Capítulo 1. Diferencias
Él se sentó allí, en el fondo de la sala, a la derecha cerca de la ventana, con su mano izquierda ahuecando su barbilla, encajando ésta allí. Había una cosa que asustaba a todo el mundo acerca de él y era el hecho de que su dedo anular hubiera desaparecido por completo de su primera articulación del nudillo.
Su capucha se encontraba sobre su cabeza, cubriendo por completo sus ojos. Eran de un anormal color miel, y la única escusa que daba por tenerlos de ese color cuando se lo preguntaban era: "El sol ha dañado mis ojos" No muchos se sentían incómodos o a disgusto con él. Lo dejaban ser, y con eso, él era feliz. Con que no le hablaran mucho.
Bajando su mano derecha, cogió el lápiz y lo llevó a su diestra, mirando hacia el techo, aún sentado sobre su banca, esperando a que el profesor Goldfer llegara y diera su clase, para así luego largarse a casa e ir a ver a su "abuelo."
Altaïr Ibn-La'Ahad había perdido a sus padres con tan sólo tres años de edad, aunque tenía la extraña sensación de que seguramente, a él lo habían pateado contra la acera de la calle sólo porque no lo querían, o no deseaban un niño. Pero Al-Mualim era diferente. El anciano lo recibió en su casa, lo alimentó, le dio ropa, un lugar al que llamar hogar...
Cerrando los ojos, empezó a tocar su lápiz contra su cuaderno repetitivamente, la manga blanca de su sudadera cubría la mitad de sus manos; usando pantalones mezclillas sueltos, apropiados para su comodidad y el movimiento de las piernas y unas zapatillas Vans negras que raspaban contra el suelo de la baldosa.
— ¡Ezio! — Llamó la chica de cabello rubio junto a su amiga, corriendo por los pasillos, para entrar en la sala hasta encontrarse con el llamado. Ellas lo miraron realmente ansiosas en cuanto el joven de diecisiete años se giró hacia ellas.
Cambió su mirada una vez que la joven llamó a la única persona allí que el sirio no era capaz de soportar en lo más mínimo. Automáticamente, la mano izquierda de Altaïr apretó con fuerza el lápiz al escuchar a los chicos que murmuraban acerca de lo celosos que estaban por la popularidad del jugador de fútbol.
Altaïr frunció el ceño y miró a esos hombres como actuales niños quejumbrosos, que deseaban tocar y sentir los toques de una mujer y hacer cosas sucias juntos. Eso le enfermaba.
El joven futbolista levantó una mano bronceada y se frotó la parte posterior de su cuello con una expresión avergonzada adornado sus rasgos.
Empujó su escritorio a distancia y se inclinó hacia atrás, con los ojos cerrados a la mitad, tal seriedad. Las esferas ámbar viajaron hasta ese puesto, observando como el coqueto italiano falsificaba timidez. Al menos... estaba seguro de que estaba fingiendo.
—Hey, chicas. — Dijo Ezio sonriéndoles con sus dientes brillantes para completar su increíble sonrisa.
— ¡Vimos el juego de ayer y queríamos felicitarte por ello!— Dijo la pelinegra, sonrojándose de un color terciopelo profundo.
—Gracias. ¡Si no hubiera esquivado a ese jugador de fútbol, me hubiera aplastado y hubiéramos perdido! — Dijo Ezio con una sonrisa, pasando sus dedos suavemente a través de su exuberante cabello castaño.
Altaïr había oído de algunas chicas diciendo que querían tocarlo sólo una vez, entonces podrían morir feliz. Habían ventajas para que otros tocaran su cabello además de él mismo. Eso hacía que las mujeres lo quisieran más, y estaba dispuesto a coquetear con las mujeres en cuanto se le presentara la oportunidad.
El sirio suspiró, estableciendo las patas delanteras de la silla en el suelo, y volviendo a su posición original, cruzó sus brazos mientras los colocaba sobre su escritorio.
—Maldita sea ese tipo. — Murmuró un estudiante, haciendo que el futbolista italiano girara su cabeza hacia su derecha, viendo a la persona aferrarse a su pluma en una manera ofensiva. Aquel tipo puso sus nudillos en blanco y susurró mortalmente: — ¿Por qué no deja en paz a las chicas?
Las chicas rieron. —Anne y yo nos preguntábamos si te gustaría salir con algunos de nuestros amigos a celebrar. ¿Qué dices? —Preguntó la rubia automáticamente después de las felicitaciones. Anne saludó con la mano.
—Lo lamento, no puedo esta noche, pero...— Ezio se inclinó a Anne, la joven de cabellos negros, tomando de su mentón y acercándola un poco más hacia sí. —Ustedes pueden venir a mi casa a celebrar si lo desean.
Ellas se sonrojaron, luego tragaron y comenzaron a reír incontrolablemente. —B-Bien, ¿mañana después de la escuela?
—Pasaré por ustedes. — Sonrió, volviendo a su posición y saludándolas mientras ellas corrían dirigiéndose a la entrada del salón de clases para salir. Todos los otros hombres estaban casi furiosos o con la confusión de lo fácil que era para él decirle a dos chicas que fueran a su casa.
Era cierto. Él no podría soportar a ese tipo, también era cierto lo que él pensó, que era un asqueroso por el hecho de coquetear tan descaradamente. Incluso si esos dos hechos eran correctos, no le deseaba el mal al italiano, que muriera o algo por el estilo, no. Aunque muchos otros deseaban eso del jugador de fútbol.
Algunos de sus compañeros de equipo de fútbol y que andaban detrás de él, se echaron a reír.
—Amigo, ¿dos chicas? ¡Debes estar bromeando!
La mirada de Ezio se trasladó al mayor del grupo, sonriendo suavemente. —No es tan difícil, ¿sabes? Además, no es como que yo les pida que vengan a mí. De casualidad llegaron las dos. —Dijo encogiéndose de hombros mientras se inclinaba hacia atrás nuevamente. Su perfecto equilibrio entró en juego como la mirada a sus amigos con una expresión de "No puedo evitarlo."
Los hermosos rasgos de Ezio Auditore eran difíciles de descartar, incluso para los chicos de la escuela. Un mentón muy bien cuidado, ojos marrones claros, y un buen sentido de la moda. Las chicas no podían estar lejos de él ni por un minuto. Era casi molesto, es decir, ¿si Ezio no podía cargar con todas y cada uno de ellas? (A veces rechazando el encanto de mujeres poco atractivas).
— ¡Tienes que decirme como lo haces! —Presionó su amigo. Todos ellos alrededor del escritorio del joven Auditore estaban con una mirada de intención. Querían saber sus secretos.
Mentalmente el sirio dejó caer sus hombros y empujó lejos su escritorio mientras se colocaba de pie y se dirigía a la puerta, teniendo que pasar torcido por entremedio del grupo, burlándolos con sus movimientos ligeros, a lo que sus orbes dorados le lanzaron una inexpresiva y rápida mirada a Ezio antes de mirar hacia adelante y aventurarse a por una fuente para beber algo de agua.
— No lo sé chicos. Realmente no hago nada fuera de lo normal. Hah, iré a dar una vuelta. Ya los veo. — Ezio estableció nuevamente los pies de la silla sobre el suelo y se puso de pie, deslizándose fácilmente a través de los diez hombres grandes cuales eludió hasta salir del aula.
Al momento en el que desapareció de la vista de todos ellos, su cara cambió a una más fría, su sonrisa había desaparecido. Un suspiro tranquilo junto con un pequeño gemido lo dejaron alzar una mano y rozar sus dedos a través de sus adorables rizos. Miró a un lado, negando con la cabeza y luego caminó tranquilamente por el pasillo.
Estaba feliz de haber salido de la sala antes de que las cosas se salieran de control, Altaïr desaceleró su ritmo de marcha, al de un paseo casual, suspirando mientras cerraba los ojos. ¿Qué tenía de especial ese atleta? No le entraba en la cabeza como es que el otro ganaba tanta atención de los demás. Sólo practicaba deportes, sonriendo, todo de manera natural, actuando de manera totalmente normal. Tan normal como el estudiante encapuchado estaba dispuesto a ser.
No había manera de que al menos, en una clase, todos los ojos de los estudiantes pudieran estar sobre el sirio. Le hacía sentir incomodo, a diferencia del italiano que estaba en un campo de juego casi siempre junto a su equipo. La mayoría de las veces, estaba tan atrapado en sus pensamientos que ni siquiera las niñas guarras gritonas porristas podían desconcéntrale.
Al llegar a la fuente presionó su mano izquierda contra el botón y el agua clara se elevó, lo que le hizo arrugar la nariz con disgusto. Exhalando, se inclinó y abrió los labios para tomar un poco de agua, tragó, lo hizo de nuevo y satisfecho con haber saciado su sed, se irguió, limpiando de su boca, y se dio la vuelta para partir derecho.
—Oh... yo te he visto antes... — Dijo Ezio, sorprendido cuando puso sus ojos en la figura encapuchada.
Esa voz llamó la atención a Altaïr, y giró la cabeza a la dirección de la que venía esta antes de parpadear. Su capucha blanca provocaba una sombra para bloquear la vista de la mitad de su cara. — ¿...y?
Sorprendido por la rápida respuesta abrupta, Ezio se frotó la parte posterior de su cuello y desvió la mirada.
Sus ojos estaban fijos en el rostro del italiano, mirando el nerviosismo en las acciones de este.
—Lo lamento, creo que me adelanté. —Se disculpó Ezio, pensando por un minuto, preguntándose por qué siquiera se detuvo para apuntar al muchacho.
—Así fue. — Altaïr se dio media vuelta, retomando su camino.
—Veo que ya te vas, ¿no? — preguntó Ezio desde su posición aún con el intento de una sonrisa amigable sobando su nuca todavía, mientras ladeaba un poco su cabeza. — ¿Qué? ¿No te gustan las clases o algo así?
Iba de vuelta a la sala de clases pero se detuvo al oír la pregunta que el otro tenía. —Me fui sólo porque necesitaba aire fresco. — Sus labios se curvaron en una línea recta, no habían emociones ni expresiones en él, además de la creciente irritación. —Y no me gusta la gente que habla en voz alta.
¿Por qué lleva la capucha? ¿Es porque no le gusta el sol o algo así? Ni siquiera puedo ver sus ojos. Pensó Ezio, mientras que su estúpida sonrisa volvía a su rostro. Eso era algo que Ezio no podía evitar, a menos que la situación fuese completamente seria. Él era un buen amigo, de verdad que lo era. Cada vez que uno de sus amigos tenía un problema, él estaba allí, pero su automático defecto era simplemente su hermosa sonrisa ganadora.
Las mangas del árabe hacían bien en cubrir sus manos, que eran vendadas debido a las heridas y los cortes accidentales de su séptimo periodo de clases.
Esa sonrisa se mantuvo, aunque sus labios se torcieron en un movimiento leve hacia abajo.
— ¡Hermano! — La hermana de Ezio llegó corriendo, vistiendo su bonito uniforme escolar, agarrándose el brazo del llamado como si su vida dependiera de ello. — ¡Estaba buscándote por todos lados!
Altaïr, al escuchar como una muchacha llamaba a Ezio para luego aferrarse a él, tomó como oportunidad esto para salir, darse media vuelta y regresar a la clase con las manos metidas en los bolsillos de su sudadera.
—Ah, espera...— Llamó Ezio intentando encaminarse a él, pero se detuvo cuando su hermana le sonrió. Lo dejó ir, parpadeando con curiosidad mientras observaba como el otro tipo de la capucha se encaminaba cabeza gacha por los pasillos hacia el salón de clases.
¿Quién era ese tipo? Ezio pensó para sí mismo, inclinando la cabeza hacia un lado antes de dirigir su atención nuevamente a su hermana, quien había estado ansiosamente esperando a que su hermano saliera de sus pensamientos.
— ¡Hermano! ¿Sabes acerca de la obra de teatro que está por venir? —. Preguntó ella, pero antes de que el contrario pudiera responder, continuó. — ¡Yo tengo el papel principal! Es una especie de obra sombría, ¡Pero yo interpreto a Mary Hart!
Su voz alegre logró que Ezio sonriera con suavidad. — ¡Eso está genial! — dijo, dándole palmaditas en el hombro de una manera fraternal.
—No sé quien estará actuando conmigo aún, pero he oído que él es muy guapo y puede hacer un papel muy bueno. ¡Oh, maldita sea! ¡Ya casi empieza la clase! — Y con eso, ella echó a correr casi como si no hubiese acabado de hablar con su hermano.
Altaïr finalmente volvió al salón de clases sin ninguna dificultad, a pesar de que fue recibido con fuertes ruidos, gente gritando acerca de lo justas que deberían ser las cosas y lo "jodidamente aburrida" que la tarea era y cómo los estudiantes varones preferían divertirse con sus amigas. Diversión, claro...
Ezio suspiró, sacudiendo la cabeza ligeramente antes de retomar su camino de regreso al aula, siguiendo por mismo camino del camino del chico encapuchado con el que había hablado antes. La puerta se abrió y el profesor apareció detrás de él.
Haciendo su camino hacia su escritorio, el sirio caminó de forma trenzada con tal de evitar a todas esas personas y evitar sobre todo que alguien o algo tirara su capucha, aunque fuese por error. Muchos lo habían intentado, pero ninguno había escapado de sus furias en el intento, por lo que lo llamaban así como un "ninja" que iba camino a su asiento. En cuanto se sentó, colocó su codo sobre su escritorio y presionó su mano contra su frente, suspirando.
—Por favor, tomen asiento. —Ordenó el profesor mientras se daba paso a su escritorio.
Que la tortura comience. Había pasado por su cabeza, mientras que sus orbes dorados miraban al profesor, frunciendo el ceño una vez que el hombre lo miró con el ceño fruncido también. Lo estoy esperando.
Ezio hizo lo que el profesor ordenó y se sentó con todos sus compañeros de fútbol riéndose en silencio.
En cuanto el italiano se sentó, el profesor puso sus cosas sobre su escritorio antes de cruzarse sus brazos. Partiendo los labios habló con gran autoridad: —Altaïr, ¿Puedes por favor quitarte la capucha?, es una distracción para tu comprensión. Y Ezio, por fav-...—
—...Cállense...— le susurró a sus amigos con una sonrisa burlona.
Ni siquiera entiendo por qué lo intentó. Pensó el joven Ibn-La'Ahad del profesor, antes de llevar su mano a la parte delantera de su capucha, ya que alguien intentó tirar en ese preciso instante de ésta por la parte posterior desde sus espaldas, para que luego, el tipo que lo hubiese hecho, recibiera una mirada de muerte por parte del árabe.
Impulsándose a sí mismo a prestar atención, Ezio se movió para reposicionarse correctamente en su silla, desplomándose un poco antes de fruncir el ceño al maestro.
—La clase de hoy consiste en-...— Las divagaciones del Sr. Goldfer pasaron por encima de todas las cabezas del aula, pero no por sus oídos. Mencionó algo acerca de la historia y luego algo sobre los Ingleses, pero al fin y al cabo, todos los estudiantes pensaban que era sólo un montón inútil basura que venía de la boca de ese hombre.
Aunque ninguno de los otros estudiantes se molestara en escuchar, Altaïr simplemente sacó su libreta y escribió todo lo que estaba escrito en el pizarrón hacia abajo una vez que el profesor había hecho una pausa para explicar las cosas, ya muchas veces diciéndole que se quitase la capucha, sabiendo que el árabe no cumpliría.
—Oi, Ezio. ¿Te las vas a follar cuando te las lleves a tu casa? —Su amigo le susurró entre las palabras del profesor.
—Tal vez. —Dijo Ezio con una sonrisa, sin apenas mover los labios.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro