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La Esfera de Una Estrella

Vegeta siguió haciendo pequeños sonidos molestos durante su vuelo por los cielos, evitando a toda costa la figura de Kakarotto a su lado.

Nada de esa búsqueda le interesaba, podría desaparecer cada maldito recurso no renovable del planeta por todo lo que le importaba. Excepto que debía importarle porque era el lugar en donde vivía, y Bulma encontraría la manera de matarlo si no la obedecía.

Habían pasado largos momentos de silencio desde que partieron hacia la siguiente esfera, y Vegeta ya estaba deseando volver para permanecer solo en la tranquilidad de su casa. La presencia de Kakarotto lo estaba poniendo nervioso, sobre todo después del incidente de esa mañana.

«¿Quieres casarte conmigo?»

La vergonzosa escena se repetía en su cabeza. No paraba de repasar la expresión soñadora del idiota y el tono esperanzado con el que había preguntado, maldiciendo una y otra vez que Kakarotto fuera tan descarado. ¿No le bastaba con decir abiertamente que eran amigos, con pasar la mayoría de los días a su lado, con alterar su mente con cada sonrisa, que ahora quería jugar con algo tan grande como una relación amorosa?

Esperaba que fuera una broma de mal gusto, de esas que le permitían tratar mal a Kakarotto por al menos uno o dos días sin sentir una culpa incoherente batallando contra su voluntad. De no serlo, no sabría qué hacer.

—¿No es este el radio en el que se encuentra la esfera, Vegeta? —preguntó Kakarotto y Vegeta se apartó forzosamente de sus pensamientos para verificar lo que decía.

Efectivamente lo era.

—Así es. Bajemos aquí.

Descendieron lentamente hasta lo que parecía una granja abandonada. Al aterrizar, Vegeta movió la mirada de lado a lado, sin ver a nadie ni nada merodeando por ahí. Aún así sentía varios Ki débiles a su alrededor, por lo que se mantuvo alerta sólo por si acaso. No tendría nada de lo que preocuparse si no fuera por la tendencia de la Tierra a ser blanco de individuos ridículamente poderosos con malas intenciones.

«Já. Ironía» pensó, consciente de sí mismo.

—¿Esos animales están encerrados? —preguntó Kakarotto, señalando una especie de corral repleto de toda clase de animales ruidosos y sucios.

Vegeta arrugó la nariz ante la vista.

«Así que de eso se trataban los Ki»

—No me interesa, pero eso parece.

Sabía que Kakarotto tenía un profundo aprecio por los animales de ese mundo, por lo que no se sorprendió cuando se acercó a ellos a paso apresurado para comenzar a liberarlos.

—¡Salgan, amigos! —les decía, carcajadas felices entrometiéndose entre sus palabras cada vez que uno de ellos le agradecía lamiendo su mano. Vegeta quiso ignorar la estúpida escena, pero al parecer era incapaz de apartar sus ojos de Kakarotto. Era tan ridículo. Y lucía tan feliz por una cosa tan simple. Su risa era sincera, llena de alegría. El mundo parecía reír junto a él.

Una sonrisa se abrió paso por el rostro de Vegeta antes de que pudiera detenerla. Quisiera creer que era de burla, pero no estaba seguro de poder mentirse a sí mismo de esa manera.

—¡Oye, vuelve aquí! —gritó Kakarotto repentinamente, y Vegeta alcanzó a ver a una cabra corriendo con una esfera en la boca.

—¡No la dejes huir! —exclamó, y sólo provocó que la cabra se alterara y corriera más lejos de su alcance.

—¡¿Quién demonios son ustedes y qué hacen con mis animales?!

En ese momento apareció una anciana de baja estatura con un rifle en la mano, apuntándolos a ambos. Vegeta se detuvo en su lugar, genuinamente sorprendido con la interrupción.

—¡Distráela, Vegeta, ya casi tengo la esfera! —dijo Kakarotto, corriendo entre los animales que habían decidido imitar a la cabra rebelde y comenzaron a esparcirse aleatoriamente por el campo.

Lo cierto era que Kakarotto no estaba ni cerca de conseguir la esfera, porque la cabra era sorprendentemente veloz y cada vez que se acercaba, lograba escabullirse de su agarre, utilizando a los demás animales para esconderse.

Si tan sólo el idiota se lo tomara en serio...

Vegeta chasqueó la lengua y dirigió su atención a la anciana frente a él.

—Oiga, tranquilícese —intentó, probando un tono más calmado y extendiendo sus manos en señal de rendición como Kakarotto hacía con él cada vez que se le acercaba con intenciones de aniquilarlo. A pesar del humillante gesto que ofreció, la anciana ubicó la punta del rifle sobre su nariz y cargó el arma.

—Te mueves y te vuelo los sesos, muchacho.

El atrevimiento de la señora encendió la ira de Vegeta, al instante sintiendo como su orgullo se disparaba en su interior y un grito se acumulaba en su garganta.

—¡No la lastimes, Vegeta! —volvió a interrumpir el tonto de Kakarotto, que al parecer no tenía la voluntad suficiente para sacar la esfera de entre los dientes del animal de ojos graciosamente bizcos.

—No quiero herirla, así que baje el arma y tranquilícese —masculló, casi perdiendo los estribos tras haber fallado en su imitación de la actitud de Kakarotto—, por favor —se le ocurrió de repente, sintiendo como las palabras dolían al deslizarse de su boca.

—¡Ustedes dejaron ir a mis animales, y lo van a pagar!

La mujer jaló del gatillo haciendo caso omiso a sus palabras. Antes de que la carga saliera por la boca de fuego, Vegeta metió dos dedos en los orificios del rifle fácilmente, haciendo que el arma estallara frente a sus ojos.

Al parecer el estruendoso sonido distrajo a la escurridiza cabra, y Kakarotto fue lo suficientemente inteligente para aprovecharlo y apoderarse de la esfera.

—¡Ya la tengo, Vegeta! —festejó Kakarotto, la esfera en su mano en alto y la cabra derrotada bajo su brazo.

Vegeta sonrió malicioso cuando escuchó toser a la mujer, su rostro ennegrecido por el humo de la explosión.

—Eso le pasa por insolente —le dijo, y luego emprendió vuelo, agradeciendo que Kakarotto lo siguiera sin hacer más preguntas, no sin antes saludar a la cabra con un ligero toque sobre los cuernos torcidos de su cabeza, felicitándola por la excelente batalla que había dado.

[...]

Lejos de la granja y de la desagradable mujer, Vegeta sostuvo la Esfera de Una Estrella en su mano, calmando sus instintos asesinos y riendo por lo bajo al recordar el ridículo que hizo la señora después de atreverse a amenazarlo.

—Veo que te hiciste amigo de la ancianita, Vegeta —bromeó Kakarotto.

Vegeta se sintió tonto por haberle obedecido anteriormente. Podría volver en ese momento y darle su merecido a la mujer, sin embargo, Kakarotto estaría bastante decepcionado si lo hiciera.

Y no era como si le importara un bledo cómo se sentía Kakarotto con respecto a sus acciones. En absoluto.

—Y tú te hiciste amigo de una cabra —respondió, devolviendo el tono sarcástico y la sonrisa arrogante.

Pero poco efecto tenían los comentarios venenosos ante Kakarotto, que rió abiertamente y sacó la esfera de sus manos con una gentileza que envió una señal de alarma a todo su cuerpo.

—Fuiste muy amable con ella —dijo, extendiendo el radar hacia él para que verificara la ubicación de la siguiente esfera por sí mismo, casi como si ya tuvieran sus roles asignados. Al hacerlo, había un sentimiento inquietante oculto en sus ojos, muy similar al que había opacado toda su expresión cuando se había hincado en una rodilla y había pedido su mano en matrimonio. Incluso su voz sonaba de la misma manera, grave, íntima, directo al centro de Vegeta como una bala.

El príncipe carraspeó y tomó el aparato bruscamente, casi dejándolo caer por accidente.

—Cállate —cortó la conversación como siempre, pero no recibió quejas de su compañero. Incluso si era un charlatán nato, Kakarotto sabía cuándo respetar un silencio en los momentos justos.

Prefirió no torturarse con la estúpida sonrisa en el rostro de Kakarotto y se concentró en el radar, deseando no cruzarse con más mujeres imprudentes y animales revoltosos.

Entre las cosas que quería evitar, se encontraban las propuestas inoportunas de tontos con sonrisas contagiosas.

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