7. Malditas galletas
Iba en dirección a reunirme con mis amigos a la cafetería de siempre. Estaciono el coche fuera de esta y bajo. Cuando entro, diviso a mis chicos locos en una mesa junto a la ventana y voy hacia ellos.
—Holaaa —los saludo a ambos.
—Hola Manu.
—Hola bruja —inflo las mejillas y le pego en la cabeza —agresiva, ¿por qué siempre me pegas?.
—Porque siempre me dices bruja, además, esa también va por las veces que lo mencionaste ayer en los mensajes —le saco la lengua y él hace lo mismo.
—Niños —nos regaña Marina. —¿Por qué quisiste que nos reuniéramos hoy Manu?, siempre hacemos esto los domingos.
—Si, lo sé, pero es que mañana no puedo.
—¿Y eso?.
—Bueno eso venía a contarles, pero primero pidamos algo de comer que muero de hambre.
—Y después yo soy el hambriento —lo miro con mala cara y comienza a reír.
Llamamos al mesero y pedimos una hamburguesa y un batido para cada uno. Cuando nos trae los pedidos, comenzamos a comer. Le doy la primera mordida a mi comida y vuelvo a nacer, dios esto es la gloria, está buenísimo.
—¿Qué nos ibas a contar? —pregunta Marcos con la boca llena y hago una mueca.
—¿Serás asqueroso? —se encoge de hombros. —Bueno, mañana mi padre y Clara se van de viaje por un mes o más, no se…
—¿Por qué? —pregunta Mari.
—Necesitan firmas de algunos proveedores para la empresa, además, van aprovechar de paso el viaje para la luna de miel que no tuvieron.
—Osea, que aparte de buscar algunas firmas, van hacer algunas cositas más —comenta Marcos con una sonrisa traviesa.
—Calla Marcos, no quiero saber lo que van hacer.
—Ni que fuera un misterio —lo miro mal —ya, me callo.
—Y como no pueden llevarse a la niña por cosas obvias…
—Claro que no pueden llevarla, les arruinaría la diver…
—¡Marcos!.
—Si, ya continúa.
—Como no pueden llevarla, nos pidieron a Santiago y a mí quedarnos con ella mientras ellos estén fuera.
—Oh, te vas a convertir en niñera —dice Marcos riendo.
—¿Y por qué no contratan una nana? —pregunta Mari.
—No se, Clara no quiere.
—Es entendible, las niñeras de ahora no son confiables, algunas hasta tratan mal a los niños —comenta Marcos haciendo una mueca.
—¿Y como vas a ayudar a Santiago a cuidar a la niña si no vives allá? —esa es la cosa Mari, esa es.
—Mi papá me pidió que fuera a vivir a la casa, mientras ellos estén de viaje.
—Oh.
—Valla Manu Manu, vas a vivir más de un mes con el bombón de tu hermanastro —habla Marcos moviendo las cejas.
—Eso es lo de menos —‹miéntete querida›.
—¿Seguro?, si tú quieres yo la cuido por ti —le doy una sonrisa falsa haciéndolo reír.
—¿Y tu qué le dijiste?.
—¿Qué le voy a decir Mari?, no tengo excusa para decirle que no, hasta estamos libres de la universidad.
—Pero estamos libres por dos semanas nada más y ellos se van por un mes, ¿qué van hacer con la niña cuando se acabe el tiempo libre? —pregunta Marcos.
—Esa pregunta me la hice yo también, pero cuando llegue ese momento ya veremos.
—Bueno.
—Oh casi lo olvido, quería invitarlos también a mi exposición, es en dos semana, ¿creen que puedan ir?. Santiago dijo que iría, pero no se si lo decía en serio y como mi padre no estará, no quiero estar sola.
—Claro que iremos, ¿verdad Marcos?.
—Si, siempre cuenta con nosotros, además le podré echar un vistazo al chico lindo de tu hermanito —ruedo los ojos.
—Él no es mi hermano.
—¿Ahora no es tu hermano? —pregunta divertido.
—Cállate. ¿Tienen planeado hacer algo ahora? —pregunto.
—La verdad, nada —contesta Marcos.
—¿Quieren ir a mi departamento? —propone Marina y los dos asentimos.
Pedimos la cuenta y salimos. Hoy no hay competencia por el puesto de copiloto, ya que Marcos había venido en su coche. Subo al mío y Marina se monta conmigo. Cuando veo a mi amigo arrancar, lo sigo. Marina enciende la radio y empieza a sonar Rihanna en un volumen bajo.
—Oye, con respecto a lo de tú ida a vivir en casa de tu padre…
—¿Si?.
—Las pesadillas..
—No te imaginas cuánto he pensado en eso y aunque mi padre no estará, habrán más personas y me da miedo que escuchen.
—¿No has tenido en estos días?.
—No y sabes que cuando vuelven arrasan.
—Lo sé, pero ¿qué vas hacer?.
—Bueno, si alguien me llega a oír inventaré una escusa o ya veré, no quiero pensar en eso ahora —asiente y pone su atención en la ventana.
Seguimos escuchando a Rihanna por unos minutos más y cuando llegamos ya Marcos nos estaba esperando, ¿a qué velocidad venía este ser?. Bajamos del auto y los tres subimos en el elevador hasta el departamento de Marina.
Pasamos todo el día ahí, viendo pelis y gastándonos bromas los unos a los otros. Ese departamento parecía un verdadero caos lleno de cajas de pizza y latas de refresco. Marcos quería cerveza pero al final logramos convencerlo, ya habrá momentos para eso.
Ya comenzando la noche, Marcos y yo decidimos marcharnos. Pasé por mi casa a recoger mis cosas, le dije adiós a mi casa por un tiempo y ahora voy camino a casa de mi padre. Al llegar fuera de la reja, espero que abran y entro hasta el estacionamiento. Cojo la maleta y voy hasta la puerta abriendo con las llaves. Oigo voces en el salón y voy hasta allá encontrándome con toda la familia.
—Holaaaa —todos ponen sus miradas en mí y la primera en venir hasta mi es Sara.
—Manuu —viene corriendo y se abraza a mis piernas, le sonrío y le acaricio el cabello.
—Hija.
—Hola pa —le doy un beso en la mejilla.
—¿Ya cenaste querida? —me pregunta Clara .
—Si, en casa de unos amigos.
Miro a Santiago y este ya me esta mirando. Me da una sonrisa de boca cerrada y desvío la mirada.
—Manu —habla Sara llamando mi atención —dice mamá que tú y Santi me van a cuidar por unos días —me agacho a su altura.
—Así será, ¿por qué, no quieres que yo te cuide? —le pregunto y abre los ojos grandes.
—Si, si quiero, ella dice que jugaras conmigo.
—Claro que si bonita —le doy un beso en la cabeza y me pongo de pie.
—Los dejo, voy a llevar la maleta a la habitación y darme un baño.
—Deja que Santiago te ayude con eso hija —dice refiriéndose a la maleta.
—Tranquilo pa, yo puedo, no pesa.
—¿Segura? —pregunta el mencionado.
—Descuida —digo sin voltearlo a ver y me dirijo a las escaleras.
Cuando estoy al principio de estas suelto el aire, si que pesa, pero no quería que Santiago la trajera, por la simple razón de no tenerlo cerca. Miro hacia arriba y me entran ganas de llorar, son algo largas, nunca me había fijado en eso. Comienzo a subir y a mitad de la escalera ya no puedo más, ‹dios, ¿qué eché yo aquí?›.
—Así que no pesaba —oigo una voz conocida y miro al principio de la escalera encontrándome con cierto chico lindo con una sonrisa divertida en el rostro.
—Ni una gota —digo tratando de subir otro escalón con esta cosa del demonio, pero es imposible.
—Deja que te ayude.
—No, yo puedo..
—No seas terca mujer —no me da tiempo a decirle que no, ya que ha agarrado la maleta y la lleva como una pluma, ‹divino, como la carga como si nada›. —¿No vienes? —pregunta llegando arriba. Cuando llego con él, lleva mi maleta hasta mi puerta —ahí tienes.
—Gracias —le agradezco mientras abro la puerta.
—No es nada.
Tomo la maleta, entro y antes de cerrar la puerta lo miro un segundo. Está recostado a su puerta mirándome y esa mirada verdosa parece intrigada, pero no tenía intenciones de preguntar el por qué.
Cierro la puerta y trato de olvidarme de esos ojos verdes. Me siento en la cama y me pongo a observar la habitación. Todo está igual a como lo dejé, afiches y cuadro por doquier, el librero con algunos libros, el escritorio con pinceles y acuarelas y el mural lleno de dibujos y retratos hechos hace algunos años.
Me mudé a mi casa actual hace ya dos años por decisión mía. Al principio papá no estaba muy de acuerdo con eso, pero luego entendió que yo necesitaba mi propio lugar y me ayudó a comprar la casa. No es grande como esta, porque esto no es una casa, es una mansión, pero me gusta y eso está bien.
Me paro de la cama y busco mi maleta junto a la puerta. La subo sobre la cama con algo de trabajo y la abro. Acomodo la ropa en su lugar, saco la maleta de dibujo y por último los libros. Aquí está el sobrepeso, traje ocho, dios, me dan ganas de botarlos por la ventana ahora mismo, pero ya están arriba, así que ya ni modo. Los acomodo en el librero y dejo el que estoy leyendo junto a la cama.
Ya con todo listo, entro al baño a darme una buena ducha. Cuando termino me pongo mi ropa de dormir más cómoda, es de color morado y con corazoncitos. Me meto a la cama, abro el libro donde está el marcador y me sumerjo en mi lectura.
Luego de un rato, supuestamente, termino el libro y lo dejo en la mesita de noche. Miro la hora en el teléfono y me sorprendo, son las 12:30 de la noche. Que rápido se me va el tiempo cuando leo, siempre me pasa igual, pero no tengo sueño.
Me levanto y salgo del cuarto con dirección a la cocina, a comer algo haber si me encuentra el sueño. A esta hora deben estar todos dormidos o por lo menos en sus habitaciones, pienso, pero todas mis esperanzas mueren cuando entro a la cocina y veo a Santiago sentado en los bancos de la isla. Y lo lindo es que no puedo irme, porque se daría cuenta.
Tomo aire maldiciendo a todo mundo y paso por su lado sin prestarle atención. Voy hasta la nevera, me sirvo un vaso de leche y lo pongo en la mesa para buscar unas galletas. Siento su mirada, pero no volteo. Cuando las encuentro maldigo en mis adentros ‹¿en serio?›, están en la repisa y quieren el dato importante, está alto y no alcanzo. ¿No las podían poner un poco más abajo?.
—¿Quieres qué las coja por ti? —escucha que pregunta a mis espaldas.
—No gracias, yo puedo sola.
Lo intento un par de veces más, tratando de ser Elastigirl, pero nada. Escucho el resonar de la silla y no volteo pensando que se va, pero me tenso cuando siento su calor corporal cerca de mi espalda. Veo su mano por encima de la mía tomar el frasco de galletas, bajo la mía y me quedo quieta de espalda a él.
—Aquí tienes —dice poniendo el frasco frente a mí, pero no se mueve de donde está —¿Puedes voltearte? —lo hago, pero no enfrento su mirada —¿Por qué no me miras pequeña? —toma mi mentón con sus dedos haciendo que mis ojos choquen con los suyos.
Esas dos esferas esmeraldas brillan un poco mientras recorre mi rostro y siento una sacudida en el estómago. Sus ojos pasean lentamente por mi boca hasta subir y encontrarse con los míos. No puedo respirar.
—¿Por qué últimamente estas evitando mi mirada? —pregunta.
—No sé —digo en un hilo de voz. Me da una mini sonrisa de lado sin mostrar sus dientes y asiente.
—Deberías estar durmiendo —comenta en un tono bajo.
—No tenía sueño.
—Entonces has lo que ibas hacer y trata de descansar, mañana será un día largo —pasa el dorso de su dedo índice por mi mejilla. Ese simple roce me hace revolotear mariposas en el estómago, más teniéndolo tan cerca. Solo puedo asentir a su pedido.
Se separa de mi lentamente y se encamina a la puerta que da al comedor, pero antes de salir voltea a verme de nuevo.
—Por cierto… me gusta tu pijama —comenta haciéndome sonrojar, sonríe saliendo por fin y yo suelto el aire retenido.
Madre mía, ¿cómo voy a sobrevivir un mes encerrada aquí con este personaje?. Cierro los ojos un momento y los abro de pronto ‹dios, el pijama›. Ahora me doy cuenta que estuve de espalda todo este tiempo tratando de coger las galletas del infierno, con este mini traje puesto mientras él estaba en la isla mirándome, que vergüenza.
Se me quitó el hambre. Tomo las galletas para llevármelas para mi habitación, porque es obvio que después de todo este suceso que pasó por el bendito frasco, no las voy a dejar aquí, no señor. Entro a mi cuarto, dejo las galletas en el escritorio y me acuesto para tratar de dormir, porque como dijo Santi, mañana será un día largo.
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