XIX
¿?
En la casa, todo estaba hundido en la penumbra, las pesadas cortinas del estudio no permitían que se colara ni el más mínimo rayo de luz. Era el vivo reflejo de mi mente; en mi interior todo se sentía igual. Frío, vacío, oscuro. El atisbo de luz que ella significaba, amenazaba con desvanecerse; cada vez me parecía más lejana.
¡Maldito hijo de puta! Él era el culpable de todo.
Las tortuosas voces, se estaban tornando más frecuentes. Hice lo que mejor sabía para callarlas; conecté mi móvil al reproductor de música y en seguida esa canción, que tanto me la traía a la mente, inundó el lugar, haciendo vibrar hasta al más pequeño objeto dentro de él. Me dejé caer en el sofá que había junto a la ventana, dando largos y regulares tragos a la botella de tequila que había cogido del minibar. El líquido dorado quemaba mi garganta de una manera reconfortante, mientras las palabras bailaban en el ambiente.
"Nothing can compare to the love we have...
My dear grab my hand, and let me take you to
To my wonderland"...
Aspiré profundo. El imperio Colleman comenzaría a caer pronto. La paciencia, sin duda, había sido mi mejor arma todo este tiempo. Las primeras piezas del tablero, comenzaban a moverse. Poco a poco iría tornando el juego a mi favor.
***
Milena
Al abrir los ojos me encontraba sola, mi cuerpo estaba enredado entre las sábanas y a lo que se aferraban mis brazos ya no era el torso de Kendrick, sino una almohada.
Me levanté como loca, temiendo que todo lo ocurrido la noche anterior hubiera sido una alucinación, producto del desmayo.
Idiota, si hubiera sido una alucinación no estarías en esta habitación.
"Buen punto".
Me dirigí al baño, mi vejiga estaba a punto de reventar; aproveché para lavar mi cara y ponerme un poco más presentable. Rebusqué en los estantes algún cepillo de dientes que pudiera usar y ¡Bingo! Había todo un paquete nuevo; con mi cabello no pude hacer mucho, desenredé la maraña lo más que pude, con mis dedos. A paso lento salí de la habitación, a lo lejos una tenue melodía podía escucharse. En la plata baja, la intensa luz que llenaba la sala de estar me lastimó un poco los ojos; parpadeé repetidas veces, hasta que se acostumbraron. Al costado derecho, más allá del comedor, pude divisar al dueño del lugar; se movía con destreza dentro de la cocina. Aquello me causó curiosidad. La imagen de kendrick Colleman ante el mundo, sugería que contaba con un séquito completo que hacía todo por él. Me acerqué despacio, para no distraerlo. Torpe intento. Me detuve en seco, a medio camino, cuando escuché su voz.
―Buenos días, señorita. ―Aún me daba la espalda. En ningún momento dejó a un lado lo que estaba haciendo.
―¿Cómo supiste que estaba aquí? ―Entrecerré los ojos.
―Es fácil. Tu perfume ―apuntó.
Se giró con coquetería, una hermosa sonrisa le iluminaba el rostro. Depositó un par de platos sobre la barra; el desayuno era bastante completo, omelette de espinaca y queso, tocino frito y fruta recién picada.
Llegué hasta la barra del desayunador y me acomodé en uno de los banquillos.
―¿Café?
Asentí ―Gracias... Esto huele muy bien ―dije, animada.
―Espero que sepa igual ―apuntó, mientras me tendía la taza.
Le di un sorbo a mi americano y me dispuse a comer. Estaba realmente bueno, mucho mejor que lo que yo solía preparar. Al parecer Colleman, tenía muchos otros atributos que aún no descubría.
Desayunamos en medio de un tranquilo silencio, disfrutando de los alimentos y nuestra compañía. Había olvidado lo que era que una persona te trasmitiera seguridad y tranquilidad.
―En el armario hay un poco de ropa, para que puedas cambiarte. Salimos en una hora.
Levanté las cejas. Entonces caí en cuenta de que él ya se encontraba arreglado. Llevaba una camisa blanca remangada hasta los codos y los primeros botones sueltos, un pantalón de vestir negro y zapatos del mismo color.
―Pensé que pasaríamos el día completo aquí. ―Mordí mi labio de manera sugerente.
―Tengo algo mucho mejor en mente, Milena.
Sonreí ampliamente. Cualquier cosa que pudiera imaginar, sería superada fácilmente por su retorcida mente, sin dudar.
Me levanté del banquillo, acorté los escasos pasos que nos separaba y me colé entre sus piernas. Rodeé su cuello con mis brazos y él hizo lo mismo con mi cintura. Un largo e intenso beso llegó en seguida, Kendrick llevó una de sus manos por debajo de la camiseta y estrujó mi glúteo. ¡Maldición! Ya estaba caliente.
―Ve a alistarte, mientras pongo un poco de orden aquí ―pronunció contra mis labios.
Rodeé los ojos.
―Son las nueve de la mañana Kendrick. ―Me quejé.
―Y se nos está haciendo tarde ―agregó.
Mordió mi labio inferior y tiró suavemente de él. Suspiré con resignación y me dirigí a la habitación. Tras una reparadora ducha de agua fría, me interné en el armario.
―¿Qué mierda? ―Musité. Abrí mi boca como estúpida.
El lugar estaba dividido en dos secciones gemelas, una a cada lado del pasillo. Del lado derecho un montón de trajes, hechos a la medida, lucían perfectamente ordenados por tonalidad, después se extendía una sección de cajoneras que parecían inmensas, y al final estaba el estante con calzado de todo tipo. "Normal" Pensé. No esperaba menos de un hombre como Kendrick. Lo que realmente me sorprendió fue la "poca ropa" que se encontraba en el lado izquierdo. En el perchero había vestidos, camisas, blusas, camisetas y pantalones de todo tipo. Abrí cada una de las cajoneras; todas estaban llenas de lencería y accesorios femeninos. Me tomé un momento para observar las cosas detenidamente, con sumo cuidado, tomé una de las pantaletas, me sentía un poco desconfiada ante la situación.
¿Y si todo eso pertenecía a alguien más?
―No estaba seguro de con qué te sentirías más cómoda, así que elegí un poco de todo. ―Se escuchó desde la puerta.
Pegué un respingo y me llevé la mano al pecho por instinto. Arrugué la frente.
―¿Compraste todo esto... para mí? ―pregunté confundida ― ¿Cuándo? ¿Por qué?
―Hace unos días. Esperaba que algún día lo pudieras usar, y ya ves, no me equivoqué ―Sonrió ― ¿Fue demasiado? ―su voz pasó de confiada y tranquila a preocupada, cuando vio que mi expresión no se relajaba ni un poco.
―Estás loco, Kendrick. Esto es... Raro... E incómodo.
Torció el gesto. Se encaminó hasta mí, sujetó una de mis manos y besó su dorso.
―No era mi intención incomodarte, Milena ―Hizo una pausa ―. No soy experto en esto de tratar a una mujer. Soy un idiota. Ni siquiera conozco tus gustos y pensé que...
Sonreí comprensiva ―Tranquilo, Colleman ―Ambos éramos un par de inexpertos en el tema ―. Está bien, sé a lo que te refieres. Sólo no vuelvas a exagerar las cosas. Nada de esto es necesario ―aseguré.
Asintió ―Te dejo para que puedas vestirte tranquila.
―¿A dónde vamos? ―pregunté, antes que saliera de la habitación.
―Es una sorpresa. ―Guiñó el ojo, para después desaparecer por la puerta.
Bufé. Eso me ayudaba una mierda. Opté por un vestido corto color borgoña, una cazadora de piel negra y unos hermosos tacones negros que estaban en una de las repisas. En lo que realmente puse todo mi empeño fue en la lencería. Había demasiado de donde escoger; algodón, lycra... Pero mi favorito sin duda era el encaje, sobre todo cuando estaba segura que iba a terminar a la vista de Kendrick.
Unos treinta minutos después salíamos del edificio, montados en el Panamera. Tras un rato de recorrido rumbo al sur, llegamos al puerto de New York. Un montón de cruceros, ferrys, barcos pequeños y yates se enfilaban a lo largo del muelle. Abordamos uno de aquellos yates, era pequeño, pero realmente no necesitábamos mucho espacio, lo que menos quería era alejarme de él. La tripulación era justa; el capitán, el chef y un asistente para cada uno. Después de presentarse, cada uno se dirigió a su puesto, brindándonos la privacidad necesaria para disfrutar de las costas de la ciudad, desde una perspectiva distinta. Manhattan visto desde fuera era aquel que se mostraba en las películas o revistas, los rascacielos lucían impresionantes a la distancia, era una composición urbana majestuosa.
Recorrimos algunos de los famosos puentes de Brooklyn y desde luego, Liberty Island. Para cuando llegamos a esta última el sol comenzaba a ocultarse y la estatua de la libertad se iluminaba con esas luces blancas que ensalzan su color azul verdoso.
El yate se detuvo justo en ese punto, en medio de las dos mejores vistas de New York. Me sentía tan bien en ese momento, acostada en aquel mullido sillón, entre los brazos del hombre que ponía a titilar mis emociones. Había pasado tanto tiempo ensimismada en el paisaje urbano y las suaves caricias de Kendrick sobre mi cabello, que no había notado el momento en el que se montó una hermosa y elegante mesa para la cena en cubierta, sino hasta que el chef nos invitó a tomar asiento.
La cena fue amena. Platicamos de cosas banales y viejas anécdotas familiares, yo recordé los hermosos momentos que viví con mi madre antes de su enfermedad. Kendrick, por su parte, habló de las travesuras de la infancia y de los líos de su adolescencia; de la llegada de Ulrik, cuando él apenas tenía seis años y de como su objetivo en la vida se había vuelto, el proteger a su hermano.
Sus personalidades eran tan diferentes, sin embargo ambos me parecían excepcionales. Se notaba que se completaban, formaban un buen equipo. Desde luego que, como en cualquier relación humana, las diferencias suelen pesar en algunas ocasiones, algo así pude vislumbrar en el rostro de Kendrick, cuando llegó a un punto en su historia, un punto en el que no aunó, pero que se veía que aún dolía. Esa noche dejé pasar el hecho. Tal vez más adelante él mismo se abriera a contarme, no sólo los momentos buenos, sino también los momentos oscuros de su vida.
Unas cuantas copas después y esa sensación de cosquilleo en las piernas se hizo presente; mi lengua se soltó, al igual que mis movimientos. El alcohol me volvía mucho más desenfadada. Caí en cuenta de que habían pasado más de diez días sin sexo, y eso en el nuevo estilo de vida de ninfómana que había adoptado, podía considerarse una falta.
Desde la noche anterior, Kendrick había sido todo un caballero, amable, atento, era como si quisiera empezar de cero, llevando las cosas pausadas, como lo haría una pareja "normal". Para mí eso era una estupidez, había probado tantas cosas nuevas con ese hombre que el ir despacio ya no estaba en mi vocabulario.
No estaba segura de si después de la cena estaba planeada alguna forma original de llevarnos al éxtasis, así que decidí tomar la iniciativa. Me dirigí hasta él, con un movimiento rítmico y acentuado de mis caderas; él elevó una ceja, mientras bebía de su copa y me escaneaba de los pies a la cabeza. Me dejé caer sobre su regazo, lo cual lo obligó a correr la silla.
―¿Qué estás haciendo? ―preguntó, divertido. Podía sentir su masculinidad crecer debajo de mí.
―Señor Colleman ―susurré en su oído, con la voz más erótica que fui capaz de liberar ―, hace ya un buen rato que mi cuerpo está pidiendo a gritos ser recorrido por sus manos y sus labios. ―Mordí el lóbulo de su oreja.
Me miró atentamente, extasiado por mi actitud. Alargó una de sus manos, hasta el Bowl con fresas que se encontraba el centro de la mesa, tomó una, cuya punta estaba cubierta por un ligera capa de chocolate y la llevó a mis labios, instándome a morderla. El sabor agridulce de la fruta combinada con la amargura natural del chocolate, crearon una combinación deliciosa en mi paladar; aunado a esto, los dulces labios de Kendrick se fundieron con los míos, en una mezcla sin igual.
Me tomó en brazos, bajó unas pequeñas escaleras hasta el pasillo donde se encontraban los camarotes e ingresó a uno de ellos. La habitación era amplia, casi igualaba en tamaño a la de su Pent-House. Al centro había una cama King zise, cubierta con un bonito edredón ligero, color crema; las paredes de la habitación eran blancas y la que se encontraba al fondo tenía un acabado en madera oscura, bellísimo. Me depositó en la cama con delicadeza, mientras bañaba mi rostro y cuello de besos. Leves gemidos escapaban de mi boca en respuesta de su cercanía y de lo que provocaba en mí.
***
Kendrick
Milena era una mujer cautivadora desde su presencia; pero eran su inteligencia, madurez y seguridad lo que terminaba encandilando a cualquiera. La mujeres con las que había tratado en la vida, repetían siempre el mismo patrón; caprichosas, posesivas y ególatras; como si hubiesen sido fabricadas en serie y les hubieran incrustado el mismo chip en el cerebro. Por imbécil, me había negado a lo que sentí desde un inicio por ella, disfrazándolo de deseo y placer, puesto que era lo único con lo que me había sentido cómodo y lo que había podido manejar a la perfección. Sin embargo, esa noche quería estar con ella, disfrutar de su cuerpo y su intimidad, probar su piel y sus dulces labios, de una manera diferente. Milena era simplemente perfecta. Yo no sabía ser delicado ni convencional cuando de sexo se trataba y eso me conflictuaba un poco en aquel momento. No quería ser el mismo animal de siempre.
Comencé regando besos en cada centímetro de su piel, era tan suave y su aroma tan delicioso, que el recorrerla se volvía embriagante. Sus gemidos me incentivaron a continuar con aquel ritmo pausado. Me detuve con singular atención en sus labios, eran suaves, carnosos y extremadamente cálidos; el último elixir que me había hecho falta probar para terminar de caer rendido a sus pies. En aquel momento, el café de sus ojos reinaba sobre el verde, estaban oscuros, y sus pupilas dilatadas me hacían saber cuan excitada estaba.
Poco a poco, comenzamos a desnudarnos, yo no podía apartar mis labios de su piel, me llamaba como la miel a las abejas. Descendí por su cuello, sus clavículas, pasando por el valle entre sus pechos, su abdomen, hasta su monte de venus, perfectamente depilado; levantó su pelvis, brindándome mejor acceso a su intimidad. Su sexo ya se encontraba completamente húmedo. Atendí cada uno de sus puntos erógenos con mis dedos y mi boca, hasta beberme sus jugos. Estaba lista y más que sensible. Llevé mis labios a los suyos.
―Eres deliciosa, Milena ―susurré.
Sonrió. Enredó sus dedos en mi cabello. Su lengua se posó al centro de mis labios abriéndose paso entre ellos, profundizando el beso. Abrió más sus piernas, invitándome a acomodarme entre ellas; me posicioné en su entrada y lentamente me fui introduciendo en ella. Milena arqueó su espalda y clavó sus uñas en mis hombros. Sus gemidos se profundizaron. Mi sonido favorito. Comencé con un vaivén de caderas pausado y profundo, quería disfrutar de cada centímetro de su interior y del roce de nuestras pieles. Por primera vez, me tomé el tiempo para deleitarme con toda ella y lo que producía en mí. Poco a poco aumentamos el ritmo. Nuestros cuerpos chocaban, calientes y sudorosos, hasta que ambos llegamos a ese delicioso orgasmo que arrasó con nuestra conciencia. Aquella noche, tracé su cuerpo con mis dedos, grabando cada una de sus líneas en la memoria, hasta que cayó rendida entre mis brazos.
Después de una ducha, me dirigí a cabina a indicarle al capitán que nos regresara al muelle. En mi teléfono había un montón de llamadas perdidas y mensajes de mi abogado y mis contadores, al parecer algo habían encontrado, finalmente. Suspiré. El día siguiente sería largo.
***
Una disculpa por la tardanza.
No duden en comentar y votar. Me gustaría saber qué les ha parecido este capítulo.
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