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Capítulo 2. Desacuerdos

Frunciendo el ceño, el estudiante con capucha se volvió para hurgar en su mochila, sacando un pequeño libro de bosquejos. Se movió para sentarse correctamente y, una vez más, cruzó sus piernas, mientras pasaba las páginas. Diseños de una "Hoja Oculta" que planeaba construir pronto. Sólo para probarse a sí mismo. Levantó su lápiz nuevamente para comenzar a hacer bosquejos en dicho librillo. 

Repugnante... ese maldito tipo está enfermo. Altaïr entrecerró los ojos, lanzando una ligera mirada sobre Ezio antes de pasar a una página en blanco, dándose cuenta que el italiano ese también estaba bosquejando algo, como un traje o atuendo de algún tipo de asesino. Era un estilo que le atraía, bastante.


—Ezio, ¿Puedes responder a este problema? — Llamó el profesor, haciendo sonar la tiza contra el pizarrón. Una pregunta simple en cierto modo. Una de acerca de lo que los colonos ingleses hicieron con el té británico en los puertos.

Ezio parpadeó antes de asentir con la cabeza. —Sí, profe'.— Miró el tablero y vio a la pregunta antes de levantarse de su asiento.

— Ellos arrojaron el té de los barcos al puerto, de ahí el nombre "La Fiesta del Te de Boston", ya que justamente ocurrió en Boston—  contestó Ezio, parpadeando cuando el maestro lo miró fijamente antes de asentir en respuesta.

—Sí, eso es correcto. ¿Y tú Altaïr, estabas escuchando? — se dirigió a Altaïr.

La cabeza de Altaïr se irguió ante la pregunta que le fue dirigida, logrando actuar de inmediato para cerrar su cuadernillo de bosquejos de golpe y levantarse de su asiento con un ligero color rosado que comenzaba a resaltar en sus mejillas. Su capucha elevada reveló los colores de sus mejillas que de inmediato fueron tapados al bajar la capucha para evitar también mostrar el anormal color de sus ojos.

—La razón principal de "La Fiesta del Té de Boston" fue causado porque Gran Bretaña se negó a traer de vuelta el té a imposición que había enviado y fue lo que obligó a que los colonos no tuvieran ningún deseo de éste. Así que, con una manera de revelarse, ellos arrojaron el té mientras se disfrazan de indios para culparlos por lo que había sucedido—. Él respondió, levantando una mano para tirar de la capucha hacia abajo tapando más su rostro. —Pero al final, tuvieron que pagar por el té. Como una peor consecuencia, porque ellos habían pensado que sería un buen resultado, cuando en realidad, fue todo lo contrario—.

El profesor Goldfer parecía hasta un tanto desanimado, pero aun así, suspirando y tragando con algo de orgullo, respondió: —Muy bien —. Entonces se dirigió a otro estudiante desprevenido para que contestara algo al azar mientras que el árabe deslizaba su cuadernillo de dibujos por el escritorio y lo dejaba caer a su bolso.


En cuanto el chico encapuchado habló, Ezio parpadeó en silencio.

¿Qué clase de tipo es él? No parece alguien inteligente y tranquilo, más parece el típico violento antisocial. Era lo que pensaba Ezio. Estaba confundido.

Sintió un codazo de un amigo y miró por encima de su hombro.


En momentos como estos Altaïr se preguntaba por qué nunca se había molestado en fingir que nunca había conocido la respuesta y así no haber hablado.


—Parece que el homo sabe algo de la historia.

Ezio simplemente se encogió de hombros en un: "—No me podría importar menos —". Y así, volvió a su posición original, pero también volvió a dirigir su mirada adornada y curiosa al sirio con capucha que se encontraba en su asiento.


Lentamente, el estudiante encapuchado levantó la vista de debajo de su capucha hacia el italiano y la multitud que lo rodeaba; esferas de color miel parpadeantes con el ardiente deseo de conseguir la vía más rápida para salir del salón y dirigirse a su objetivo.

En este momento que el objetivo era llegar a casa sin tener que lograr obtener una riña con alguien. Además, no tenía siquiera la necesidad de luchar a menos que él lo considerara necesario, una rareza en sí mismo.

Pero mientras planeaba su salida al toque del timbre para salir por entre las personas, sintió la mirada marrón del italiano coqueto sobre sí, por lo que Altaïr parpadeó de mala gana como si le cuestionara un "¿Qué miras?".

Ezio dio ninguna respuesta, ya sea física o verbalmente. No podía explicarse siquiera porqué él estaba mirando al chico de capucha, teniendo en cuenta la forma en que sus ojos ardían directamente a través de él. Fue muy interesante, por decir lo menos.

Finalmente, Altaïr dejó de observar atentamente por el salón, mientras se cruzaba de brazos y ponía sus codos sobre el escritorio, bajando la vista a su cuaderno delante de él mientras agarraba su lápiz una vez más para comenzar a anotar algunos apuntes y así recordar para estudiar para una futura prueba más adelante.

—Ezio, ¿vas a casa? — Preguntó a su amigo.

—No de inmediato. Ustedes sólo sigan y yo después los alcanzo. —, respondió, despegando los ojos del joven.


Sin importarle a absolutamente nadie, el profesor había estado hablando, pero no importaba, no cuando la campana ya había sonado a los segundos seguidos. Libertad.

 Cada estudiante se abalanzó sobre sí mismos ante el momento de la libertad que tenían. Dos estudiantes no tuvieron tanta suerte de obtener su libertad cuando el maestro los llamó a los dos al frente de la clase. —Altaïr, Ezio—.


Así como Altaïr estaba a punto de pararse para irse, levantó la cabeza una vez que fue llamado por su nombre y luego miró hacia abajo, a sus manos vendadas, y sobre las vendas, guantes negros; una vez más, recordando que su maestro de la clase de carpintería le había dicho con anterioridad que tenía que ir y terminar de pegar y clavar la unidad de estantería en la que había estado trabajando durante los últimos días.

Genial... parece que no voy a estar en casa a tiempo para la cena. Había pasado aquello por su cabeza mientras se agachaba para recoger su bolso de su correa y la cruzaba sobre su hombro; la parte delantera de su vista era tapada una vez más por su capucha.


Ezio se puso de pie, agarrando su mochila y balanceándola sobre su hombro mientras caminaba al frente del escritorio de la clase, Altaïr detrás de él.


—Muy bien, estoy seguro de que ustedes saben en donde están los productos de limpieza. Trabajen y no pierdan el tiempo. — Una vez que se les dio las instrucciones, el profesor Goldfer recogió sus cosas y salió del salón.


Con el ceño fruncido, el moreno de ojos dorados dio vuelta el escritorio del profesor hasta llegar al lado pizarrón, y se agachó para buscar entre el escritorio, el escondite de la botella de limpieza con podio y el trapo de limpieza. Rociando la sustancia liquida en éste paño, Altaïr hizo un golpe rápido con la mano sobre el pizarrón para así apurarse más en este trabajo.

El otro chico hizo lo mismo. Poniendo su mochila en el suelo para que no se ensuciara en medio de la limpieza de la cual tendría que aportar y tomó un trapo, sumergiéndolo en agua. Pudo sentir el agua fría contactar sobre su mano y eso le hizo temblar ligeramente por el cambio brusco de temperatura. Ezio dejó rápidamente que su cuerpo se acostumbrara a ello antes de estrujar el agua y así, se acercó a los escritorios de los estudiantes para limpiarlos.


Movió su brazo hasta arriba para llegar a las fechas, los años, y la información adicional de apuntes, que a duras penas sí podía alcanzar el profesor.

—Él es un asno—. Le sonrió Ezio a Altaïr.


En las palabras, el arábigo pronto se dio cuenta que estaba siendo hablado después de un largo momento de silencio, y miró por encima de su hombro. Sosteniendo el trapo en la mano derecha mientras levantaba una ceja.

—Probablemente tú no estudias y por eso no le agradas—, declaró sin rodeos antes de volver la atención a su limpieza y luego terminar dejando las cosas a un lado. —No te olvides de las sillas. ¿O es mucho pedir?—.

Altaïr tiró el trapo en el cubo seco donde lo había encontrado y se sacudió las manos antes de volverse hacia el italiano mientras se cruzaba de brazos. Al parecer, a los maestros no les gustaba que una sola persona se quedara solo en la sala de clases, así que no tuvo más remedio que esperar a que terminara. 

Pero para su gusto, era demasiado lento.

Suspirando, se arremangó las mangas de su sudadera, comenzando el proceso de quitar los vendajes, mostrando los rasguños y pequeñas cicatrices que se encontraban en sus manos y brazos.


Ezio no pudo evitar sorprenderse al ver al joven. —No importa si estudio o no. El maestro es una mierda cuando él te trata como una mierda—, había indicado, gruñéndole al otro porque él ya había comenzado con una silla cuando el otro había mencionado que debería limpiarla. 

—Si te vas a quedar ahí mirándome, también puedes hacerlo mientras borras lo que falta de la pizarra.

Sus labios se curvaron hacia abajo ante la respuesta del sirio, a pesar de que estaba algo de acuerdo con lo que el otro había dicho, aunque no de esa manera tan degradante y vulgar.

—¿Y con esa boca besas a tu madre? —. Le reclamó el italiano, enojado, cambiando su peso a su otro pie antes de señalar la pizarra siempre tan brillante (cuando está limpia, obviamente). —No me molesto con tales cosas inútiles como borrar y luego limpiar.


La pelea continuaba aún. Aunque Ezio estaría convencido de que Altaïr empezó. Todo lo que él estaba tratando de hacer era encontrar un espacio común para que ambos pudiesen entablar una amistad o conversación con normalidad. Odiaba silencios incómodos por encima de todas las cosas y, obviamente, él estaba solamente lanzando una idea. Ezio no esperaba que el chico peleara contra él por simples murmullos de nada.

Después de un momento de mirar el pizarrón luego de todas las sillas que necesitaban algo de limpieza y luego de ver los lentos movimientos que el otro estudiante hacía, que poco fruto daban en la limpieza por su demora, el joven de capucha lanzó su bolso contra la pared. Altaïr cogió el trapo de nuevo, lo empapó en el agua y luego se trasladó a las filas de los escritorios más lejanos de la posición del jugador de fútbol. Se aseguró que la tela estuviera húmeda, desgastada, para llevarla consigo, empezando a limpiar el escritorio que en unos segundos estuvo limpio.

Había algo, como la ira, creciendo dentro de Ezio con la actitud del otro que estaba a punto de llegar a su punto de ebullición.

¿Cuál es el problema de este imbécil?  Pensó Ezio mientras empezaba a bajar las sillas. Había hecho un buen trabajo hasta ahora, o eso pensó. ¡Lo que no podía creer era que Altaïr lo insultara con orgullo por intentar unirse a la limpieza! ¿Quién iría a hacer esas cosas?


Haciendo caso omiso al apuro de limpieza que el otro le estaba haciendo, Altaïr se agachó y miró a pesar de la lata que le daba mirar por debajo del escritorio si habían algunos chicles pegados para sacarlos. Dado que, además, sería algo ilógico el que nadie hubiese pegado algo abajo, todos comían basura en clase.

—Así que, déjame adivinar, tu eres sólo el típico pobre bastardo incomprendido que aleja a todo el mundo lejos de sí, ¿no? —. Ezio gruñó. —No es de extrañar que todos en la clase piensen que eres algo homosexual. Nadie en la clase tiene tan horrible boca como la tuya. — Eso era cierto. Ezio no había dicho algo malo contra él, pero, por otro lado, no había encontrado la fuerza para luchar contra el chico de capucha.

— ¿"Incomprendido"?—. Su cabeza se levantó y miró a Ezio ladeándola ligeramente  — ¿Por qué no? No me gusta hablar.— Su sonrisa y su sarcasmo fue turbio hasta en su tono de voz, aunque su rostro revelaba que sus ojos decían lo contrario. Eran burlas, y parpadeó con interés para ver la reacción del italiano.

Aunque lo de "homosexual" llevó a Altaïr a apretar el puño ligeramente por el enojo.

— ¿Homosexual? No lo había notado. Al parecer, de todo lo que tu gente se preocupa es de follarse a las chicas y dejarlas botadas, así que discúlpame por odiar a cada persona que parece un idiota y que no pueden averiguar nada por sí mismos

Levantó la mano con el trapo desgastado. Su postura indicaba claramente que él estaba a punto de tirarlo contra el italiano, pero luego se detuvo y simplemente lo arrojó sobre la mesa.

— ¿Y quién en su sano juicio no? Todo el mundo lo hace... así que ¿por qué molestarse?— Levantando su mano izquierda, se frotó la cara en un gesto agotado, logrando empujar su capucha ligeramente hacia atrás, con los ojos cerrados y un pequeño suspiro. —Por otra parte... yo todavía no he visto a una persona además de mis amigos abrir la boca para sacar a esas personas de su pedestal.

Los comentarios sólo volaron sobre Ezio, suspirando en lugar de seguir enojándose con lo que el sirio decía. Ezio había hecho lo mejor que pudo para encontrarle la razón al joven de la capucha, quizás hacer las paces con el jugador de fútbol, pero Altaïr no podía ver nada salvo sus mezquinas disputas.


Y luego, sólo silencio.

Para Altaïr, el silencio indicaba algo. Algo malo quizás, o algo que estaba siendo mal redactado. Lo único que sabía era que se arrepentiría de lo que estaba diciendo, cuando estuviera rodeado de chicos más altos y más musculoso que él, y él, por supuesto, un debilucho y enano forjándose a pelear tercamente contra ellos.


Dejó que las palabras penetraran en él como el limpiar por otra fila y se puso directamente en frente del sirio, parpadeando ante él con una expresión de enojo.

Bajando la mano lentamente, Altaïr miró a al italiano con unas de sus típicas miradas en blanco.

—Posiblemente deberías odiarme cuando sepas de lo que estás hablando. —, dijo Ezio, lanzándole el trapo a Altaïr antes de caminar hacia su mochila y recogerla. — ¿Cuándo dije que me había follado a una chica o que si me había interesado hacerlo?— Con eso, salió del salón, sin mirar atrás, ni la espera de una respuesta, mientras abría la puerta del salón y se dirigía por el pasillo.

—... no actúas diferente a-...— Comenzó a hablar, pero parpadeó una vez que fue golpeado con el trapo sucio, sus ojos se dirigieron al contrario y como con el lenguaje corporal gritaba molesto y harto. —No había necesidad de hacer eso...— Murmuró el árabe mientras se agachaba para recoger el trapo, trasladándose a pie y agarrando el otro. Se dirigió hasta la cubeta y tiró los dos allí, y por ultimo, miró hacia la puerta.

A veces me gustaría poder mantener la boca cerrada

Agarrando su bolso, se dirigió hasta la entrada del aula, y así, chasqueando el interruptor de las luces, apagándolas. Finalmente se dirigió a los destinos que requerían más de su atención. Primero fue a su clase de carpintería y terminó todo, luego fue a su casillero, salió de la escuela y luego se dirigió a casa. Tal vez voy a hacer pastel de carne esta noche...


~ ° ~


Ezio se sacó su casco de fútbol americano de la cabeza y suspiró feliz. Su práctica había sido buena ese día, pero para colmo, Claudia estaba sentada en el banquillo, viendo como su hermano hacía lo mejor de su juego. Su entrenador les pidió trotar algunas vueltas alrededor del campo y que luego guardaran el equipamiento. Para el equipo, Ezio tomó el trabajo de guardar el equipamiento y estaba a punto de comenzar cuando se dio cuenta de su hermana llamando desde los banquillos.

— ¡Hermano! ¡Oooh, hermano mayor! —Gritó, agitando su mano frenéticamente como si quisiera hacerle saber que ella estaba allí.

Él le devolvió el saludo con una sonrisa suave adornado su rostro. Fue un momento antes de que él volviera sus ojos hacia los tres tipos de pie junto a su grupo, mirando a su hermana en la admiración completa. Su rostro cayó en la ira, tomando el objeto más cercano que venía siendo un cono de tráfico y lo arrojó en contra del grupo. Los chicos arrancaron al segundo que lo vieron, pero uno de esos jóvenes no tuvo tanta suerte de escapar, como para que el objeto cayera sobre él logrando así caer despavorido al suelo y mirando con sorpresa y susto al líder del equipo, Ezio Auditore.

La mirada en el rostro de Ezio fue suficiente para enviar al jovencillo corriendo a los vestuarios antes de Ezio se le acercara, y lo cargara para mandarlo de una sola patada hasta allá.

—Hablamos luego, ¿Bien, hermanita?— dijo, agitando su mano con una sonrisa y fue a reunir y ordenar todos los objetos en el campo, lo que no se necesitaba mucho tiempo.

No pasó más de diez o quince minutos cuando entró al vestuario y vio a tres hombres vestidos esperando por él para entrar. Ezio frunció el ceño, levantando una ceja.

— ¿No se supone que ustedes estarían dirigiéndose a casa ahora?— Preguntó, acercándose a su casillero y sacando su ropa antes de retirarse su equipo de fútbol.

—Queríamos pregunte acerca de las "tres vías"—, dijo uno con una gran sonrisa.

Amico, me estás volviendo loco. Deja de ser tan pervertido—.

—Bien... — todos se fueron inmediatamente, sabiendo que Ezio no jugaba con ellos al decirles que no quería hablar de algo así.

Se trataba de veinte minutos más antes de que él se encontrara fuera, entrando a la escuela donde su hermana seguro que esperaba a por él. De hecho, ella estaba de pie justo al lado de la sala de clase que había estado por última vez.







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