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IX (18+)

Milena

Sábado, el día más pesado de la semana; ese era el único día en que todas las chicas del club coincidíamos en horarios y Antoine lo aprovechaba para hacernos ensayar hasta que las piernas dolieran. Pese a ese detalle, no podía estar más ansiosa de regresar y ver a las chicas, extrañaba sus parloteos y locuras.

Los últimos dos días había estado ensayando mi discurso para cuando la inminente plática sobre Kendrick, llegara; ellas sabían perfectamente que el motivo de mi ausencia había sido él, sin embargo, pese a lo mucho que deseara ponerlas al tanto sobre mi situación actual con ese hombre y todo lo que había ocurrido la semana anterior, había hecho un trato con Colleman, que me lo impedía. El miércoles, al salir de la oficina, habíamos dejado algunas cosas claras sobre cómo manejaríamos nuestros encuentros, entre ellas estaba la discreción, como regla principal.

Tras poner orden en el departamento, tomé una ducha rápida, me enfundé en un conjunto deportivo y preparé mi maleta para dirigirme al speakeasy. El repiqueteo en la puerta me distrajo un momento.

¿Qué carajos?

No solía recibir visitas.

Con el entrecejo fruncido y un atisbo de desconfianza, me encaminé a la entrada. Mi gesto se descompuso cuando su impasible rostro apareció en la mirilla de la puerta. ¿Qué putas estaba haciendo en mi casa?

Lo ignoré al principio. No tenía derecho ni motivos para estar ahí. Pero los minutos pasaban y sólo conseguía que los golpes se volvieran más insistentes y que yo comenzara a retrasarme. Si algo no me permitía nunca, era la impuntualidad.

Mierda.

-¿Qué estás haciendo aquí? ¿Cómo chingados sabes dónde vivo? -Recriminé en cuanto abrí la puerta.

-Buenos días, Milena - dijo, ignorando mi molestia; aunque eso sólo consiguió aumentarla.

-¡Y una mierda, Colleman! ¡¿Qué estás haciendo en mi casa?!

-¿Vas a dejarme pasar o piensas armar un escándalo en el pasillo? -preguntó divertido -. Por mi no hay problema, no es mi edificio y tampoco mis vecinos. -Se encogió de hombros.

Me pasé la mano por el cabello, frustrada. El hombre era desquiciante en ocasiones.

-No tengo tiempo para idioteces, estoy de salida -dije, seca, al tiempo que me encaminaba hacía la sala a terminar de alistar mis cosas -. Además -Agregué -. Me parece que fui muy clara contigo en cuanto a los días que tendríamos sexo y los fines de semana no estaban incluidos.

Lo escuché entrar y cerrar la puerta de tras él, para después encaminarse hasta donde me encontraba.

-No se preocupe señorita Rochester, hoy sólo vengo a prepararla para su primer lección -dijo, serio.

Lo miré, incrédula, con los ojos entrecerrados ¿Es que era idiota o sordo?

-¿Qué parte de, no tengo tiempo, es la que no alcanzas a comprender? Me tengo que ir Kendrick, no estoy para juegos. ¿Quieres coger? -Hice una pausa. Él se mantuvo indescifrable -. Pues vas a tener que esperar al lunes. -Tajé.

-Yo tampoco tengo tiempo para esto, Milena. -Sentenció, sujetándome del brazo y obligándome a encararlo. Sus ojos se habían transformado en océanos oscuros y peligrosos.

El ser dominante había surgido, calentándome hasta la última fibra. En ese momento comprobé mi masoquismo; ese brusco movimiento me había excitado, al igual que había pasado la noche en el restaurante, o cuando me había sometido en la oficina. Me gustaba el Kendrick calculador, el que tenía las palabras exactas para seducirme; pero el incauto e imperioso , me volvía loca.

-Hoy no voy a cogerte -dijo, casi en un gruñido. Me llevó al sofá y me dejó caer en él, de una manera poco delicada -. Quítate las mallas y abre las piernas. -Pidió, en tono autoritario.

Las arrugas en mi frente aparecieron enseguida.

-¿Qué? ¿Para qué? -Estaba confundida. ¿No tendríamos sexo, pero quería que me desnudara? -Acabas de decir que...

-Haz lo que te digo. -Interrumpió.

Sabía que nada de lo que dijera o hiciera iba a cambiar lo que sea que estuviera pasando por su retorcida mente, así que hice lo que pidió sin rechistar; mi intimidad quedó cubierta, únicamente, por una diminuta tela de algodón.

Se tomó su tiempo para deleitarse con aquella parte de mi cuerpo expuesta para él, antes de dar su siguiente orden. Para ese entonces me importaba un carajo el llegar tarde al ensayo; era el efecto Colleman, que hacía que me olvidara de todo a mi alrededor, sólo podía centrarme en tratar de descifrar su mirada.

-Sube las piernas, pequeña. -Su voz seguía siendo firme, pero ahora distinguía en ella pequeños tintes de excitación.

Acaté la orden en seguida; mi cerebro y mi cuerpo se habían desconectado, y este se movía a voluntad de Kendrick, sin poner resistencia. Apoyé mis talones en el borde del sofá, abriéndome todavía más para él. Él se ajustó a mi altura, haciendo que mi mente pervertida creara en segundos una película, donde Colleman me daba el mejor oral de la vida; pero eso sólo quedó ahí, en mi imaginación. Lo único que hizo fue deslizar su mano por mi vagina, para comprobar que estaba lo suficientemente lubricada. Una oscura y satisfactoria sonrisa se dibujó en sus labios, cuando se dio cuenta que así era.

No sabía si preocuparme o excitarme más.

Lo vi sacar una bolsita de seda negra, del bolsillo de su saco y después, de esta salió un objeto de silicona con una forma extraña, parecida a una pequeña pera alargada. Sabía un poco de juguetes sexuales, pero nunca había visto algo parecido. Me tensé al instante.

-Relájate, pequeña -dijo, al tiempo que acariciaba mis muslos. Mierda. Las corrientes eléctricas que enviaba su tacto a mi centro, sólo me tensaban más -. Te aseguro que lo vas a disfrutar. Además, vas a descubrir eso que tanto querías, Milena. Vamos a empezar a conocer tus límites.

Tragué en seco, pero no dije nada. Sus palabras habían sido un estímulo a mi curiosidad.

Lentamente deslizó el objeto en mi interior, mientras me familiarizaba con la sensación; no era incómodo, pero generaba una presión extraña.

-Buena niña -dijo. Depositó un beso en la cara interna de cada uno de mis muslos y se reincorporó -. Ya puedes vestirte.

Arrugué la frente. ¿Qué? ¿Eso era todo?

Su sonrisa torcida me dio la respuesta, no, definitivamente no era todo, apenas estaba empezando.

Abrí los ojos como platos cuando caí en cuenta del tiempo que había pasado; llevaba al menos una media hora de retraso. Me levanté como loca, pero el movimiento arrebatado sólo provocó que el objeto en mi interior rozara mis paredes, que a su vez estaban contraídas a causa del peso que ese mismo generaba. Me detuve en seco. La sensación frío-calor en mi cuerpo no se hizo esperar. Mierda. Mierda. Y más mierda.

Su sonrisa se ensanchó ante mi reacción.

-¿Estás de mente? Tengo que bailar. ¿Cómo se supone que voy a hacerlo con esto adentro?

-Nada te obliga a llevarlo todo el día, Milena. Recuerda, sólo queremos saber hasta dónde eres capaz de soportar -susurró en mi oído.

Sin más, se despidió de mí con una caricia de su pulgar sobre mi labio inferior y se marchó.

Mi teléfono empezó a vibrar anunciando una llamada de Antoine.

-¡Maldita sea! ¡El ensayo!

Terminé de vestirme como me fue posible, el objeto no se movía por sí sólo, pero si me obligaba a mantener los músculos contraídos y era ahí donde venía la tortura, porque eso hacía que rozara mis puntos sensibles.

***

-Una hora y ocho minutos de retraso, Ange.

Fueron las palabras exactas con las que me recibió Antoine, mientras golpeaba el reloj de su muñeca con su dedo índice, en un gesto melodramático.

¿Cómo le explicaba que justo ese día no podía andar de prisa?

-Lo sé, lo siento. -Fue lo único que dije.

Suspiró, cansado.

-Bien, vas al fondo, hoy Vienna tiene la batuta. -Esa era su forma de decir "Es tu castigo por haber llegado tarde".

Asentí. La verdad no me importaba ir al frente, atrás, en el centro o a un costado; sólo me interesaba bailar; Esa era mi única forma de liberación y la disfrutaba fuese en la posición que fuese.

- ¡Vamos con fever! -gritó Antoine, al DJ.

Las notas pausadas y la voz sensual de Peggy Lee, inundaron el salón vacío. Nos movimos al ritmo de la canción, o por lo menos las chicas lo hacían; yo estaba sumergida en un mar de sensaciones abrazadoras. Las agónicas alertas del orgasmo jugaban conmigo cada vez que intentaba relajar los músculos, pues el peso de aquel objeto caía a cada movimiento, ejerciendo presión en mi vientre y vejiga, la cual empezaba a colmarse, también, a causa de la excitación.

El ensayo fue una tortura; para mi mala suerte, Katerina había llegado temprano ese día y nos supervisaba atenta desde una mesa en el centro. Era un desastre, me movía descoordinada y no era capaz de hacer un sólo Split o interactuar con la maldita silla que Antoine había agregado al número.

-¿Qué pasó ahí? -Katerina se dirigió a mí, con la voz autoritaria que la caracterizaba y apuntando con su cabeza, el escenario -. Haz estado lenta, torpe; tú no eres así. -Escudriñó en mi rostro, buscando una respuesta que no le podía dar.

Me removí incómoda en mi lugar; no sabía que decir. Si algo caracterizaba a Katerina era el perfeccionismo; en su persona, en su vida, en su club (sobre todo en su club), y nosotras, como número principal, no teníamos derecho a fallar. Ya estaba esperando el "Para esto, mejor quédate en casa" común en cada llamada de atención que nos daba, y hubiera agradecido enormemente que me mandara a casa, pero esa no era opción.

Me reuní con las chicas para comer algo antes de comenzar a prepararnos para el show. En el salón principal ya empezaba el movimiento de la banda, alistando los instrumentos, y el resto preparando las mesas, la barra y todo lo necesario para la hora de la apertura.

Las palabras de Kendrick vinieron a mi cabeza, "Nada te obliga a llevarlo todo el día". Sopesé la opción de retirar el objeto; pero, mierda, era Milena Rochester, y por supuesto que me iba a llevar al límite.

Un par de horas después nos encontrábamos sobre el escenario. El telón se levantó, las luces brillaron y nosotras con ellas. Me coloqué en mi lugar al extremo derecho, Vienna comenzó a moverse en los primeros acordes y el resto nos unimos unos pocos después; trataba de no pensar, de poner mi mente en blanco y concentrarme uno por uno en los movimientos que debía ejecutar.

Estaba casi convencida de que lo había logrado, que había controlado el placer en mi cuerpo, que yo mandaba en él. Pero mi autocontrol se fue a la mierda cuando una vibración se hizo presente en mi interior. Abrí mucho los ojos. La adrenalina que comenzó a recorrer mi cuerpo, de un segundo a otro, era avasalladora; en un abrir y cerrar de ojos estaba siendo dominada por la excitación. Mordí mi labio para no gemir, aunque nadie me hubiese escuchado. No pasó mucho tiempo, cuando la vibración se volvió más vertiginosa; un sudor frío bañó mi cuerpo, aferré mis manos al respaldo de la silla, hasta que mis nudillos se volvieron blancos. ¡Joder! ¿Qué estaba pasando?

A cada paso, a cada giro, a cada estiramiento de mi cuerpo, la sensación se volvía más placentera; y el orgasmo, menos controlable. Hinqué los dientes, con más fuerza, en mi labio, hasta que el sabor ferroso se esparció en mi boca. Me sentía en el limbo, mi cuerpo quería explotar, pero mi cerebro no se lo permitía, no sobre el escenario, frente a un montón de desconocidos.

Las últimas notas de la canción se disiparon y con ella, las vibraciones; en mi sano juicio lo hubiera agradecido, pero había llegado al punto en el que aquello sólo lo podía calmar con la liberación. Apreté los ojos, frustrada.

En un momento de lucidez, pude sentir la intensidad de su mirada. Abrí los ojos de golpe, y busqué el producto de aquella sensación, entonces lo ví; el desgraciado estaba sentado en una de las mesas junto a la barra, la sonrisa triunfal y lujuriosa en su rostro, no tenía comparación. Clavé mi mirada asesina en él.

Abandoné el escenario, en cuanto el telón estuvo abajo; me dirigí a mi lugar, lancé todas mis cosas dentro de la maleta, me cubrí con mi abrigo y salí de ahí. Pegué un respingo cuando su potente mano aprisionó mi muñeca y me atrajo hacía él.

-Lo hiciste jodidamente bien, Milena -susurró en mi cuello, mientras aspiraba mi perfume.

Mi cuerpo reaccionó enseguida, las paredes de mi vagina se contrajeron, haciendo notar, una vez más, aquel objeto en mi interior. Gemí en su oído, haciéndole notar lo necesitada que estaba.

Nos condujo hasta su coche, abrió la puerta trasera y me instó a entrar, haciendo lo mismo.

-Sube una pierna -pidió.

Lo hice al instante; llevé una de mis piernas sobre su regazo, la cual recorrió con sus dedos, como si de una reliquia se tratara. Mis jadeos necesitados no se hicieron esperar. Kendrick llevó su mano por debajo de mi abrigo y sonrió al notar que iba cubierta únicamente por el conjunto de vinipiel, del baile; se abrió paso entre la tela e introdujo dos de sus dedos para retirar el vibrador. La sensación de vacío era horrible, lo necesitaba a él; a sus dedos o a su delicioso miembro llenándolo.

Seguramente vio súplica en mi rostro, porque no me hizo falta decir nada, me tomó por la cintura, sentándome a horcajadas sobre él; en un movimiento rápido, liberó su pene, listo para darme lo que necesitaba, y se clavó en mí. Está vez me cedió un poco el control, lo monté como una desquiciada; la fricción de nuestras pieles calientes y el roce de mi clítoris con la tela de sus pantalones me llevaron a la descarga de todo lo que se había acumulado en mí, durante el día.

***
Hola chicos.

En multimedia les dejo la canción de esta noche en el Speakeasy.

Nos leemos pronto...

D. Hill👯







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