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La Esfera de Tres Estrellas

En todo el tiempo que llevaban volando, Vegeta no volvió a mirar al radar ni una sola vez. Ni al radar, ni a él.

Y Gokú no sabía qué hacer además de respetar el silencio que se había establecido desde que abandonaron el Geoul. Se preguntaba qué cosa podría haber visto Vegeta como para salir de esa manera. ¿Acaso el espejo mágico era malvado y le había provocado alguna clase de pesadilla? De sólo pensarlo, Gokú estaba tentado de regresar y pedirle una buena explicación a la Guardiana.

O quizás simplemente le había mostrado algo que no le había agradado, quizás le había recordado algo de su pasado y... Gokú se lamentaba por haber tomado tan precipitada decisión. Después de todo, el regalo estaba dirigido a él.

Muy a pesar de que sentía que el tiempo no avanzaba, el sol comenzaba a ocultarse a sus espaldas, y el radar hizo un sonido de alarma.

Gokú observó a Vegeta en busca de una respuesta.

—Estamos en el radio de una esfera.

Sintió una profunda pena por el tono frío con el que el príncipe pronunció esas palabras.

—Será mejor que bajemos —propuso él, algo inseguro.

Vegeta no habló, en cambio, comenzó a descender como toda respuesta.

Gokú suspiró.

[...]

Caminaron hasta que el cielo se llenó de estrellas, y la cabeza de Gokú estaba llena de preguntas.

El Geoul muestra los deseos más profundos del corazón, reflexionaba, y hay una posibilidad de que eso se refiera a lo más oscuro de una persona. Y Vegeta...

Vegeta avanzaba con los ojos fijos en el impreciso radar.

Vegeta guardaba mucha oscuridad.

—¿Esa no es la casa de Piccolo?

La voz del príncipe casi hizo que diera un respingo. En cambio, miró hacia donde señalaba y confirmó lo que decía.

—Así es —respondió, sorprendido ante lo lejos que habían viajado.

—El radar emite una señal más fuerte justo allí, así que...

Gokú asintió, agradeciendo cuando recibió la mirada de Vegeta por al menos unos segundos.

A decir verdad, resultaba hasta gracioso imaginar a alguien como Piccolo viviendo en una casa tan común y pequeña. Aunque obviamente no había sido completamente elección del namekusei.

Gokú se aproximó a la puerta para tocar con sus nudillos, pero una voz severa sonó justo a sus espaldas, haciendo que ambos voltearan.

—Gokú, Vegeta. ¿Qué hacen aquí? —preguntó Piccolo, descendiendo del cielo con un rostro no muy amigable.

Aún así, Gokú no pudo evitar sonreírle.

—¡Hola, Piccolo! Estamos buscando las Esferas del Dragón. ¿Acaso tienes una aquí?

Piccolo se acercó a ellos y emitió un sonido inseguro.

—De hecho, sí. Sí tengo una esfera. Pero, ¿para qué las buscan?

Vegeta bufó.

—Eso no es asunto tuyo —dijo, hostilmente, y cruzó miradas desafiantes con Piccolo.

Gokú se vio obligado a intervenir justo allí.

—Es una tontería, Piccolo. No te preocupes por eso. Oh, por cierto. ¿Crees que podrías darnos hospedaje por esta noche? Hace mucho frío y estoy muriendo de hambre —rió después de sus palabras, y casi pudo oír a Vegeta reclamarle por ser insolente.

El namekusei suspiró, como si abrir la puerta para ellos significara todo el esfuerzo de su parte.

—Gohan se enfadaría si dejo morir de frío a su padre —reflexionó, y aunque aún parecía reticente, los invitó a entrar.

Al ingresar a la casa, Gokú permaneció alerta al lenguaje corporal de Vegeta, encontrándolo sumergido en sus pensamientos cada vez que lo miraba. Decidió dejarlo así por el momento.

Por otro lado, Piccolo parecía sorprendentemente inhibido por su visita. A Gokú se le ocurrió que no muchas personas tendrían el honor de ingresar a su casa. Contento por ese pensamiento, Gokú comenzó a pasear por las estanterías de libros que había allí, tocando ligeramente los extraños instrumentos que le recordaban mucho al laboratorio de Bulma, pasando por las imágenes del Gran Dragón que el namekusei tenía perfectamente acomodadas y cuidadas en su hogar. Era increíble la cantidad de objetos que Piccolo tenía en su casa sólo para Gohan.

—No pienses que voy a cocinar para ti, Gokú —resolvió Piccolo al verlo titubear en la cocina, y el saiyajin no tuvo otra opción más que hacerse cargo, no sin antes soltar un quejido.

En los momentos en los que Gokú se vio concentrado en no incendiar la casa mientras calentaba una simple sopa, había dejado de lado algunos pensamientos negativos. Sin embargo, cuando Piccolo abandonó la casa explicando que tenía algunas cosas que hacer, no sin antes indicarles que la Esfera de Tres Estrellas estaba guardada en uno de los cajones, Gokú se puso nervioso.

Estaba a solas con Vegeta, de nuevo. Y no podía soportar el silencio.

Sirvió la sopa en dos tazones sobre la mesa, y un ligero alivio se asentó en su pecho cuando Vegeta sostuvo la cuchara y comió sin rechistar.

—Vegeta...

Puso tanto sentimiento como pudo en la mención de su nombre, y de pronto su apetito pasó a segundo plano.

Vegeta estaba encogido en su silla, y podía jurar que estaba atravesando por una lucha interna tan privada que sentía ganas de apartar la mirada.

—Te vi a ti... —susurró casi en un suspiro de derrota.

Gokú enmudeció.

—¿Eso es lo que quieres saber? —continuó el príncipe, desganado, rendido como pocas veces había sido visto—. Te vi a ti en el Geoul. Tú estabas... Y yo...

—Oh...

—Sí...

«Él está avergonzado»

Gokú sonrió internamente, sin permitirse exteriorizar ese gesto. Era todo lo que necesitaba escuchar.

Los sentimientos eran complicados para Vegeta, y eso Gokú lo sabía. Lo había comprendido desde la primera vez que lo vio llorar de frustración antes de morir a los pies de Freezer. Los demás podían creer que el príncipe era despiadado, porque lo había sido, pero Gokú entendía la forma en la que sentía. Para alguien que sólo se permitió llenarse de odio y orgullo, el amor debía ser humillante, mas aún amar a quien había jurado eliminar.

Lo entendía.

A pesar de eso, Gokú no encontró palabras. No era tan fácil expresarlo. Por suerte su cuerpo reaccionó por él, levantándose de la silla en un acto de valentía propia de un guerrero. Se acercó viendo el cuerpo de Vegeta reaccionar a su movimiento, tensándose, listo para alejarse, para volver a cerrarse. No iba a permitirlo.

Gokú se arrodilló frente a él, buscando sus ojos. Colocó sus manos sobre las rodillas del príncipe, y su corazón palpitó con fuerza cuando Vegeta no se apartó de su toque.

—Gracias por decírmelo, Vegeta —susurró, y recibió una mirada indecisa de su príncipe. Alcanzó sus manos, debilitando al poderoso guerrero con una caricia tan delicada. Vegeta permitió el contacto, y sostuvo el agarre con fuerza, buscando, quizás, algo de seguridad entre tanta confusión.

Gokú pensó vagamente que, después de todo, quizás había sido él el que ingresó a las aguas mágicas del Geoul, porque sabía que esto, este momento de intimidad, era todo lo que su corazón deseaba.

Atrapó la mirada de Vegeta por un segundo y esta vez se dejó sonreír de costado. Luego elevó las cejas, ladeando ligeramente la cabeza.

—¿Es este un buen momento para una propuesta o tendrás que explicarme de nuevo las costumbres de mi propio planeta?

Vegeta le regaló una sonrisa encantadora, resoplando y pestañeando muy lentamente.

—Descarado... —dijo en voz baja, sólo para que él pudiera oírlo, y se sintió mucho más dulce que cualquier pastel de fresa.

—No estoy interesado en lo que sea que estén haciendo pero de verdad necesito algo.

Piccolo había hablado tan rápido cuando había cruzado la puerta que se le hizo difícil para Gokú entenderle.

—¡Ugh! ¡¿Qué demonios crees que haces?! —gritó Vegeta, con una energía renovada.

Piccolo presumía de un rubor púrpura muy a pesar de su expresión dura.

Gokú sólo pudo reír ante la escena. Vegeta aún no soltaba sus manos y quizás estaba un poco demasiado alegre por eso.

—¡Ya me voy! Cielos, qué carácter... —fue lo último que dijo Piccolo antes de volver a desaparecer, enredando su capa en su cadera y dando un portazo al salir.

Luego de un suspiro agotado, Vegeta se levantó y bajó varios tonos para hablarle.

—Iré a descansar —informó, deslizando sus manos de las suyas como quien no quiere la cosa.

Gokú no podría dormir en, algo así como mil años después de recibir semejante declaración, pero Vegeta lucía realmente agotado, y consideró que necesitaría su espacio para pensar, así que asintió. Sería paciente.

—Está bien.

Recibió una última mirada antes de que la puerta de la habitación se cerrara detrás de Vegeta. Exhaló con alivio. Al menos su príncipe no había sido atormentado por ningún espejo malévolo bajo las crueles intenciones de una desquiciada.

Sin notarlo, una sonrisa sincera estiraba sus labios y las mariposas revoloteaban en su estómago.

Prometo hacerte sentir de esta manera, Vegeta.

Permíteme hacerlo.

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