XV (18+)
Milena
Caminamos por un estrecho pasillo; las paredes eran de concreto puro, lo que volvía al espacio frío. Pasamos de largo un par de puertas, que al parecer eran los sanitarios, al fondo se podía apreciar una pesada cortina negra. Kendrick corrió dicha cortina, mostrando el enrejado de un ascensor estilo vintage, por el cual descendimos hasta un salón de doble altura.
En aquel sótano se extendía un bar similar al que había arriba, con la diferencia de que la decoración era más llamativa y lujosa. Había mesas altas con banquillos revestidos en piel; en algunos puntos, dichas mesas eran sustituidas por salas de terciopelo azul oscuro y piel negra, con mesitas de ébano al centro; la iluminación en de los enormes candelabros, resultaba aún más tenue que la del bar principal. El aroma era una combinación de habano, alcohol y perfumes caros. Me quedé como estúpida observando cada detalle de aquel lugar e inundando mis pulmones de su extravagante esencia.
El hombre de seguridad se hizo a un lado en cuanto vio a Kendrick.
Si esto funcionaba como el Royal, sin duda aquí era donde las personas se conocían y elegían con quienes pasar a las salas a divertirse. Nos dirigimos al único sillón que se encontraba libre, rápidamente un mesero se hizo presente; Kendrick no quiso nada, pero yo no podía decir lo mismo; necesitaba alcohol para poder enfrentarme a lo que sea que viniera. Ordené una copa de champagne.
-Milena, este lugar es...
-Igual al Royal -interrumpí -. Lo sé, Kendrick. Nathan me lo dijo.
Levantó las cejas sorprendido, después dejó salir el aire audiblemente y relajó su postura.
-¡Vaya! -Me miró intensamente.
-¿Qué pasa? -cuestioné incómoda.
-A veces me sorprende la naturalidad con la que tomas las cosas. Cualquier mujer que aún no estuviera del todo familiarizada con este tipo de lugares, se inhibiría en seguida.
-¿Aún no le ha quedado claro que no soy como las otras mujeres, señor? -Sonreí diabólica.
-Definitivamente no lo eres -afirmó, con una sonrisa que le iluminó la mirada.
El rol de Kendrick, no era el de sentimentalista, pero me encantaba como se veía cuando este tipo de gestos saltaban involuntariamente.
-Bueno, ¿Qué sigue? -insté.
Sonrió perverso -Quiero que observes bien a las personas que están aquí y me digas si hay alguien que llame tu atención -musitó.
Hice lo que pidió, repasé detenidamente el lugar. Había hombres y mujeres de distintas edades, algunos jóvenes como Kendrick, supuse que no pasaban de los 35 años, había otros más maduros, de unos cuarenta y tantos, y unos pocos que parecían rozar los sesenta. Todos tenían un sex-appeal intenso, pero no me sentía atraída del todo.
-¿En dónde está Nathan? -pregunté, entonces.
Hubo un rato de silencio. Empezaba a ser incómodo.
-¿Te gusta O'Neal? -habló por fin. Estudió mi rostro, detenidamente a la espera de mi respuesta.
No tanto como tú. Pensé.
Me encogí de hombros -Le tengo confianza -dije -. Si esta noche incluye a otra persona, me gustaría que fuera alguien con quien me sienta cómoda.
Asintió. En su rostro lo pude ver sopesando la situación -. Supongo que ya debe estar adentro-Señaló la enorme puerta doble, que teníamos a un costado -. ¿Estás segura de tu decisión?
-Segura ¿Vamos? -Me sentía ansiosa.
Kendrick rio. Retiró la copa de mi mano, dejándola sobre la mesita y me escoltó hasta la famosa puerta. Lo que había tras ella era diferente a lo que había visto antes.
Me encontré con un amplio espacio alfombrado, en él estaban dispuestos, estratégicamente, algunos sillones estilo imperial. De frente, había un par de puertas en cada extremo de la pared, y en los costados, largas y estrechas puertas de madera empotradas a las paredes; eran como una especie de lockers finos. Kendrick se dirigió a una de ellas, tecleó una combinación y esta se abrió. Era un pequeño armario, con el espacio justo para un par de trajes.
-A este lugar sólo se entra desnudo, Milena -explicó -. Aquí vamos a dejar la ropa, ¿De acuerdo?
Fruncí el ceño.
Personalmente, mi parte favorita del sexo era el preámbulo; la excitación y la ansiedad que me provocaba el tacto de Kendrick al juguetear con mi ropa interior.
-¿Qué pasa? -Quiso saber.
-Me gusta cuando me desnudas -susurré.
-Ese no es problema, preciosa.
Se acercó a mí y comenzó a repartir besos a lo largo de mi cuello, mis hombros y mis brazos; cada uno quemaba más que el anterior. Liberé un gemido. Pude sentir su sonrisa ladina sobre mi piel, en cuanto escuchó aquello. Se posicionó a mi espalda, apartando los mechones de cabello que la cubrían, y poco a poco fue deslizando la cremallera de mi vestido. Cuando llegó a mi cintura, se detuvo un momento; rozó mi piel caliente y sensible con las yemas de los dedos. ¡Dios! La sensación era exquisita. Mi piel se erizó enseguida. Kendrick continuó con su tarea hasta que la cremallera llegó al final del vestido. Estrujó mis nalgas y frotó su entrepierna en ellas. Esta vez sonreí yo.
Liberé mis brazos de las mangas del vestido y este cayó en torno a mis pies, dejando mis pechos expuestos. Otra vez, frente a mí, Colleman, continuó repartiendo besos húmedos, ahora, bajando por entre mis pechos, mi abdomen y mi vientre; rozó su nariz sobre mis bragas de encaje y aspiró profundamente mi aroma. Por instinto, enredé mis dedos en su sedoso cabello. Tenerlo así, en cuclillas, frente a mí, me resultaba tan erótico. Me sentía una jodida reina.
Kendrick terminó de desnudarme; incluso desabrochó las correas de mis sandalias, con una destreza irreal en un hombre, cuando de lidiar con objetos de mujeres se trata. Se deshizo de su traje, rápidamente; colocó toda la ropa, de una manera pulcra, en ganchos y las guardó en el armario, junto con nuestro calzado. Aproveché el tiempo para deleitarme con su cuerpo y su miembro deliciosamente erguido. Este hombre se había convertido poco a poco en mi droga favorita.
Enarcó una ceja cuando se giró y me sorprendió devorándolo con la mirada. Me mordí el labio y le devolví una mirada inocente.
Abrió la puerta del extremo derecho, instándome a entrar. El lugar estaba iluminado por una luz rojiza; la duela fría sustituyó el cosquilleo del alfombrado del salón anterior, en las plantas de mis pies; alrededor de esa sala, había enormes peceras empotradas; en el centro un sofá circular, conectado a través de los respaldos, el cual te permitía una vista 630° del lugar; dentro de las peceras había parejas o grupos de personas, dando espectáculos candentes, mientras que quienes se encontraban en el sillón se deleitaban observando. Una pecera en particular llamó mi atención, en ella había un par de chicas penetrándose una a la otra con un dildo doble. Yo estaba abierta a muchas cosas, pero no estaba muy segura que eso incluyera el tener sexo con una mujer; simplemente no sentía la más mínima pizca de atracción hacia alguien de mi mismo sexo. Pero ellas lo disfrutaban tanto, que eran capaces de transmitir su placer, a través del cristal.
-¿Te gusta? -preguntó Kendrick, al darse cuenta que no apartaba la vista de aquella escena.
Negué con la cabeza.
-Me intriga.
-Tal vez pronto experimentes lo que ellas, y me encantaría verlo -dijo.
Aparté la vista de las chicas y me centré en su rostro. No era broma lo que decía, quería verme con otra mujer.
-Estás loco, Colleman.
-Igual que tú, Rochester. -Imitó mi tono socarrón.
-Ahí está Nathan. -Desvié el tema, apuntando con mi cabeza al pelinegro.
Estaba sentado en el sillón, con la espalda apoyada en el respaldo, observando detenidamente el trío que se desarrollaba detrás de uno de los cristales. Una de sus manos se extendía sobre el respaldo, mientras la otra masajeaba su erección de base a punta. Mi cara de sorpresa no se hizo esperar, sentí mis mejillas encenderse; afortunadamente el color de la luz disimulaba el rubor que seguramente tenía en ese momento. El "asunto" no tenía ni el tamaño ni el grosor que tenía el de Kendrick, pero vaya que el hombre estaba bien dotado. Su cuerpo era macizo y sexy.
Llegamos a su lado, Kendrick se sentó en el sillón y tiró de mi muñeca, haciéndome caer, delicadamente, en su regazo. Fue cuando Nathan salió de su ensoñación y reparó en nosotros, o mejor dicho, en mí; su mirada me recorrió de los pies a la cabeza, con admiración.
-Eres hermosa -Me regaló una sonrisa.
Mi corazón latió de prisa.
Kendrick, deslizó su mano por mi espalda y la descansó sobre mis caderas con posesión. La electricidad llegó hasta la punta de mis pies. Me tomó del mentón y me hizo mirarlo.
-¿Estás segura de tu decisión? -Volvió a preguntar.
Asentí. Sin apartar mis ojos de los suyos.
-Bien -Hizo una pausa -. Quiero que entres con Nathan. -Señaló una de las peceras.
Fruncí el ceño.
-¿Y tú? -pregunté confundida.
-Quiero verte, Milena.
Vacilé un poco. Nathan me había parecido atractivo desde un inicio, pero en todas mis retorcidas fantasías el protagonista era siempre Kendrick. El estar sola con otro hombre, me hacía sentir una traidora.
¿Traición?, ¿Traicionando qué?. Entre ustedes no hay nada, tonta. Disfruta de este bombón de ojos castaños y déjate de estupideces. Además, no creo que le importe demasiado a Colleman, cuando es quien te lo está pidiendo.
Amaba a ese diablillo en mi cabeza, que siempre me ponía las cosas claras.
Lo miré decidida, ¿Quería un espectáculo? Pues estaba dispuesta a darle un espectáculo inolvidable.
-Como guste, señor Colleman -susurré muy cerca de sus labios, para después depositar un corto beso en la comisura derecha. Era mi forma de retarlo. Él odiaba que lo hiciera, y eso volvía las cosas más interesantes.
Centré mi atención en Nathan, ahora sólo éramos él y yo. Una sonrisa bastó para darle luz verde y empezar el juego. Me tendió la mano, ayudándome a salir de los brazos de Colleman, subimos hasta la caja de cristal, por unas escaleras ocultas, al costado. El lugar era más amplio de lo que se veía desde el otro lado, la pared del fondo estaba revestida en terciopelo rojo, y el piso alfombrado del mismo color. En el centro había un sillón tántrico de vinipiel negra. Me sentía sobreestimulada, mi entrepierna estaba más que húmeda y mis manos sudaban como nunca lo habían hecho.
-Sólo relájate, preciosa -dijo Nathan, posicionándose a mi espalda, mientras deslizaba la punta de sus dedos por mis brazos -, olvida lo que hay afuera, y concéntrate, únicamente, en lo que te haga sentir...
Respiré profundamente, como lo haría en una clase de Yoga; cerré mis ojos y me concentré en su tacto y lo que provocaba en mi cuerpo. Repartió besos a lo largo de mi columna; sus manos en ningún momento dejaron de recorrer mi piel; me sujetó por los hombros y me hizo girar, quedando frente a él. Poco a poco me guió, hasta que mis pantorrillas chocaron con el sillón. Aspiró el perfume de mi cuello, para después lamerlo; mordió mi barbilla... ¡Mierda! Abrí los ojos de golpe, justo a tiempo para evitar que estampara sus labios contra los míos.
-Sólo tengo una regla, Nathan -hablé firme -. Nada de besos en la boca ¿Está bien?
Asintió sin dudar. Continuó con sus atenciones sobre mi cuerpo, esta vez, eran mis senos los que disfrutaban de su boca; lamía, soplaba, succionaba y mordía cada parte de ellos. Nathan estaba siendo todo un caballero, cada acción era suave y calculada; empezaba a extrañar la manera posesiva y salvaje con la que Kendrick me tomaba. Lo insté a subir de nivel, aferrándome a sus cabellos y tirando de ellos. La acción surtió efecto. Sus mordidas se volvieron más punzantes, pellizcaba y tiraba de mis pezones produciendo un agudo dolor, que en segundos se convertía en esa corriente eléctrica que tanto estimulaba a mi sexo. Gruñí.
Nathan me dejó caer sobre el sillón. Me acomodé, descansando mi peso en el respaldo; él subió también y se hincó frente a mí. Su erección quedó a escasos centímetros de mi rostro, su glande estaba rosado y brillante. Rodeé su miembro con mi mano, ejerciendo un poco de presión; pude sentir su palpitar. Moví mi mano de arriba hacía abajo, estimulándolo a la par de mi lengua, la cual se movía, trazando círculos sobre la punta.
-Joder -gruñó.
Lo miré por debajo de mis pestañas. Tenía los ojos apretados, los labios entreabiertos y su rostro estaba rojo por la excitación. Introduje su falo en mi boca, deslizando mi lengua por toda su longitud; mi cabeza se movía manteniendo un ritmo constante, mientras succionaba y jugueteaba con sus testículos; sentía su glande chocar en mi garganta, los sonido de su respiración agitada y mi boca haciendo su trabajo, inundaban el espacio. Nathan sujetó mi cabeza con ambas manos, comenzando un movimiento descoordinado de sus caderas, buscando más placer. Su ritmo brusco me produjo unas cuantas arcadas y mis ojos se llenaron de lágrimas. Literalmente, estaba follando mi boca. Por un momento había olvidado que Kendrick estaba siendo espectador de todo. Me forcé a no mirarlo, aunque su reacción me intrigaba. Hasta antes de esa noche, sólo con él había practicado un oral de tal intensidad.
Nathan me liberó de su agarre, deslizándose fuera del sillón. Inhalé profundamente, tratando de recomponerme.
-Es mi turno de hacerte gemir -dijo, con un brillo oscuro en sus ojos.
Tomó mis muslos, arrastrándome hasta la orilla. Su rostro estaba entre mis piernas y su lengua estimulaba mi botón del placer, mientras sus dedos lo hacían en mi interior, húmedo y sensible. Me sujeté con fuerza del sillón, cuando las primeras señales del orgasmo se hicieron presentes.
Ladeé mi cabeza, cegada por el placer. Abrí los ojos, encontrándome con otro par oscurecidos por la delectación. Me miraba fijamente, de la misma manera acusadora que lo hizo la primera vez que nos encontramos en el Speakeasy. No se movía, mantenía sus brazos extendidos sobre el respaldo del sillón, tan imponente y sensual como siempre. Mordí mi labio, reprimiendo un gemido, y mis nudillos blanquearon, en torno a la piel sintética; Nathan estaba poniendo empeño en lo que hacía, pero mi cuerpo necesitaba al hombre que estaba al otro lado del cristal. Magreé uno de mis pechos y humedecí el índice en mi boca para después llevarlo hasta la areola, trazando figuras sobre ella; todo, sin apartar mis ojos de los suyos. Mi primer orgasmo apareció en ese momento, me estremecí bajo el cuerpo ardiente de Nathan, quien ya se encontraba susurrándome un montón de palabras lascivas, en el oído.
-Mírame -ordenó.
Lo hice en seguida. Nuestros rostros estaban demasiado cerca, podía sentir su aliento a alcohol y tabaco. Un hilo de sudor bajaba por su sien. Introdujo dos de sus dedos en mí, para después limpiar mis jugos con su boca.
-Deliciosa -musitó -. Deberías estar agradecido, está más que lista.
Arrugué la frente.
Se alejó de mí, dejándome ver a Kendrick, detrás de él.
¡Mierda!
Su mirada salvaje me lo decía todo. Iba a salir de ese puto club en silla de ruedas.
Se acercó a paso firme, rodeó mi cintura con un sólo brazo y me levantó en el aire; afiancé mis piernas alrededor de sus caderas, frotando mi húmeda y necesitada entrada, con su caliente virilidad. Me llevó a la parte más alta del sillón, apoyando mi espalda en ella; mi cabeza colgaba por el respaldo. Colocó mis piernas sobre sus hombros y frotó su miembro sobre mi clítoris, una y otra vez, de manera tortuosa.
-¡Kendrick! -chillé. Estaba ansiosa.
-¿Te gusta provocarme, cierto? -gruñó -Este es el resultado, Milena -dijo, apartándose.
Nathan apareció en escena, nuevamente, tomando el lugar de Kendrick, su pene ya estaba enfundado en un condón. Kendrick se acercó a mí desde el otro lado; deslizó su punta sobre mis labios, estos se humedecieron en seguida de un liquido pre seminal.
¡Jodida mierda!
Ambos entraron en mí de un sólo movimiento. Cada uno llevaba su propio ritmo, pero ambos me fascinaban. De repente todo en la habitación fueron gemidos y respiraciones entrecortadas. El cristal no se empañaba gracias al aire acondicionado, porque estaba segura que habríamos podido convertir ese lugar en un maldito sauna. Y vaya que lo hubiera preferido; observar era una cosa, ser quien da el espectáculo es algo sumamente diferente. Podía decir que en aquel momento me sentía una actriz porno.
La posición en la que me tenían ese par de salvajes, me mataba; no era para nada cómoda. No supe cuánto tiempo pasó antes de que Nathan se desplomara sobre mi vientre, disfrutando de su propio clímax. Kendrick no había parado de mover sus caderas de forma arrebatada; su pelvis chocaba una y otra vez contra mi nariz.
-Puta madre -El líquido espeso y caliente llenó mi boca, y desapareció en mi garganta.
***
Sentía mi cuerpo dolorido y mis ojos pesados. Kendrick me había tenido que sacar en brazos de aquella sala. Mierda. Y pensar que esa era sólo la primera. No quería imaginarme el nivel de intensidad de las siguientes.
Me dejó, con delicadeza, sobre uno de los sillones imperiales, mientras iba en busca de nuestra ropa. Nathan, ya se encontraba en el baño de caballeros, vistiéndose.
La puerta doble se abrió y un rubio alto y fornido, apareció en el lugar. Rápidamente lleve mis manos a mis zonas más íntimas, cubriéndolas. Kendrick me tendió su saco, al darse cuenta de mi incomodidad, y me lo puse sin replicar.
-¿Qué pasa, Nielsen? -Se dirigió al hombre, con el ceño fruncido.
El mencionado, vaciló en hablar, me dio una mirada rápida y tanto Kendrick como yo, entendimos el mensaje. Tomé mi ropa y me dirigí al baño de damas, para poder vestirme tranquilamente y darles su espacio.
-Sucedió algo en el bar principal. -Fue lo último que escuche, mientras atravesaba la puerta.
***
¡Hola mis queridos lectores!
Espero que hayan disfrutado este capítulo. Ha sido uno de los más largos, hasta ahora.
Cuéntenme qué les pareció. Me encantaría leerlos.
Hasta pronto.
D.Hill 👯
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