún así, aquella era la imagen más sexy que hubiera visto en mi vida.
Me ofreció una de sus camisetas para cubrirme y nos metimos a la cama. Me acomodé sobre su pecho, aspirando su aroma (Ese del que jamás me iba a cansar), mientras sus dedos trazaba figuras amorfas sobre mi espalda. Aún por encima de la ropa su tacto quemaba.
―Milena ―habló de repente, a lo que respondí con un sonido gutural.
Estaba tan relajada, que no tenía ganas de pronunciar palabra.
―¿Te gustaría pasar el día de mañana conmigo?—Pude escuchar como su corazón comenzaba a acelerarse de una manera impresionante.
Me quedé pasmada ante su ofrecimiento. ¿A caso estaba proponiéndome una cita?... ¿Kendrick Colleman?
Lo sentí removerse con un poco de incomodidad, ante mi silencio. Si corazón continuaba desbocado y una ligera capa de sudor frío comenzaba a perlar su piel.
―Me encantaría ―respondí finalmente, con una sonrisa de oreja a oreja, que escondí en su pecho.
Asintió en respuesta y su ritmo cardíaco comenzó a normalizarse. Permanecimos en silencio durante un buen rato. Tanto que tuve que levantar el rostro para verificar que siguiera despierto. Y lo estaba.
Había vuelto a esa seriedad habitual. Estaba perdido en sus pensamientos. Poco a poco su frente se fue arrugando y entonces, volvió a mirarme.
―Me parece que usted tiene algo que decirme, señorita Rochester ―dijo con voz firme, mientras me escudriñaba con la mirada ―. Necesito saber el motivo de ese desmayo y el de los miedos que dices tener —Guardó silencio —...¿A caso, tú? ...¿Tú?... ¿Tú estás? ...¿Yo voy a...? —Ni siquiera sabía cómo formular la pregunta.
Abrí los ojos dramáticamente, cuando comprendí la idea que estaba rondando en su mente.
―¡No! —dije escandalizada. Me senté rápidamente para poder verlo mejor—¡Claro que no, Kendrick!... ¿Cómo es que...? ¿En verdad pensaste que yo podía estar embarazada?
El no respondió. Siguió mirándome con detenimiento, como si tratara de asegurarse que lo que le decía era verdad.
—Borra esa idea de tu mente —continué —. Jamás nos jodería con algo así ―aseguré.
Su rostro se desencajó por un segundo en una mueca que no supe si era de enojo o tristeza, y un atisbo de amargura apareció en sus ojos, pero de inmediato volvió a su neutralidad y volvió a asentir.
―¿Qué es, entonces?
Tomé una gran bocanada de aire, preparándome para contar la triste historia de la mujer que se enamoró al hombre equivocado, y de cómo él jugó con ella y prácticamente la obligó a salir de su país a punta de amenazas.
―Siento mucho lo que pasó con tu madre y contigo, Milena. Ese tipo es un cobarde. ―gruñó ―Pero... Aún no comprendo qué tiene que ver con lo que pasó hoy.
―Que seguramente lo conoces, ese hombre estaba esta noche en la fiesta, Kendrick.
―¿Qué?
―Era el tipo con el que Ulrik hablaba, mientras nosotros bailábamos.
―Nunca había visto a ese hombre en mi vida ―aseguró ―. Ten por seguro que voy a investigar qué es lo que está pasando.
Por esa noche, alejé a mis fantasmas, no quería que aquel momento se viera empañado por nada ni por nadie. Entrelacé mi pierna con la de Kendrick y me aferré a su torso. No supe cuánto tiempo pasó antes de caer en un sueño profundo.
***
¡Hola!, ¡Hola!
Se que tardé un poco en actualizar, pero aquí lo tienen.
Me encantaría leer qué les pareció este capítulo.
No duden en votar y comentar.
D.Hill 👯
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