La Esfera de Siete Estrellas
Gokú estiró el brazo, ofreciendo una fruta, y tuvo que contener una risa cuando Vegeta aceptó sin hacer contacto visual.
Después del incidente en la granja, el pecho de Gokú había estado lleno de burbujas. Se sentía a sí mismo sonreír ante el solo recuerdo de la amabilidad de Vegeta hacia una extraña que además lo había amenazado. Se había esforzado mucho en tratarla bien, incluso había usado las palabras mágicas con ella a pesar de lo poco amigable que había sido la mujer, y pensarlo le evocaba ternura.
Se encontraban descansando bajo la sombra de unos árboles con grandes copas. Se habían detenido justo después de un rugido particularmente fuerte del estómago de Gokú. Vegeta se había mostrado reacio a detenerse en un principio, pero el estruendoso sonido de sus entrañas quejándose había llegado a sus oídos, por lo que tuvo algo de piedad por él.
Esa amabilidad en pequeños detalles, esas fugaces muestras de humanidad hacían que Gokú mirase a Vegeta con luces brillando en sus ojos. El descubrimiento de ese lado de Vegeta tal vez era muy reciente, y todavía tenía cosas que mejorar, pero realmente era una imagen digna de admirar, de apreciar. Había hecho un gran cambio desde que llegó a la Tierra, su comportamiento mostraba un enorme avance para alguien que en otra vida se había dedicado a provocar mucho mal en el universo, y era algo por lo que Gokú se sentía orgulloso.
Sin embargo, de ninguna manera lo expresaría en voz alta, al menos no mientras Vegeta aún pudiera golpearlo por eso.
—¿Sigue indicando movimiento? —preguntó, limpiando la comisura de sus labios con el dorso de su mano, refiriéndose a la siguiente esfera.
Vegeta había dicho que el punto brillante se estaba moviendo, muy lentamente, pero aún así lo hacía. Actualmente observaba el radar mientras mordía una manzana de su mano libre.
—Así es —afirmó.
Gokú pensó en todas las personas que podían llevar consigo una Esfera del Dragón, y ninguna opción fue buena. Hizo una mueca de preocupación.
—¡Ah, maldición!
Dio un pequeño salto ante el repentino grito de Vegeta.
—¿Qué sucede? —preguntó, mirándolo con atención.
La manzana del príncipe había volado lejos de ambos y su rostro estaba deformado por el asco.
—¡Había un maldito gusano en esa fruta!
Gokú miró hacia el suelo en donde, efectivamente, el insecto se escabullía desde la fruta mordida hasta el pasto. Devolvió la mirada a Vegeta, su pecho subiendo y bajando rápidamente, una gota de sudor cayendo por su frente. No pudo resistir.
—¡Deja de reírte, cabeza hueca! —regañó Vegeta, golpeando su brazo. Sus mejillas se habían coloreado notablemente.
—¡Ouch, está bien! Lo siento, lo siento...
Gokú se frotó la zona afectada con un rastro de risa aún saliendo de su boca, y un sincero destello de cariño iluminó su mente por la manera en que Vegeta se cruzó de brazos y volteó el rostro.
—¡Oigan!
El momento se vio interrumpido cuando unas personas se acercaron a ellos a paso veloz. Gokú miró con curiosidad, levantándose y extendiendo una mano a Vegeta, quien la rechazó, levantándose por su cuenta.
—Uh... ¿Hola? —saludó Gokú dudosamente, percatándose de que el grupo de personas era una familia de cuatro. El que lucía como el padre estrechó su mano de manera rápida y descuidada.
—¡Señor, mi nombre es Sora, y necesitamos de su ayuda! —El hombre regordete hablaba con cierta ansiedad que logró alarmar a Gokú—. ¡Estamos desesperados! Hemos perdido una reliquia familiar en el enorme lago. La corriente la ha arrastrado hasta un pozo, el que está justo allí —explicó, apuntando hacia atrás—, y usted luce muy fuerte. ¡Es un milagro que nos hayamos encontrado! ¡Por favor, ayúdenos!
Gokú parpadeó ante la urgencia con la que el hombre explicó lo que, para él, era un problema demasiado simple. Volteó para ver a Vegeta, y este sólo evadió su mirada. Devolvió sus ojos a Sora, sonriendo con seguridad.
—¡Por supuesto que lo ayudaré! —dijo, y el brillo de esperanza en los ojos de la familia hizo que ya valiera la pena.
Vegeta bufó y rodó los ojos cuando cuatro pares de manos tomaron una parte diferente del cuerpo de Gokú para guiarlo hacia el pozo. Gokú giró su rostro con dificultad hacia atrás, verificando que Vegeta estuviera siguiéndolo.
—Aquí, es aquí. Debe estar justo allí.
Sora lo colocó en el borde del pozo, y volvió a señalar hacia abajo con su dedo índice.
Gokú ladeó la cabeza e intentó echar un vistazo hacia el fondo. No era un gran pozo, la apertura en el suelo formaba un círculo perfecto, y una pequeña corriente de agua lo llenaba desde el lago. Era agua limpia y cristalina, pero se trataba de un pozo profundo. Le resultó imposible de distinguir el fondo. Entonces resolvió que tendría que arrojarse.
—Bien, lo haré —concluyó y comenzó a desvestirse.
—Ugh, desvergonzado... —gruñó Vegeta, apartando la mirada.
Gokú se deshizo de su dogi, quedándose en nada más que sus pantaloncillos blancos. Estiró sus músculos una vez, y se dirigió a Vegeta antes de sumergirse.
—Ya vuelvo.
El príncipe simplemente lo ignoró. Gokú se arrojó escuchando una gran exclamación de asombro de parte de la familia. El agua realmente estaba fría, pero no tardó en acostumbrarse. Nadó durante algunos momentos, intentando mantener sus ojos abiertos. Descubrió que el pozo también tenía una apertura inferior hacia el lago, y mientras más hondo se dirigía, menos era capaz de ver. Pensó que hubiera sido mejor haberle preguntado a Sora cómo lucía la reliquia, prácticamente estaba buscando a ciegas.
Un objeto brillante sobre unas rocas llamó su atención.
—¡Lb Bsfbrb! —gritó, y al percatarse se tapó la boca con las manos, intentando retener el aire que ya se había escapado. La Esfera de Siete Estrellas brillaba frente a sus ojos.
Sin perder el tiempo, la tomó en una mano y salió a la superficie volando.
—¡Vegeta, mira! —llamó con alegría, y Vegeta lo miró de reojo, aún cruzado de brazos.
—¡Lo lograste! ¡La tienes! —exclamó Sora, y los niños comenzaron a saltar de alegría.
Gokú ladeó la cabeza en señal de confusión. ¿Acaso la esfera era la reliquia familiar?
Distraído por la situación, Gokú no notó que la niña, en un brinco particularmente fuerte, tropezó, balanceándose sobre el borde del pozo y cayendo al perder el equilibrio.
—¡Meg!
Una mano enguantada logró atraparla incluso antes de que pudiera gritar del susto. La niña miró sorprendida al hombre que la sostenía, su ceño fruncido y su mirada enojada. Aún sin reaccionar fue depositada lentamente junto a su madre, a quien abrazó con fuerza.
Gokú observó en silencio.
—¡Por Dios! ¡Gracias, gracias! ¡Qué susto! ¡Salvó la vida de mi hija!
Sora se acercó para abrazar a Vegeta, quien lo detuvo con una mano abierta sobre su pecho.
—Sin abrazos —dijo, tajante, y una sonrisa finalmente se abrió paso por el rostro enternecido de Gokú.
Sora no se inmutó ante el rechazo.
—Estoy en deuda con ustedes. ¿De qué manera podemos agradecerles?
Vegeta miró a Gokú con intención y asintió. Gokú, entendiendo, giró la esfera en su mano.
—Bueno...
[...]
—Todo salió muy bien, ¿verdad? —preguntó Gokú, caminando hacia el bosque, el sol poniéndose a sus espaldas, haciendo brillar las pequeñas gotas de agua que aún se desprendían de su cabello.
Vegeta caminaba a su lado, observando el radar sin prestar atención a lo que decía.
—Mmhm... —murmuró.
Gokú tanteó las tres esferas dentro del bolso, y estiró ambos brazos detrás de su nuca. Prometió devolver la esfera a Sora una vez que hubieran pedido el deseo, sin darle demasiada información sobre Shenlong. Le daba un poco de pereza tener que hacerlo, pero ya se encargaría en un futuro.
—No te preocupes, Vegeta. Los gusanos no pueden herirte aquí —dijo, de buen humor. Fue valiente de su parte. Sabía lo que le esperaba con ese comentario.
De acuerdo a lo que creía, el príncipe se detuvo y lo miró con la muerte escrita en sus ojos.
—Tú te lo buscaste.
Esa noche, Gokú durmió con un gran moretón en el rostro, pero no sintió arrepentimiento ni por un segundo. No cuando podía observar el rostro de Vegeta siendo iluminado por una fogata chisporroteante, sus párpados caídos por el cansancio, sus facciones relajadas.
Sólo di que sí, pensó en sueños.
Cásate conmigo.
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