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🐥-[ Única Parte ]-🇨🇳

No había pasado menos de dos meses desde que Yao había regresado a casa. Automáticamente, la vida de Gilbert había vuelto a impregnarse de color y felicidad. Había sido poco el tiempo que estuvo separado de su novio, por aquel viaje de capacitación que Yao hizo en su trabajo. No habían podido verse en días. Y eso, solamente, les hizo darse cuenta de la falta que se hacían el uno al otro. 

Yao cada día pensaba en Gilbert, desde luego. Más aún sabiendo que las cosas no habían estado del todo bien entre ellos dos. Yao sabía que su pareja estaba preocupado por lo distante que se había portado en las últimas semanas, sin ganas de hablar ni de hacer nada juntos. Reconocía que era verdad que había estado adoptando esa actitud. Había sido difícil para ambos, tanto para el que estaba lejos, como el que estaba en casa, teniendo que vivir su día a día contemplando el lado vacío de la cama donde no estaba su amado. Viendo por las mañanas la solitaria silla que ocupaba en el desayuno. Escuchando en su soledad el silencio que usualmente era llenado con la melodiosa voz de su pareja.

Pero, al final, lograron superar eso, así como habían superado diversas adversidades en el pasado lo habían hecho una vez más y eso era otra de las victorias que se sumaban a la larga lista del asombroso equipo que formaban. Gilbert nunca antes se había sentido más feliz en su vida. Yao había regresado como nuevo. Le alegraba ver que el viaje le había sido beneficioso. Todo había vuelto a la normalidad; por las mañanas tomaban el desayuno juntos antes de irse al trabajo, y al regresar, pasaban el resto del día solo ellos dos, igual que en la universidad.

Se sentía como en un cuento de adas que, finalmente, había alcanzado la parte del final, que estaba viviendo el famoso "y vivieron felices por siempre". Sin embargo, y por desgracia, ese no era un cuento, ni tampoco un "felices por siempre", y la mañana que lo descubrió, lo hizo de la manera más brusca posible: estaba en su día libre, había decidido ayudar a su novio en la limpieza del hogar y se encargó de la habitación que compartían. Ya había llegado a la parte de separar la ropa cuando se encontró lo que jamás se hubiera imaginado: una pieza de ropa interior de mujer.

Eso le taladró el corazón. ¿Por qué razones habría ropa íntima de una mujer allí?

Había estado sumido en una semi-afonía dentro de su cabeza, los sonidos sonaban distorsionados, como si estuviera bajo el agua. Era como si su corazón, al romperse, le inundara con su sangre una mezcla con todas sus emociones revueltas. Sentía que todo estaba desordenado, todo comenzaba a verse borroso, pensó que le daría alguna asfixia cuando se percató de que el dolor en su pecho le impedía respirar. Entonces, fue cuando escuchó la voz de Yao llamándolo, la misma que fue capaz de regresarlo a la superficie, dónde todo era más claro, y por ende, más doloroso.

Lentamente se giró a él, con la prenda de ropa en la mano, con los ojos irritados y la nariz un poco coloreada de rosa por las lágrimas que violentamente quería retener.

―¿Qué es esto? ―preguntó con la voz quebraba y grave, pareciendo que en cualquier momento se pondría a gritar.

Yao por su parte, miraba el rostro de su novio, un poco abrumado por la expresión tan dolida que empleaba. Con lentitud comenzó a descender su mirada hasta aquella prenda femenina. Todo eso pasó en tan solo unos segundos, pero parecía una eternidad. Su corazón comenzó a acelerarse nervioso, sus manos comenzaron a sudar, y sus ojos buscaron huir de los del contrario completamente acongojados.

―Yo... Gilbert... ―moduló dudativo, con temor, sin saber cómo comenzar a darle una explicación válida para la encrucijada en la que se hallaba.

En silencio decidió introducirse en la habitación que compartían, sin siquiera ser consolado por la nula merma de sus emociones tan alteradas, sin saber qué palabras usar. Cualquier descuido podría detonar en una discusión, y eso era lo último que deseaba en ese momento. Se cuadró frente a él, con un gran temor, con muchas dudas en su cabeza sobre ser sincero o no.

―No... no es lo que crees aru... Yo... ―se paró un poco a pensar, dejando un silencio entre ellos.

―¿Qué no es lo que creo? ―respondió Gilbert ya un poco irritado. Le pareció irrelevante. ¿Entonces por qué tardaba tanto tiempo en responder? Seguramente le estaba ocultando algo, pensó él, y al segundo siguiente se percató de su propia idiotez, al saberse que era claro, que le estaba ocultando algo―. Yao, si tienes una explicación que me saque esa idea de la cabeza, será mejor que la des rápido antes de que todo esto arda.

Pero él seguía en silencio, casi temblando, hasta que finalmente se acercó al albino con pasos poco confiados.

―Amor... No es tan fácil decirlo ―anunció una vez acortado la poca distancia.

Aún dudaba. No sabía cómo reaccionaría su pareja. No sabía si arriesgaba la relación. Lo tomó de las mejillas, con la mirada agachada y las suyas propias tintadas con un tenue rubor.

―Sólo... promete no molestarte o avergonzarte de mi. ¿Si?

―¿Avergonzarme de tí? ¿De qué carajo estás hablando? ―tal vez eran las fuertes punzadas de su corazón lo que hacía que le doliera cada palabra que salía de los labios de Yao. Por inofensivas que fueran, le torturaba la espera de una respuesta.

Retrocedió dos pasos, sintiendo que su tacto le quemaba, y se libró de sus manos. Mirándole con tantos sentimientos confusos aflorando en su piel, los ojos más irritados que nunca e inhaló profundamente, tratando de llenarse el pecho de valor.

―¿De quién es esto? ―elevó la mano donde sostenía aquella prenda detonadora de semejante conversación, empuñándola con fuerza, con odio―. ¿Es de Catalina, o de Felijcia quizás?

Y le arrojó la prenda al pecho. Herido, y un poco humillado, al imaginar que su pareja aún pudiera sentir algo por su antigua pareja colombiana, o de una casi perfecta desconocida como lo era la polaca.

En cambio, el corazón de Yao se encogió cuando Gilbert se alejó de él, sintiendo como si todo el rechazo le cayera encima, igual que grandes rocas de toneladas incalculables. Tenía miedo de que terminara con él por eso, aunque si le decía o no, igualmente... muy posiblemente terminarían.

Cuando escuchó el nombre de la colombiana, y el de la polaca, sintió mucho dolor. ¿Como podría pensar siquiera en la posibilidad de que volviera con su ex? Recogió aquella prenda, mirándola por un segundo y después mirando a su novio. Lo había decidido, prefería que lo vea como alguien raro a que piense en que le había engañado.

Apretó la prenda sobre su pecho, como si en su mano lograra sostener mucho más que solo una pieza de ropa, como si estuviera sosteniendo todo de él; su vergüenza, su alegría, su intimidad.

―¿Y si te digo... que es mía... me creerías aru? ―Su voz era quebradiza, como si en cualquier momento fuera a romper a llorar. Estaba nervioso, con el corazón acelerado, deseando esconder su cabeza en la tierra como un avestruz, sabiendo que revelaría su secreto, aquel que nadie, absolutamente nadie sabía.

La primera vez que Yao vistió como una dama, ocurrió cuando estuvo en la universidad. Cada fin de año se realizaba la fiesta a la que todos llamaban "noche de locas", donde los varones se vestían de mujeres. Yao solamente había accedido a aquella propuesta de Gilbert -quien en ese entonces era su amigo- por querer pasarla bien. Iván, Antonio, Francis, incluso Alfred se vestirían de igual forma. Sería divertido, pensó Yao. Pero el día de la fiesta nada fue como lo imaginó, pues sin siquiera sospecharlo, destacó de entre todas las locas, incluso había resaltado más que Feliks, el novio de Toris, quien al tener una complexión bajita le aventajaba en cuestión de estética. Todos concordaban con que Yao fue la estrella de la noche.

Todos sus amigos eran grandes; se ejercitaban, tenían brazos fuertes y espaldas anchas que lucir. Eran chicos muy varoniles. Yao era pequeño y delgado, de piernas largas y piel cuidada, de cabello castaño y largo, le llegaba a la mitad de la espalda. Sus brillantes ojos ámbar relucieron como piedras preciosas al ser adornados con sombras, y sus largas pestañas maquilladas con rimel atribuían a destacar la luz que destellaban. Fácilmente fue confundido con una mujer de verdad, descubrió a varios de sus compañeros en la fiesta mirándole con deseo, y luego reír estruendosamente, al enterarse de que era Yao de quién se trataba. Eso le había hecho sentir bien, pasar horas frente al espejo para convertirse en alguien totalmente nuevo, en una persona inédita.

Disfrutó el mirarse al espejo una vez terminada su transformación, ver su cabello planchado y liso, posado sobre su cuerpo. Ver sus ojos relucir, sus largas piernas contrastaban con el rojo del vestido que le había prestado su hermana. Verse a si mismo de esa manera había hecho que su corazón se empapara de un sentimiento abundante e indescriptible, y cuando se abrazó a si mismo, se sintió tan completo. Poco a poco, esa sensación, ese recuerdo se fue diluyendo en la noche con la cerveza y los cócteles, Yao comenzó a relacionar erróneamente esos sentimientos con el beso que le dió a Antonio esa noche.

Para él, había sido mucho más difícil aceptar su deseo de travestismo que su propia homosexualidad. Habían pasado los años, seguía experimentando esa extraña sensación cada vez que al ver un vestido, una falda, un sencillo cambio de ropa para mujer en las vitrinas de las tiendas le robaba el aliento. Todas esas ropas hermosas, esos vestidos coloridos y un poco atrevidos los compró, y de manera inconsciente, para llenar el deseo de verlos en su propio cuerpo, se los obsequió a su hermana, quien no era muy diferente a él en apariencia física; ojos rasgados y cabello castaño, algo ondulado a comparación del de él, bajita, de busto pequeño.

Tai, por su parte, al principio recibió con gusto los presentes de su hermano, aún cuando a ella no le gustaba ese tipo de ropa exactamente. Pero, por alguna razón, su hermano parecía ser tan feliz de verla así, los ojos le brillaban, le decía que lucía hermosa y le tomaba fotografías. Sin embargo, no entendía por qué esas palabras no le parecían ser del todo sinceras. Sabía que Yao la amaba, pero en el fondo, creía que le llamaba hermosa a alguien más. Fue así como se le ocurrió, en una noche de películas, retarlo a vestirse de chica y hacer tratamientos de belleza con ella. Cómo lo esperaba, su hermano se negó al principio, tal vez por la vergüenza, pero tan solo con insistir una vez bastó para que accediera.

Y allí estaba la prueba que necesitaba, el rostro ilusionado, incluso un poco emocionado de su hermano había surgido, esa chispa que siempre mantuvo cautiva a través de sus ojos, al apreciarla con tanto afecto al vestir con las ropas, que podía asegurar, se moría por usar. Tai sintió una mezcla de alegría, por saber finalmente lo que le ocurría a su hermano, y tristeza, por ver la manera en que él mismo se encarcelaba en esa mazmorra de negación, de miedo. Esa maraña de pensamientos fueron capaces de ser captadas por Yao, quien sonriendo, miraba a su hermana plancharle el cabello esa noche, reflejada en el espejo de su habitación.

―¿Sucede algo aru? ―preguntó extrañado al ver la expresión nostálgica de su hermana, quien meneó la cabeza, como tratando de reintegrar su mente a ese mismo plano.

―Hermano, sabes que te amo mucho, ¿cierto? ―cuestionó, viendo cómo Yao reía un poco, acostumbrado ya a esas muestras de afecto.

―Sí, lo sé. Yo también te amo aru.

―Y sabes que yo te acepto tal y como eres, ¿no?

―Sí, lo sé ―volvió a reír, y pensando en que su hermana hacía esas declaraciones por su reciente relación con Gilbert, agradeció su apoyo.

―De verdad, te acepto, te valoro con todas tus virtudes, todos tus defectos, todos tus gustos y tus rarezas también.

Terminó de planchar el cabello de su hermano y lo abrazó por la espalda, ocultando su mirada en sus hombros, haciendo que de alguna forma, Yao le dedicara su total atención, descubriendo que sus palabras llevaban consigo un enigma que le estaba por ser revelado. Entonces, la joven irguió la espalda para mirar a su hermano maquillado, con el cabello planchado, usando una pijama que ella misma le había prestado, y le besó la cabeza con cariño, haciendo que, embelesado, el chino simplemente se dedicara a escucharla al mirarla en el espejo.

―Te acepto tal y como eres, y lo más importante, es que te amo. Espero que algún día tú hagas lo mismo.

Yao no dijo nada. Permaneció estático, experimentando cómo su corazón se removía apenado en su interior, pero también, percibió como un sentimiento de comprensión le afloraba en la piel. Suspiró agradecido, pero aún, cohibido por haber descifrado la ambigüedad de las palabras de su hermana.

Aquella noche, Tai había abierto la puerta de aquella mazmorra en la que se había refugiado Yao. Pero él no salió. Permaneció dentro, apoyado en uno de los barrotes que enmarcaba la puerta, mirando hacia afuera, debatiéndose si salir o no, y pasaron los días y pasaron los meses, las cosas cambiaron. Al graduarse de la universidad Yao comenzó a vivir con Gilbert, su novio. Juntos los dos en una casa que habían sacado a nombre de ambos. Se sentía como vivir en un sueño, al menos uno que se había vuelto realidad de entre todos los que tenía ya.

Finalmente se había graduado, le gustaba su trabajo, tenía su propia casa y vivía con la persona que más amaba en el mundo. Tenía todos los colores, pero había algo que no le terminaba de gustar en el retrato de su vida. Era algo, un matiz, un barniz tal vez, pero Yao no lo podía descifrar. Y entre más transcurría la monotonía de sus días, más insatisfecho se sentía. No podía hablar de eso con su novio, ni con nadie, sentía que más bien era algo, cuya respuesta se hallaba en su interior.

Ese día, pensaba en eso mientras regresaba al departamento que alquilaba en su viaje de trabajo. El pobre de Gilbert debía de sentirse culpable de verlo de ese modo; desanimado, extenuado, aburrido. Sabía que su pareja estaría culpándose por no saber lo que pululaba en sus pensamientos. Yao quería disculparse por hacerle sentir de ese modo, pero primero, debía de solucionar el debate consigo mismo, descifrar qué era lo que tanta falta le hacía, y entonces lo encontró al caminar por la calle.

Sintió la necesidad de levantar la cabeza, como si tuviera un anzuelo tirando de él y, entonces, en el exhibidor de una tienda miró un hermoso vestido blanco, decorado con un cintillo rosa pastel rodeando la cintura con un moño sobresaliente. Yao, embobado, avanzó, trastrabillando el suelo con sus pies, hasta que su mano fue capaz de palpar con sus propios dedos el cristal de la tienda. Su corazón entonces se detuvo un instante, sintió que volvía a respirar, su alma estaba enternecida de ver la manera en que contrastaba la clara tela de ese vestido con la elegante luz del exhibidor, como lo pomposo del tul de la parte inferior lucía suave y lindo. Reaccionó por fin cuando sintió una pequeña lágrima recorrer su mejilla.

¿Qué significaba todo eso? No tenía motivos para reaccionar así. Sin embargo, algo dentro de él le impedía irse de ese lugar. Todo lo contrario, entró a esa tienda. Parecía ser una clase de niño extraviado, mirando a todos lados con las manos enlazadas a la altura de su pecho. Fue la gentil empleada del lugar la que se encargó de instruirle al estar allí, ofreciendo asesoría y sonriendo al presentar el vestido y algo de maquillaje. Cumplió con su labor de venta.

Yao no tuvo valor de probarse la prenda que había comprado. Ni siquiera iba a usarlo, planeaba regalarlo a su hermana, como siempre. Hasta que, en la soledad de su habitación, sintió que su corazón le imploraba darle una ojeada más a esa bellísima prenda de ropa. Cuidadoso la sacó de la bolsa de compras, se puso de pie y fue frente al espejo para poder verlo. Entre cada suspiro y cada sonrisita, no fue capaz de detenerse cuando nació en él el deseo por verse a sí mismo vestido de ese modo, y tampoco, pudo contra la necesidad de ver como contrastaba el maquillaje con su tono de piel, cuando menos lo imaginó, su largo cabello castaño ya reposaba sobre sus hombros. Sus pestañas sobresalían tras ser decoradas con rimel. Sus labios cobraron color, sus mejillas también.

Entonces, finalmente, después de tantos años, al mirarse en el espejo de esa manera, por fin pudo sentirse completo. Esa desbordante plenitud que empapaba su corazón no le daba cabida a dudas. Por fin había hallado el matiz restante para el retrato de su vida. A final de cuentas, era feliz así. Le sanaba el alma sentir que podía ser dos personas a la vez.

Al llegar a casa nuevamente no le dijo nada a Gilbert, su novio. Pero él pudo notar que su ánimo había sido reconstruido íntegramente. Hicieron el amor, como tenía tanto que no lo hacían, y fue una experiencia fantástica para ambos. Cada mañana, Gilbert giraba sobre el colchón y besaba su hombro —en esa ocasión, aprovechó la desnudez de su pareja para dejar un chupetón—, y meloso susurraba el buenos días de siempre. Parecía que los años no habían transcurrido, que ambos volvían a tener ese enamoramiento ardiente que cuando acababan de formalizar su relación.

Aún a pesar de que ambos trabajan y tenían horarios algo desiguales, cada vez que coincidían para estar en casa era mágica. Charlaban profundamente, se iban a la cama y se abrazaban hasta quedar dormidos, sintiendo el calor del otro refugiando su piel. Pero cuando Gilbert no estaba, era cuando Yao se transformaba por completo. Se arreglaba y se vestía, aunque solo fuera para estar en su casa. Le gustaba, y se sentía bien haciéndolo. Pero a su vez, comprendeía que tal vez su pareja no iba a reaccionar bien. Nunca había hablado con Gilbert acerca de las personas como él, que disfrutaban de hacer esas cosas que difícilmente eran comprendidas, así que lo dejó como un secreto, como su secreto.

Nunca se imaginó que cuando Gilbert se enterara, fuera de esa manera tan inoportuna como infortuna. Pero, realmente, ¿alguien podría juzgarlo por su decisión? Él tenía miedo de perderlo todo, de perder a Gilbert, que era su media naranja. Temía perder el amor a aquel pasatiempo, que le hacía ver la vida tan hermosa y colorida. Incluso en ese momento seguía temiendo, pero lo había decidido, ya lo había hecho. Solo le rogaba al destino, desde lo más profundo de su corazón, no haber dado un mal trazo al retrato de su vida.

Gilbert en cambio, estaba estático. Su semblante ya no estaba fruncido, pero su expresión despejada no templaba los nervios de su pareja. Jamás se imaginó que aquella sería su respuesta. No dijo nada, esperando a que Yao revelara que era un broma, alguna clase de experimento social, o solo un chistecito que se le ocurrió, pero nada de eso pasó, y peor fue, cuando comprendió que su silencio expresaba que hablaba enserio.

―¿Eres... eres trasvesti? ―cuestionó, tratando de no sonar asqueado, sino que en realidad, estaba más bien, impactado.

—No... me gusta esa palabra, Gilbert —respondió inseguro, con el rubor hasta las orejas.

Gilbert enmudeció, no sabía exactamente qué decir. Solo podía resonar en su cabeza una pregunta: ¿en qué momento pasó? Jamás se percató, ni siquiera sospechó que su pareja tuviera esos gustos. ¿Por qué no se lo dijo antes, o hablaron del tema? ¿en qué momento Yao comenzó a vestir como mujer? Eso, para Gilbert, era algo que le hubiera gustado saber desde un principio. Al menos así, tal vez sabría cómo reaccionar.

Poco a poco lo fue entendiendo. No siempre estaba a favor de algunos movimientos que defendían ese tipo de temas. No los defendía pero tampoco los atacaba. No los entendía pero jamás los criticaba. Sabía que su pareja no era ni el primer, ni tampoco el último hombre en hacer ese tipo de prácticas. Sin embargo, nunca se imaginó que de todo el mundo, precisamente su novio formaría parte de ese grupo de gente.

Lo que pareció ser una eternidad para Yao, fue en realidad tan solo unos segundos en el mundo real.

—¿Desde cuándo haces esto? —preguntó ya un poco más tranquilo, aflojando sus manos empuñadas y masajeando suavemente su cuello. Se avergonzaba de como estaba manejando la noticia, pero nunca antes había leído un manual de qué hacer ante esa situación, ni siquiera estaba seguro de que hubiera uno. Solo podía improvisar, y rezar internamente por hacerlo bien al primer intento.

—Diría que un par de meses aru. Yo entiendo que tal vez debí decirlo antes, pero tenía miedo de perderte... pero si te molesta yo... —Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, tenía tanta vergüenza, nunca se había sentido de esa manera al estar a solas con su pareja—. Yo esconderé todo aru, ni siquiera tendrás que saber que lo hago...

—¿Que? Oh, Yao, no, claro que no —Trató de calmarlo al tomar sus manos—. No tienes que hacerlo. No es como si algo fuera a cambiar entre nosotros.

Gilbert deslizó sus manos hasta las mejillas de Yao, lo hizo levantar la mirada, a causa de la diferencia de alturas, y besó brevemente sus labios, dándole así, un consuelo.

—Te amo, ¿de acuerdo? Así que voy a apoyarte en esto, es lo que los novios hacemos.

—¿Lo dices enserio?

—¿Alguna vez te he mentido? Eso no sería asombroso de mi parte.

Finalmente Yao soltó la risilla que Gilbert esperó oír. El chino deslizó sus manos hasta posarlas sobre las de su pareja, y quitarlas de sus mejillas para entrelazar sus dedos.

—¿Te gustaría tener una cita? —preguntó Gilbert.

—¿No irás a trabajar hoy?

—Saldré temprano. Podemos ir a cenar si te parece.

Yao volvió a reír, aún cuando dos lágrimas se le escaparon. Las secó rápidamente, respiró profundo, haciendo sonar un poco su nariz, y sonrió al aceptar la propuesta.

Esa tarde se hubo vestido elegante. Una camisa roja con botones dorados, al igual que unos detalles de dragones chinos en las mangas y el cuello. Su cabello pulcramente atado en una coletilla baja. Pantalón de vestir negro y zapatos perfectamente boleados. Estuvo listo para su cita exactamente veinte minutos antes de lo acordado, justo en el momento en que su pareja le envió un mensaje anunciando que se iba a retardar treinta minutos, y que por favor le disculpara.

No contó con eso, ahora tenía cincuenta minutos libres y no sabía que hacer con ese tiempo. Sencillamente decidió que quizás podría avanzar un poco con los planos de su trabajo, leyó un poco la novela turca que una amiga le prestó, y bebió un poco de té. No mucho, pues quería tener apetito para la cena de esa noche.

Finalmente Gilbert llegó, Yao bajó a recibirlo con un beso en los labios y miró extrañado las bolsas departamentales que sostenía.

—¿Fuiste de compras, aru?

Su novio apretó los labios brevemente, tenía esa expresión en su cara algo estreñida, y después respondió: solo te compré algo para que te arreglaras para la cena.

—¿No te gusta como me veo? —alzó una ceja cuando Gilbert le entregó las bolsas, algo insultado pues nunca antes le había enviado a cambiarse de ropa.

—Me encanta como te ves, luces muy guapo. Pero creo... Bueno, quiero que te vistas así, ¿de acuerdo?

Yao estaba extrañado. Confundido abrió una de las bolsas y miró que dentro de ellas había un bellísimo vestido blanco. Era largo, no tenia mangas, sino que se sujetaba de un cuello de tortuga de encaje hasta el escote. La parte inferior estaba ligeramente más voluptuosa, pero tenía una tela de tul blanca con detalles florales dorados. Revisó en las otras bolsas, había productos de maquillaje, unas pinzas para el cabello y una plancha, incluso perfume y, sobretodo, una hermosa peineta dorada con un lirio blanco de decoración.

—Le pedí a tu hermana que me ayudara a escoger todo —explicó Gilbert, algo avergonzado—. Cómo dijiste que sospechabas que ella sabía, quise algo de ayuda ya que nunca antes había comprado maquillaje—. Escucha, cariño, sé que tal vez mi reacción esta mañana no fue la mejor, pero solo quiero que sepas que no estoy en contra de esto. No te voy a juzgar, ni mucho menos me avergüenzo de ti, ¿si? Lo que trato de decir es... —Hizo una pausa, tomó aire, y prosiguió—: digo que te apoyo, quiero que seas natural conmigo, sin que te avergüences, sin que te cohibas. Solo sé tú mismo, que así como eres te amo, y amaré cada cara que me muestres.

Yao le miró con los ojos brillantes, teniendo una sensación mentolada refrescando su pecho. Nunca se imaginó que Gilbert le diría aquellas palabras que, en el fondo, deseaba escuchar. Lloró un poco, pero rápidamente su novio le consoló. Después de intercambiar palabra de amor subió a transformarse y Gilbert esperó abajo. Estaba algo nervioso y ansioso, movía su pierna mientras se sentó en el sillón, y después comenzó a caminar por la sala. Nunca antes había visto a Yao vistiendo como mujer después de la fiesta de la universidad. Esperaba que la imagen que ya tenía de él no influenciara mucho cuando finalmente lo viera usando lo que le compró.

Dado a que su pareja se estaba demorando, supo que había sido muy hábil de su parte hacer la reservación para la noche. Aunque debía admitir que deseaba que el tiempo fuera más rápido hasta que, por fin, Yao bajó de nuevo, completamente diferente. Gilbert le miró, y debía admitir que, en el fondo, se sentía aliviado de que Yao se viera atractivo. Había visto antes en internet a hombres vestirse de mujeres que no se veían guapos o limpios, no se sentía atraído por ellos. Se alegró un poco de que ese no fuera el caso de su pareja. Sabía que eso era superficial de su parte, de hecho se golpeó mentalmente en el trabajo por temer que su pareja no se viera bien, y se repitió que si Yao se veía guapo o no, esa no era y no sería una condición para estar juntos. Aprendería a amarlo incluso si no era atractivo a sus ojos.

A final de cuentas, creía que tener una relación no significaba que debiera vivir enamorado de Yao, sino que debía vivir eligiendo a Yao, cada día, cada noche, aún teniendo en cuenta que no todo de él le gustara, lo elegiría siempre.

Yao por su parte se sintió un poco nervioso cuando bajó y Gilbert solo le miró en silencio. No tenía idea que Gilbert estaba encantado por cómo lucía. Su maquillaje elegante y ese delineado tan respetuoso resaltaba el ámbar de sus ojos. El castaño había elegido por atar su cabello en un nudo bajo, adornandolo con la peineta que le regaló su pareja. Dos mechones de su cabello caían lado a lado de su rostro, dándole un carácter suave al verlo detenidamente.

—Te ves bellísimo —fue lo único que Gilbert pudo decir luego de un breve momento, devolviéndole la respiración al contrario.

—¿De verdad te gusta aru?

—Me encantas.

Yao se sonrojó. Gilbert se inclinó a besar su mejilla, pues no quería estropear el pintalabios que llevaba.

»¿Nos vamos ya, mi amor? —le ofreció su brazo para que lo tomara, haciendo reír a su pareja cuando con delicadeza lo tomó.

—Gracias por aceptarme aru... Tenía miedo de que no... No importa.

—Yao, cada vez que no estés seguro de decirme algo, quiero que pienses en este momento. Tenías miedo de decírmelo, creíste que te rechazaría, aún así me dijiste la verdad, y todo resultó bien. ¿Verdad?

—Sí. —Suspiró, más que contento, y juntos salieron.

Mientras estaban en el auto, Yao tomó la mano de Gilbert sobre la palanca de cambios, no dijeron mucho respecto al tema, contrario, mantuvieron una conversación normal como las que siempre tenían. Nada había cambiado. Definitivamente, Yao amaba a ese hombre, y ahora que se sabía amado, no había nada más que le hiciera sentirse inconforme en su vida.

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N/A

Este texto constó de 4,777 palabras.

Lleva en mis borradores unos tres años (wow). Por fin salió la luz.

Quiero agradecer a Kai por haberme ayudado al hacer un rol sobre esto cuando recientemente empecé a escribirlo, ella interpretando a China. Sin su ayuda no hubiera salido bien.

Muchas gracias a todas las personas que hayan leído el trabajo. Me costó mucho trabajo escribirlo, y mucho más terminarlo. ¡Espero que les haya gustado!

Si te interesa leer más sobre hetalia, tengo más libros publicados en mi perfil, ¡estás invitado a leerlos!




Muy atentamente:
Yossi-Chann ❣️

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