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XVII

Kendrick

El lugar comenzaba a cobrar vida; había varios rostros nuevos, en su mayoría extranjeros. Nathan y Ulrik habían hecho un excelente trabajo en la promoción del complejo. Mis ojos viajaban con insistencia a la entrada, llevaba una hora expectante a su aparición. Hasta ahora había ignorado a Tessa, quien iba colgada de mi brazo, presentándome a uno que otro posible inversionista. No podía concentrarme en nada, maldita sea.

—Vamos, Kendrick. Hay una persona más, que me gustaría presentarte, viene de Dinamarca y está muy interesado en invertir en el Paradise Center —habló la rubia.

¿Por qué mierda, tardaban tanto? El edificio de Milena, estaba a diez minutos de distancia, en coche. Un montón de pensamientos estúpidos inundaron mi cabeza.

—Por ahora es suficiente, Tessa. Más tarde busco a ese hombre. Necesito un respiro.

Me miró incrédula. —¿Te estás escuchando? Es de los inversionistas más pudientes Kendrick. Al menos salúdalo.

La miré con hastío.

—¡Bien! Voy yo a dar la cara... Como siempre. —Bufó.

Tomé asiento en la mesa asignada para los directivos, mientras jugaba, impaciente, con el líquido dentro de mi copa.

—¿Ansioso, Colleman? —Se burló Nathan.

Un gruñido se escapó de mi garganta.

—Milena viene esta noche —respondí —, como pareja de Ulrik.

Permaneció en completo silencio por un tiempo, llegué a pensar que no me había escuchado, pero me equivoqué. Se bebió, de un trago, el contenido de su copa y entonces habló:

—Tienes que dejar de ser tan imbécil, Kendrick. Lo que esa mujer provoca en ti va más allá del sexo. Lo sabes y te aterra. Ten las pelotas para aceptarlo. Pareces más un jodido puberto, que un hombre de treinta y dos años.

Rodeé los ojos. —No pedí tu consejo, O'Neal. Sólo respondí una pregunta. No eres un maldito psicoanalista para decirme como me siento ni lo que debo hacer.

—Negación. —Se burló.

—Vete a joder a otro lado.

Levantó las manos en señal de paz. —Me voy, pero sólo porque estoy seguro que aquí el ambiente se va a poner más tenso todavía. —Apuntó con su índice hacía un lugar en medio de la gente.

Busqué con la mirada aquel punto, encontrándome con la imagen más sublime.

Distinguí de inmediato a la mujer que caminaba en mi dirección. Se veía impresionante, enfundada en un largo vestido negro; el escote profundo cubría lo necesario para dejar volar mi imaginación. Al caminar, la abertura lateral de la falda dejaba expuesta una de sus perfectas y torneadas piernas. Las ondas suaves de su cabello caían sobre uno de sus hombros. Esa mujer era la encarnación de la sensualidad y la elegancia.

Dirigí la vista a mi hermano, quien caminaba erguido, orgulloso de la persona que iba a su lado, robando más de una mirada.

¿Y quién no se sentiría así?

—Buenas noches, Kendrick. —Los ojos de Milena, esos de un color tan complejo como hermoso, me fueron indescifrables en aquel momento.

Milena

Miré por última vez a la mujer en el espejo. Norah había acertado con la elección del vestido, sin duda. Mi arreglo fue sencillo, un maquillaje de ojos discreto, con nada más que los labios resaltando en un rojo intenso. Recogí mi cabello de modo que todo cayera de un sólo lado.

Eran las siete con doce, cuando recibí la llamada de Ulrik anunciando su llegada. Tomé mi abrigo, junto con la maleta que contenía la ropa de cambio para el club y salí del departamento.

Llegué a la acera y me encontré con un guapo castaño luciendo un smoking negro. Estaba apoyado en el capó de su Mercedes, con las manos dentro de los bolsillos de sus pantalones. La imagen me hizo recordar a la de un adolescente a espera de su cita para el baile de graduación. Sonreí.

Elevó ambas cejas. —Me ha dejado sin palabras, señorita Rochester.

—Lo mismo digo, joven Colleman.

Reímos como tontos.

Ya en el coche, nos pusimos en marcha rumbo al Plaza. La distancia era corta, pero el tráfico era insoportable; típico de los sábados nocturnos en Manhattan. Media hora después, los chicos del valet parking nos recibían en la entrada. Mi corazón comenzó a ir de prisa, tuve que secar el sudor de mis manos, en la falda del vestido. Nunca había estado en un evento de ese tipo y, honestamente, tampoco se me habría cruzado por la mente ser acompañante de uno de los anfitriones.

Ulrik me ofreció su brazo. Enganché mi mano y echamos a andar al interior del hotel, hasta llegar al salón donde se llevaba a cabo la recepción. Las miradas no tardaron en hacerse presentes ¡Mierda! la situación era incómoda; hubo miradas de todo tipo, ignoré las venenosas y lascivas. El hombre a mi lado, en cambio, se movía como pez en el agua. El camino hacia nuestra mesa se volvió agónico; Ulrik se detenía, cada tantos pasos, a saludar a los invitados y por ende me presentaba a cada uno de ellos; pura crema y nata de la arquitectura y la ingeniería.

Inconscientemente mi mirada comenzó a sortear entre las almas presentes, buscando ese par de ojos hipnotizantes. No tuve éxito, sino hasta que Ulrik señaló el camino a nuestra mesa. Tragué en seco. Kendrick llevaba un smoking muy parecido al de Ulrik, a decir verdad la mayoría de los hombres iban vestidos de la misma forma, pero él sin duda resaltaba de entre la multitud. Su personalidad simplemente era un jodido y potente imán. No sabía si sonreír, morir de los nervios o sencillamente escapar de todo. Mi interior era un puto intricado de sentimientos; llevaba varios días al borde del precipicio, debatiéndome entre dejarme ir o no. Nuestros ojos se conectaron, de la manera en que sólo ellos sabían hacerlo.

—Buenas noches, Kendrick —saludé.

—Milena —Saludó amablemente, con un asentimiento de cabeza.

Ulrik corrió una silla para mí y él se acomodó en una contigua. Maxwell y Nathan no tardaron en llegar y ocupar sus lugares también. A la rubia no le vino nada en gracia mi presencia, desde luego, pero se jodía; finalmente, como lo había dicho Ulrik el otro día, yo era de cierto modo parte del equipo.

La cena pasó lo más tranquila que se pudo. Mis platos lastimosamente quedaron a medias. Todo estaba delicioso, pero mi estómago no estaba aceptando mucha comida últimamente; además, me esperaba una coreografía con saltos y piruetas, por lo que era mejor no recargarlo. Todo estaba cronometrado; sesenta minutos, exactamente, para la cena de tres tiempos; diez más para el discurso de Kendrick y otros diez para la presentación del Paradise Center. Esta última era la que marcaba nuestra hora de partida, sin embargo, al parecer Ulrik tenía un asunto importante que atender antes de retirarnos de la recepción. Tessa se acercó a él, susurrando algo, que no logré descifrar. Él le dedicó una mirada reprobatoria a su hermano, quien estaba concentrado en su celular. Ulrik suspiró cansado, antes de perderse entre la gente. La pieza de baile que sonaba en aquel momento terminó dando inicio a otra, mucho más lenta.

—¿Bailamos? —Kendrick me tendió la mano.

Arrugué la frente, divertida.

—Pensé que no quería que lo vieran conmigo, señor Colleman —dije socarrona.

—Todo lo contrario, señorita Rochester. Cualquier hombre sería afortunado de tener su compañía.

Maldito loco.

Acepté la invitación. Ya en la pista, Kendrick afianzó sus manos en mi cintura, mientras yo llevaba las mías a su pecho. Era la primera vez que podía disfrutar tranquilamente de los latidos de su corazón; eran pausados pero potentes. También aproveché el momento para embriagarme de él, de su característico aroma amaderado, combinado con mentol y whisky. Fijé la mirada por encima de su hombro; no era capaz de verlo directamente, sin que mis ojos le gritaran todo lo que estaba sintiendo en ese momento.

Desgraciadamente, así como inició aquel momento, se vino abajo. Un escalofrío me recorrió el cuerpo, instalándose en mi pecho, producto del miedo y la confusión al darme cuenta de quién era el hombre con el que Ulrik entablaba una conversación. Esos ojos los reconocería en cualquier lugar, eran los mismos que veía cada mañana frente al espejo.

Papá.


***

Tarde, pero seguro :)

Ahora tenemos tres personajes más en la ecuación. ¿Alguna teoría de cómo están relacionados?

Si les gustó el capítulo, recuerden votar, o mejor, dejarme su comentario.

Nos leemos pronto...

D.Hill 👯

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