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IV

Milena

—¡Ange! ¿Estás bien cariño? ¡¿Qué ocurre?! Estás pálida. —Antoine me sujetaba por los hombros mientras examinaba mi rostro, pero su voz se escuchaba lejos, muy lejos.

—¿Ange?... ¡¿Ange?! —Ahí estaban también las voces de Madison y las otras chicas.

—¡Milena Rochester! —gritó Vienna, tan fuerte que me hizo volver a la realidad.

Parpadeé un par de veces, encontrándome con sus ojos miel realmente preocupados.

—Está aquí —musité.

Ella arrugó la frente, me miraba como si estuviera loca.

—¿Qué? ¿Quién está aquí? —preguntó Antoine.

—Ken... Kendrick Colleman. —Una sonrisa estúpida se me escapó mientras pronunciaba su nombre.

Ahora todos me miraban igual que lo hacía Vienna.

—¿El buenote del club? —chilló Rita, emocionada.

El resto de las chicas abrieron los ojos como platos, entendiendo a la perfección a quien se refería. Obviamente las había puesto al tanto de mi fugaz encuentro con aquel hombre, el que me había hecho ver las estrellas con nada más que sus dedos. Son detalles, desde luego.

Asentí.

—¡Perra suertuda! —gritó Kara, emocionada.

—¿Quién de todos es? —inquirió Antoine, intrigado. Estiraba su cuello, buscando por un costado del telón.

A veces olvidaba que él era incluso más curioso e imprudente que las chicas.

—Uno de los hombres de la mesa en la que hice parte del número —dije, apenas con un hilo de voz.

Como si fuera posible, todos abrieron más los ojos. Sabían lo que significaba. Según el montaje, en el siguiente número debía volver por el sombrero que le había dejado a aquel tipo.

—¡Mierda, Ange! —vociferó Madison —¡Esta es como una maldita novela romántica! Yo creo que es el destino que los quiere juntos.

Todos comenzaron a parlotear y discutir entre ellos sobre mi situación. En medio de todo el bullicio que se formó tras bambalinas, a causa de mi situación, logré identificar la voz de Rita.

—Mírame, Ange —pidió —. Preciosa, vas a salir a hacer tu último número como la reina que eres y te aseguro que vas a regresar con ese hombre comiendo de la palma de tu mano —dijo, con una amplia y confiada sonrisa.

Fruncí el ceño. No quería eso... ¿O si?

—Vamos a ponerte más hermosa, pequeño ángel —dijo Antoine, arrastrándome hasta mi tocador.

Me hizo una seña para que fuera tras el biombo, mientras él buscaba en el rack mi siguiente vestuario.

Hice lo que me pidió sin rechistar y empecé a desnudarme. Las imágenes de Kendrick hace un año volvieron a invadirme, teniendo como resultado una incontrolable humedad entre mis piernas.

-Vas a usar este. -Apuntó Antoine, tendiendo por arriba del biombo un corset de seda y encaje rojo, con pedrería en el escote de corazón.

Me quedaba ceñido al cuerpo, hasta la cintura. La parte de abajo no era más que una pantaleta de seda, de cintura alta y un par de ligueros de encaje en color negro. Para cubrir el diminuto vestuario y dar ese "impacto" en escena, llevaría arriba una bata larga semitransparente con terminaciones de plumas, digna de una diva del burlesque americano.

Cuando estuve lista, Antoine dio un último arreglo a mi cabello, acentuando más las ondas en él y finalmente se centró en el maquillaje; hizo un delineado más dramático que el que había llevado en el primer número; pintó mis labios en un rojo escarlata mate y acentuó mis mejillas con un poco de rubor e iluminador.

Un par de números más y era mi turno. Nunca había sentido tanto miedo e inseguridad por salir sola a escena, hasta ese momento. Por un segundo mi mente se puso en blanco, había olvidado por completo la coreografía.

¡Mierda!

Vienna me ayudó con unos ejercicios rápidos de respiración y el resto de las chicas me infundieron el ánimo que necesitaba.

La música del acto clown cesó y supe que era el momento. El telón bajó. Subí hasta la plataforma donde se encontraba el hermoso piano de cola que formaba parte de mi acto. Le dí una sonrisa nerviosa a Ethan, uno de los músicos; quien junto con Antoine, me ayudó a subir al piano y a acomodar la bata mientras me recostaba en la fría base y apoyaba los tacones de aguja en el panel, asegurándome de no tocar ninguna de las teclas. La posición era tortuosa, me obligaba a mantener todos los músculos de las piernas y el abdomen contraídos para no arruinarlo.

A la señal de Antoine, el lugar quedó en penumbra e Ethan tomó su lugar frente al piano, mis piernas quedaban a su costado derecho. El telón se levantó, las primeras notas de Haupe sonaron y un reflector nos apuntó directamente. Ignoré la sensación que causaban sus ojos azules fijos en mí.

Comencé con la ejecución de mi baile, moviéndome lenta y seductoramente sobre la base de madera, subía mis brazos por encima de mi cabeza y tocaba mi cuerpo al ritmo del piano y el saxofón que lo acompañaba de fondo. La parte más difícil venía en seguida, levanté mi pierna derecha en un ángulo de noventa grados perfecto, con respecto al resto de mi cuerpo; debía pasar dicha pierna por el frente de Ethan sin rozarlo ni un poco, mientras él seguía tocando, y después apoyarla al otro lado de él, haciéndolo quedar entre mis piernas, para seguir con otros sensuales movimientos de caderas y hombros; hasta que el saxofonista apareciera en escena, tendiéndome la mano para poder bajar del bendito piano. Todo se desarrollaba a la perfección pese a mi nerviosismo. Cuando mis pies tocaron el entarimado, otras luces más tenues iluminaron el escenario, dejándome ver perfectamente a los hombres con los que interactuaba sobre él. En el montaje debía ser lo más provocadora posible con ese par.

Mi corazón comenzó a golpear fuerte cuando el momento en el que debía volver a esa mesa, llegó. Dejé caer la bata y avancé, una vez más, por las mesas. Después de unos movimientos provocativos al resto de los presentes, me coloqué a la altura de Kendrick y su acompañante.

—Esto es mío —susurré al hombre frente a mí, pasando el sombrero de su cabeza a la mía. Él me respondió con una genuina sonrisa, podía ver en sus ojos admiración, más que cualquier otra cosa.

Una idea bastante temeraria y estúpida cruzó por mi mente. Me salí un poco del guión para improvisar.

¿Qué mierda estás haciendo?

Me reprendió la mini "yo" de mi cabeza.

Posé mi mirada en esos témpanos de hielo que me hacían humedecer y mordí mi labio sugerentemente, mientras deslizaba mi mirada por los suyos, húmedos y tentadores como los recordaba. No había ninguna expresión en su rostro, pero su manzana de Adán subiendo y bajando era lo único que necesitaba para saber que se sentía igual que yo, deseoso. Le quité el vaso de whisky de la mano y bebí un sorbo de él, todo sin perder contacto visual; después de una última sonrisa, me incorporé y continúe con mi número hasta el final.

Salí del escenario con la adrenalina a tope.

¿Y ahora qué?

Cuestionó mi conciencia. Casi podía verla cruzándose de brazos.

La última vez que me había hecho esa pregunta, había terminado con dos orgasmos marca diablo.

Tenía un intrincado de emociones en el interior; por una parte, no podía negar que me encantaba volverlo a ver, el tener sus enigmáticos ojos azules sobre mí, había revivido cada roce de su cuerpo, sus manos y su aliento sobre mi piel; había avivado el morbo y la lujuria que, supuestamente, habían quedado saciadas aquella noche; pero, por otro lado, la poca coherencia que aún conservaba me gritaba que todo estaba mal, que no podía siquiera considerar la posibilidad de volver a tener un acercamiento con ese hombre, que todo aquello no haría más que complicar mi vida que ya de por sí lo era.

En muchos otros lugares del mundo, París, por ejemplo, había grandes teatros antiguos donde el Burlesque y el Cabaret eran sinónimo de elegancia y celebridad; desgraciadamente el Speakeasy no era como aquellos lugares, sino un club modesto que había sido forjado con el esfuerzo de Katerina. Ahí las chicas y yo, nos enfrentábamos a la crítica de gente ignorante, retrógrada, soberbia y machista que consideraba este trabajo como denigrante. Pocos sabían apreciar el arte y el esfuerzo que había detrás de cada número, a la mayoría los motivaba el morbo.

Había aprendido a llevar mi vida, hasta ese momento, sin tener que mezclar a Milena con Ange. Amaba las dos partes tan distintas que ellas me brindaban; por un lado, Milena Rochester era mi "yo" real, la trabajadora incansable, inteligente, curiosa, divertida e inocente; pero Ange había aportado mucho a mi existencia, ella era la diosa sensual y atrevida que reinaba en mi interior. Estaba feliz con mi vida, con mis dos facetas y no pensaba renunciar a ninguna.

Comenzaba a jugar con fuego y mentiría si dijera que no quería quemarme, que no estaba dispuesta a sucumbir ante el deseo que sentía por Kendrick Colleman, pero por el momento sólo quería procesar lo que acababa de ocurrir y no adelantarme a nada.

Me deshice del vestuario lo más rápido que pude, me cambié con mi conjunto deportivo y guardé todas mis cosas a la velocidad de la luz. Aproveché que las chicas estaban sumergidas en una discusión, tratando de elegir el bar al que saldrían esa noche, para escabullirme por la puerta de empleados. El aire frío golpeó mi rostro en cuanto puse un pie fuera. Afortunadamente, Erik, mi taxista de confianza, estaba ahí esperándome, como cada fin de semana. Agradecí al universo que así fuera.

Todavía había bastante movimiento frente al club, gente que se iba, otras más que habían salido a fumar, etc. Mi cuerpo se tensó cuando lo vi salir, estaba visiblemente alterado. Sin pensarlo, aproveché la oscuridad que me regalaba el pequeño callejón; me cubrí con la capucha de mi sudadera, crucé corriendo la calle y subí al taxi. Erik brincó del susto y me miró mal por un momento, su gesto cambió al segundo que miró mi rostro, tal vez vio la desesperación que sentía por salir de ahí.

—Lena, ¿estás bien? —Se escuchaba preocupado.

—Estoy bien —confirmé con una sonrisa forzada, mientras apagaba la luz del interior del auto.

Me miró un segundo, no muy convencido de mi respuesta, pero no hizo ningún otro comentario al respecto. Puso en marcha el coche y avanzamos un par de calles en completo silencio, hasta que él se animó a romperlo.

—¿Qué tal estuvo? —preguntó.

—Intenso —Fue lo único que se me ocurrió decir —. Hoy tuve un solo, eso significa el doble de esfuerzo. —Agregué.

Asintió.

—¿Tienes hambre? —preguntó.

La verdad es que tenía un enorme nudo en el estómago. Negué con la cabeza.

—Estoy muy cansada.

Me regaló una sonrisa comprensiva.

—Cierra los ojos, te aviso cuando lleguemos a tu edificio.

Y así lo hice, recliné el asiento y cerré los ojos, perdiéndome en un profundo sueño.



Hasta aquí, el segundo encuentro de Milena y Kendrick...

¿Qué pasará ahora?

...

Quería agradecerles, más de cien lecturas en los primeros dos días 🥰 tal vez para otros sea poco, pero yo no podría estar más feliz y emocionada. Gracias infinitas.

D. Hill 👯

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