1. Capítulo único
La casa estuvo abandonada desde hace dos años tras la muerte de don Lelo, pero fue ocupada por su nieta Rafelina ya que le quedaba cerca la universidad.
Dada la preocupación por su hija, los padres le ordenaron a su hermano cinco años mayor, Gabriel, que se quedará con la chica; aunque al principio estaba en total desacuerdo, con el tiempo y un par regaños, él no tuvo más remedio que acceder.
Unos días después el par limpió la casa, y guardaron la mayoría de las cosas de su fallecido abuelo en su cuarto y las restantes en el ático; habían dos habitaciones desocupadas y cada uno de los hermanos ocupó una, solo había un baño, una cocina y una sala de estar. Como ya habían muebles ninguno tuvo que comprar nada, pero si hicieron varias modificaciones para adecuar la casa a sus gustos y necesidades.
Al momento de la mudanza solo había ropa, papeles y libros, comida, artículos de higiene personal y demás cosas útiles para ellos. Los primeros meses viviendo juntos fue un enfrentamiento difícil, dada las costumbres y mañas de los dos y la falta de un mediador para detener sus riñas. Estar juntos en esa casa era algo incómodo y raro para ellos, pero se llevaban más o menos, así que no fue tan malo, ya que mientras uno no se metía en los asuntos del otro, todo estaría bien.
Ya era diciembre, faltaban tres días para el año nuevo. Los hermanos decidieron hacer una cena en casa con sus amigos y pasar el año nuevo en la casa de sus padres en su ciudad natal.
El amanecer era muy tenue, no hacía mucho calor, y para los dormilones como Gabriel esa era una muy mala señal...
—¡Idiota! —gritó la chica al oído del mayor que estaba acurrucado en las sábanas sin intenciones de levantarse —¡Levántate! Tenemos que llegar a la estación de buses en una hora ¡Báñate! —voceó de nuevo, y el moreno sin mostrar señales de vida.
Espero varios minutos y salió de la habitación, tomó un vaso, le vertió varios cubos de hielo y se los lanzó a su hermano.
Segundos después, Gabriel se paró en automático de la cama, miró con furia a su hermana y le tiró unos cubos que aún no se habían derretido en el cabello; Rafelina se enojo más de lo que estaba por el acto, tomó una de las almohadas y lo golpeó.
Debido esa pelea se les hizo más tarde y tuvieron que esperar otro autobús, cuando llegaron a la casa y ella tocó el timbre, Maty alarmada y cubriendo su nariz por el hedor que emanaron ellos les preguntó:
—¿Pero qué les pasó? ¿Acasó les cayó un gallinero en la cabeza? ¿Y esas plumas?
—Larga historia mamá —dijeron ambos, para luego mirarse con odio; incluso durante el viaje fue así, siendo similares a una pareja de esposos peleados.
—Pendejo, todo es tu culpa.
—Yo no fui el que se quedó en el asiento delantero, y por eso fuimos cubiertos de plumas y excremento de pollo —añadió entre dientes con un tono burlesco y sarcástico el mayor al entrar a la casa junto a Rafelina.
Su hogar, dulce hogar; en donde habían baños en cada habitación y les preparaban deliciosas comidas, al fin llegaron; aunque con unos cuantos altibajos, pero eso no importaba ya que Mary iba a preparar “eso” para la cena, y luego un par de películas para esperar el año.
Tanto Gabriel como Rafelina tomaron su rumbo a sus antiguas habitaciones, se bañaron y se vistieron. La menor llegó primero a la cocina en donde su mamá estaba preparando el almuerzo, a diferencia de su hermano que se dirigió a donde Rafael, su padre, a la sala de estar a ver el canal de deportes.
La morena dejó a su madre, y llegó al patio en donde los recuerdos de su niñez parecían un viaje al pasado. Cerca del árbol que le cubría del sol en los días de verano, y que ahora era solo un tronco con ramas congeladas; vió una botella que desprendió una luz con una tonalidad azulada, se acercó al objeto y este dejo de brillar, ella abrió la botella, sacó una carta, que al parecer era muy antigua y comenzó a leerla...
Los símbolos escritos eran muy extraños, y eso asustó más a la chica ya que su boca pareció entenderlos a la perfección, no sabía que idioma era, pero leía con una seguridad que la hacía parecer una experta; de repente al terminar lo que creyó que era un cántico o algo así todo a su alrededor se oscureció, luego a su lado apareció Gabriel postrado en el suelo a lado de ella...
—¿Donde diablos estoy? —preguntó el mayor con enojo parándose.
—Eso quiero saber yo idiota —le contestó con ironía su hermana, que estaba junto a él pero no se podían ver.
—¿Y ahora que hiciste? ¿Qué pasó? ¿Y esta oscuridad? ¿Dónde estas? —interrogó el moreno sacudiendo el polvo adquirido tras estar en el suelo.
—Primero, no hice nada solo encontré una maldita botella y leí lo que tenía adentro o...eso creo, no estoy segura; segundo, no sé que pasó solo sé que estamos juntos en un espacio obscuro; tercero, agarra mi mano, estoy al lado tuyo, y deja de hablar tan alto, me quieres romper los tímpanos —enunció la chica esperando sostener la mano de su hermano.
Parecían estar como cuando eran niños, agarrados de manos. En aquella época Gabriel siempre cuidó de Rafelina y el suceso despertó ese sentimiento de protección que él creyó extinto.
Ambos estaban esperando, luego de diez minutos se hartaron de estar parados y se sentaron en el suelo que parecía tierra, debido al polvo que dejaba impreso en la ropa de ellos.
La iluminación llegó y el par no podían creer en donde estaban, era un lugar que jamás habían visto, similar a una tumba antigua dado las diversas reliquias que se observaban; con estatuas de criaturas extrañas, oro y joyas parecidas a los de los cuentos ficticios del abuelo Lelo, aquellos que sirvieron para dormir e imaginar; también había un trono solitario, bueno no tanto, ya que ahí estaba una pequeña botella de cristal con una inscripción que decía “Para mis nietos” en color dorado.
Los dos se acercaron al trono y Rafelina tomó la botella, segundos después el lugar se comenzó a derrumbar, dada la vejez de los artículos todos se estaban convirtiendo en lava, líquido que persiguió al par queriendo rostizar sus cuerpos, Gabriel aún con su hermana, ambos con la unión de sus manos, pudieron soportar la catástrofe y no terminar como un pollo en temporada festiva.
La oscuridad volvió, y los hermanos se quedaron juntos, incluso se abrazaron cerrando los ojos, pensando que les había ocurrido algo, que habían muerto y que todo lo que experimentaron era producto de su imaginación, pero no fue así. Los copos de nieve fríos rozaron la piel de ambos, habían regresado al patio, y estaban asombrados de lo que minutos antes les había pasado.
¿Fue solo un sueño? ¿Un espejismo? ¿Una alucinación causada por el hambre?
Pues no, no fue ninguna.
Todo lo que les ocurrió fue real, y aunque no lo creyeran, había una prueba en las manos de la chica que lo confirmaba, la botella con la inscripción todavía reposó en las manos de ella y antes de entrar nuevamente a la casa el mensaje por si solo comenzó a parlotear.
«Queridos nietos, sé que les asombrará este comunicado pero, todo lo que les conté en su niñez fue cierto, aquellas aventuras...y mi extraño encuentro con su abuela fueron reales; y la prueba de ello son todos los sucesos que les conté y cada uno está guardado en casa, en mi habitación escritos en un diario, debajo de la cama en una caja de cartón, busquenla y denle el regalo a ella; a su madre, mi pequeño tesoro, ella es producto de dos razas y ustedes también lo son. El mundo de los sueños, así le decíamos ¿verdad pequeños? Aunque su nombre verdadero era Requaw. Solo espero que si ven este mensaje, puedan decirle a su madre que aunque no puede estar para ella, que la amo y es el mejor premio que he recibido jamás, les dejo esta tarea pequeños renacuajos».
Rafelina y Gabriel se quedaron en shock cuando escucharon el mensaje de su abuelo.
¿Entonces ellos y su madre eran decencia de una raza inexistente?
Si, lo eran.
Los hermanos entraron a casa y fue como si el tiempo no hubiera pasado, su madre en la cocina y su padre en la sala; todo estaba justo como lo dejaron, bueno casi todo ya que los dos tenían una pequeña marca en sus manos, al igual que la “supuesta” mancha de nacimiento de su madre.
Después del almuerzo, todos disfrutaron de una cena de año nuevo y Maty preparó su muy especial pastel de navidad con frutas y mucho chocolate, dicho pastel que aprendió a preparar con su padre, tal vez el único momento feliz que pasó en familia.
El par de hermanos si estuvo en la cena de fin de año y junto a su familia esperaron la cuenta regresiva...
Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno ¡Feliz año nuevo!
Fin.
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