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XLI

Milena

Un sonido agudo me hizo abrir los ojos de golpe. Desperté sobresaltada, sujetándome el pecho como si con eso pudiera apaciguar mis latidos frenéticos. Un punzante dolor de cabeza me aquejó a causa de mis movimientos bruscos; me llevé la mano a la frente, con una mueca de malestar <<No lo vuelvo a hacer>>. La luz intensa que se colaba a través de las delgadas cortinas tampoco era de mucha ayuda, realmente. Tuve que achinar los ojos, mientras me acostumbraba a esa luz blanca enceguecedora.

Tardé unos segundos en ubicar el espacio en el que me encontraba; me relajé en cuanto reconocí mi habitación de hotel. Arrugué la frente y me exprimí mentalmente, tratando de recordar cómo chingados había llegado hasta ahí. Tenía vagos recuerdos de la noche anterior.  El último momento claro en mi memoria era el de Ulrik sugiriendo salir a tomar aire; después de eso, sólo tenía escenas borrosas que estaba tratando de hacer encajar...Yo en la playa... Ulrik en uno de los pasillos del hotel... Urik hincado en la arena... Ulrik...Kendrick...Sus ojos... Sus labios... ¡Oh mierda!

Contuve la respiración mientras una sensación helada bajaba por mi espalda ¿Acaso yo?... Pero qué idiota... No podía estar complicando más las cosas ¿Cierto? 

Instintivamente llevé  mi vista hacia abajo, inspeccionando mi estado. Sentí que el alma me volvía al cuerpo cuando comprobé que llevaba puesta la misma ropa de la noche anterior. Relajé mi postura y volví a respirar con normalidad.

Una vez más, ese insoportable sonido comenzó a martillar mi cabeza, esta vez con más fuerza . Salí de la cama refunfuñando en busca de mi teléfono. Un pequeño mareo me atacó en el camino, desorientándome por unos segundos; tanto así que me tuve que sostener de la cama para no terminar de bruces contra el piso. Maldita resaca. Seguí el incesante sonido hasta que dí con mi pequeña cartera dentro de uno de los cajones del tocador. Saqué el aparato del mal y por fin pude apagar la alarma, regalándome unos instantes de paz. Pero esa paz se fue a la mierda cuando me dí cuenta de la cantidad de llamadas perdidas y mensajes que tenía. 

Los primeros, eran del día anterior. Los más antiguos de Nora queriendo saber de mí. Maldita sea, había olvidado avisarle que habíamos llegado bien al hotel. Los siguientes mensajes eran de algunos de los proveedores confirmando que sus técnicos estarían llegando la hora estipulada al complejo. Finalmente estaban los de Ulrik; en el primero preguntaba si bajaríamos a desayunar juntos; el siguiente, si quería que pasara por mí a mi habitación o prefería que nos encontráramos en el lobby; y en el último, que había sido enviado al parecer recientemente, preguntaba si todo estaba en orden y me indicaba que ya estaba esperando abajo.

Abrí los ojos como estúpida y casi suelto el teléfono cuando reparé en la hora. Eran las nueve menos quince. Maldije bajo. Le envié un mensaje a Ulrik diciendo que se adelantara al restaurante y ordenara algo ligero para mí, que no tardaba.

Si. Aja...

Corrí al baño, dejando las prendas regadas en el camino. Ni siquiera esperé a que la temperatura del agua se templara cuando ya estaba bajo el chorro. Podía jurar que nunca antes una resaca se me había curado tan rápido. 

Puse especial empeño en mi lavado de dientes, no quería ni imaginar el aliento alcohólico que tenía; limpié los restos de maquillaje de la noche anterior y rehice uno rápido y sencillo, basicamente lo único que me interesaba era disfrazar esas manchas oscuras horribles que tenía debajo de los ojos y darle un poco de color a mis mejillas.

 Me coloqué el primer conjunto de ropa que tomé de la maleta y unas plataformas, para andar más cómoda. Ni siquiera me molesté en secar mi cabello, sólo me ocupé en deshacerme de los nudos y lo sujeté con un broche, en un moño mal hecho, que estando en la playa, pasaría desapercibido.

Tomé el maletín con mi laptop junto con el porta planos y salí disparada hasta los elevadores. En el camino mandé otro mensaje a Ulrik para preguntar en cuál de los restaurantes había decidido desayunar. Su respuesta me llegó casi inmediatamente.

Después de unos minutos que me parecieron eternos (Porque el pinche resort era enorme), por fin logré dar con el lugar. Localicé a Ulrik en una de las mesas de la terraza y fue entonces cuando los nervios y la vergüenza se apoderaron de mí, dejándome clavada en el piso. Sopesé la idea de salir corriendo del lugar y adelantarme al Paradise, hasta que la mano de Ulrik agitándose en el aire, llamó mi atención.

¡Carajo!

Me hundí en una de las sillas frente a él en cuanto llegué a la mesa. En el lugar ya estaba dispuesto un plato de ensalada mixta, el cual fue mi punto de enfoque en todo momento. No tenía valor de mirarlo a la cara. 

—Buenos días. Lamento la tardanza —dije mientras acomodaba mi maletín y porta planos en la silla contigua. 

Ulrik no dijo nada, pero podía sentir su mirada fija en mí, eso me puso todavía más ansiosa. Le dediqué una mirada fugaz, acompañada de una sonrisa del mismo modo, para después concentrarme, nuevamente, en mi desayuno. 

—¿Lena? —Su voz sonaba tranquila, normal. Eso me dio una ligera confianza para encararlo. Lo miré por debajo de mis pestañas.

Ulrik estaba relajado, con ese habitual porte juvenil y encantador que lo caracterizaba. Sus brazos estaban apoyados sobre la mesa, uno a cada lado de su taza de té y un plato con fruta. Arrugué la frente un segundo, la memente se me comenzaba a ir por las ramas, preguntándose el por qué Ulrik prefería los tés de apariencia desagradable a un buen café. Parpadeé un par de veces y agité la cabeza, obligándome a regresar al punto central del asunto. No iba a poder evitar la conversación mucho tiempo, después de todo.

Esos ojos claros me estudiaron detenidamente, al parecer no sólo yo estaba tratando de descifrar sus pensamientos. 

Tragué el bocado y suspiré, relajando mi postura. 

—Lo lamento, Ulrik.

La comisura derecha de sus labios se curvó ligeramente hacía arriba, en una sonrisa  comprensiva. 

—¿Qué es lo que lamentas?—su ceja izquierda se elevó y su mirada se volvió expectante. 

¡Mierda! ¿En serio tenía que decirlo? 

Me aclaré la garganta y serví un poco de jugo de naranja en el vaso de cristal que tenía enfrente para después darle un largo y revitalizante trago.

—Lo que sucedió anoche...Yo... Yo est...—Mi cerebro estaba haciendo un esfuerzo descomunal por ordenar mis ideas, pero al parecer tanto alcohol lo había dejado más seco que un helecho en el desierto. Respiré profundo y liberé el aire de mis pulmones lentamente —. Lo que pasó anoche, se que va a sonar trillado y no es mi intención hacerte sentir mal, pero no debió pasar. Fue un error. Estaba demasiado toma...

—No pasó nada, Lena. —Elevé mis cejas con evidente sorpresa. Clavé mis ojos en los suyos buscando algún deje de broma en ellos, pero no había nada de eso. Un alivio indescriptible me invadió enseguida.  

—Gracias al cielo —musité. Aparentemente lo suficientemente audible, pues Ulrik liberó una risa discreta. 

—Pero ahora —hizo una pausa —... Me intriga saber qué es aquello que estaba maquinando tu pequeña cabecita respecto a nosotros —Nos señaló a ambos con el tenedor que llevaba en la mano —. ¿Te importaría contarme? —inquirió, recargándose sobre la mesa, acortando la distancia entre nosotros —En verdad muero de ganas por escucharlo.

Sentí como el rostro se me ponía de mil colores.

—¡Pff! nada importante —hice una seña con la mano, para convencerlo de que, en efecto, aquello no tenía importancia —Es sólo que pensé que había hecho el ridículo anoche y me avergonzaba pensar que me hubieras visto en aquel estado. 

Y vaya que lo hiciste.

Una enorme sonrisa se dibujó en su rostro. Una de la cual no supe identificar su significado.

***

A las nueve treinta en punto estábamos llegando al complejo turístico, el cual era, por mucho, más imponente y lujoso que en las fotografías. El tamaño de esa cosa me hizo recordar a Disneyland y The Universal Studios. 

Habíamos aparcado en el estacionamiento subterráneo del mall principal, en el cual se encontraban las tiendas más exclusivas de ropa, calzado, joyería y artículos electrónicos, algo así como la fifth avenue en New York, pero con fachadas y escaparates mucho más modernos. 

Nos recibió uno de los encargados de la obra y empleado Arquitech, junto con un grupo numeroso de personas, los cuales eran los técnicos contratados por Ferguson para el montaje de la señalización. Jamás en mi vida había visto a tantas personas juntas. Los mencionados se dividieron en seis grupos de unas diez personas más o menos, los cuales se asignaron áreas a cubrir. Así mientras algunos se encargaban de los sótanos del estacionamiento, otros lo hacían del estacionamiento al aire libre, unos más de las zonas de servicios y otros de los núcleos de restaurantes, elevadores, etc. 

Toda la mañana y buena parte de la tarde la pasamos dando vueltas dentro del lugar, supervisando la calidad de los materiales y la correcta instalación.  

En ocasiones me centraba tanto en mi trabajo que me olvidaba de la presencia de Ulrik, hasta que sentía sus ojos clavados en mí. Hubo momentos en los que me pareció ver algo de la mirada de su hermano en la suya. Tal vez era su intensidad, o ese brillo seductor que salía a relucir ocasionalmente. 

Los días siguientes fueron prácticamente iguales. Nos dedicamos a dar la última revisión a los directorios y mapas de ubicación digitales que se habían instalado en todo el complejo, la iluminación de los paneles de señalización, así como los monolitos de los accesos principales, en donde se enlistaban las marcas de las tiendas, los nombres de los hoteles y restaurantes, así como los de los centros recreativos que ahí se encontraban. Aquello iba a ser un boom en cuanto se inaugurara. 

Yo estuve sumida hasta el cuello en el trabajo, después de todo era mi área de especialidad y el que todo funcionara perfecto era mi responsabilidad. Aún así, Ulrik en ocasiones se mostraba disperso, más de lo comúnmente aceptable, por así decirlo. Constantemente se alejaba a recibir o realizar llamadas con Dios sabe quién, y aunque trataba de aparentar que todo estaba en orden, yo era capaz de notar la inquietud que se escondía detrás de su habitual sonrisa.

Por las noches, después de la cena, salía de mi habitación a caminar por la playa durante un par de horas para liberar toda la tensión acumulada en el día. 

Así fue como llegamos a la última noche en Miami. Eran eso de las siete treinta de la noche y  el cielo comenzaba a tornarse en tonos anaranjados y rosáceos. Era uno de esos espectáculos que por ningún motivo podrías perderte y que, en definitiva, era valorado por aquellos quienes vivíamos rodeados de rascacielos, calles saturadas y tanto ajetreo laboral que se nos dificultaba tener el tiempo de conseguir una vista como esa. El corazón se me estrujó cuando recordé la última vez que había tenido una imagen tan maravillosa como en aquel momento. En mi mente se dibujó enseguida el mayor de los hermanos Colleman, una cena, un yate, Manhattan vista desde fuera como si de una postal se tratara...

El ligero toque de la mano de Ulrik sobre mi hombro me trajo de vuelta de mi ensoñación. Cerré mis manos en torno al barandal de aquella terraza y fingí una sonrisa. De repente todo el entorno me parecía melancólico. 

Ulrik me tendió una copa de un cocktail llamado Conga, que la verdad se había vuelto mi favorito, después de las mimosas. Qué puedo decir, me gustan las bebidas frutales. Además, los mojitos habían quedado descartados tras la primera noche, por obvias razones. Él llevaba en su mano un vaso con un preparado en tonos azules y blancos y un trozo de piña deshidratada como decoración, el aspecto me pareció realmente interesante.

Bebimos nuestros tragos en silencio, mientras esperábamos que nuestra mesa estuviera lista. Ulrik había hecho reservación para cenar en un restaurante al pie de la playa. El lugar era mucho más sobrio e íntimo que cualquiera que hubiera visto hasta el momento. Por lo regular la zona estaba cubierta por bares, clubes nocturnos y lugares para comer llenos de vida y jocosidad. Pero el lugar en el nos encontrábamos, parecía haber sido traído directo de New York. 

Una notificación en mi teléfono me hizo apartar la vista un segundo de la puesta de sol. Se trataba de una notificación de la aplicación del sistema de vigilancia que había instalado en mi departamento, tras el suceso de la carta. Una corriente helada me recorrió la columna vertebral esperando lo peor. Lo sé, yo y mis pensamientos pesimistas haciéndose presentes enseguida.  Me relajé en cuanto ví que sólo se trataba de un recordatorio que me indicaba que llevaba un par de días sin tener actividad dentro de la aplicación. Liberé el aire que estaba conteniendo. 

Por inercia accedí a la actividad reciente de las cámaras de vigilancia. Todo el departamento se veía en perfecto orden. No sé cuánto tiempo me perdí pasando de cámara en cámara, pero al parecer había sido el suficiente para que Ulrik hubiera notado mi ensimismamiento. 

—Lena... ¿Pasamos? —Su aliento cálido me golpeó en la nuca.

Bloqueé mi teléfono y lo guardé en la cartera. Me giré a verlo y asentí. 

—¿Está todo bien? —preguntó. Volví a asentir. 

—Sí, es... Sólo estaba revisando unas cosas importantes. 

—No pienses que me gusta entrometerme en donde no debo, pero la cara te cambió en cuanto viste el teléfono, te pusiste pálida y después tu frente se arrugó de una manera muy peculiar —pasó su pulgar por mi entrecejo —Aún tienes el ceño fruncido, de hecho —sonrió de medio lado.

Me aclaré la garganta y me alejé de su contacto discretamente.

—Si hay algo en lo que te pueda ayudar, Lena. En verdad, lo que sea. Sólo tienes que decirlo.

Me mordí el labio mientras sopesaba su propuesta.

—Estaba viendo las cámaras de seguridad de mi departamento —dije. Quien arrugó la frente en ese momento fue él. 

—¿Cómo? —fue lo único que dijo. Suspiré.

—Hace unos días, alguien —hice énfasis en la palabra —, se coló en mi departamento. No hubo registro de quien lo hizo. Los vigilantes del edificio no notaron nada extraño y las cámaras de seguridad no ayudaron en mucho, porque el sistema al parecer es obsoleto o el dueño del edificio no consideró importante instalar unas con capacidad de visión nocturna y quien sea que haya sido la persona que estuvo ahí, lo sabía. Se encargaron de romper las lámparas, por lo que sólo se pueden ver siluetas, nada claro —dije con hastío. Ulrik me escuchaba atentamente, podía incluso descifrar en su mirada, el esfuerzo que estaba haciendo por tratar de seguirme en mi historia.

—Una carta —musitó para sí mismo.

Asentí.

 —Así que mandé a instalar un sistema mucho más eficiente dentro de mi piso. —Concluí.

Ulrik asintió, aún con la mirada un poco perdida, terminando de procesar todo lo que acababa de contarle. Volvió a fruncir el ceño por unos segundos para después regresar su atención en mí.

—¿Cómo pudiste con algo así tú sola? ¿Por qué no dijiste nada, Lena? Sabes que yo te habría ayudado con todo eso.

—Lo sé y te lo agradezco, pero las cosas no pasaron a mayores y con estos cacharros que instalaron, me siento más segura. —Me miró con los ojos entornados, no muy convencido de mi respuesta.

—No sé qué haría si algo llegara a pasarte, no podría volv... —Se calló de inmediato, dejando la frase inconclusa. Aspiró profundamente y posó su mano sobre mi mejilla —Estoy aquí para tí, siempre que lo necesites —murmuró muy cerca de mis labios.

¡Joder! ¿Otra vez? 

Mini Milena ya estaba hasta la madre de esas situaciones.

—No, Ulrik, discúlpame. No puedo. —Me alejé de él. 

Casi podía ver a mi versión pequeña bailando en mi interior, celebrando que por primera vez en mucho tiempo no hubiera hecho una estupidez. 

—Lo sé. Sigues pensando en él —dijo con pesar, tensando su brazo que había quedado suspendida en el aire tras mi alejamiento y cerrando su mano en un puño.

El momento se había vuelto incómodo, nuevamente. Iba a decir algo para aligerar el ambiente, pero el celular de Ulrik comenzó a sonar dentro de la bolsa de sus pantalones. 

Salvada por la campana.

Sacó su teléfono y tras darle un vistazo a la pantalla, me dió la espalda y se alejó un poco.

—Sí... ¿Qué pasa?... —Se llevó una mano a la nuca —. ¿Cómo?... Mierda —gruñó —. De acuerdo... Claro... Salgo para allá.

Eso último me hizo ponerme alerta.  

—¿Qué pasa, Ulrik? —Volví a colocarme frente a él.

—Tenemos que subir al avión antes de que se giré una orden de incautación, —dijo. Su voz sonaba mecánica. Arrugué la frente —. Arrestaron a Kendrick.

¿Qué mierda?

***
Hoy no diré nada, más que espero que hayan disfrutado del capítulo y que me encantaría leer sus comentarios ♥️♥️♥️

Los amo ♥️

D.Hill

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